Decía un tertuliano de esos de sesuda incontinencia tan habituales en los medios, que el juicio celebrado en Madrid por el acto de la izquierda abertzale en Anoeta no había servido para nada. Pero no hay porqué ser tan pesimista. La verdad es que ha rendido sus frutos. Gracias a esa nueva mascarada judicial que, […]
Decía un tertuliano de esos de sesuda incontinencia tan habituales en los medios, que el juicio celebrado en Madrid por el acto de la izquierda abertzale en Anoeta no había servido para nada.
Pero no hay porqué ser tan pesimista. La verdad es que ha rendido sus frutos. Gracias a esa nueva mascarada judicial que, temo, no será la última, la propuesta de la izquierda abertzale ha vuelto a mostrar su fortaleza, como ha quedado en evidencia, desnudando de nuevo sus políticas miserias, la Audiencia Nacional.
Ha servido el juicio para volver a enfatizar la necesidad de un futuro para Euskalherria en paz, sin secuestrados presos ni presos secuestrados, sin tiros en la nuca o en la sien, que precisa razones, no exabruptos; y que demanda voces, no mordazas.
Y ha servido, además, para proyectar, en todos los sentidos, la calidad humana de líderes como Otegi, Permach y Alvarez.
También ha permitido que, por una vez, en un tribunal del estado español, una digna voz secundada por solidarios aplausos, inmediatamente expulsados de la sala, brindara su apoyo y reconocimiento al pueblo saharaui y a su derecho a disfrutar su independencia.
Y por si no bastaran estos aportes, el juicio también nos ha permitido conocer la razón de que haya víctimas de terrorismo de primera y de segunda clase.
«A nosotros ya nos han matado» llegó a afirmar la presidenta de una asociación de víctimas presente en la sala. «Tomás Alba y Josu Muguruza fallecieron» reiteró uno de los guardias civiles que comparecieron en el mismo juicio.
Y se me ocurre que en ello debe radicar la diferencia que explique porqué hay víctimas legales e ilegales, profesionales y aficionadas, de primer canal y de último desagüe, con derecho a reivindicar su identidad y ser reconocidas, y obligadas a renunciar a su memoria y ser desconocidas.
A unos los matan y a otros los «fallecen».
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