El gobierno cubano impulsa un fuerte ajuste económico, en medio de una crisis que combina inflación y regreso de los cortes de luz. Las reformas impulsadas en los últimos años han sido erráticas y no han logrado superar los bloqueos internos de un modelo crecientemente inviable.
Cuba transita la tercera década del siglo XXI sumida en una profunda crisis económica, desbordada ya hacia lo social y lo político. El «Periodo Especial en Tiempos de Paz», tal como el gobierno denominó la crisis que sucedió a la caída del bloque socialista, se ha hecho interminable para no pocos hogares.
Si nos atenemos a los indicadores tradicionales, el trance actual es más leve que el vivido en la década de 1990. El PIB en 2023 se ubica 9,2% por debajo de los niveles de 2018 (según las cifras oficiales), mientras que el colapso de principios de los 90 provocó un derrumbe de 40% en cuatro años. El problema es que casi todo lo demás está peor.
Para empezar, los puntos de partida de ambas crisis son muy diferentes. En 1990, Cuba venía de una etapa de relativa prosperidad, con servicios sociales robustos y una desigualdad de ingresos pequeña. Pero luego de casi tres décadas de estancamiento económico y creciente diferenciación social, se han resentido los sistemas sanitario y educativo; la famosa «libreta de abastecimiento» entrega poco y cada vez menos, con intermitencias y retrasos; la redistribución de la riqueza se ha debilitado notablemente en medio de necesidades acrecentadas de una parte no despreciable de la población. En síntesis: el «pastel» se ha hecho más pequeño y se reparte de manera menos equitativa.
Un repaso de otros indicadores ilustra la magnitud de las dificultades. El índice de producción industrial (1989=100) solo llegó a 46 en 2022. Para el sector azucarero, otrora locomotora de la economía, esa cifra fue de 7. La zafra más reciente fue aún peor. En varias ramas de bienes de consumo e insumos la contracción es más profunda. Las producciones agropecuarias se han deprimido sustancialmente: comparando 2022 respecto de los niveles de 2018, las «viandas» cayeron 19%, las hortalizas 42%, el arroz 69%, los frijoles 57%, la leche 36%, los huevos 15% y la carne de cerdo 90%. Hay que tener en cuenta, además, que los volúmenes de 2018 ya eran insuficientes, las importaciones han descendido y el descenso productivo se mantuvo en 2023.
Un panorama similar se observa en el sector externo. Tomando los valores de 2013 como referencia, las exportaciones se han reducido a menos de la mitad y las importaciones, 37%. Los volúmenes son inferiores porque los precios han aumentado de manera significativa. Los superávits en cuenta corriente se transformaron en déficits a partir de 2020, y luego de una renegociación exitosa de la deuda externa con un grupo de países del Club de París a fines de 2015, se ha llegado a una situación en la que se han suspendido los pagos a acreedores y proveedores. En el último año se logró renegociar algunos adeudos con Rusia y China, pero la situación financiera externa es de máxima tensión. Por su parte, la inversión extranjera ha quedado muy por debajo de las aspiraciones de las autoridades y las remesas se han resentido (en este aspecto hay cálculos divergentes en distintas fuentes).
Estos choques se han expresado en crecientes desequilibrios macroeconómicos. La inflación se disparó a partir de 2021 y las cifras estimadas a partir de la variación del deflactor del PIB y del consumo de los hogares, así como el comportamiento de los precios en el mercado informal, sugieren que la inflación efectiva es superior a la reportada por fuentes oficiales (77% en 2021, 39% en 2022, 31% en 2023) y llega a cifras de tres dígitos. Un efecto paralelo es la depreciación del peso, cuya cotización en el mercado informal pasó de 40 pesos por dólar en enero de 2021 hasta 340 pesos por dólar a principios de abril de 2024, lo que representa una pérdida de 88% de su valor. Las causas inmediatas se hallan en los abultados déficits fiscales, la caída de ingresos en divisas y la severa contracción de la oferta de bienes y servicios. Las propias autoridades han planificado un déficit público equivalente a casi 20% del PIB para 2024.
Orígenes de la crisis
Los orígenes de esta crisis tienen dos dimensiones. Por una parte, en medio de marchas y contramarchas de variable intensidad y duración, Cuba ha tenido desde 1959 un modelo económico de corte soviético. Sus características fundamentales se mantienen hasta nuestros días: hipertrofia del sector público, empresas estatales ineficientes con escasa o nula competencia, baja productividad e ingresos reales estancados para la mayoría de los trabajadores, asignación burocrática de factores e insumos, igualitarismo y baja competitividad externa. Las causas de esos problemas son conocidas y han sido profusamente descritas en la bibliografía especializada. Más allá de aspiraciones idealistas, es un modelo que no permite el desarrollo de las fuerzas productivas en las condiciones de un país pequeño sin recursos naturales y a 90 millas de un mercado natural al que no tiene acceso: Estados Unidos.
