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El Haití de Jacques Roumain en la obra de Nicolás Guillén

Fuentes: Rebelión

Para muchos de nosotros, Haití significa libertad dado que ha sido el primer pueblo del continente americano que lucho contra el colonialismo francés. Y todo aquel contingente de esclavos africanos se sublevó contra sus explotadores expulsándolos y, al mismo tiempo, proclamando su independencia en 1804. Hace dos años que se festejaba el bicentenario de las […]

Para muchos de nosotros, Haití significa libertad dado que ha sido el primer pueblo del continente americano que lucho contra el colonialismo francés. Y todo aquel contingente de esclavos africanos se sublevó contra sus explotadores expulsándolos y, al mismo tiempo, proclamando su independencia en 1804. Hace dos años que se festejaba el bicentenario de las libertades de Haití teñido de sangre por la intervención y el menosprecio del Imperialismo norteamericano. Pero los que amamos la lucha antiimperialista, Haití será siempre una referencia y un modelo que antaño sirvió a muchos de los pueblos americanos para liberarse de la opresión colonial europea.

Hace poco que leía: «El Reino de este Mundo», de Alejo Carpentier y en sus extraordinarios y reveladores  relatos me di cuenta que el pueblo haitiano, en el fulgor de su lucha contra el colonizador francés, fue el precursor en hacer prevalecer sus derechos colectivos frente a cualquiera agresión. En esta dirección, me he dejado guiar por Carpentier que me ha llevado a una contundente  revelación de la capacidad y la dignidad con que Haití fue siempre sobresaliente entre los pueblos libres.

De los textos que más me impactaron de este libro de Alejo Carpentier fueron aquellos que esclarecen el poder de decisión que los esclavos tomaron para ser libres e integralmente independientes. Sirva pues el ejemplo de uno de los relatos, que dice lo siguiente: «Todas las puertas de los barracones cayeron a la vez, derribadas desde adentro. Armados de estacas, los esclavos rodearon las casas de los mayorales, apoderándose de las herramientas. El contador, que había aparecido con una pistola en la mano, fue el primero en caer, con la garganta abierta, de arriba a abajo, por una cuchara de albañil. Luego de mojarse los brazos en la sangre del blanco, los negros corrieron hacia la vivienda principal, dando mueras a los amos, al gobernador, al Buen Dios y a todos los franceses del mundo».

Si este texto de Carpentier nos ha servido de introducción sobre el Haití de las luchas y de la constatación de la independencia, Nicolás Guillén nos hace de interlocutor  y nos lleva a los albores de otra de las luchas que Haití ha proclamado en las décadas del 20 al 40 del siglo XX, teniendo como referencia de esas luchas al gran intelectual y escritor, Jacques Roumain (1907-1944). Por tanto, Nicolás Guillén trató de no ignorar al pueblo hermano de Haití dado que buena parte de la historia de Cuba, en la lucha por sus libertades, emergió en la geografía haitiana. Cabo Haitiano fue uno de los puntos claves en donde se fraguó la independencia de Cuba. En la obra del apóstol, José Martí, aparecen numerosas citas sobre Cabo Haitiano, como punto de cohesión con el fin de liberar a Cuba del colonialismo español. Martí, significó la siguiente apreciación sobre Haití: «La isla donde triunfa, en condiciones favorables de clima y larga permanencia, el ensayo dichoso de la vida libre, en el trabajo y el respeto mutuo que vienen de él, de los cubanos a quienes dividió la colonia artera y la esclavitud venenosa, y hoy junta en paz viril el heroísmo de la guerra y la hermandad del destierro».

Nicolas Guillén se quejaba de que los cubanos ignoraban bastante a esa tierra que fue punto de referencia y, también, de emergencia para los cubanos que lucharon por las libertades de su patria. Nicolás se queja así en un artículo titulado: Haití: la isla encadenada, que publicó en 1941 en «Magazine de Hoy», y dice lo siguiente: «Para la generalidad de los cubanos, Haití es una tierra tenebrosa, sin cultura y sin espíritu. Aislada por su lengua y por el prejuicio racial aún más que por su condición geográfica, se mantiene alejada de nuestro conocimiento como si no se hallara a unas breves horas de avión, a unos cuantos días por mar de Cuba». Es verdad que en las provincias del Oriente cubano, incluyendo el nativo Camagüey de Guillén, fueron lugares de acogida para aquellos franceses  expulsados de Haití en 1804, y que crearon en Cuba buena parte de sus monopolios económicos con el beneplácito de España y fueron los encargados en difundir una leyenda negra sobre los ciudadanos libres de Haití. El racismo contra los negros y mulatos que sustentaron las libertades de la nación haitiana fue uno de los puntos que los ex colonos franceses propiciaron entre la ciudadanía cubana.

