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El mandarinato exige sumisión (y II)

Fuentes: Sin Permiso

Nuestro mundo cultural, discreto de tamaño pero cargado de autoestima, se está haciendo cada vez más intemperante. No porque se haya vuelto más agresivo, que también, sino porque soporta con creciente violencia las manifestaciones críticas, o distantes, o displicentes. Nos exigen afirmaciones rotundas e inequívocas, esas que no son más que diversas formas de sumisión. […]

Nuestro mundo cultural, discreto de tamaño pero cargado de autoestima, se está haciendo cada vez más intemperante. No porque se haya vuelto más agresivo, que también, sino porque soporta con creciente violencia las manifestaciones críticas, o distantes, o displicentes. Nos exigen afirmaciones rotundas e inequívocas, esas que no son más que diversas formas de sumisión. Lo digo con inquietud: la cultura en España ha vuelto a cavar trincheras. Y es obvio que cuando digo España me refiero al conjunto, sin diferenciar a tirios de troyanos.

La aguda reflexión de Juan Goytisolo en la concesión del premio Cervantes, su actitud, que podría resumirse en aceptar un galardón literario que concede el Estado -por mediación del Gobierno, que no hace otra cosa, o no debería hacerla, más que evaluar los valores del designado- como lo que realmente es: un reconocimiento a muchas décadas de silencio, censura, oprobio y ninguneo, y que no ha de exigir la modestia del criado veterano que agradece que al fin los señores de la casa valoren una labor que él mismo edificó, superando las dificultades y humillaciones que le pusieron en el camino.

«Dos maneras de ser español», escribe un plumilla que firma Álvaro Martínez en el Abc de los sábados, aquel que leemos los sadomasoquistas letraheridos porque incluye un suplemento cultural regido por el principio del compadreo y la censura explícita. Pero es lo que hay y ciegos estaríamos de no reconocerlo. Compara este colega la «españolidad» del tenista Rafael Nadal, al que Mariano Rajoy ha impuesto la «Medalla de Oro al Trabajo» (supremo sarcasmo a un joven deportista de élite, del que desconozco todo que no sean sus suculentas exhibiciones publicitarias), y que se ha deshecho en elogios a sus patrióticos promotores, y la de Juan Goytisolo, que ha tenido la osadía de decir que esta España que vivimos es un lugar «sombrío», pero que se «lleva embuchados 125.000 euros que salen del bolsillo de los contribuyentes» (sic).

El andoba, de la ideológica sección de Deportes -los deportes forman parte cada vez con mayor contundencia de la ideología de los medios de comunicación, hecho merecedor de una reflexión demoledora sobre nuestra cultura- va aparejado de un texto en la emblemática «Tercera» del diario esencial del eje conservador Madrid-Sevilla, ilustrado con una caricatura infamante, firmado por Serafín Fanjul, de la Real Academia de la Historia, arabista, en el que en pleno ejercicio de su derecho se ensaña con Goytisolo.

«Soy barcelonés, y también parisiense. Soy ‘marrakchi’ y fui de Nueva York. No quise enraizar en la tierra. En cuanto a la lengua, sí. Mi patria es la lengua». Así dejó escrito Juan Goytisolo hace ya muchos años su posición, que comparto plenamente. Ni me siento español, ni catalán -después de que me dijeran que no bastaba con vivir y trabajar en Catalunya sino que se exigía algo más, «sentimiento identitario»-, ni por supuesto asturianista -me basta una semana en mi tierra para distinguir la belleza del paisaje y la arrogancia del paisanaje-.

Hace una década, tales afirmaciones no causaban el estupor agresivo que hoy provocan. Gustaran o no, nadie las entendía como provocaciones al patriotismo cerril que nos vigila. El 1 de febrero de 2003, el suplemento cultural de Abc le dedicaba media docena de páginas a Juan Goytisolo, incluido un texto suyo inédito y muy serios análisis y evocaciones de su larga vida literaria. Acababa de publicar Telón de boca , que tuve el honor de presentar en Barcelona, a petición suya, con el habitual éxito de crítica y público, es decir, ninguno, fuera de los presentes en la sala. Nos conocimos entonces personalmente.

