En la historia europea del siglo pasado, las crisis económicas precedieron siempre al fascismo y a la guerra. No creo que la historia se repita, ni que los procesos históricos sean fórmulas matemáticas o recetas de cocina que al aplicarlas den un resultado determinado, pero hay circunstancias que invitan a pensar que, poco a poco, […]
En la historia europea del siglo pasado, las crisis económicas precedieron siempre al fascismo y a la guerra. No creo que la historia se repita, ni que los procesos históricos sean fórmulas matemáticas o recetas de cocina que al aplicarlas den un resultado determinado, pero hay circunstancias que invitan a pensar que, poco a poco, lentamente, un nuevo modo de fascismo se está instalando en el viejo continente. Orwell lo predijo en su clásico 1984.
Contaré, a modo de ejemplo, un hecho acaecido hace unos días en un lugar del Mediterráneo español, o mejor dicho de lo que queda de él. Alicante es una ciudad de tamaño medio, tiene casi cuatrocientos mil habitantes y vive, básicamente del sector servicios. Desde hace muchos años gobierna la ciudad y la Comunidad valenciana un partido en el que cohabitan franquistas empedernidos, con hombres de «negocios», clericales y neoconservadores radicales. Alicante y la Comunidad valenciana fueron elegidos desde mediados de los noventa como campo de experimentación de la política que dicho partido iba a imponer en todo el Estado.
En un proceso que no tiene precedentes en nuestra historia, la Generalitat valenciana decidió, tras la llegada al poder del Partido Popular en 1995, acabar con la enseñanza pública por el sistema de acoso y derribo. Pese al incremento de la población sufrido al calor de la emigración, los mandatarios populares dejaron de construir colegios públicos, de mantener adecuadamente los que había, de dotarlos de los medios necesarios para impartir una enseñanza con un mínimo de calidad que hiciese posible una drástica disminución del fracaso escolar. En lugar de edificios modernos, funcionales, rodeados de verde, bien acondicionados, con magníficas salas de estudio, con aulas de nuevas tecnologías, con bibliotecas bien pertrechadas, con gimnasios y pistas deportivas adecuadas, con laboratorios bien equipados, los jerifaltes educativos del mencionado partido decidieron que miles de niños estudiasen en aulas prefabricadas de hierro similares a los contenedores que llevan los barcos. Mientras la geografía alicantina era invadida por ese invento humillante y vergonzoso, mientras los institutos se caían a pedazos, mientras que el dinero que se les daba apenas cubría los gastos corrientes, fueron surgiendo por todos lados suntuosos colegios de curas que inmediatamente pasaban a ser centros concertados, o sea costeados por todos para mayor gloria de Dios, de los hombres «célibes» que los dirigen y del pensamiento reaccionario y clasista. No se hizo ninguna campaña para que los padres se negasen a llevar a sus hijos a esas chabolas; tampoco los padres fuimos capaces de darles fuego, como habría sido nuestro deber. Bastó con dejar que la manzana pública se pudriera a fuego lento por falta de inversiones para que el sector educativo fuese entregado, convertido en suculento negocio económico e ideológico, a la Iglesia Católica. De modo que hoy, más de la mitad de los chavales que estudian primaria en esta Comunidad -algo similar ocurre en Castilla-León, Murcia y Madrid-, lo hacen en colegios concertados regidos por frailes y están bajo el control ideológico de Roma.
En uno de esos centros, el instituto del barrio del Pla -podría ser cualquier otro, cualquier escuela pública, todos están igual-, un grupo de profesores lleva años pidiendo la restauración del edificio, libros, material de laboratorio e informático, obteniendo siempre la misma respuesta: No hay dinero. Hace unos meses, la directora del centro, Marina Sanz Moreno, -recordemos que no había dinero para nada- decidió montar un costoso sistema de vigilancia, instalando cámaras tanto en el exterior como en el interior del centro, de manera que se pudiesen controlar las actividades de todos los alumnos y profesores en cada momento. Algunos profesores mostraron su disconformidad, protestaron y se quejaron del derroche económico que suponía tal inversión cuando el instituto estaba ayuno de tantas cosas imprescindibles, dejando claro que esas cámaras violaban su derecho a la intimidad. Hace unos días, Luis Leante, profesor de Latín, escritor y premio Alfaguara de novela 2007, hombre bueno y tranquilo al que quieren sus alumnos pero que no goza de la simpatía de la directora -en adelante alcaidesa- del mencionado instituto, arrancó una cámara que directamente enfocaba a su clase, que lo perseguía a todas horas. La directora, llamó de inmediato a la policía y al momento Luis Leante, maestro ejemplar, fue detenido ante el estupor de los cientos de alumnos que vieron tan lamentable como vejatorio espectáculo, ante la indignación de todos los que amamos, como nuestro mayor tesoro, la libertad. Los alumnos increparon a la directora y la policía, mientras algunos profesores, los más próximos a la alcaidesa, formaron un cinturón de seguridad en derredor suyo. Según testigos presénciales, presuntamente, la Alcaidesa aseguró que el profesor había actuado de ese modo para salir en los periódicos y hacer publicidad de su última novela –La luna roja-, vertiendo pronósticos nada halagüeños sobre el porvenir del profesor Leante No se olvide que los directores de Instituto de la Comunidad valenciana son directamente nombrados por la Generalitat.
