«El objetivo central de la política es mantener a la población alarmada y, por lo tanto, ansiosa de que la conduzcan a la seguridad, amenazándola con una serie interminable de espantajos, todos imaginarios». (H. L. MENCKEN ) Ante la inoperancia y desprestigio de los partidos -de uno y otro bando-, El Mercurio de Santiago ha […]
«El objetivo central de la política es mantener a la población alarmada y, por lo tanto, ansiosa de que la conduzcan a la seguridad, amenazándola con una serie interminable de espantajos, todos imaginarios».
(H. L. MENCKEN )
Ante la inoperancia y desprestigio de los partidos -de uno y otro bando-, El Mercurio de Santiago ha asumido el rol de director de escena de la política chilena. Impone la pauta informativa que guía a casi todos los medios escritos y audiovisuales. En esa función ha convertido a la «clase política» -dirigentes, parlamentarios, funcionarios públicos, comentaristas, etc.- en actores de un escenario que es esencialmente falso. Esta construcción tiene como propósito confundir a la opinión pública y subordinarla a los intereses oligárquicos y antinacionales que representa ese diario. Esa labor, cumplida con frialdad y sin cortapisas éticas, ha conseguido prostituir la política y convertirla en un espectáculo cuyos personajes desempeñan determinados roles a cambio del derecho a existir en esa realidad mediática y alcanzar una cuota de poder verdadero.
En ese sentido, Chile está siguiendo el camino recorrido por otros países, en que el vacío que dejaron los partidos -sumidos en el desprestigio de la corrupción-, pasaron a ocuparlo los medios de información. La prensa y televisión -en menor medida la radio- están controlados en América Latina por los sectores más cavernarios y pro imperialistas y se encuentran empeñados en crear graves problemas a gobiernos democráticos y populares como los de Venezuela, Bolivia y Ecuador. El Mercurio, que ya tiene en su siniestro récord haber contribuido al derrocamiento del presidente Allende, juega esa función en las condiciones del Chile actual.
La derecha en nuestro país tiene muchas posibilidades de ganar las elecciones de diciembre. Pero no sabe cómo hacerlo. Se encuentra ante un país contradictorio y complejo que padece de analfabetismo político como producto de la erosión ideológica y moral causada tanto por la derecha como por la Concertación. Esto, sin embargo, no asegura la hegemonía de nadie y es allí donde surge El Mercurio para fabricar una «realidad» que asegure el triunfo de la derecha. En los hechos, El Mercurio es el generalísimo de la campaña de Piñera. Las encuestas -las serias y las truchas- mantienen desde hace meses a Sebastián Piñera a la cabeza, con alrededor del 40%. Pero lo que falta no es fácil de conseguir debido a la volatilidad de una opinión pública desinformada. El principal sostén partidario de Piñera es Renovación Nacional, que en las encuestas ha desplazado a la UDI a un tercer lugar detrás de la Democracia Cristiana. Los dos partidos de derecha reúnen un 24% y los cuatro partidos de la Concertación apenas 19%, según encuestas serias. Todo indica que la derecha puede al-can-zar la mayoría de la Cámara de Diputados. Sin embargo, corroborando la licuación de la política nacional debido a la falta de referentes políticos realmente alternativos, la encuesta del Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea (Cerc) del mes de abril, indica que sólo el 17% de los consultados dijo ubicarse en la derecha del espectro político. En cambio, el 21% se considera de Izquierda y el 34% de centro. No obstante, a contrapelo con lo anterior, el 20% de los encuestados dijo tener una buena imagen de la dictadura militar y el 36% la consideró regular. Sólo el 32% opinó que la dictadura fue una tragedia para el país (ese porcentaje era de 39% hace cuatro años).
