Tuve la singular experiencia de haber sido, dos veces, Embajador de Cuba en las Naciones Unidas, aunque desde la primera época ya tuve relación con Lucius, con IFCO, por supuesto con el Consejo Nacional de Iglesias, pero cuando regresé a comienzo de los años 90 fue cuando tuve una relación más fuerte, más intensa con […]
Tuve la singular experiencia de haber sido, dos veces, Embajador de Cuba en las Naciones Unidas, aunque desde la primera época ya tuve relación con Lucius, con IFCO, por supuesto con el Consejo Nacional de Iglesias, pero cuando regresé a comienzo de los años 90 fue cuando tuve una relación más fuerte, más intensa con nuestro querido hermano.
Hay que recordar de qué tiempo estamos hablando. Cuando comenzaba aquel 1990, se derrumbó el campo socialista, no había en América Latina nada que se parezca a lo que hay ahora; en Washington estaban elaborando nuevos proyectos para hacer todavía más dura la guerra económica contra nuestro país; se iba a concretar la Ley Torricelli primero y después la Ley Helms Burton; la izquierda atravesaba posiblemente su peor momento y era la estampida de los ex revolucionarios, en ese momento estaba de moda la traición, el abandono, el aislamiento. Lo más que teníamos entonces era la supuesta «comprensión» de algunos que recomendaban abiertamente que renunciáramos, que abandonáramos los ideales revolucionarios porque ya eso se había acabado. Se fueron publicando libros que indicaban la última hora de Castro, el último mes de la Revolución, el último día, etcétera, etcétera. La gente se alejaba de nosotros y fue entonces cuando Lucius se acercó con más energía, con más fuerza.
Recuerdo que cuando mi segunda estancia en Naciones Unidas, años 90, 91 y 92, entonces sí tuve el privilegio de conocerlo a fondo, de cultivar su amistad y ver cuánto de adhesión a los principios, de fe en sus convicciones y espíritu solidario había y hay en Lucius Walker. Yo tengo también mis reservas en eso de utilizar el tiempo pasado a la hora de hablar de Lucius como de muchas otras gentes. Me parece mucho más exacto pensar en alguien que por supuesto está aquí exactamente en este lugar al que tantas veces vino.
Creo que sinceramente Lucius Walker fue un ejemplo de solidaridad y de internacionalismo. Pocos amigos tan sinceros, tan enteros ha tenido nuestro pueblo y pocos hombres también tan consecuentes; porque no fue tan solo la situación de Cuba la única preocupación de Lucius. Por lo menos la última reunión pública documentada fue la reunión con Fidel en julio en el Memorial José Martí. Recuerden lo que hizo Lucius, recuerden qué fue lo que le preguntó Lucius a Fidel. Su preocupación sobre Haití, porque él estaba también preocupado por Haití, como lo estuvo por El Salvador, por Nicaragua, como lo había estado por aquel Haití en el que se impuso la tiranía y que él y sus compañeros de iglesia estuvieron en primera fila en la solidaridad con ese pueblo, precisamente, muy cerca de donde está su iglesia en Brooklyn.
Lucio además fue un ejemplo de cristianismo. No me toca juzgar porque estoy rodeado de autoridades mucho más autorizadas para ello; pero como estamos hablando de anécdotas y testimonios muchas veces al reunirme con Lucius en nuestra misión cubana allá en Manhattan para hablar de los problemas de Cuba, cuando como les decía otros se alejaban, Lucius era de aquellos pocos que sentía una angustia por Cuba, más de una vez lo dijo: «¿Cómo vivir sin Cuba? ¿Cómo continuar viviendo y luchando sin la Revolución cubana, sin lo que Cuba significa para nosotros?».
Por cierto, dije que eran pocos, muy pocos entonces, hoy hay que decir que son muchos y cada día son más. No ya los que tengan la angustia porque Cuba pueda desaparecer sino los que comprenden, como Lucius y muchos otros, la significación que tuvo la lucha heroica de nuestro pueblo por la emancipación humana en todas las partes del mundo.
Recuerdo también que hablábamos de sus ideas religiosas, de sus creencias. Cuántas veces no hablamos allá en Nueva York de esa presencia de la idea de amor al prójimo. Si mal no recuerdo la primera referencia aparece en el Levítico y va a acompañar los textos bíblicos hasta las epístolas de Pablo: «Amaras a tu prójimo como a ti mismo, en eso sabrán que son mis discípulos», ustedes conocen más que yo de esto. Pero qué difícil es amar al otro como a uno mismo, que difícil es, incluso, para un religioso amar al otro como Cristo nos amó y eso fue Lucius Walker. Llegar a eso es alcanzar al hombre nuevo y ese hombre nuevo tuve el privilegio de conocerlo y compartir con él muchas jornadas en Manhattan y de aprender cómo, a pesar de las dificultades que confrontábamos entonces, había una fuerza en la que se podía confiar y algún día se haría sentir y ayudaría a este pueblo de aquel trance único de dificultad y de riesgo por el cual atravesamos. No quiero decir, por supuesto, que ahora no tengamos también dificultades grandes y riesgos que no podemos subestimar.
Voy a concluir expresando mi convicción de que la lucha va a continuar y que los amigos y compañeros de Lucius, como me decía Ellen Bernstein en un mensaje que me envió hoy, ella lo dijo en inglés, sin embargo, pero esa frase la escribió en español: «seguiremos adelante», continuarán la lucha preservando y desarrollando el legado de Lucius, un hermano para quien parecían dedicadas aquellas palabras que San Juan Apóstol escuchó: «Sé fiel a la muerte y yo te daré la corona de vida».