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Entrevista a Joaquín Miras Albarrán sobre Praxis política y Estado republicano. Crítica del republicanismo liberal

«El mundo no fue nunca igual tras esas grandes luchas, tras esas revoluciones, aún a pesar de ser derrotadas»

Fuentes: Rebelión

Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones aquí publicadas, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y Estado republicano.   *** Nos habíamos quedado en las derrotas. Hablas de las terribles derrotas que hemos sufrido. ¿Cuáles han sido, en […]

Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones aquí publicadas, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y Estado republicano.

 

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Nos habíamos quedado en las derrotas. Hablas de las terribles derrotas que hemos sufrido. ¿Cuáles han sido, en tu opinión, las terribles derrotas sufridas por los explotados y subalternos?

Podría comenzar a responderte con alguna frase hermosa y melancólica; por ejemplo, con Walter Benjamin, quien nos dice que hasta el presente, el enemigo no ha dejado de vencer. Etcétera. Pero estamos hablando de política, de luchas sociales, de historia. Prefiero a Manuel Sacristán.

¡No está nada mal la elección! 

Me explico. Sin las grandes derrotas que podamos enumerar de inmediato, esto es, sin las grandes y heroicas luchas que afrontaron las clases explotadas, y que fueron derrotadas, no estaríamos aquí tú y yo, no estarían aquí los lectores; Rebelión no existiría, no habría existido Marx. Y esto es fundamentalísimo, y es fundamentalísimo que sea tenido en cuenta por todos nosotros.

Lo remarco, lo destaco. A veces habita el olvido en nudos tan esenciales. 

Gran derrota es, ante todo, la de aquella batalla que no se ha dado, la lucha política que no se encaró. Hay combates, y aquí tomo pie, de nuevo, en Manuel Sacristán, como los de los apaches, combates como los encabezados testarudamente, una y otra vez, por sus dirigentes, los de Gerónimo, los de Victorio, los de Natchez, Mangas Coloradas o Cochise, el jefe apache con cuyo levantamiento comienzan las guerras apaches, que fueron «derrotas admirables», y que posibilitaron que hoy existan los indios de cultura apache, y no otras etnias mucho más civilizadas y refinadas.

También nosotros estamos aquí; tú, el lector, yo. Y estamos aquí porque antes de nosotros, las masas campesinas, los trabajadores manuales, se sublevaron, rechazaron el poder existente, el orden existente, y mostraron que la organización de los explotados es un poder colosal. Dirigentes honestos, asumiendo el proyecto emergente de la propia lucha, encabezaron las grandes luchas. Elaboraron pensamiento a partir de las experiencias revolucionarias, criticaron a los enemigos de la revolución. El mundo no fue nunca igual tras esas grandes luchas, tras esas revoluciones, aún a pesar de ser derrotadas. Ni tras cualquier contumaz acto de resistencia, de sublevación, de rechazo de la continuidad de la explotación y de la dominación, generado en la vida cotidiana, en algún micromundo social por algún luchador anónimo, ayer, hoy, ahora, mañana. Lo prueba nuestra conversación, lo prueba el que se publique, y se pueda publicar. Nosotros mismos, ahora mismo, somos testimonio vivo de la importancia, de la eficiencia moral, formativa, de esas grandes luchas.

Por eso mismo, hasta el recuerdo de esas luchas tiene que ser borrado por el enemigo; los nombres de sus dirigentes, satanizados; sus acontecimientos, convertidos en «El Mal». El «Mal» de la Revolución Francesa, el «Mal» de la Revolución Rusa. Ambas, ejemplos matriciales, en continuidad entre sí, que abrieron tradiciones y nuevos procesos de luchas nuevas y nuevas revoluciones, a su vez, también derrotadas pero con ese mismo efecto creador de futuro, sin las que nosotros no existiríamos, ni los lectores, ni las magras libertades de que aún disponemos. No hagamos ni caso a los canallas cuya interpretación sobre estas y otras revoluciones, sobre la revolución, vayan por otro derrotero. Esas gentes escriben y hablan ferozmente contra la Revolución Rusa -o la Francesa-, no porque les preocupe la revolución rusa, se saben las bibliografías muy, muy, muy a medias, y eso es la prueba del algodón, pueden ignorar a historiadores caudales cuyos trabajos datan de los años 80, a Teodor Shanin, a Moshe Lewin, etc. Se preocupan de la Revolución Rusa porque les preocupa, les inquieta que nosotros existamos, aquí, ahora, tal como somos, irremediablemente de ahora, pero existentes, ahora, precisamente gracias a la revolución; y porque a sus señores les preocupamos nosotros. Les preocupa el ejemplo revolucionario en su operatividad actual, los revolucionarios vivos ahora. De dejar de existir nosotros, no escribirían, ni dirían una sola palabra al respecto. Dejarían que el Olvido, ese que dicen que se extiende ya sobre la revolución, hiciera, entonces sí, su trabajo, sin difamaciones ni alharacas.

Derrota fue -y ahora sí respondo, en concreto, a tu pregunta…

Antes también respondiste; si pudiera, enmarcaría tu respuesta. Me has emocionado. No es fácil decirlo como lo acabas de decir. Gracias. Oigo muchas voces de amigos que, desgraciadamente, ya no están entre nosotros que también te lo agradecen. 

