¿Sabía usted que todavía hoy, en pleno siglo XXI, se publican diarios y revistas en latín, y se emiten programas de radio y de televisión en latín? El latín, en efecto, sigue vivo, y debe adaptarse ampliando su vocabulario para poder designar los nuevos inventos y realidades de la informática y la telecirugía, de internet […]
¿Sabía usted que todavía hoy, en pleno siglo XXI, se publican diarios y revistas en latín, y se emiten programas de radio y de televisión en latín?
El latín, en efecto, sigue vivo, y debe adaptarse ampliando su vocabulario para poder designar los nuevos inventos y realidades de la informática y la telecirugía, de internet y el sida, de los rascacielos y la nanotecnología. De otro modo, los periodistas neolatinos no podrían expresar de forma cabal nuestro mundo actual.
A modo de muestra, allá va una pequeña colección de vocablos neolatinos que asombrarían a los grandes escritores de Roma si por un milagro levantaran la cabeza. ¿Qué pensaría Cornelio Celso del aséptico chirurgium (quirófano) o del mortífero SCDI (syndrome comparati defectus immunitatis, el sida)?
¿Con qué admiración contemplarían Cicerón, Terencio y Séneca inventos modernos de la técnica como el pulveris hauritorium (aspiradora), la astropolis (estación espacial), el telephoniolus o telephonicium cellulare (móvil), el sphaerigraphum (bolígrafo) o, sobre todo, el computatrum (ordenador) que nos permite navegar por internetum (Internet) y el cyberspatium (ciberespacio)?
Es fácil imaginar también a Catulo, Marcial y Tácito aterrorizados ante armas diabólicas como la ampulla Molotoviana (cóctel molotov) o el pyrobolus atomicus (bomba atómica).
O a Salustio, Petronio y Plauto acudiendo diligentes a la schola autocinetica (autoescuela) para aprender el manejo de una birota automataria (moto) o, quién sabe, tal vez incluso un autocinetum (coche) con su sedecula puerilis (sillita de seguridad para niños) y todo.
Mientras Juvenal y Horacio entran en un pantopolium (supermercado) para comprar alimentos hoy tan romanos como la pasta vermiculata (espaguetis) o la pasta tubulata (macarrones), Virgilio y Propercio podrían acudir a la argentaria (banco) más próxima para solicitar una charta creditoria (tarjeta de crédito). Y Suetonio, que alcanzó los 70 años de vida, los esperaría tal vez en su gerontotrophium (residencia de ancianos) jugando al nerdiludium (esto es, el backgammon).
Y esto último, creo yo, le llamaría la atención a Ovidio igual que me la llama a mí: que una lengua moderna como la nuestra no tenga más remedio que acudir al inglés para dar nombre a un juego de mesa que el latín, supuestamente muerto, latiniza sin mayor problema. Porque no se trata de un caso aislado; en español decimos World Wide Web (WWW), striptease, whisky, baby sitter, mountain bike, Latin lover, boy scout y Wikipedia porque no sabemos cómo nombrarlos si no es en inglés, mientras que el latín del siglo XXI no tiene ninguna dificultad para hablar de Tela Totius Terrae (TTT), nudatio, vischium, infantaria, birota montana, mulieriarius Latinus, puer explorator y Vicipaedia.
¿Lingua latina mortua est? ¡Vivat lingua latina!
Fuente: http://medicablogs.diariomedico.com/laboratorio/2008/05/21/el-latin-lengua-viva/