La otra dimensión se vincula con la fórmula que encontraron los líderes cubanos para enfrentar el colapso de la Unión Soviética, que suponía una amenaza existencial. Sin abandonar el estatismo a ultranza, introdujeron cambios incrementales en áreas seleccionadas para detener la caída y retomar un crecimiento que a todas luces ha sido muy moderado e insuficiente. Se evitó el colapso, pero sin progreso. Fue un cambio para que todo siguiera igual. La dirigencia de la isla parece haber arribado a la conclusión de que las alternativas existentes para el desarrollo comportan demasiados riesgos políticos, que en última instancia no está dispuesta a aceptar.
En el camino encontraron la Venezuela de Hugo Chávez y la «marea rosa» en América Latina. La mejora del entorno político de la región fue un factor primordial para conseguir avances en las relaciones con la Unión Europea y el propio Estados Unidos de la era Obama. El denominador común es el principio de buscar, a toda costa, fuera de Cuba la solución para la inviabilidad económica del modelo cubano.
A partir de 2016 se han combinado un conjunto de factores domésticos y externos que han desembocado en una nueva época de penurias. En casa, como era de esperar, las reformas parciales e incoherentes no dieron los resultados esperados. Todavía peor, los sectores más conservadores del gobierno consiguieron levantar el fantasma de las consecuencias imprevisibles derivadas del fortalecimiento de un verdadero sector privado nacional, cuyos intereses, se dice, están irreconciliablemente enfrentados con la ideología oficial y demasiado cercanos a la potencia del Norte.
Casi simultáneamente se empezaron a manifestar los efectos de la crisis económica en Venezuela. El síntoma más visible ha sido la casi total desaparición de programas conjuntos financiados por Caracas y la reducción lenta pero sostenida de los envíos de petróleo, un capítulo particularmente sensible para la economía cubana. Desde máximos equivalentes a poco más de 90.000 barriles diarios de petróleo (bdp) hace una década, los despachos se han reducido a 50.000-55.000 bdp. En 2023, México realizó varios envíos, pero el pésimo estado de las plantas eléctricas y la logística interna agravan los problemas. Durante buena parte de 2024, la mayoría de los cubanos ha enfrentado cortes eléctricos de varias horas diarias.
El arribo de Donald Trump a la Casa Blanca sepultó los beneficios del deshielo a medias con Estados Unidos. El republicano no solo reintrodujo la mayor parte de las sanciones, sino que alcanzó nuevos máximos al activar el Título III de la Ley Helms-Burton, reintroducir a Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo y o suspender licencias a empresas que operaban el servicio de remesas hacia la isla.
La pandemia de covid-19 fue, en este contexto, la «gota que derrama la copa». Los efectos han sido devastadores para una economía que llegaba muy debilitada y sin reservas para enfrentar un golpe de esa magnitud. El turismo internacional prácticamente desapareció en 2021 y la recuperación posterior ha sido muy lenta, quedando muy retrasada respecto a otros competidores del Caribe. Los visitantes de la comunidad de cubanos residentes en el exterior, particularmente Estados Unidos, eran una fuente apreciada de llegada de remesas y de artículos de todo tipo. Los cubanos también habían aprovechado oportunidades en otros destinos de la región como Panamá, México y Guyana para crear verdaderas redes internacionales de abastecimiento de mercancías. Casi todo eso se esfumó en pocos meses.
Desde entonces, todo ha ido de mal en peor en el ámbito doméstico y externo. El gobierno ha cometido costosísimos errores de política económica, como la denominada «Tarea Ordenamiento», que intentó establecer un nuevo arreglo monetario-cambiario, unificando el peso convertible con el peso cubano, en el peor momento imaginable. El resultado ha sido inflación y una depreciación imparable de la moneda nacional.
La apuesta por una remontada en el flujo de visitantes externos no ha dado resultados, mientras que se han destinado grandes volúmenes de recursos a la construcción de hoteles de alto estándar, a todas luces innecesarios para la demanda previsible. La interrupción de las cadenas de suministro ha precarizado aún más el comercio exterior, y esto ha sido exacerbado por la invasión rusa de Ucrania. Téngase en cuenta que Cuba depende críticamente de la compra de alimentos, fertilizantes y combustibles.
Este coctel fatídico tiene graves consecuencias sociales y políticas. El descenso pronunciado de la producción agropecuaria y las importaciones ha puesto a una parte importante de la población en riesgo de no cubrir sus necesidades nutricionales básicas. Recientemente, circuló la noticia de que las autoridades habían pedido ayuda directa al Programa Mundial de Alimentos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para garantizar la entrega de leche en polvo a los niños menores de siete años. La escasez de medicamentos alcanza niveles alarmantes, tanto en farmacias como en hospitales. En 1990, cuando se publicó la primera versión del índice de desarrollo humano (IDH), la isla ocupaba el lugar 51 entre 141 países, bordeando el tercio superior de la distribución. En 2021, su posición se deslizó hasta el lugar 83. Ahora solo supera a 57% de los países incluidos en el índice. En ese periodo se perdieron 22 lugares, 10 de ellos desde 2019. En 2009 (antes del comienzo de las reformas impulsadas por Raúl Castro), el gasto social era equivalente a 37% del PIB, mientras que se redujo hasta 27% en 2022.