Derrota, decía, fue la Revolución Francesa, que termina con el sometimiento de las masas explotadas por parte de una emergente, nueva clase social. Y tras la cual nace el Cuarto Estado. La lucha de clases consciente, los levantamientos de 1830, de 1848, la Comuna de París… Y derrota fue la Revolución Rusa, que termina, igualmente, con el sometimiento, más en diferido, de las masas subalternas por parte de una nueva, emergente clase social.

Ahora sí he respondido a tu pregunta. Pero, repito, fueron derrotas admirables que han permitido que el ideal revolucionario, emancipatorio, esté aquí. Creo que la película de los hermanos Taviani, Allonsanfan es una adecuada reflexión al respecto.

Para mi vergüenza, no la he visto. Me pongo en ello. Por cierto, la expresión «subalternos», tú mismo te consideras parte de ellos, ¿de dónde viene? ¿No es un pelín peyorativa? 

Pero es lo que somos, sometidos. No nos debe asustar la terminología, sino la realidad de lo que hacen con nosotros. Formamos parte, y creamos y recreamos con nuestra actividad el mundo que nos explota. El capitalismo es nuestro hacer, «no lo sabemos, pero lo hacemos». Subalterno es término que tiene un padre dignísimo, Antonio Gramsci, y es por tanto patrimonio nuestro

Por lo demás, permíteme un comentario sobre vocabularios.

Te lo permito desde luego. 

A menudo se ataca, con una contundencia sospechosa, sospechosa por el énfasis, por la cantidad de energía que se invierte en tales cosas, determinados vocablos de la tradición de la izquierda. Estoy pensando ahora, sin ir más lejos, en los feroces ataques vertidos contra la palabra «internacionalismo», en los desprecios que se hace a quienes la usamos. Frente a ella se opone la de «cosmopolitismo».

Y no es lo mismo. 

No es lo mismo. La acusación contra la primera es que pone por delante las naciones -sean estas lo que sean- y luego la relación «inter», mientras que «cosmopolita» se refiere a algo ya unificado…y que, bueno, los que usamos el término «internacionalismo», somos palurdos, que ni nos duchamos ni conocemos el papel higiénico, vaya. Pero, mira, miles de personas vinieron a la «Guerra de España» de todas las partes del mundo. Y se autodenominaban a sí mismos «internacionalistas». Multitud de veces, en multitud de ocasiones, personas de izquierdas, comunistas, libertarios, demócratas radicales, hicieron el acto de generosidad radical de ir a luchar, o de ir a trabajar, a países que no eran los suyos, y a hacerlo por nada, sin que ello pudiese constar luego en su currículum académico y sin ganar sueldo alguno, y sí corriendo con el grave peligro de perder la vida o de ser encarcelados o satanizados y excomulgados a la vuelta a su país. Y estas gentes, que son las mías, las nuestras, se autodenominaban a sí mismos «internacionalistas». Por otro lado, cosmopolitas -palabra grata a Ortega y Gasset, palabra, no, «de honor», sino palabra «de liberal»- se la auto atribuyen como calificativo para «marcar la diferencia» personas que se consideran «minoría selecta», para referirse a su capacidad de apreciar «las cosas buenas, nuevas, del mundo», para indicar que ellos no son «provincianos», y que sí saben que nada como el MOMA de New York. Y que la filmografía de tal y de cual, eso sí que sí. Vamos, lo de Ortega que decía que por fin, en la cadena de hoteles Ritz de Madrid o Barcelona, se podía desayunar tomando el mismo desayuno europeo que se podía tomar en Paris o en Berlín, y escuchar, mientras, la misma música de la misma orquesta zíngara que se podía escuchar allí. El cosmopolitismo es, pues, palabra elitista, aristocraticista. Y también los nazis se presentaban a sí mismos -lo eran- como cosmopolitas, esto es, como «connaisseurs» de «las cosas buenas», del diseño de última moda, del Vanguardismo, y de las buenas pinturas y obras de arte, que «afanaban» puntual y religiosamente, precisamente porque sabían apreciarlas. Bueno, yo, como los nuestros, soy internacionalista, no cosmopolitista, «a riesgo de» no saber utilizar la paleta del pescado, y precisamente por no saberlo, ni tener tal tipo de preocupaciones. Precisamente comenzar ya a dejar de ser «subalternos» exige, entre otras cosas, generar nuestro propio lenguaje y no acoquinarnos ante quienes nos traten de perdonar la vida desde su condescendencia superior…de clase.

Muy bien vista la diferencia. Hablas del fascismo como una forma aberrante del protagonismo de las masas. ¿Qué masas fueron las protagonistas del fascismo? ¿Qué tipo de protagonismo tuvieron? 