Datos sueltos como éstos -a los que hay que agregar el casi 70% de popularidad de la presidenta Michelle Bachelet y el 60% de su gobierno- conforman un panorama contradictorio y movedizo para cualquier estrategia política. Sobre todo para la derecha que en un escenario tan confuso no puede cantar su autoanunciada victoria. Intentando conducir la política por el rumbo que necesita la derecha, la asesoría mercurial inventó una fachada para Piñera: la Coalición por el Cambio. Es una fórmula poco original pero probada. El 3 de mayo el empresario Ricardo Martinelli ganó la presidencia de Panamá con su Alianza por el Cambio. Dueño de una cadena de supermercados y con participación en el negocio de la televisión y muchos otros, Martinelli obtuvo 60% de los votos y 41 de las 71 bancas de diputados. El caso de Panamá pudiera servir de ejemplo en Chile. El gobierno de Martín Torrijos y su socialdemócrata Partido Revolucionario Democrático (PRD) tuvo éxitos en la macroeconomía. El país creció en forma sostenida en los últimos años. Sin embargo, la base social del PRD fue minada por graves problemas en la seguridad pública, el transporte, la educación, el alto costo de la vida, la cesantía, etc. Estos factores mandaron a la lona a un sistema de gobierno que -como la Concertación- llevaba veinte años en el poder. La Alianza por el Cambio de Panamá utilizó en su propaganda los mismos resortes sicológicos que emplea la Coalición por el Cambio en Chile. Las palabras mágicas son «cambio» y «alternancia»; los temas: corrupción, seguridad, desempleo, educación, salud, etc., problemas reales y graves.
Sin embargo, Piñera viene en declive. Desde diciembre de 2008 a abril de este año, ha disminuido 9 puntos, mientras Frei ha subido 20, según la encuesta Cerc. Seguramente esto llevó a El Mercurio a no publicar una línea sobre esa encuesta, salvo una mención anecdótica acerca del director de Cerc, Carlos Huneeus. Vale la pena decir que esa encuestadora, vinculada a la Concertación, lleva 23 años haciendo un trabajo que le ha granjeado prestigio. No puede decirse lo mismo de El Mercurio y su espolón de ataque, el vespertino La Segunda, que han convertido sus encuestas en un método para crear hechos políticos en función de sus intereses.
La táctica que emplea El Mercurio apunta a desorganizar las filas -ya bastante raleadas y fatigadas- de la Concertación. Como toda táctica eficaz, ésta se apoya en las propias debilidades de la coalición de gobierno, en sus rivalidades, errores y luchas internas. No sólo sufre el desgaste de veinte años en el gobierno -acentuado por niveles escandalosos de corrupción-. Está también el agotamiento histórico de un proyecto que ha perdido el rumbo y también el alma en un continente que comienza a explorar nuevos caminos, ajenos al capitalismo en crisis. La Concertación, como tal, sólo existe a nivel cupular. En la base social ha desaparecido y cada partido se rasca con sus uñas. En servicios públicos y municipalidades -que son su reducto- los militantes libran luchas feroces por ocupar colinas burocráticas que el cuoteo ha entregado a «compañeros» de otros partidos. El Mercurio -cuya sórdida historia se ha relatado ene veces en Punto Final-, gozaba de ventajas para asumir la dirección del escenario político. Entre ellas, el temor reverencial que provoca en políticos de todos los colores. No es que El Mercurio tenga una gran circulación (de hecho La Tercera vende más). Su circulación es insignificante en ciudades como Valparaíso y Viña del Mar (ver PF 683). Pero su influencia aumenta con los 24 diarios de su cadena y la sujeción a su agenda informativa de la mayoría de los medios escritos y audiovisuales. Los políticos se pirran por aparecer en El Mercurio y esto le permite darse ínfulas de «objetivo» concediendo espacio a opiniones diferentes. Por ejemplo, en la actual campaña presidencial, ha publicado columnas de Jorge Arrate, Adolfo Zaldívar y Marco Enríquez-Ominami, presuntos críticos del modelo económico que defiende El Mercurio.
El caso del joven diputado socialista que aspira a ser candidato presidencial independiente, es especial. Se ha convertido en «fenómeno» político gracias sobre todo a El Mercurio y su cadena, que constituyen el mayor soporte publicitario de su campaña. No cabe duda que las intenciones de El Mercurio son diferentes a las de Marco Enríquez-Ominami. Pero éste no ha manifestado ninguna molestia por el torrencial despliegue de informaciones y comentarios favorables que le brinda El Mercurio. El apoyo del escorpión mercurial dañará las posibilidades de Enríquez-Ominami y quizás le impida encabezar un movimiento de renovación de la política y de superación democrática de la Concertación.
