Madrid está recuperando a pasos agigantados su vitalidad de pueblo. La respuesta de más de 20.000 personas – según las agencias – en plena canícula veraniega al avasallamiento que está suponiendo la parafernalia y el despilfarro de dinero público con ocasión de la visita del Papa convertirán al 17 de agosto de 2011 en una […]
Madrid está recuperando a pasos agigantados su vitalidad de pueblo. La respuesta de más de 20.000 personas – según las agencias – en plena canícula veraniega al avasallamiento que está suponiendo la parafernalia y el despilfarro de dinero público con ocasión de la visita del Papa convertirán al 17 de agosto de 2011 en una jornada histórica.
La rabia, la alegría, el cachondeo y la rebeldía de pueblo anticlerical inundaron ayer las calles del centro de Madrid. Ya decía Quevedo que la pobreza «aún siendo toda cristiana, tiene la cara de hereje». Y ese pueblo con medio millón de parados y paradas, que trabaja jornadas interminables por salarios de miseria, que ha visto recortar los presupuestos de educación la mitad de lo que se va a gastar en la visita de Benedicto, que ve desmoronarse la sanidad y los pocos servicios sociales públicos, de mujeres y hombres de todas las opciones sexuales excepto la de pederastia, estalló ayer.
Los dineros públicos, los que salen y los que no van a entrar por impuestos desgravados, el boato, la ciudad ocupada por los peregrinos «invitados» a costa nuestra «¡Esa mochila la he pagado yo!», se fue poco a poco percibiendo como un insulto insoportable para la dignidad de las trabajadoras y trabajadores que quedamos este agosto asfixiante en Madrid. Con el convencimiento de que, una vez, más la Constitución de 1978 y su aconfesionalismo, es papel mojado y de que el Nacional-Catolicismo de Franco no lo habría hecho mejor.
Fue la primera gran manifestación contra la iglesia católica y los poderes – públicos y privados – que la amamantan, que recordamos las generaciones actuales. El derroche de imaginación y de gracia es imposible de reflejar. Las pintadas en las paredes en los días previos, sobre todo en las proximidades de los edificios públicos destinados al alojamiento de los «peregrinos», gritaban: «No Paparán!, ¡Papa, go home!, la cifra «diabólica» 666, o simplemente «Puto Papa».
Las miles y miles de pancartas, todas hechas en casa, no había ni una impresa – ni particular ni de organización – , rezumaban ingenio: ¡Predicáis pobreza y vivís como dios!, ¡Si lo pagáis vosotros, iros al cuerno…de África!, ¡Cuidado, miles de socerdotes sueltos!, ¡Más vale perroflauta que pastor alemán!..
Muchas se transformaban en gritos variados, seguidos y celebrados por todas las gargantas: ¡Ni dios, ni dios, ni dios nos representa!, ¡Gastos clericales para escuelas y hospitales!, ¡Menos curas y más cultura!,. Algunos, ya tradicionales, resonaban por primera vez en las voces de la juventud: ¡Vamos a quemar la conferencia episcopal por machista y patriarcal!
No convocaban los autodenominados «grandes sindicatos» y ni una bandera, ni una pegatina, les recordaba. Hace tiempo ya que la gente pasa de ellos y que se convocan importantes manifestaciones sin sus siglas.
Siento la impotencia de no poder reflejar tanta vida, tanta rabia y tanto pueblo en estas líneas, pero aún así es preciso destacar que la realidad que decenas de miles construimos ayer en las calles ahonda una percepción cada vez más clara: los dominados y las dominadas estamos despertando ya no son impunes la humillación, la prepotencia y los atropellos. Ni los navajazos de los feligreses, ni las noticias de la preparación de ataques químicos, ni la enésima represión anoche por parte de la policía, disuaden a la gente. Sólo contribuyen a arrancar la máscara y desvelar el verdadero rostro de los papistas, de los poderosos que les protegen y de sus poderes fácticos.
También las incógnitas del 15 M se van despejando. Del movimiento apolítico, ni de izquierdas, ni de derechas, va quedando cada vez menos. En la misma medida en la que la atención y las alabanzas de los medios de comunicación oficiales, van dejando paso a la represión. Las marchas del 19 de junio, preñadas de reivindicaciones de clase; las del 24 de julio cuyo lema era «no es una crisis, es el sistema»; las movilizaciones de agosto por recuperar la Puerta del Sol y la de ayer van acuñando el perfil de un pueblo, de unos pueblos, que aquí y ahora van preparándose para hacer frente a los tiempos duros que vienen y para ocupar su lugar en la historia.
Ellos, los banqueros, los grandes empresarios, los políticos de todos los colores, el Papa, los obispos y la policía reprimiendo, se han colocado todos juntos – como en tantas otras ocasiones – para la foto. La diferencia es que la lucha y la conciencia del pueblo, por primera vez en mucho tiempo expresamente anticlerical, ha descorrido el telón.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.