Fueron incontables y prácticamente no tuvieron límites las manifestaciones de la megalomanía de Francisco Franco, las adulaciones a su persona por todo tipo de dignatarios militares, civiles y eclesiásticos, incluida la atribución a su persona de caracteres divinos.
Es difícil elegir un ejemplo para comenzar, entre muchos posibles, a cual más prepotente y exagerado, que podrían ser atribuidos a una patología si no tuvieran una oscura lógica de sometimiento absoluto, de entronización de un liderazgo despótico. Al que no sólo no se podía hacer ninguna objeción, sino siquiera sustraerse a la celebración cotidiana y al elogio desmesurado.
Hasta los presos políticos estaban obligados a hacer el saludo fascista y cantar el himno falangista Cara al sol…
Sólo Dios arriba suyo.
Podría comenzarse por el artículo 47 de los estatutos de Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, interminable y rimbombante nombre del partido unificado que el dictador fundó a la fuerza en abril de 1937.
Redactado en ese mismo año ese inciso establecía: “El jefe nacional […] supremo Caudillo del movimiento, personifica todos los valores y todos los honores del mismo como autor de la era histórica donde España adquiere las posibilidades de realizar su destino y con él los anhelos del movimiento; el jefe asume en su entera plenitud la más total autoridad. El jefe responde ante Dios y ante la Historia”.
Obsérvese el grado de omnipotencia. Ningún ser viviente podía pedirle cuentas mientras estuviera vivo. Sólo Dios dispondría de su alma después de su “tránsito a la inmortalidad”. Y la Historia daría su veredicto, de seguro favorable, para entronizarlo como el padre de la nueva España.
Otra muestra de adulación, al extremo de estar acuñada en las monedas de curso legal en la España franquista e incluso muchxs años después fue el lema: Francisco Franco Caudillo de España por la gracia de Dios”.
Volviendo de algún modo a la lógica del absolutismo, nada menos que la divinidad daba respaldo a la autoridad de Francisco Franco. Cabe aclarar que la jerarquía católica en ningún momento expresó desacuerdo alguno en que, junto a la efigie del genocida apareciera esa divisa. Las autoridades eclesiales lo bendijeron sin tapujos.
Otra entronización de raíz religiosa del liderazgo del llamado Caudillo fue que se le permitiera entrar bajo palio en catedrales e iglesias, él y su esposa cubiertos de una suerte de toldo sostenido por varias personas. Todo en carácter de homenaje al “jefe de la gloriosa cruzada nacional”, un apelativo que sus secuaces eclesiásticos le asignaban con frecuencia.
Jefe de Estado, jefe de Ejército.
Un parágrafo lo merecen sus títulos grandilocuentes. Algunos sólo establecidos para rendirle pleitesía, otros al servicio de otorgarle poderes bien efectivos e inamovibles.
Fue nombrado Jefe del Estado español. En realidad el decreto que lo designó, en los primeros meses de la guerra civil, sólo lo elevaba a “jefe de gobierno del Estado español”.
En su artículo primero puede leerse: “En cumplimiento de acuerdo adoptado por la Junta de Defensa Nacional, se nombra Jefe de Gobierno del Estado Español al Excmo. Sr. General de División don Francisco Franco Bahamonde, quien asumirá todos los poderes del nuevo Estado”.
Pero en seguida se transformó en “Jefe de Estado” a secas. No es un problema sólo terminológico. El gobierno está, por definición, sujeto a un tiempo de vigencia, la jefatura de Estado (los reyes son tales jefes, por ejemplo) puede ser a perpetuidad, como de hecho lo fue en este caso.
El 1 de octubre, aniversario de su asunción como jefe de Estado en 1936, fue convertido en festividad nacional oficial, bajo la invocación “Día del caudillo” o “Fiesta Nacional del Caudillo”. El dictador pasaba a tener un feriado enteramente dedicado a su homenaje.
En el mismo decreto, en su segundo artículo, se lo designaba: “Generalísimo de las fuerzas de aire, mar y tierra.” Lo que le otorgaba el mando único e indiscutible de todas las unidades de combate de las fuerzas armadas.
Publicidades y publicaciones
Cuando aparecía ante públicos numerosos, los asistentes gritaban tres veces: ¡Franco, Franco, Franco! Un vítor cuasi obligatorio para elevar aún más la exaltación del jefe supremo.
También se puso en marcha una gran campaña publicitaria que lo presentaba como un líder “fuerte, modesto, generoso y sencillo”. Si no se tratara de un feroz dictador, haría gracia que semejante egocéntrico fuera motejado de “modesto” y “sencillo”.
En Radio Nacional de España se realizaba un programa destinado a los niños pensado para atender a, textuales palabras: “la necesidad de ir sembrando en sus almas, y en justa medida, la idea de Patria, de amor al Caudillo, de obediencia, de disciplina, de admiración.”
Aquí la arrogancia totalitaria en otro punto culminante: El aparato nacional de propaganda, y en última instancia el jefe, en su espíritu megalómano, se atribuían la potestad de “sembrar en las almas” de la infancia.
La historia oficial de la guerra “incivil”.
Con respecto al relato oficial de la contienda española, se atribuía allí a Franco la autoría del golpe. Flagrante mentira, siendo que se había sumado a último momento. Y durante algunos meses no se lo reconoció como jefe del llamado “alzamiento nacional” o “glorioso alzamiento”, era sólo un general de división entre otros.
Se ocultaba asimismo que el ejército de Franco tenía una gran superioridad en armamento, logística y nivel de formación de la mayoría de sus oficiales. Todo al servicio de presentar la victoria como producto exclusivo de la “genialidad” del jefe, aún bajo supuestas circunstancias adversas.
Bajo esos lineamientos se escribió una obra en varios volúmenes, bajo el título Historia militar de la guerra de España.
Otras manifestaciones no tan oficiales, pero también provenientes del aparato estatal, enaltecían a Franco hasta el borde de la alienación. José Millán Astray, militar laureado y mutilado de guerra, que había sido jefe de Francisco Franco en la Legión, lo saludó como “enviado de Dios, como conductor para la liberación y el engrandecimiento de España.”
Hasta se hizo hablar a los muertos. Víctor Ruiz Albéniz, uno de los jerarcas del periodismo oficial más cercanos a Franco, atribuyó al fallecido general Emilio Mola, el jefe más importante después del nombrado “generalísimo”, las siguientes palabras: “Lo único que faltaba a España era un hombre que la pusiera en pie. Franco lo ha hecho.” De hecho Mola era su rival y no es verosímil que haya pronunciado esas palabras.
—————-
Se podría seguir con centenares de ejemplos. Todo era poco. La Victoria (así, con mayúscula) en la supuesta “Cruzada” todo lo permitía, y daba derecho sobre vidas y haciendas de todo el pueblo español. Lo que, salvo una casta de privilegiados, no sólo se aplicaba a sus opositores, sino a veces también a sus partidarios. Varios de los cuales terminaron en la cárcel por oponerse a alguna decisión del llamado Caudillo.
Es importante tomar conciencia asimismo de que este culto rayano en la enajenación fue una condición entre las que dieron alas a la consumación del genocidio contra centenares de miles de españolas y españoles.
Algo que debe conocerse para sostener la memoria e incluso estimular la reflexión.
***
Este artículo se basa en la columna semanal que el autor realiza en el programa Memoria en rojo, amarillo y morado, en radio Caput, de Buenos Aires, Argentina.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.