El mundo actual, su organización, hace que las medidas adoptadas por la clase dominante, que organizan la actividad económica, tengan repercusiones inmediatas en las vidas cotidianas de todo ser humano. No es como el mundo del siglo XVll, por poner un ejemplo, en el que salvo que hubiese una guerra, te aumentasen los impuestos y se te llevasen a la carnicería, la vida en las comunidades locales no estaba determinada por las decisiones inmediatas del poder. Las decisiones de los poderosos no afectaban con la inmediatez que nos afectan a nosotros. Esta es la característica que hace que el mundo moderno haya sido «asaltado» por nosotros, los plebeyos. Esta es la condición histórica que hace que vivamos en un «mundo de la democracia». Y que todo régimen económico político que trate de perdurar, deba crearse un consenso de masas. Y que ningún régimen pueda sostenerse sin un apoyo mayoritario, sin alternativas organizadoras de consenso, que para ello, deben ser capaces de dar respuestas a los problemas más candentes de las masas sociales, los que genera precisamente en nuestra vida cotidiana, de forma inmediata, el orden socioeconómico capitalista. De no haber consenso, no hay estabilidad. Y se abre el periodo de las movilizaciones de masas, de las luchas democráticas protagonizadas por los subalternos organizados, o las aventuras, los bonapartismos, los cesarismos… Marx estudió bien esto y Antonio Gramsci partió de estos estudios

A partir de esto, que todos los marxistas conocemos, quiero recordar la idea de Gramsci respecto del fascismo.

Nadie mejor que tú para ello. 

El fascismo, si alcanza el poder es porque la izquierda ha sido derrotada. Debido a lo que sea, a no haber cumplido su papel, principalmente, y no haber ayudado a las clases subalternas a organizarse.

¿Qué presupone conscientemente esta evaluación? Presupone que hay periodos históricos, durante el capitalismo, en que la sociedad queda sometida a crisis colosales como consecuencia de la lógica del capitalismo. Épocas en que se producen crisis orgánicas, desagregaciones masivas de las masas sociales, no respecto a tal o cual partido, ni, solamente, respecto de este o aquel régimen político, sino respecto del ordenamiento social, todo ello como consecuencia de la crisis y del sufrimiento que ella genera. Si la izquierda no ha sido capaz de ayudar a organizarse en la sociedad civil a la gente, si no ha sido capaz de ayudarla a desarrollar su lucha, fracasará en su intento de crear una alternativa. Pero el mundo antes existente, el que ha entrado en crisis, tampoco es, ese no es, desde luego, alternativa, y todos lo experimentamos así. Así que las masas populares buscarán nuevas alternativas y se adherirán a las mismas. El fascismo, el nazismo, nos lo recuerda Polanyi, ofrecían una salida, una alternativa, al menos en el corto y medio plazo. Y grandes masas sociales populares se adhirieron a esos proyectos. Por supuesto el triunfo del fascismo estuvo sostenido por una enrome red de micro instituciones organizadoras de actividad y generadoras de ideología, existentes en la Sociedad Civil. Toda la red de beneficencia organizada por los intelectuales orgánicos de la burguesía, por la iglesia, etc, y que difundían ideología y todos los grupos armados terroristas que desencadenaron la represión, y que apoyaron al fascismo, se integraron en él e indujeron a las masas a que se incorporaran. Los fascismos fueron fuerzas de masas. Se da pues, un nuevo bonapartismo que no alcanza el poder, sin embargo, simplemente por la desorganización total de la sociedad, por la carencia completa de alternativa socio política organizada, tal como ocurrió en 1848 en Francia, cuando la clase obrera es barrida por las armas -40 mil muertos en tres días de julio, solo en Paris- la clase burguesa, no ha sido capaz de salir de un estadio económico corporativo y de crear un proyecto social de masas, y además, y por su parte, el campesinado, la mayoría de la población, defraudado, ha descubierto que se lo abandona en manos de los usureros y que va a ser, encima quien pague el grueso de los impuestos sobre los que se sostenga el nuevo régimen que se trata de crear, la segunda república, y se mantiene al margen, atomizado, desorganizado, cada familia como una patata en un saco de patatas: sociedad civil gelatinosa.

Te copiaré la expresión 

En el nuevo periodo, el que analiza Gramsci, la nueva Sociedad Civil está organizada, y bajo el temblor que recorre las instituciones políticas en crisis de régimen -cito de memoria- se adivina el grosor y solidez de una red de trincheras y casamatas que organizan la sociedad y que en ese momento, apoyan, como base de masas, el fascismo. Frente a ello, solo el trabajo organizativo que impulse la creación microfundamentada de una red de organizaciones que estructuren la cotidianidad y generen un nuevo Sujeto Bloque, una eticidad, -eticità- en ciernes, puede ser alternativa, claro, y esa es la conclusión de Gramsci.

Por lo demás que los fascismos fueron regímenes de masas es algo que la historia oficial no reconoce y que la Guerra Fría, que en occidente impulsó regímenes políticos de confianza basados, para ello, masivamente, en políticos fascistas, ocultó. Algo que podemos ver sin embargo, bien retratado en películas policíacas nórdicas, y en novelas nórdicas de serie negra -Henning Mankell-.

 Me alegra que cites al autor sueco fallecido. Hablemos ahora de la revolución francesa (de la que ya sé que hemos hablado).

 Buen tema. Cuando quieras.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.