A pesar del apoliticismo inducido que existe en el país, vastos sectores populares han aprendido a sospechar de las intenciones de El Mercurio. Saben -por dolorosas experiencias- que el diario del conspirador y traidor a la Patria, Agustín Edwards Eastman, miente. El individuo que viajó a Washington a pedir la intervención norteamericana para derrocar al presidente Allende, puede ser halagado y cortejado por los gobiernos y políticos de la Concertación y de la derecha. Sin embargo, gran parte del pueblo sabe que Edwards es un viejo crápula que ha puesto su consorcio periodístico al servicio de la oligarquía y del imperio norteamericano.
La insólita decisión mercurial de promover a Enríquez-Ominami la explica bien un columnista del diario, David Gallagher, declarado piñerista. Después de un largo elogio al joven precandidato, Gallagher dice en su artículo El fenómeno Marco: «Su postura en materia de derechos civiles despierta apoyo y rechazo transversales. Lo mismo ocurre con sus cambios constitucionales. Algunas de sus ideas económicas… parecen liberales. (…) En todo caso es difícil imaginarse que en segunda vuelta los votantes de Marco votarían todos por Frei. Por lealtad a la Concertación, él podría llamarlos a hacerlo, pero eso vulneraría su relación con sus adherentes, gente que casi por definición, valora para sí misma la libertad de acción que él mismo se ha permitido» (El Mercurio, 22 de mayo, 2009).
Es la ambigüedad de Enríquez-Ominami, sobre todo en su programa económico de marcada tendencia liberal, lo que hace posible -sin correr riesgo- que El Mercurio le preste considerable atención, confiando canalizar parte de su eventual votación al empresario Sebastián Piñera. Este es un tema -el decepcionante programa económico de Enríquez-Ominami-, que Punto Final debe explorar con más detenimiento, y así lo haremos.
El Mercurio ha llegado a flexibilizar al máximo su línea editorial. Por ejemplo, apoyando el pacto electoral de la Concertación con el Partido Comunista. En editorial del 31 de enero de 2009, señala: «…es una forma (el pacto) de terminar con la llamada exclusión, sin introducir parches al sistema binominal que le darían un indeseable poder definitorio a los partidos que rompan el supuesto empate. En fin, éste podría ser el inicio de un cambio más definitivo en las posturas del PC, que acorte sus diferencias con la Concertación para, eventualmente, integrar ese conglomerado como un partido más. (…) Si ese eventual cambio se consolida, la institucionalidad democrática del país se afirmaría. Un PC ‘deslavado’, a la italiana, sería positivo para Chile, aunque aún es prematuro saber si eso ocurrirá».
Sin embargo, poco después -el 8 de febrero de 2009- El Mercurio intentó desalentar el pacto que en esos días parecía «próximo a formalizarse». Su editorial recogía la alarma del presidente de RN, Carlos Larraín, en el sentido que «la Alianza puede perder diputados». Ante ese peligro, El Mercurio desempolvó su anticomunismo tradicional para sostener que «un eventual pacto entre la Concertación y el PC haría de éste una suerte de copartícipe en el gobierno, algo que el país no ha vuelto a vivir desde la Unidad Popular y que expresamente excluyó el Acuerdo Nacional de 1985, al reunir sólo a quienes podían acreditar una efectiva vocación democrática. Y esa renuncia de la Concertación a esta definición básica sí sería un cambio mayor del escenario político».
El garrote golpista asoma detrás de las palabras.La información política de El Mercurio, a partir de esa fecha, hace denodados esfuerzos por fabricar «noticias» destinadas a boicotear ese pacto y entorpecer la modificación del sistema binominal, lo cual ha conseguido en buena medida.
La intromisión de El Mercurio en la política nacional causa también otros «daños colaterales». Contribuye, por ejemplo, a retrasar la construcción de una alternativa de orientación socialista que ponga a Chile a tono con la tendencia que se ha puesto en marcha en América Latina. Sujetos político-sociales necesarios a ese proceso, están atrapados en las redes de la «política» creada por El Mercurio, obsesionados por ganar un lugar en un sistema político que empieza a crujir por agotamiento. Pero este tema también es materia de otro artículo.
(Publicado en «Punto Final», edición Nº 686, 29 de mayo, 2009)