Trasladado a los calabozos de la comisaría de Alicante, Leante se negó en un primer momento a declarar, pasando toda la noche en ellos. Al día siguiente reconoció que había arrancado las cámaras en un ataque de rabia porque estaba siendo perseguido, porque su intimidad estaba siendo violada, porque el instituto necesitaba muchísimas cosas antes que ese costoso sistema de seguridad. Mostró su arrepentimiento por haberse dejado llevar por la rabia y afirmó que las cámaras las dejó en la biblioteca del instituto. Ahora, Luis Leante se enfrenta a un juicio y a un expediente disciplinario de resultados inciertos, también, esperemos que no, a la soledad de una sociedad conformista y cada vez más conservadora que no es consciente de lo que significa que nuestras vidas estén controladas, que nuestra intimidad pueda ser violada, que confunde el civismo con el gamberrismo.
Luis Leante recibió el premio Alfaguara por una maravillosa novela de amor que es también un canto al pueblo saharaui, a ese que abandonamos a su suerte, que entregamos a Hassan II en uno de los episodios más vergonzosos del final del franquismo y que la democracia no ha sabido reparar. Su acto, fuese o no fruto de un impulso incontenible ante el acoso de que era objeto, es un acto de ciudadanía ejemplar con el que me solidarizo completamente. Es también un acto que ha servido para denunciar el terrible estado de abandono en que se encuentra la enseñanza pública en la Comunidad valenciana y un gesto de rebeldía contra los fascistas que quieren convertir a Europa una tremenda casa del Gran Hermano orweliano, donde todos nuestros movimientos, nuestros pasos, nuestras palabras estén controladas en cada instante por quienes de verdad saben lo que nos conviene.
Lo sucedido con Luis Leante puede tener para algunos rango de simple anécdota, pero nada más lejos de la realidad, y de ahí el valor de su acción. Hoy cuando paseamos tranquilamente por cualquier calle con nuestros hijos, con nuestros amigos, con el perro, hay un ojo que nos ve; cuando fumamos, nos tomamos un vino, o nos limpiamos los mocos, hay un ojo que nos ve; cuando entramos al banco, al supermercado, al cine, hay un ojo que nos ve; cuando nos acariciamos, nos besamos, nos tocamos, hay un ojo que nos ve. Ese ojo sabe lo que pensamos, lo que compramos, cuales son nuestros libros preferidos, qué periódico compramos, qué lugares frecuentamos, cuales son nuestras costumbres, nuestras rebeldías y hasta el color de nuestros gayumbos. Y ese ojo que lo sabe todo, que nos conoce mejor que nosotros mismos, es el ojo del Gran Hermano global, es el ojo del fascismo moderno, de la cara actualizada del fascismo que ha penetrado en Europa sin más oposición que la de este valiente y admirable profesor y escritor que es Luis Leante: Recientemente, el gobierno de Finlandia -modelo de sociedad civilizada-, ha aprobado una ley que permite a los jefes de las empresas intervenir los correos electrónicos de los trabajadores; los nuevos documentos de identidad de la UE llevan más información sobre nosotros mismos que la que tienen nuestros padres y amigos; las tarjetas bancarias dejan un rastro indeleble sobre nuestros gustos y actividades, entrar en un aeropuerto con la intención de embarcar se ha convertido en un acto en el que todos los derechos individuales pueden ser violados; nadie puede estar seguro de que sus llamadas telefónicas no son intervenidas, nadie de que sus consultas internáuticas no son rastreadas; algunas personas -por llamarlas de alguna forma- claman ya por instalar control sobre los contenidos de la red y sobre quienes acceden a tales o cuales páginas. Ante esta situación, acciones directas como la de Luis Leante, no sólo son loables, sino que adquieren un valor ciudadano ejemplar. Vaya para él todo nuestro apoyo, el apoyo de las personas que creemos que otro mundo es posible y que algún día, tal vez mañana, la justicia será justa, actuando de oficio contra quienes violan los derechos fundamentales de las personas y no contra quienes quieren protegerlos.