La «unidad» del pueblo, de la que los dirigentes cubanos se enorgullecían en el pasado, va dando paso al desencanto, la duda y la crítica abierta, tanto en las redes sociales como en las calles. En julio de 2021 se vivieron protestas multitudinarias en varias ciudades de la isla, incluida La Habana; y a mediados de marzo de 2024 se repitieron con menor intensidad en la zona oriental. La incapacidad para llevar a cabo las propias reformas acordadas y el camino particularmente errático de estos años han erosionado la confianza de la población en la capacidad del gobierno para conseguir la recuperación económica. Esa incredulidad hace que las nuevas generaciones identifiquen «socialismo» y «Revolución» con penurias sin fin.
Cuando la «voz» se hace imposible o comporta demasiados riesgos, la «salida» aparece como una solución deseable. Los números son inexactos, pero cálculos conservadores señalan que más de medio millón de cubanos ha abandonado el país desde 2021, en lo que sería la mayor estampida migratoria desde 1959.
Bloqueos internos
Más allá de las onerosas sanciones de Estados Unidos (el bloqueo), es evidente que el modelo actual es incapaz de dar respuesta a las legítimas aspiraciones de progreso del pueblo cubano. Su inviabilidad económica ha sido reconocida abiertamente por aliados habituales de la isla como China o Vietnam. Sin embargo, el guion de las autoridades permanece inalterado. En medio de consignas huecas se introducen ajustes intrascendentes sin mayor impacto. Es preocupante la incapacidad demostrada para elaborar un plan de recuperación atemperado a las condiciones actuales, internas e internacionales.
El devenir de las empresas privadas (pymes), autorizadas en 2021, ofrece un ejemplo revelador. Históricamente, el gobierno se ha movido entre su aceptación a regañadientes y la hostilidad abierta. Ello redunda en restricciones que impiden que estas desarrollen todo su potencial. Pese a todo, el sector no estatal (privado y cooperativo) ya ofrece trabajo a 36% de los ocupados formales. En términos de empleo, la empresa estatal dejó de ser el actor con dominio absoluto en la actividad productiva. Las autoridades cubanas asisten a esta realidad con una mezcla de perplejidad y desorientación. A las pymes se las responsabiliza de casi todos los males (inflación y desigualdad), mientras que se espera que hagan una contribución sustancial a la mejora de la situación.
En diciembre de 2023, el gobierno anunció nuevas iniciativas de política económica destinadas a «corregir distorsiones e impulsar la economía». Las propuestas versaron sobre el papel del sector privado y las pymes, el comercio internacional y las regulaciones arancelarias, la inversión y el mercado de divisas e incluyeron incrementos de precios y reducción de subsidios. En marzo de este año se comenzaron a aplicar los fuertes aumentos de los combustibles y la electricidad (a quienes consumen más allá de cierto umbral), y más recientemente, al tabaco y los cigarros. Estas medidas parecen tener, no obstante, un potencial limitado para contribuir a la recuperación económica. La estrategia fiscal se centra más en la recaudación de ingresos que en contener los gastos, como lo indica la incompleta información presupuestaria presentada. Los incrementos en los precios y la venta de productos en dólares son asociados al objetivo de reducir los subsidios, aumentar los ingresos presupuestarios y controlar el déficit fiscal. Sin embargo, las proyecciones del gobierno indican que el déficit en las cuentas públicas continuará creciendo en 2024.
En este momento, es difícil determinar cuál es la efectividad de estas decisiones. Los incrementos decretados se amplifican hacia otras ramas, ya que la energía es un insumo clave para la producción y distribución. Cualquier intento administrativo de controlar el mercado informal de divisas sin un aumento sostenido en la oferta de divisas está destinado al fracaso. Y nuevas restricciones sobre el sector privado son incompatibles con la urgente necesidad de aumentar la cantidad de dólares. Sin reformas estructurales, cualquier alivio temporal externo solo produce endeudamiento.
El futuro inmediato aparece muy problemático. El escenario más favorable sería una contención de los impactos más severos de la crisis, como la escasez de alimentos y medicinas, o los apagones, que solo podría llegar de la mano de apoyos concesionales de aliados extranjeros. No queda claro qué se entregará a cambio. ¿Puede Cuba desplegar todo su potencial en medio de un conflicto permanente con Estados Unidos? No parece probable. ¿Volverá a ser la geopolítica mundial un factor primordial en la viabilidad de la isla? Ojalá que no. Pero no se debería apostar a una mejora del entorno externo para esquivar las impostergables transformaciones que urgen en el ámbito doméstico. Un nuevo paradigma de desarrollo es imprescindible y el pueblo cubano debe tener agencia para determinar ese rumbo.
Fuente: https://nuso.org/articulo/el-interminable-periodo-especial-cubano/