La candidata a presidenta por Sumar amputa a Irene Montero y triunfa en su estrategia de absorber a un Podemos sumiso ante el contexto adverso. Los grandes medios aplauden y Sánchez se frota las manos. Retos y consecuencias de una jugada audaz que anticipa una conducción monopólica y personalista.
El poder no se comparte, ha dicho sin palabras pero con fuertes gestos la vicepresidenta Yolanda Díaz. La estrategia que se viene advirtiendo desde hace meses y que en NAIZ se ha relatado con fuentes y hechos, finalmente pudo constatarse: hace casi un año y medio comenzó el operativo absorción y sumisión de Podemos para reducir la marca y suplantarla. El elixir final de ese camino fue la negociación de la alianza electoral.
Tres hechos concretos llevaron a Díaz a acometer esto, y pueden desprenderse tras dos años de seguir de cerca el proceso, hablar con fuentes y atestiguar acciones políticas: la elegida por Pablo Iglesias para sustituirlo al frente de Unidas Podemos entendió que la marca electoral estaba agotada y tenía un techo en votos; se dio cuenta que para poder liderar al partido y sus confluencias precisaba reducir el poder de influencia del ‘pablismo’; y tercero, su personalidad política la lleva a construir un poder personalista, poco colegiado y con autonomía de decisiones.
Amigos y socios políticos que la conocen hace dos décadas han afirmado en alguna ocasión a quien escribe que el carácter de Díaz es mucho más duro del que se ve por la TV y que lo peor de ella aparece cuando visualiza que quiere ser arrinconada o coaccionada para decidir. Por eso es que, mucho tiempo después y en la entrevista con Jordi Evole meses pasados, dijo expresamente que no le había gustado la forma en que Iglesias la había designado sucesora.
Por todo esto y seguramente otros muchos factores, Díaz ha sido implacable en la estrategia de fagocitar a la formación que cambió la historia política del Estado español. No hubo piedad: hasta se animó a darle un hachazo emocional como es vetar a Irene Montero, alma máter de Podemos, ministra de Igualdad, número dos del partido y considerada su principal activo (quizás no electoral pero sí simbólico y político).
Ella criticó en 2019 los intentos de Pedro Sánchez de vetar a Iglesias del Consejo de Ministros y ahora hace la misma estrategia. En un encuentro en Madrid este sábado por la tarde, el primero tras la firma del acuerdo, Díaz dio por acabada la discusión y ni siquiera se ha preocupado por desterrar la idea de que no ha vetado a Montero. Además, dijo que el pacto está firmado y las listas están cerradas. El subtexto: no se renegociará nada, a pesar de los ruegos de la secretaria general morada, Ione Belarra.
¿Cómo va a renegociar Díaz el perdón de Montero si con su defenestración envía el preciso mensaje que buscaba? “Aquí mando yo y sólo yo, biquiños”, podría ser la frase de un meme de la nueva lideresa, como corolario de este proceso.
Pero quizás no haya mucho sitio para bromas. Las consecuencias de esta decisión son todavía impredecibles. Las redes sociales, que no son la realidad pero sí una muestra pequeña de ciertas reacciones sociales, se inundaban ayer de militantes morados que aseguraban que no votarían a Sumar debido a esta humillación.
La gestión de Irene Montero en Igualdad, con sus luces y sombras, ha llevado al Gobierno español a la vanguardia mundial de derechos feministas y LGBTIQ. Lo dijo hace poco Time, la revista política más leída de Estados Unidos (y por tanto una de las más leídas de Occidente), cuando dedicó un reportaje a la ministra y narraba las idas y vueltas de sus leyes más emblemáticas. Que los ciudadanos del Estado hayan sido testigos de un debate público sobre por qué el consentimiento tiene que estar en el centro del cuidado de los derechos sexuales de las mujeres es una herencia intangible muy positiva que dejará Montero a la historia del feminismo.
