Alguna vez, y no hace mucho, escuché a alguien que se preciaba de ser economista, jactarse de que el oficio más viejo del mundo era el suyo: la economía. Y argumentaba: antes de la creación, antes del big-bang, antes del todo y de la nada, ¿qué era el universo? El universo era el caos. Y […]
Alguna vez, y no hace mucho, escuché a alguien que se preciaba de ser economista, jactarse de que el oficio más viejo del mundo era el suyo: la economía. Y argumentaba: antes de la creación, antes del big-bang, antes del todo y de la nada, ¿qué era el universo? El universo era el caos. Y eso, el caos, ¿quién lo hizo? Lo hicimos nosotros, los economistas.
Para el caso cubano, el caos se expresa de manera fácil, rápida y superficial, en la persistencia de la doble circulación monetaria. Que alguna vez fue triple, pues circulaban en la Isla como ahora los pesos y los pesos convertibles, pero también los dólares verdes y sonantes. Incluso, alguna vez fue cuádruple: en Varadero, por una dispensa especial, circulaban libremente también los incómodos y desiguales billetes de euros.
Sueña el cubano con la unificación de la moneda, y sueña la pulga con comprarse un perro. Y en verdad, el asunto no pareciera complicado: los billetes hasta coinciden en formato: se mezclan perfectamente en la billetera, si tienes la suerte de tener de ambas monedas. O sea, sencillamente los guardas juntos, los unos con los otros y ya está hecho el milagro de la unificación.
Además, los héroes y mártires coinciden en iguales denominaciones, solo los distancia que en los pesos aparecen sus retratos y en los convertibles la reproducción de alguna estatua que los representa. Y claro, los unos valen veinticinco veces más que los otros, o veintitrés, o veinticuatro, depende de a quién y con cuál le estés pagando.
En principio, un peso convertible funciona como un billete de veinticinco pesos. Y un billete de diez CUC es un billete de doscientos cincuenta pesos. Simple y sencillo: así funciona en la calle todos los días de esta vida.
Si esa fuera la lógica a seguir en la unificación monetaria, no habría ni que decretarla. Como el fin del Período Especial, que todo el mundo da por muerto, aunque esa muerte nunca se haya certificado. Con los billetes podría hacerse lo mismo: sin mucho ruido ni alboroto, se siguen emitiendo los unos y se van retirando de circulación los otros, discretamente, y aquí paz y en el cielo gloria. Asunto resuelto.
Pero el pollo de ese arroz con pollo, y también el arroz, no es precisamente cómo y cuánto impactaría esa unificación, de ser tan simple como imposible, a los que cada día se gastan los zapatos y que se toman una cerveza de vez en vez sin sufrir porque cueste 25 CUP o 1 CUC. No, a esos les da lo mismo la moneda con que pagan: lo que le hace sufrir es que esa cerveza casi nunca es cubana, o no está fría.
El dilema real y profundo de la reunificación monetaria será el impacto en la economía grande, la de verdad, la de allá arriba, la de esas empresas para las cuales un peso convertible a veces vale veinticinco, a veces vale diez y a veces hasta solo un pesito cubano, como si la moneda ya se hubiera unificado. Allí será que habrá que hacer magia y algo más para que dos y dos siga siendo cuatro. O por lo menos, tres. O con buena suerte, cinco. Y después, ya se sabe, todo eso vendrá hacia abajo.
En ese instante la pregunta no será cuánto valdrán los pesos, que ya se sabe que ahora mismo no valen nada y su valor se estima a dedo, casi a capricho, frente a las monedas de verdad. La cuestión entonces será determinar el valor del trabajo de cada cubano. Cuál será el valor del salario real, y si ese salario real servirá para algo más que pagarnos el almuerzo de medio mes. Ojalá que sí.
Fuente: http://progresosemanal.us/20180217/gran-cambio-reorganizando-caos/