Cuando se publicó el primer volumen de sus Obras Completas (Galaxia Gutemberg) en noviembre del 2005, participé junto a Castellet, Nuria Amat, Ridao y Miquel Riera en el homenaje a su trayectoria, donde siempre recordaré que tuve mi primer incidente con uno de los presentes porque advertí que yo no venía allí a hacer de «palmero», a lo que Riera respondió que él sí. Desarrollé entonces, el que para mí sería el primer acercamiento al conjunto de la obra de Goytisolo y la consideración de que se trataba de una anomalía en la literatura española.

¿Qué es una anomalía literaria o cultural? Lo más parecido a una verruga en un terreno dominado por los mandarines. Una ruptura, una atipicidad, un desajuste en el transcurrir pautado de la vida cultural española. Entonces me preguntaba, hace más de diez años, algo que ahora tengo más claro: ¿por qué Nietzsche, por citar un ejemplo extremo, no constituye una anomalía en la cultura germánica y Max Aub lo es en la nuestra? Lo mismo sucede con Juan Goytisolo y ocurrió mucho antes con Valle Inclán. Esa tríada que rompe con una supuesta tradición, porque la anomalía no viene dada tanto por la obra del autor sino por la actitud del medio frente a ella. Hasta tal punto que su propia soledad y aislamiento acabaradicalizándola hasta extremos que los convierte en fenómenos nada generacionales, sino obligadamente analizables en su individualidad. ¿En qué carajo de esquema generacional académico metemos a Valle Inclán, Max Aub y Juan Goytisolo?

Porque lo primero que debemos explicar es que la cultura no tiene agujeros. Eso es lo terrible. Siempre está llena. No existen vacíos culturales. Por más basura y mediocridad que se advierta siempre hay novelistas, poetas, profesores, academias, escritores y editores. No hay huecos. La vida cultural en todas sus facetas siempre está llena. Lo difícil es definir de qué está llena.

Desde Señas de identidad (1966) hasta la Reivindicación del Conde Don Julián (1970) hay un esfuerzo por saltar sobre siglos de mediocridad y de atavismo, eso que conformó lo que luego se denominaría «cultura nacional católica» que tuvo en el larguísimo período franquista -casi medio siglo, que se dice pronto- su canonización, de la cual aún somos herederos y usufructuarios. Al parecer dijo en el 2001 que jamás aceptaría premios institucionales. Si es así debería explicarse: «mi situación personal ahora no es la misma que entonces».

Agradecí a Juan Goytisolo que tuviera el valor de escribir el único artículo que apareció en El País sobre un libro como El cura y los mandarines. Cultura y política en España. 1962-1996 . Porque se necesita audacia y un gesto así tiene consecuencias. El mandarinato, aunque no se ejerza ni se disfrute, sino tranquilamente se conviva con él, exige sumisión y silencio. Es lo que diferencia nuestra vida intelectual de otras de nuestro entorno. Porque el valor constituye una categoría intelectual con larga prosapia, desde Mateo Alemán y Cervantes y Larra y Unamuno, hasta Luis Martín Santos, pasando por Valle Inclán y Max Aub.

Fíjense en la polémica en la que se ha metido el PEN Club internacional, la agrupación de escritores en defensa de la libertad de expresión y del que nuestros medios, hasta el día de la fecha ni siquiera han dado noticia. El PEN Club ha concedido su premio a la valentía de la libertad de expresión a Charlie Hebdo, y cinco escritores anglosajones han rechazado de plano aprobar tal concesión. Desde el australiano Peter Carey, al nigeriano-americano Teju Cole, pasando por Michael Ondaatje, más conocido entre nosotros. Incluso les ha apoyado esa escritora de culto para muchos que es Joyce Carol Oates que declaró que Charlie Hebdo no era sino una publicación sexista y xenófoba.

Ni siquiera pagando con tu vida el esfuerzo por ser un crítico radical de los dogmas establecidos puedes considerarte a salvo. Siempre saldrá un fino establecido que te diga, que lo lamenta mucho pero que te lo tenías merecido. Goytisolo, un intelectual que lleva muchos, muchos años, escribiendo sobre la libertad del creador, que vive en Marrakech porque allí tiene a su familia y se siente bien, debería ser un patriota nacional católico o deportista o de laReal Academia, para que fuera perdonado por afirmar que este país nuestro resulta cainita y sombrío.

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/el-mandarinato-exige-sumisin-y-2