En breve, lo que viene en la gestión de La Moneda, es más derecha.
La sabiduría popular dice que es cosa viva. Y, a juzgar por el comportamiento del Gobierno en sus dos primeros años, parece que viva y coleando.
Sucede que en poco tiempo la coalición gobernante sucumbió al miedo que la derecha inocula desde que el tiempo es tiempo.
Hablamos de esa que asesina, degüella, desaparece, quema, tortura y roba. Y, también es cierto, cuando es necesario, asume el juego democrático hasta cuando comienza a perder dinero.
Travestidos de gente que respeta la institucionalidad pasan a ser respetables y honrados, democráticos y buenos vecinos. Hasta que les conviene.
Para entrar a la política desde los intereses de la gente abusada y explotada, así sea solo en el discurso, hay que estar armado de convicciones que sean capaces de superar los miedos y vacilaciones.
Si es en serio y de principios, la política es peligrosa. Si no es así, es una vergüenza. Esto de cambiarse de esquina y de chaqueta según arrecie la crítica, la amenaza o la buena oferta es para marranos y traidores. Para gente aguachenta.
Y para cierta no izquierda que ha abandonado las causas que alguna vez remota, le dieron origen y sentido.
Poco le duró el envión guapo y decidido de Gabriel Boric y sus muchachos antes de caer rendidos no solo a la ExConcertación que hasta hace minutos atrás representaba todo lo malo posdictadura, una cultura aborrecible que había que superar, sino haber sucumbido al miedo que les inocula la ultraderecha.
No hay movimiento oficialista que no cuente con el visto bueno, público y sobre todo privado, del facherío.
Una vez abandonadas sus promesas y discursos electorales, el Gobierno de Gabriel Boric funcionó tomando en cuenta el humor de la derecha y tanteando sus amenazas. La gestión legislativa solo se impulsa si la derecha da el visto bueno.
El último número: sacar a los militares a la calle para controlar la crisis del Estado enfrentando a la delincuencia: lo que antes era un símbolo de la dictadura y un acto oprobioso para la gente del pueblo, hoy es una necesidad que se comprende y acepta.
Lo que fue aborrecible, siniestro y propio de las dictaduras, para el actual presidente hoy es una variable que está dispuesta a considerar para poner atajo a la crisis que impone la delincuencia.
Nada dice respecto del abandono de las policías, especialmente de carabineros, de su rol definido en la Constitución y su entusiasmo represivo que dejó un reguero de muertos, mutilados, torturados y presos. Y ya casi ni se habla de los robos multimillonarios que acometieron sus altos mandos durante lo que va de siglo.
Recordemos que no tuvo el valor de sacar a un director de carabineros que está imputado por graves delitos luego de haber amenazado con reformular ese cuerpo policial.
En el mismo caso de la oferta del fin del CAE o la solución de la Deuda Histórica a los profesores. Para qué decir del fin del neoliberalismo: aquí nació, aquí morirá. ¿Recuerda?
La cobardía ha hecho lo suyo con planetaria precisión.
Derechizados, es decir neoliberalizados, aquellos que se propusieron terminar con el orden imperante, terminaron, pero de rodillas ante el altar de los poderosos. Como los grandes depredadores, el facherío olió ese miedo y fue suficiente.
Nos guste o no, lo comprendamos como una forma de salvar los dos años que quedan o no, lo adjudiquemos a una extrema falta de conocimiento político o no, el caso es que este Gobierno se debate entra la nada y la cosa ninguna bailando según el pandero que le toca de la derecha.
Lo que puede e intenta ser leído como una conducta republicana, inclusiva y amplia, no es otra cosa que una rendición incondicional inoculado por el qué dirá de la ultraderecha.
Así, los principales líderes de la coalición de gobierno han debido ajustar su discurso a la imperiosa necesidad de terminar los dos largos y angustiosos años que quedan, aunque eso signifique decir y hacer lo contrario de lo que dijeron.
En breve, lo que viene en la gestión de La Moneda, es más derecha.
Cuatro años de un Gobierno aguachento que fue posible solo por la arrogancia de jóvenes políticos que confundieron gobierno con poder, consigna con compromiso y prudencia con cobardía.
Con algo de sentido de la realidad y conocimiento de la reflexión política estratégica, se habrían demorado un poco más y la cosa hubiese resultado diferente.
No será cómodo acostumbrarse a vivir con el baldón propio de los que no se la pudieron por miedo a decir y hacer lo que pensaban y prometían.