El mundo pudo conocer una ínfima parte de lo que ha promovido el presidente Uribe, desde su voz apacible, sonrisa confiada y mirada calculadora.
A Martha Lucía Flores, madre de Julio César, no le cayó bien lo que pasó con el presidente Uribe Vélez. Ella esperaba más. Así lo dijo en televisión. Imaginaba que iría a prisión, como Alberto Fujimori. Creía que moriría en la cárcel, escribiendo sobre una de las paredes, múltiples crucecitas para indicar cuánto tiempo llevaban tras las rejas.
Pero no fue así. Hasta el momento el ex mandatario no irá a la guandoca, el bote, la cana, la gayola, la trena, el talego, la chirona o como usted quiera denominar a un penal. Si mucho, en el peor de los escenarios, hubiera terminado en El Ubérrimo, cumpliendo una sentencia de casa por cárcel y rodeado de vacas, caballos finos, patos, bimbos y las ganillinitas a las que su esposa les da maíz tras llamarlas con el infaltable cutu-cutu.
La rabia y la frustración de Martha Lucía es comprensible. Su hijo, Julio César, enfrentaba un retraso mental que le descubrieron cuando era muy
pequeño y no reaccionaba como los demás ante los llamados de sus familiares. Tenía 18 años cuando desapareció, una noche en que lo mandó a compra un pan en la tienda de la esquina. Lo buscó varios días en su agitada Soacha y apareció en el municipio de Ocaña, en Santander, con uniforme camuflado, botas pantaneras y un fusil. Él, que ni siquiera sabía cómo funcionaba una cauchera.
Fue a mediados del 2008. Julio César estaba junto a los cuerpos de otros jóvenes a los que el ejército, en ese momento, hizo pasar por guerrilleros
ultimados en combates.
Si hubiese podido hablar con doña Martha, le habría dicho que el juicio moral jamás nadie podrá borrarlo y que la imagen, que tanto cuidó Uribe a
nivel internacional, quedó empañada. La conciencia de lo que realmente pasó, acompañará al expresidente donde quiera que se encuentre, y esa conciencia acusadora es más terrible que una cárcel oscura y húmeda. Lo que claman esta madre desconsolada e infinidad de colombianos, es que se haga justicia que, aunque tarde, siempre llega.
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