«No voy a volver a Herrera a recoger colillas», afirmaba Juan José Crespo, «Kepa», cuando emprendió la huelga de hambre por unas condiciones dignas que, conscientemente, le costó la vida. El militante vasco no reculó en el pulso político con el Estado español hasta el último soplo de vida. Su ejemplo es recordado y homenajeado […]
«No voy a volver a Herrera a recoger colillas», afirmaba Juan José Crespo, «Kepa», cuando emprendió la huelga de hambre por unas condiciones dignas que, conscientemente, le costó la vida. El militante vasco no reculó en el pulso político con el Estado español hasta el último soplo de vida. Su ejemplo es recordado y homenajeado cada año en Las Carreras, su barrio natal. El sábado volverá a hacerse. Morir para sobrevivir». Esta fue la frase que acuñó el vecino de Las Carreras y militante del PCE (r) Juan José Crespo Galende al describir la huelga de hambre que emprendió en marzo de 1981 en la recién estrenada «cárcel de exterminio» de Herrera de la Mancha. Una descripción trágicamente real, ya que agotóel último y más extremo de los medios de protesta con que cuenta un prisionero. Exhaló el último soplo de vida después de 97 días en huelga de hambre por unas condiciones dignas.
El militante vizcaino pasó en setiembre de 1979, como cientos de vascos más, a engrosar la lista de presos políticos, que no cesaba de aumentar en proporciones aún mayores que antes de la muerte de Franco. Después de ser arrestado junto a otros compañeros por su activismo político, Crespo o Kepa, tal y como lo conocían en su militancia fue torturado durante días a manos de la Policía.
Kepa ha pasado también a la Historia como reflejo de la apuesta fallida que el Estado emprendió tras la muerte de Franco para acondicionar el régimen. Tuvo como objetivo a los prisioneros políticos y la aplicación de una política penitenciaria extrema, marcada por el aislamiento, individual y co- lectivo. Así lo afirma el represaliado político y compañero de Crespo Juantxu Muiños, que fue también uno de los primeros en estrenar la primera cárcel de máxima seguridad del Estado español.
El también ex prisionero político y compañero de Kepa Fernando Rodríguez coincide con Muiños al describir «la vuelta de tuerca» que emprendió el Estado español a partir de 1979 contra los activistas políticos, con la política penitenciaria como herramienta renovada. Hasta aquel periodo, los prisioneros de los GRAPO y del PCE (r) eran recluidos, en su mayoría, en Zamora, pero después de la evasión que cinco militantes de los GRAPO realizaron el 17 de diciembre de 1979 de la prisión zamorana, el Estado español aceleró sus pretensiones y los dispersó. Veintiséis de ellos fueron trasladados a Herrera de la Mancha. Entre ellos estaba Juanjo Crespo.
«Carcel de exterminio»
«Según llegabas a la cárcel, te encontrabas con un pasillo de guardias civiles y luego con otro de la Policía española. Al pasar el pasillo, entre golpes, te esperaba la Policía para darte otra paliza. Y luego, una vez que llegabas al módulo, te esperaban los funcionarios, que a base de continuos golpes te desnudaban», relata Juantxu Muiños, que ha pasado 20 años de su vida entre rejas.
Fernando Rodríguez continúa narrando cómo eran las condiciones de vida «en estas «árceles de exterminio en las que el aislamiento total del preso era el medio paradestrozarlo». Segúnseñala Rodríguez, «más que la carga física de las palizas, lo que más sentías eran las vejaciones, las humillaciones para doblegarte. Y pequeños detalles como que cada vez que salías de la celda eras desnudado, y tenías que ir con la cabeza gacha siguiendo una línea recta, de la que si te salías te ganabas una paliza. En el patio, minúsculo, era igual. Sólo podías andar en una dirección y si salías de la línea marcada, llegaban la paliza y las sanciones».
Los dos compañeros de Crespo radiografían el contexto político para afirmar que los presos emprendieron la lucha por su dignidad, con el único método del que disponían: la huelga de hambre. Así, en 1980 pasaron más de 50 días en ayuno, y con la entrada del nuevo año, en enero de 1981, dos de ellos iniciaban una nueva huelga de hambre en Herrera de la Mancha, a la que, de forma paulatina, se sumarían más presos. Es por aquel entonces cuando los prisioneros republicanos de Irlanda llevan a cabo la protesta conocida como «la huelga de la manta».
«Ya ni oia ni veia»
Las autoridades carcelarias se vieron obligadas a llegar a un «acuerdo» con los presos en huelga. Días más tarde, el Congreso español era escenario del «autogolpe de Estado» del teniente-coronel Tejero. Las cárceles no quedan al margen de las repercusiones de este ruido de sables. Así, el 14 de marzo comienza una nueva huelga «contra el régimen de exterminio impuesto en Herrera de la Mancha». Es Kepa, Juan José Crespo, quien reemprende el pulso político al Gobierno español,;un pulso al que, de nuevo, se van sumando más prisioneros políticos.
Los vómitos de sangre y los mareos comienzan el 28 de abril, ya con 40 días de ayuno. Crespo es trasladado al Hospital Penitenciario, donde es atosigado por los funcionarios para que claudique en sus inten- ciones; el Ministerio de Justicia español envía incluso un grupo de sicólogos para que Crespo y los demás presos desistan de continuar la huelga.
El 2 de junio, ante la grave situación del militante vasco, el ministro de Justicia español accede a recibir a una delegación de familiares. Acepta también el último deseo de Kepa de escuchar música vasca y de que los huelguistas sean examinados por un médico independiente, el cual confirma las sospechas de los presos. El facul- tativo concluye que, dentro de la gravedad, Kepa podía continuar otros cien días en huelga, ya que el agua que bebía estaba manipulada y tenía vitaminas.
«Atado de pies y manos»
«Pues ya ni agua. Hasta el final». Esa es la respuesta de Crespo al análisis médico. Ya para entonces su cuadro era casi irreversible. No veía ni oía, y padecía de dolores extremos. Mientras, el Gobierno español intenta combatir la huelga con estrategias de descréditos difundidas por los medios.
Mikel Ruiz, amigo y compañero de lucha de Kepa, recuerdael día que acudió al Hospital de La Paz, donde fue ingresado Crespo el 8 de junio en estado casi comatoso. «Pese a estar casi en coma, Juanjo estaba custodiado por docenas de policías. Me acerqué a una enfermera yle expuse la situación. Entré al cuarto donde estaba Kepa ataviado como si fuera un médico. No sé si me reconoció, porque no veía ni oía, pero cuando le agarré la mano, sentí que la apretó».
El Gobierno español no vaciló. Los presos del Hospital Penitenciario fueron atados a la cama y alimentados por la fuerza por vía intravenosa. Pero los médicos de Crespo anuncian un inminente desenlace fatal. Los policías, pese a las protestas de los médicos, rodean al militante vasco en estado de coma, y después de atarlo a la cama de pies y manos, le inyectan suero.
El 19 de junio de 1981, tras 97 días, fallece Crespo. Es el primer preso político muerto en huelga de hambre del Estado español. Como dice Mikel, «su generosidad en favor de la lucha del pueblo es manifiesta. Entregó su vida».