Este espléndido artículo de Nicolás Guillén nos abre una vía de comprensión solidaria hacia un pueblo que continuaba luchando por su sobre vivencia en una etapa de convulsión generalizada en la lucha contra el nazismo, estamos ablando del período de la II Guerra Mundial. Haití tenía su guerra particular, contra el hambre que era un mal mayor generado por una clase de esbirros, sostenidos con salario norteamericano. Nicolás Guillén nos describe aquel panorama de esta manera: «De pronto, la calma se quiebra en mil pedazos. Las mujeres gritan. Los hombres corren… ¿Qué pasa? Nos dirigimos hacia un basto grupo donde parece concentrarse la atención general y donde seguramente se halla la causa del escándalo. Un pobre hombre, hambriento, ha robado quizá un pedazo de ñame, tal vez algún plátano con que acallar la voz del estómago imperioso. Acaso, acaso no ha hecho nada… Pero ya está allí, cogido debatiéndose inútilmente en las garras de un soldado».

«La historia de Haití es, sin duda, de una grandeza impresionante -dice Guillén-: como que está hecha con la sangre de un pueblo acostumbrado desde su nacimiento a luchar y morir por sus derechos». Y en la lucha por esos derechos arrebatados por los esbirros del capitalismo estaba el poeta Jacques Roumain, entre tantos otros que tomaron conciencia de una situación donde triunfaban los demagogos sin escrúpulos y rendidos a las urgencias de la avaricia gringa.

En «Magazine de Hoy» del 8 de febrero de 1942, Nicolás Guillén escribe otro artículo, titulado: «Haití», donde expone la crucial situación de un pueblo que como «Pocos -dice Guillén- han luchado, además, en la América, con tanto coraje como el haitiano, y con menos ayuda espiritual y material». Nicolás Guillén, comprensiblemente e ideológicamente, hizo de puente necesario entre Cuba y Haití con el fin de que los cubanos tenían la obligación de conocer a sus vecinos y ser solidarios con ellos en situaciones emergentes. Los escritos del poeta cubano, con relación a Haití, no dejan de ser un puente sólido en unos momentos en que las traiciones y los vende patrias estaban en auge en Haití y, por otro lado, también emergían las flores rojas de la conciencia de los intelectuales haitianos, como era el caso de Jacques Roumain.

Nicolas Guillén amaba sobremanera Haití, su sangre negra latía a solidaridad y a lucha cuando la sangre de sus hermanos de Haití se vertía en una tierra convertida en holocausto. En los albores de la Revolución cubana, escribía Guillén el 10 de julio de 1959, en «Hoy», lo siguiente: «¿Qué ocurriría en Haití en estos momentos? El recuerdo de la isla cercana, que yo visité hace ya más de tres lustros, me punza y lastima. Trujillo, Duvalier, Santo Domingo… A boca de jarro, como un pistoletazo». Haití, para Nicolás Guillén era tan próximo y emocional que una simple simpatía no bastaba para definir su sentimiento. En todas estas manifestaciones verificables en su obra literaria está ese pragmatismo dialéctico que es fruto de un análisis empírico de ir a las fuentes del problema. Y buena parte de su información provenía de Jacques Roumain, fundador del Partido Comunista de Haití en 1934, encarcelado y exiliado. Nicolas Guillén, comunista como él; poeta igual que él, hombres los dos de largos caminos donde las piedras herían el alma más que a  los pies. Hombres íntegros para morir de pié y nunca de rodillas como dijo nuestra Pasionaria y lo reiteró el Che.

