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El mandato de sangre de Uribe

Fuentes: La Jornada

La liberación de los cuatro parlamentarios colombianos confirma cuál es la vía de pacificación de Colombia: la negociación política, con la participación de mediadores internacionales. El éxito del presidente venezolano Hugo Chávez y de la senadora colombiana Piedad Córdoba muestra que ésa es la única tentativa que ha logrado abrir los canales para llevar la […]

La liberación de los cuatro parlamentarios colombianos confirma cuál es la vía de pacificación de Colombia: la negociación política, con la participación de mediadores internacionales. El éxito del presidente venezolano Hugo Chávez y de la senadora colombiana Piedad Córdoba muestra que ésa es la única tentativa que ha logrado abrir los canales para llevar la paz.

La posición de los cuatro parlamentarios, además del reconocimiento del papel de Hugo Chávez y de Piedad, es acusar al presidente de Colombia, Álvaro Uribe, de ser hoy el obstáculo para el intercambio pacífico de prisioneros, al insistir en no aceptar la liberación temporal de un territorio para que se efectúen los intercambios.

Uno de ellos le pregunta a Uribe si le parece que su política de pacificación es realmente efectiva, como él anuncia, si no consigue ceder por un tiempo determinado un territorio para salvar vidas humanas. Pregunta también si las vidas humanas no valen más que una cesión temporal de territorios.

Los familiares de los que aún permanecen prisioneros insisten en esa dirección, reiterando que las ofensivas militares sólo llevan a poner en riesgo a los rehenes, además de no haber solución militar, sino solución política para Colombia.

Existe la propuesta de formación de un Grupo de Amigos de Colombia para intentar mediar en el intercambio humanitario de los rehenes por los presos que tiene el gobierno colombiano, del que participarían gobiernos como los de Brasil, Argentina, Nicaragua y Francia, entre otros.

El presidente colombiano demuestra toda su inflexibilidad y reitera su línea de acción militar -la misma de la «guerra infinita» de Bush-, rechazando los términos de la negociación y retomando ofensivas militares.

En una de ellas fue muerto el segundo dirigente de las FARC, Raúl Reyes, quien actuaba también como portavoz de la organización. El temor es que las FARC tomen represalias, y que de ahí el proceso posible de negociaciones para el intercambio de prisioneros se vuelva completamente inviable.

Es la línea dura de Uribe, que precisa de los enfrentamientos militares para mantener su popularidad interna y conseguir nuevas reformas de la Constitución, para poder obtener un tercer mandato. Perdió las elecciones municipales internas en las principales ciudades del país, como Bogotá, Medellín y Cali. Por esto precisa desviar la atención de los colombianos, para que no evalúen a su gobierno, sino que se mantengan bajo el chantaje de la guerra, con él representando supuestamente la paz. Cuando en realidad, Uribe representa y precisa de la continuidad de la guerra.

Éste es el juego de Uribe: producir más sangre como combustible para un tercer mandato, a costa de la paz y de la solución política para la ya tan sufrida Colombia. Resta que los gobiernos de los países preocupados con la paz, y el propio pueblo colombiano, en la manifestación convocada por el fin de todo tipo de violencia, actúen para obligar al gobierno a parar las acciones militares y aceptar los únicos términos posibles para que Colombia pueda volver a vivir en paz.