Exigir su rendición, y filtrar en las últimas horas de negociación que se le había ofrecido como premio consuelo que sea la cabeza de lista de Sumar por Bizkaia (algo que Podemos niega) exhibe una arrogancia política que no puede dejarse soslayar. ¿Por qué Montero es válida para los votantes bizkaínos pero es mala palabra en Madrid? ¿Entregar su cabeza era un pedido de Iñigo Errejón? ¿O es un guiño a los medios concentrados y una abdicación ante el electorado menos progresista que considera demasiado radical y entiende poco los avances de Igualdad?
Aliados explícitos e implícitos
En la búsqueda del liderazgo absoluto y sin discusión (o al menos, sin rivales de peso que puedan ejercer un contrapeso), la vicepresidenta ha tenido algunos aliados explícitos e implícitos. Los más obvios: el errejonismo (se ha cobrado muchas viejas facturas), Compromís, Catalunya En comú y los grandes medios. Todos desean, por diferentes motivos, un Podemos arrinconado y para ello hay que defenestrar a Montero, que es el ícono de la resistencia tras la renuncia del exvicepresidente.
Y es justamente él, Iglesias, quien seguramente sin quererlo ha sido un virtual jefe de campaña de la estrategia de construcción de Díaz, polarizando con ella. Hoy es posible que esté arrepentido no sólo de haberla elegido como sucesora para un partido que finalmente aplastó y empuja a la disolución para sustituirlo, sino de haberla confrontado en el debate público. Él y aliados políticos y mediáticos suyos fueron duros con Díaz, que casi nunca respondió y sólo se limitó a decir frases conceptualmente poco densas (“la política no va de presiones” era la que más usó). Acabó consolidando así la imagen que deseaba ante el electorado mientras que Podemos no cambiaba su tono aguerrido que sólo lo encorsetaba más ante su votante más fiel.
No importa recordar que la Díaz de hace cuatro años era muy distinta a la actual, en tono y vehemencia y hasta en contenido discursivo. El votante suele ir a las urnas pensando en los últimos tres meses y en lo que vendrá, no en lo que fue hace mucho. Y también es importante entender que ni Díaz es el diablo ni lo es Iglesias y nadie es santo. Esto es un pulso político de alguien que fue elegida para un cargo y ella tiene todo el derecho de hacer con él lo que quiera.
Podemos, en un contexto de mucha adversidad tras el 28M y pagando muchos errores todos juntos, tenía poco margen para patalear. Ir en listas separadas iba a ser visto como un grave error y el filtro mediático los señalaría como los culpables inflexibles de siempre, sin matices. La cúpula morada se acordó algo tarde de cambiar las formas y la estrategia y lo pagó caro. De lejos, el líder del PSOE sonríe: avizora una negociación más fácil del gobierno de coalición. Ya nadie duda de su ayuda táctica a Díaz, quien ahora tendrá que lidiar con el operativo voto útil a los socialistas.
Díaz anhelaba prescindir del contrapeso de la dirigencia de Podemos pero no puede prescindir de sus votantes. ¿Qué gesto generoso hacia ellos tiene pensado hacer? Ha exigido, con astucia, que las confluencias firmen una cláusula en las que rechazan tener grupo parlamentario propio pero sí ha otorgado a Compromís la autonomía del voto en el Congreso. Ser el articulador político de un grupo tan heterogéneo requiere una mano izquierda que dista mucho de vetos y hachazos.
Quedan pocos días para la campaña en las que la izquierda transformadora española y los soberanistas vascos, catalanes y gallegos serán clave para mantener en Moncloa a Sánchez y evitar un gobierno Feijóo-Abascal. Es la hora de Díaz, ahora puede demostrar para qué quería el liderazgo absoluto.
Fuente: https://www.naiz.eus/es/info/noticia/20230610/el-hachazo-de-yolanda-para-el-liderazgo-absoluto