España, 1956: se publica la primera historia de El capitán Trueno. En ella, el caballero medieval creado por Víctor Mora y Ambrós se enfrenta al robo de un cáliz sagrado, que termina encontrando en Jerusalén y que se compromete a devolver a nuestro país. España, 1964: se reeditan las aventuras del héroe con otro formato […]
España, 1956: se publica la primera historia de El capitán Trueno. En ella, el caballero medieval creado por Víctor Mora y Ambrós se enfrenta al robo de un cáliz sagrado, que termina encontrando en Jerusalén y que se compromete a devolver a nuestro país. España, 1964: se reeditan las aventuras del héroe con otro formato y bajo el nombre Trueno Gigante, pero la censura considera entonces que el cáliz es un objeto demasiado sagrado como para trastear con él de un lado a otro. Así que se opta por borrarlo y transformarlo en una corona. «Coges el cuaderno infantil apaisado [publicado en 1956] y luego el tebeo grande [del 64], y te preguntas, ¿aquí qué ha pasado?», dice a Público el periodista Vicent Sanchis, autor del libro Tebeos mutilados. La censura franquista contra Editorial Bruguera (Ediciones B).
Sanchis, que el año pasado ya publicó Franco contra Flash Gordon (la censura franquista aplicada a les publicacions infantils i juvenils), que le valió el Premio Joan Fuster de ensayo, ha consultado los documentos que sobrevivieron a la destrucción de archivos durante la Transición, así como testimonios de la época, para analizar el control que ejerció el régimen sobre «ese elemento imprescindible para la formación, el ocio y la cultura de los niños y la juventud que fueron los tebeos».
Aunque el libro arranca en la Guerra Civil y su impacto en editoriales y publicaciones en ambos bandos («los tebeos de la zona franquista, del 36 al 40, son instrumentos de adoctrinamiento, armas falangistas y carlistas de formación y creación de soldados», dice el autor), se centra especialmente en la censura a la que fue sometida «la gran fábrica de sueños» que fue la editorial Bruguera, casa de Pulgarcito, El capitán Trueno y Mortadelo, entre otros. Su importancia está fuera de duda: «Otras editoriales no supieron abandonar la artesanía y el negocio estrictamente familiar y convertirse en factoría. Sólo respecto a Bruguera, en el Archivo de Alcalá de Henares hay 50.000 fichas de censura. Lo que no es comparable a ningún otra», resume Sanchis, para quien, en el fondo, el control del cómic español no fue diferente al que sufrieron el teatro, el cine, la radio y la prensa.
Lo que no fue siempre igual es la intensidad con la que el franquismo utilizó las tijeras. En una primera etapa, los tebeos se miraron como un producto sin importancia. ¿Qué les preocupaba entonces? «El régimen, sus instituciones y sus representantes, y la iglesia, sus instituciones y sus representantes», resume Sanchis.
Dominicos vs Frankensteins
Fue a partir de los años 50, coincidiendo con la relevancia que el cómic adquiere en países como Francia y EEUU (donde también surgen entonces las primeras censuras porque «no fue sólo un fenómeno de España, sino que vive las tensiones de otros países», dice Sanchis), cuando empieza a haber una censura especializada en publicaciones para el público infantil y juvenil. «A partir de aquí, al régimen le preocupa todo: que haya demasiada violencia, que se cuestione la autoridad paterna o social, que se muestra a una sociedad que disguste a los niños o les provoque rechazo y aprensión…».
La peor época llegó a partir de los años sesenta, tras la llegada de Manuel Fraga al Ministerio de Información y Turismo y la aprobación de una nueva ley, aparentemente «aperturista» pero que «en realidad puso en práctica todas las normas que se habían dado hasta el momento, lo que volvió insoportable la tarea de publicar historietas». La gran víctima fue El capitán Trueno, «la serie más famosa de toda la historia del tebeo español, a la que mató el tiempo, el cambio de ocio, de costumbres, pero sobre todo la censura», dice Sanchis.
Junto a Fraga juega un papel fundamental el dominico Jesús María Vázquez, que tenía teorías reaccionarias sobre la juventud, la televisión y la violencia. «Al mando de una comisión de prensa infantil y juvenil, se dedica a cumplir la ley, y a partir de aquel momento, a destrozar los tebeos». Un ejemplo: a partir del 1962, poco después de su estreno, 13, Rue del Percebe, la historieta de Ibáñez sobre un edificio de apartamentos, prescindió de uno de sus inquilinos: una suerte de doctor Frankenstein capaz de dar vida a sus propias criaturas, algo reservado sólo a Dios. «El erotismo fue perseguido hasta niveles enfermizos, lo mismo que la violencia: el régimen, que había justificado anteriormente la violencia como legitimación, la hace condenable», dice el autor.
Sin violencia, ni armas, ni aventuras, El capitán Trueno perdió su sentido. Hacia el final, en plena crepúsculo del héroe, una historia le llevó a conocer a unas vikingas, una de las cuales se enamora de Goliath. «Pero a la censura le pareció un exceso de erotismo y lascivia, y conminó a que las vikingas se conviertan en vikingos. Resultado: quitaron el erotismo, pero dieron con la homosexualidad: ¡Hay un vikingo que persigue a Goliath!», ríe Sanchis.
Fuente: http://www.publico.es/culturas/345306/franco-contra-el-capitan-trueno