No ha habido una sola ley que no pasara antes por la opinión de la derecha buscando su anuencia. No se atrevieron a enfrentar con decisión las bases fundantes de una cultura asentada en el abuso, la explotación y el más pleno convencimiento de que los derechos de las personas son un negocio más.
Y, como siempre, todos ganaron y nadie perdió.
Pero lo cierto es que triunfa la derecha pinochetista, sector que debería estar fuera de la ley por genocida, corrupto, ladrón y cuna de delincuentes.
Y perderá, también como siempre, la gente abusada por el sistema.
Resulta una afrenta democrática y viola el mínimo decente que el sector político más probadamente corrupto se alce con una representación de la envergadura que logra la ultraderecha, entendiendo que toda derecha es una ideología extrema que te va a fusilar no más el orden democrático no le sirva.
Eso de derecha, centro derecha, derecha social, o lo que usted quiera, es solo una nomenclatura que encubre la manipulación de los incautos y la conformidad y autoengaño de los que saben cómo es la cosa, pero hacen como que no.
Para que digamos la cosas según son: quien le ha pavimentado el camino a esos extremistas de la derecha ha sido el conglomerado que gobierna con Gabriel Boric. Y antes, en el empedrado fundante, Lagos y Bachelet.
Se ha preferido atender el qué dirán de los poderosos y no las postergaciones históricas de la gente embrutecida a golpes de créditos, deudas, manipulaciones mediáticas, explotación, derechos conculcados y desprecio. Y de tarde en tarde, castigada por la más brutal represión.
La arrogancia del presidente Gabriel Boric, su falta de comprensión de la política como herramienta de lucha por mejores condiciones de vida para la gente humilde, su falso sentido solidario y su superficial entendimiento de las ideas de izquierda, han tenido en esta pasada electoral su mejor expresión.
Porque ¿cuál es el proyecto de la gente? ¿Qué esperanza se le ha dado luego de estos años de detentar gran parte del poder? ¿Cuál fue la oferta de un horizonte de esperanza que permita seducir al pueblo tras una vida mejor? ¿No será que solo se acuerdan del pueblo para las elecciones?
Un ejemplo ¿Qué se ha hecho para mejorar la educación para pobres que se ofrece a la gente humilde? ¿Alguien recuerda la despampanante declaración de la actual ministra Camila Vallejo, avisando que se terminaría el neoliberalismo en educación?
La aventura de Boric y sus aliados les han hecho un flaco favor a las ideas de la emancipación humana, de una sociedad de tono humano, de justicia, salarios, educación, salud, vejez y vida dignos.
Ya no hablamos de socialismo. Hablamos de un poco de dignidad, de humanidad, de sentido de lo solidario.
El invento Boric y su majamama de intereses y politiqueros se ha quedado en la cosa chica, en el cálculo piñufla, en el temor reverencial a lo que pueda decir la derecha y el miliquerío.
No ha habido una sola ley que no pasara antes por la opinión de la derecha buscando su anuencia. No se atrevieron a enfrentar con decisión las bases fundantes de una cultura asentada en el abuso, la explotación y el más pleno convencimiento de que los derechos de las personas son un negocio más.
No tocaron con un pétalo aquello que ofrecieron en el impulso ciego de sus campañas electorales, sus falacias y consignas huecas.
Este país no es más democrático ni justo luego de estos años estériles.
Pero, eso sí, la gestión histórica de Gabriel Boric ha servido de trampolín para un sistema político que se desfondaba definitivamente.
En tanto la gente no tenga herramientas reales para incidir en su presente, para qué decir del futuro, la historia seguirá en manos de los que lo han perseguido, reprimido, engañado y explotado desde siempre.
Y es aquí precisamente es donde falta una expresión genuinamente de izquierda con los pies en el pueblo y la cabeza en el mundo en que vivimos, con sus contradicciones y necesidades, con sus cambios y realidades inevitables.
Una izquierda responsable, decidida, capacitada para asumir su historia y valiente para auscultar el futuro, anclada más en la tierra que en las utopías.
Este no es el país que sus habitantes más carenciados merecen.
El nuestro es un país rico que ha empobrecido a su gente porque ha preferido seguir haciendo más ricos a los poderosos. Es un país que ofrece una vida triste y sin futuro a sus niños pobres. Que en el final de sus días compromete una vida indigna a los viejos. Con un sistema de salud que enferma. Y un sistema político corrupto hasta la madre.
Y agregue usted lo que le dé la gana.
De estos aspectos fundantes de la cultura dominante, no se dice esta boca es mía. No se ha movido un pelo en la dirección de la decencia. Salvo los artificios en formas de leyes que solo terminan justificando las trampas.
Los gobiernos que se dijeron de izquierda -falsos, conversos, marranos-, no han tocado ni una fibra de lo que en verdad cambiaría las cosas para la gente. Ni lo harán.
Es en los días de elecciones cuando se ve más nítidamente la necesidad de una izquierda que diga las cosas por su nombre, que no se case con consignas estériles, que interprete correctamente el pasado, pero, por sobre todo, que entienda que los cambios son cosas de mayorías y no de la voluntad, por muy férrea que sea, de una minoría.
Es necesaria una nueva comprensión de los instrumentos políticos capaces de construir de abajo hacia arriba y de un lado al otro. En los que mande la gente o no mande nadie. Que entienda que las elecciones son una conquista democrática del pueblo que costó sangre sudor y lágrimas y no un mecanismo de propiedad del poderoso. Que es en el campo de la política, que la izquierda consecuente ha dejado para el uso y abuso de los de siempre, desde donde se comienzan a cambiar las cosas.
En ese sentido, sería interesante ver el proceso que llevó a un desconocido Matías Toledo a ganar en Puente Alto, luego de medio siglo de ser un bastión de la ultraderecha.
Que se haya hecho una selfie con Gabriel Boric, no le quita méritos.