Guillén, desde Cuba, fue de los primeros que se adhirió al movimiento poético de la Negritud, uno de los representantes de esta vía en Haití fue Roumain. Por estos afines, entre el poeta cubano y el haitiano, había una poderosa comprensión sobre la defensa de los valores del negro, de lo despreciado de lo que les pertenecía desde el lado antillano, americano y africano. Este espíritu de comprensión estaba por encima de cualquier confabulación y agresión que los yanquis trataban de romper. Guillén enfatizó muchas veces aquellas consideraciones de Roumain que la poesía era «pura complejidad dialéctica de las relaciones sociales, las contradicciones y los antagonismos de la estructura política-económica de una sociedad en determinado momento de su historia». Vemos pues en los dos poetas a vueltas con la dialéctica marxista para cambiar de orientación y convertir a la poesía en materia de denuncia, de reivindicación y de progreso.

El 25 de mayo de 1961, Nicolás Guillén publica en «Hoy» un sentido y pragmático artículo, titulado: «Sobre Jacques Roumain». Dando la noticia que en Cuba se publicaba la combativa novela de Roumain, titulada: «Los gobernadores del rocío». Toda una primicia que el escritor e ideólogo haitiano dio al mundo con esta novela tan esclarecedora en el contexto de la lucha de clases y sobre los ambientes concretos de dominantes y dominados en Haití. En este  ártículo, Nicolás Guillén, nos cuenta como conoció a Jacques Roumain en París. Los dos iban al Congreso por la Defensa de la Cultura, celebrado en España en 1937, en plena guerra civil y a favor de la República y contra el fascismo. En este artículo nos habla del desarrollo ideológico de Roumain y a partir de él como conoce los pormenores de la situación política haitiana y su evolución hacia una concreción de la problemática del vecino y hermano pueblo de Haití. En este artículo habla Guillén de la ultima vez que le vio y señala: «Yo le vi a Roumain la última vez unos días antes de morir, a su paso por la Habana. (…) Almorzó en mi casa ‘algo que tuviera ñame’, como me pidió. Al partir puso en mis manos una copia mecanografiada de la novela y una libreta en que había muchas hojas manuscritas. ‘Son tus poemas’ me dijo». También nos habla de su condición de gran etnólogo al señalar: «Roumain fundó el Instituto de Etnología de Haití y como etnólogo aportó enormes proyectos a la consolidación de las antillas en el contexto de la cultura afro-antillana». Cuando Guillen escribió en «Juventud Revelde», en 1969, un artículo titulado: «Don Fernando», dedicado al gran etnólogo don Fernando Ortiz, no vaciló al decir: «Ortiz careció de la vena artística que tuvo Price-Mars o que era previa en un Jacques Roumain, ambos haitianos». He aquí el valor integral que Nicolás Guillén dio a Roumain.

En las «Elegías» de Nicolás Guillén, escritas entre 1948-1958, encontramos una muy larga, de 8 páginas, titulada: «Elegía a Jacques Roumain», que empieza así: «Grave la voz tenía./ Era triste y severo./ De luna fue y de acero./ Resonaba y ardía». Evidentemente no voy a leer toda la elegía pero si resaltaré la emoción del poeta cubano que sentía por el poeta y por el pueblo haitiano, al decir: «lo que hablábamos, Jacques?/ ¡Ay, lo demás no cambia, eso no cambia!/ Allí está, permanece/ como una gran página de piedra/ como una gran página sabida y resabida,/ que todos dicen de memoria,/ que nadie dobla,/ que nadie vuelve, arranca/ de ese tremendo libro abierto haitiano,/ por esa misma página sangrienta haitiana,/ sangre en las espaldas del negro inicial». Y termina el poema de esta forma épica: «(La aurora es lenta, pero avanza)/ a mi clarín terrestre de cobre ensangrentado!».

El Haití angustioso que le toco vivir a Jacques Roumain está puntualmente revelado en la obra de Nicolás Guillén, en diversos contextos históricos, en lo socio-político, en lo económico y en lo cultural. En todo esto, es evidente que Nicolás Guillén tomo partido por el Haití de las libertades y por la integridad nacional de ese pueblo tantas veces humillado y saqueado por el imperialismo yanqui. Roumain y Guillén tomaron partido por la dignidad de los negros, vilmente despreciados por las tiranías al servicio de las migajas yanquis que dominaban a Cuba y Haití. La voz de Guillén sonó en Cuba a favor de los negros en su rotundo ardor revolucionario y la de Roumain en su Haití, señaló nuevos horizontes de libertad, en estos versos: «No tiembles el combate es nuevo,/ la oleada viva de tu sangre elabora sin yerro/ constante una estación; la noche hoy se ha ido al fondo de las charcas/ el formidable dorso inestable de un astro apenas dormido».