El nuevo alcalde, Rubén Devia, pide una salida negociada al conflicto y afirma que la guerra «no es la solución»
Suárez, municipio muy pobre de unos 20.000 habitantes emplazado en el departamento del Cauca, reproduce a pequeña escala muchas de las lacras que asolan Colombia. Presencia de las multinacionales, corrupción política, represión por parte de militares y paramilitares, combates con la guerrilla de las FARC, narcotráfico y penuria de la población autóctona. Tal vez por ello resalta la propuesta del nuevo alcalde de Suárez (elegido el pasado 30 de octubre), Rubén Devia: que este municipio acoja un Foro permanente por la Paz en Colombia. Además, es el primer alcalde del país que pide una salida negociada al conflicto y afirma, sin tapujos, que la solución no consiste en mantener la guerra.
La idea es que en 2012 Suárez albergue un foro en el que todos los actores se sienten a negociar desde una perspectiva integral, con la posibilidad de debatir sobre todas las implicaciones políticas, económicas y sociales del conflicto. Desde el municipio piden con urgencia, en primer lugar, el acompañamiento y la solidaridad internacionalista, que de entrada podría contribuir al cese de una violencia secular, que soportan tanto los ciudadanos que viven en el país, como los exiliados más combativos.
Elegido por el Partido Liberal, Rubén Devia se identifica con la corriente de la que forman parte, entre otros, Piedad Córdoba. Su audacia y condición de luchador social -sobre todo, en el movimiento estudiantil y campesino- le obligaron a vivir exiliado 8 años en el País Vasco y a tomar fuertes medidas de seguridad, hoy, para él y su familia. Con el nuevo alcalde, es la primera vez que la izquierda accede a gobernar un municipio donde esta ideología ha estado siempre proscrita, y realmente lo sigue estando por el terror que siembran entre la población las clases dirigentes, el ejército y las transnacionales. Por ejemplo, en el ámbito de Suárez se perpetró el 7 de abril de 2001 la conocida como «masacre del Naya», una de las más brutales de la historia de Colombia.
Devia destaca otro de los grandes retos para el pueblo. «Que surja un colectivo que agrupe a la gente y la movilice, en suma, un liderazgo; y para ello hay que superar los enormes niveles de terror, paranoia y desconfianza en los que vive la gente», afirma el alcalde. Rubén Devia, quien se considera «uno más entre la población, y también una víctima», se compromete a alejarse de «las prácticas sucias y corruptas tan habituales entre los gobernantes locales, que se apropian de los recursos de la comunidad y los venden a las empresas».
En su programa, la cuestión social ocupa un lugar relevante, con medidas como el estímulo al cultivo de la higuerilla (una planta autóctona de la región), frente a la palma africana, cuyos impactos negativos sobre el suelo están más que verificados; la constitución de cooperativas y núcleos locales de producción; el aprovechamiento de tramos del río Cauca para piscifactorías; potenciar las energías alternativas y crear una red permanente que acoja a viajeros solidarios y ecológicos, que lleguen a Suárez con ánimo de compartir, no de practicar un irrespetuoso turismo de masas.
Suárez saltó recientemente a los medios de comunicación oficiales porque allí murió el máximo comandante de las FARC, Alfonso Cano. Pero el municipio llama la atención por otras muchas cosas. Se halla en una de las zonas -el Pacífico colombiano- más lluviosas y ricas en biodiversidad del planeta, con un reservorio de flora (singularmente las plantas medicinales, muy codiciadas por la industria farmacéutica) y fauna privilegiado. Se sabe que buena parte de esta biodiversidad está aún por descubrir. Además, por el entorno de Suárez pasa el río Cauca, el segundo en importancia de Colombia.
La vida diaria en el pueblo resulta penosa. La población, muy pobre, ve cómo el ejército raciona la comida y controla el casco urbano; las carreteras y equipamientos se hallan en estado precario (escuelas y centros de salud, o son itinerantes o no existen); sólo la economía del rebusque, un incipiente comercio y los pequeños cultivos alivian la penuria. Los suareños viven muy cerca de una sofisticada base militar y, a unos 3,5 kilómetros, tienen la central hidroeléctrica de «la Salvajina». La metralla de los helicópteros y los bombardeos acompañan la existencia cotidiana en plena zona de guerra. Aprenden a sobrevivir en medio del terror y la paranoia.
El municipio se halla ubicado en pleno valle del Cauca, atravesado por un corredor militar de primera magnitud, y entre dos cordilleras (una controlada por grupos paramilitares y otra con presencia de las FARC). Estamos en uno de los puntos calientes de la guerra que aflige a Colombia. Quizá esta posición geográfica de Suárez y el sufrimiento al que se ve sometida su población (bombardeos incluidos), sea uno de los mejores argumentos para albergar el Foro por la Paz. Un sufrimiento -y, también, una tenaz resistencia- cuyo origen se remonta a 1600, cuando los españoles llevan a Suárez numerosos contingentes de esclavos africanos para emplearlos en los yacimientos mineros.
Y una resistencia basada en la oposición a las multinacionales, uno de cuyos principales hitos se sitúa a finales de los 70 del siglo pasado. Es entonces cuando Dragados y Construcciones empieza a levantar la central hidroeléctrica de «la Salvajina» (ahora propiedad de Unión Fenosa, a través de su filial colombiana EPSA), represando para ello el río Cauca. La realización de la infraestructura rompe el equilibrio de la vida tradicional, uno de cuyos puntales era la convivencia entre la población negra, mestiza e indígena. Con la hidroeléctrica llegan, además, los obreros de las ciudades, la prostitución, enfermedades varias, las drogas derivadas de la cocaína y desplazamientos forzados. El impacto ecológico de la obra fue devastador (reconocido además por sentencias judiciales), pero el bolsillo de los plantadores de caña de azúcar resultó muy beneficiado, incluso fue éste -según denuncian algunas organizaciones populares- uno de los grandes motivos que justificó la represa.
Los recursos mineros de Suárez -fundamentalmente auríferos, de los mayores de Colombia- han convertido al municipio en una suculenta presa para las multinacionales: tras 400 años de extracción de oro, las empresas del sector consideran que no se ha sacado siquiera el 15%. Y es aquí donde radica la principal amenaza. La compañía surafricana Anglo Gold Ashanti lidera el desembarco multinacional en busca del oro suareño, basado en una extracción «a cielo abierto» y a gran escala, que arrasará la minería artesanal practicada por la población negra. Y producirá -si se produce, pues aún no han comenzado las extracciones- un descomunal impacto ecológico.
El carbón de Suárez es otro recurso codiciado. El estado concede los derechos de extracción a las multinacionales de la minería, primando la condición pública del subsuelo sobre la propiedad privada del suelo, que en muchos casos corresponde a pequeños campesinos. Y ello en un contexto, que se reproduce en buena parte de Colombia, de narcotráfico, soborno de políticos locales, infiltración permanente de paramilitares, miseria y combates entre el ejército y la guerrilla. Poco margen queda, así, para que una población amedrentada y esquilmada se organice y se movilice. Así las cosas, entre el estruendo sangriento de las bombas, el Foro por la Paz se abre paso en Suárez como un farolillo de esperanza.
Hablar de Suárez, en el Departamento del Cauca, al Sur Occidente de Colombia, es sinónimo de tragedia, genocidio, exterminio, pero ante todo de pueblo en resistencia. Ubicado en una importante zona aurífera, atravesado por el Río Cauca, paso obligado del ferrocarril y corredor estratégico para los diferentes bandos protagonistas del conflicto armado colombiano, convierten a Suárez en un foco permanente de violación de derechos humanos.
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