Corrían en el plomizo blanco y negro del NO-DO los años 60, y los adolescentes de mi generación vivíamos confundidos, inmersos en ese mar turbulento del pecado, venial o mortal, que a muy duras penas nos permitía un desarrollo emocional equilibrado. Eran aquellos tiempos del «impasible el ademán» y de los tres consabidos enemigos del […]
Corrían en el plomizo blanco y negro del NO-DO los años 60, y los adolescentes de mi generación vivíamos confundidos, inmersos en ese mar turbulento del pecado, venial o mortal, que a muy duras penas nos permitía un desarrollo emocional equilibrado. Eran aquellos tiempos del «impasible el ademán» y de los tres consabidos enemigos del alma: «el mundo, el demonio y la carne».
El pecado, salvo excepciones, era siempre el mismo, aquel que generaba la tópica pregunta del cura: «¿Cuántas veces, hijo?». Y, dependiendo de la frecuencia, así era la penitencia… Luego, ya perdonado, volver a empezar… a pecar, naturalmente.
No hace falta decir que nuestros maestros en el conocimiento de la sexualidad, en general, y del arte de la masturbación, en particular, fueron entonces nada más que la calle, y el consejo de aquellos amiguetes algo mayores, y más precoces o espabilados.
A lo largo de todos estos años, desde la Transición democrática y hasta la actualidad, se han desarrollado algunos programas de Educación Sexual en las aulas, desde el Ministerio de Sanidad y en algún caso con el refuerzo de los medios de comunicación. Tal vez han tenido más voluntad que acierto; quizá hayan faltado rigor y continuidad; posiblemente se haya avanzado poco. Pero, al menos, ha habido dignos intentos de acabar con tabúes inmemoriales y mejorar el conocimiento y la prevención en general.
Volviendo al inmediato presente, resulta que la Junta de Extremadura, desde el Instituto de la Mujer y el Consejo de la Juventud, ha promovido un curso-taller-campaña de educación afectivo-sexual para jóvenes de 14 a 17 años, titulado «El placer está en tus manos». Y, jugando demagógicamente con este título, y con el hecho de que en algún momento del curso se aborda, naturalmente, el tema de la masturbación (junto a los anticonceptivos, las enfermedades de transmisión sexual, etc.), los de siempre (¡sí, esos, los del fondo a la derecha!), han lanzado una chusca campaña mediática que, sacando de contexto ese aspecto del programa educativo de la Junta, vienen a presentarlo como una especia de «curso de gayolas a cargo del gobierno extremeño». Y para colmo, parece ser que la asociación ultraderechista Manos Limpias ha presentado una querella contra la Junta de Extremadura por… ¡corrupción de menores! (Invito al lector a rastrear en internet las hazañas de estos siniestros persones de «Manos Limpias». ¡Tremenda banda!).
Vamos a centrarnos: lo de las torturas a los internos de un centro de menores extremeño lo vamos teniendo claro (pero aún en cuarentena, a la espera de lo que nos diga la necesaria investigación); lo de la burra de Torreorgaz, lo asumimos abochornados, como parte alícuota de la España negra que nos corresponde; pero esto…
Vivimos en un país en que se practica sin límite el carroñerismo político, da igual que el asunto sea la crisis, el terrorismo o la piratería marítima. Un país con un índice de corrupción galopante, con señuelos y dádivas que van desde corbatas hasta palacetes pasando por cochazos, cocaína y sexo de pago; un país donde la Iglesia pretende legislar sobre símbolos y leyes civiles (crucifijos, aborto, educación para la Ciudadanía…), con chantaje y amenazas de excomunión incluidas, a la espera de la nueva visita del Papa en 2011, con cargo a los dineros del Estado y de la banca, es decir, con dinero de todos y, tal vez, como sucedió en la anterior visita papal, con el jugoso aprovechamiento de algunos «pájaros» (con perdón de los pájaros); un país atacado por la gripe A y la crisis económica; un país en el que se homenajea con el Premio Ondas a la telebasura más repugnante; un país en que el impresentable Francisco Camps habla de cunetas y fosas con la pretensión de hacerse pasar por un nuevo Federico García Lorca; un país en el que se concede el honor de presentar las campanadas de fin de año a Belén Esteban…
Ese es el país real, y realmente preocupante, al que algunos pretenden despistar con esta cortina de humo del taller extremeño de «gallardas, pajillas, macacas, puñetas, manolas, papitas, peladillas, dedillos, gayolas y pampisulinas», que no sólo son pecado, sino que, involucionando medio siglo en nuestra Historia, nos traerán granos, ceguera, enanismo, enfermedades mentales y hasta la muerte, si el individuo en cuestión se la pela, se la casca, se la pule o se la machaca en exceso. Eso sí, si el trabajo manual se lo hace al infante un miembro pederasta de la Iglesia Católica, se traslada al sujeto de parroquia… y punto. No caerán sobre él ni las amenazas de excomunión de la Conferencia Episcopal, ni la justicia común, ni tan siquiera el desprecio de las muy conservadoras y piadosas «gentes de orden».
No es de extrañar, visto lo visto, que la gente joven con inquietudes sociales se vaya voluntaria a oenegés más o menos lejanas y laicas, o por el contrario, se afilien a botellones y romerías (donde, por cierto, hasta los más juerguistas son contados como fieles romeros), para disfrutar en paz de ciertos placeres, alejados de tanta basura esparcida en nombre de la moral cristiana.
«El mundo, el demonio, la carne», repite machacona, hoy como entonces, esta insufrible carcundia camisazulada que padecemos. Pero hoy son otros los enemigos del alma: la soberbia, la intolerancia, la hipocresía, el fanatismo… O sea, exactamente las virtudes que adornan al padre Martínez Camino, secretario de la Conferencia Episcopal Española, y a los denunciantes del curso extremeño de educación sexual y afectiva.
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