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Cronopiando

El Hola, Diana de Gales y Soledad de Quito

Fuentes: Rebelión

Creo que pocas noticias han reflejado con tan dolorosa elocuencia lo enajenantes que son las llamadas revistas y programas «del corazón» como aquella reseña que, en una de esas páginas de periódico en la que ya no caben más anuncios, sirvió para cubrir el hueco entre las nuevas ofertas del supermercado y el último celular […]

Creo que pocas noticias han reflejado con tan dolorosa elocuencia lo enajenantes que son las llamadas revistas y programas «del corazón» como aquella reseña que, en una de esas páginas de periódico en la que ya no caben más anuncios, sirvió para cubrir el hueco entre las nuevas ofertas del supermercado y el último celular en salir al mercado.
Es posible que, al director del periódico, aquel cable, aunque refería un suceso común, porque común es la alienación que provoca la prensa «rosa», le llamó la atención por la inusual truculencia del relato, motivo por el que se decidió a publicarla y, les confieso que, después de leer la noticia, ya no tuve ánimos para seguir leyendo nada.
Ocurrió hace ocho años, días después de que Diana de Gales muriera en París.
La noticia hablaba de Soledad López, una mujer ecuatoriana, de 32 años, con tres hijos entre pecho y espalda, un marido alcohólico y una modesta vivienda en alquiler provista de dos piezas y una única ventana, situada en un suburbio de Quito.
Soledad se ganaba la vida que perdía vendiendo café en una calle no muy lejos de su domicilio, consciente de que nada nuevo había de reportarle el día siguiente que no fuera el calendario.
Soledad nunca había estado en Inglaterra, ni asistido a recepción alguna en el palacio de Buckingham. Tampoco había conversado, siquiera alguna vez, con la reina madre, el príncipe,los infantes u otros miembros de la corte, de cualquier corte, pero se emocionó cuando supo que Diana, por fin, iba a ser princesa; que, felizmente, su futura suegra había dado el consentimiento; que la boda haría palidecer el mejor cuento de hadas.
Soledad no fue invitada a la boda, tampoco pudo enviarle una felicitación a la princesa por sus festivas nupcias, pero nada contuvo su alegría cuando supo que la princesa iba a ser madre y, como Diana, también Soledad participó en aquel desfile de modas prenatal a beneficio del hambre en Etiopía.
Soledad no estuvo en el noble parto ni asistió al regio bautizo, pero sintió un nudo en la garganta cuando se enteró de que el matrimonio de su princesa y Carlos naufragaba, cuando supo que el príncipe tenía una amante y que estaba pensando divorciarse, cuando advirtió que dormían en alcobas separadas.
Supo también que la familia real no terminaba de aceptarla, que Diana se había mostrado deprimida luego de asistir a la tradicional caza del zorro… y, cada vez más cerca de su princesa, al igual que ella, visitó hospitales consolando enfermos, iglesias donde ganar indulgencias, playas en la que relajarse, estudios de televisión en los que desmentir rumores; también vistió su juvenil minifalda, su descocado escote, su negro traje de noche, sus desenfandados «jins»; y se puso sus botas de amazona, sus tacones altos, se cortó los cabellos, se volvió a pintar los labios…
Como Diana, también Soledad, gracias a Hola, se bañó en la Riviera, esquió en los Alpes, cenó en Roma, jugó al tenis en Londres, cabalgó en Dublín y paseó por Nueva York, mientras compungida asistía al anímico derrumbe de su princesa y sufría los desplantes a que la sometía el príncipe.
Una noche, una trágica noche para Soledad de Quito, los medios de comunicación que habían dado vida a su princesa, también se ocuparon de su muerte, y la campesina ecuatoriana, enajenada, no pudo soportarlo. Antes de que sus hijos volvieran de la calle y su marido volviera a golpearla, dejó escrita su pena por la muerte de Diana de Gales, se ató una soga al cuello y se colgó de su única ventana.