Toda misión militar implica un riesgo del que siempre suelen ser conscientes los que en ella participan. Ese riesgo cubre una amplia gama de contingencias que incluye la muerte en acción. Desde unas simples maniobras desarrolladas a pocos kilómetros del acuartelamiento, en las que puede volcar un vehículo de combate o hacer explosión prematura un […]
Toda misión militar implica un riesgo del que siempre suelen ser conscientes los que en ella participan. Ese riesgo cubre una amplia gama de contingencias que incluye la muerte en acción. Desde unas simples maniobras desarrolladas a pocos kilómetros del acuartelamiento, en las que puede volcar un vehículo de combate o hacer explosión prematura un proyectil, hasta el despliegue en lejanos teatros de operaciones, como es hoy Afganistán, las actividades militares llevan siempre consigo el riesgo de muerte de sus protagonistas.
De nada sirve suavizar o disimular, ante la opinión pública, la finalidad última de cualquier misión. Bien sea que las unidades militares se hallen patrullando una «zona hortofrutícola» o bien sea que se encuentren en «misiones de paz» para ayudar al desarrollo de elecciones en un país donde la guerra ha persistido durante varios decenios, cualquier mando militar sabe que puede sufrir bajas e incluso es capaz de efectuar una estimación de su probabilidad. Toma sus decisiones para que aquéllas sean mínimas y procura exigir a sus soldados el más estricto cumplimiento de las medidas de seguridad compatibles con el buen desarrollo de la misión encomendada.
Hasta aquí, en el ámbito de la profesión militar, la muerte en acto de servicio está plenamente asumida como un factor más de las operaciones a desarrollar. Como lo están otro tipo de bajas que, sin causar la muerte, obligan a atender sanitariamente a los heridos. Los servicios de Sanidad de los ejércitos de todo el mundo poseen datos estadísticos que les permiten conocer a priori las necesidades que cada tipo de operación puede llevar consigo; hasta el número de bolsas para trasladar los cadáveres. Es la escueta realidad de la actividad militar, en paz o en guerra, en casa o en el extranjero.
Es en el ámbito de la política nacional donde se abren otro tipo de interrogantes de más difícil respuesta. «A excepción del año 2003, las víctimas [españolas] de la lucha contra el terrorismo superan a las víctimas del terrorismo», se lee hoy en un medio digital, en el que se hace el recuento de todos los españoles que han muerte en distintas operaciones relacionadas con las actividades militares internacionales en las que ha participado nuestro país. Puede discutirse si el recuento es o no exacto, pero este tipo de comentario es el que afecta directamente al ámbito de las decisiones políticas y dentro de él necesita ser aclarado.
Lo que los ciudadanos probablemente desearán conocer con detalle, tras lo ocurrido el pasado martes en Afganistán, no es esencialmente si el helicóptero fue derribado por un misil o sufrió las consecuencias de un accidente mecánico o de un fallo humano. (Por cierto, sorprende leer en las declaraciones oficiales la alusión a un «ataque exterior»: ¿es que puede ser concebible un ataque «interior», desde dentro del propio helicóptero? A veces, la innecesaria tendencia a complicar los comunicados oficiales los hace aún más ininteligibles). Porque, como se decía al principio, cualquier actividad militar implica un riesgo, incluido el mortal.
Lo que todo gobierno debe explicar con claridad suficiente son las razones básicas de la participación militar en unas operaciones de pacificación, y esto el Gobierno español lo hizo al requerir y obtener el necesario apoyo parlamentario. No cabría, por tanto, reactivar ahora el áspero y bronco enfrentamiento político que muchos españoles venimos contemplando con innata repugnancia durante los últimos meses.
Si el accidente del que hoy todos nos dolemos es un factor que ha de cambiar los planteamientos de toda la operación, dígase así y explíquese debidamente. Porque sería difícil entender que en su tiempo se adoptase la decisión de participar en ISAF (Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad) sin tener presente el riesgo que hoy se pone tan en evidencia. Y habría que decidir también si existe o no un límite en cuanto al número de bajas que, superado, haría abandonar definitivamente la participación en la misión. Por último, y a pesar de haberse debatido esta cuestión en el Parlamento, convendría exponer al pueblo español, con la máxima claridad, qué es lo que España obtiene desplegando sus fuerzas en Afganistán y poniendo en riesgo a sus soldados.
* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)