Ayer noche las calles del estado español estaban abarrotadas de aficionados ondeando banderas españolas a diestro y siniestro, según los medios de comunicación, claro. Uno que no es nacionalista, ni lo quiere ser, ante tal marea humana, se lanzó a la calle (solo dos puntos los de concentración en Terrassa), y fue, al igual que […]
Ayer noche las calles del estado español estaban abarrotadas de aficionados ondeando banderas españolas a diestro y siniestro, según los medios de comunicación, claro. Uno que no es nacionalista, ni lo quiere ser, ante tal marea humana, se lanzó a la calle (solo dos puntos los de concentración en Terrassa), y fue, al igual que el jueves, a ver el volumen de esa corriente humana observando que ni era ni inmensa y mucho menos politizada.
Nada nuevo, ni nada grave en lo que a los números se refiere. Y tampoco en cuanto a las características de los aficionados presentes. Eran jóvenes, muy jóvenes, entre los 14 y los 25 años, castellanoparlantes en su mayoría y muchos de ellos aficionados del Real Madrid. La presencia de banderas con el escudo franquista, sobretodo el día de celebración del triunfo fue testimonial. ¿Porque digo esto?, se preguntaran los lectores, pues simplemente porque al llegar a estas concentraciones me saludaron efusivamente muchos jóvenes a los que he visto crecer y que para nada son el ejemplo de patriotero españolista o fascista que algunos puedan pensar, todo lo contrario eran jóvenes de las clases populares, gente amigable, sencilla y cordial. Es más, el jueves concretamente, en que el número de concentrados no alcanzaba las 500 personas (de 1.000 hablan los medios locales) en una ciudad de más de 200.000. Pude observar un ambiente de alegría comedida y como esa masa humana contaba con la presencia de personas inmigrantes. En concreto ese día, dos chicos negros, encaramados sobre otros lucían la bandera española y una copa de plástico que imitaba a la que días más tarde recibiría a la selección española por un excelente juego demostrado ante otras selecciones nacionales. En una escena que alejó de mi algunos temores y prejuicios. Me fui después de media hora pensado que lástima que la selección catalana o la de Euskadi, que tanto desean existir y competir en esas lides no lo puedan hacer por ser privadas de legalidad por parte de los poderes políticos y deportivos. Pues el deporte sin el capitalismo sería un elemento revalorizador del trabajo colectivo y de la lucha por la superación personal y de la cultura del esfuerzo.
Hasta aquí todo aparentemente normal, todo «natural», ciudadanos sometidos a los medios de comunicación y a su poder manipulador, sobre todo los jóvenes, celebran el triunfo de la selección española por la noche y por la mañana seguirán con sus contratos basuras, sus hipotecas los pocos que las tengan y con su vida más o menos feliz. Jóvenes que no relacionan ni la bandera ni la monarquía con la dictadura fascista que vivió España durante cuarenta años, jóvenes nacidos y criados en el apoliticismo y educados en una sociedad de consumo desaforado, donde las fuerzas de izquierdas son testimoniales y cuya presencia en la vida real de estos jóvenes es mínima.
¿Pero que objetivo persiguen los medios de comunicación, los políticos que defienden el nacionalismo español y los señores del capital?
Antes de responder permitirme que realice también un análisis cuantitativo. Las cifras que en los medios se han publicado dicen, que por ejemplo en Barcelona, fueron más de 10.000 personas las que salieron a las calles (en realidad a dos lugares Canaletas y Plaza de España) en una ciudad que tiene 1.600.000 habitantes. Nada creo que se deba añadir, las cifras hablan por si solas, para este y para otros casos, ¡ojo!.
Este nacionalismo banal, de bandera y camiseta deportiva, nada más puede perseguir que esa celebración hábilmente azuzada desde la cadena televisiva Cuatro, desde el inicio de esta competición deportiva.
Pero detrás de este hecho comprensible desde el punto de vista de la alienación de masas en las modernas sociedades de consumo capitalistas, se esconde un interés de uso crematístico y político. Sería interesante recordar la pérdida de entre un 25-30 % de los ingresos por publicidad de los medios de comunicación y del que parcialmente parece que se ha salvado Cuatro con estas semanas de hegemonía futbolera. *
Algunos obtendrán pingues beneficios económicos y políticos gracias al evento y con toda seguridad no serán los aficionados los elegidos. Otros aumentaran sus ingresos por de la venta de material deportivo relacionado con la selección y el evento.
Pero mientras tanto nos aparece como una cosa natural (así es el capitalismo) un nacionalismo español de estado revitalizado. Representado inicialmente, el jueves en le partido contra Rusia, de la mano de los príncipes de España besándose acariciándose y alegrándose de los triunfos de nuestra selección, como dicen los periodistas, todo esto junto a su pueblo de forma natural como personas sencillas, como uno más. Y sigue este nacionalismo de estado y en esta ocasión de calzón corto el día de la final contra Alemania con la presencia de los Reyes y del presidente del gobierno señor Zapatero. Hábilmente enfocados, hábilmente utilizados o utilizando ese medio como forma de complacencia con los que asisten de forma presencial (16.000 aficionados fueron los asistentes a la final según los medio) o desde su televisor al evento deportivo que ensalza la capacidad deportiva de los futbolistas de la selección española.
Pero ojo, la final de la Eurocopa congregó una media de 14.482.000 espectadores en un país de 46.000.000 de habitantes. Eso si un 80,9% de los telespectadores estaba ayer por la noche viendo la final en Cuatro.
Estos hecho demuestran lo que defiende el profesor Carlos Taibo, entre otros, El nacionalismo español es, en primer lugar, un nacionalismo trivial, que se impone sin que la mayoría de los sujetos que lo llevan sean plenamente conscientes. Pero si lo son los que hábilmente intentan sacar partido de esta situación. Hemos podido oír a multitud de comentaristas (sería ocioso citarlos a todos, la unanimidad es casi total, ¡escuchen!, ¡escuchen! las emisoras deportivas o generalistas de ámbito estatal) demonizar las naciones de los demás pero no la suya. Se ha hecho mofa y befa más menos sutil de los políticos catalanes de ERC, o del PNV y la izquierda abertzale en el caso vasco, y se les ha acusando de antiespañoles en unos casos y esencialitas en otros por simplemente decir, que esa no era su selección o que preferían que ganase el mejor o el contrincante de España. La discrepancia no era admitida, esa es la raíz de todo nacionalismo excluyente, expansivo y opresor, justamente de lo que acusan a las otras naciones que existen en España.
¿Qué pretenden con esto? Se lo dejo a su libre opinión, pero perdonen, creo que todos tenemos claro que esa presencia estatal, ese baño de masas que se han dado los máximos representantes del estado español no se ha hecho porque sí tiene un objetivo: nacionalizar España, recuperar le terreno perdido, según su lógica. La marea «roja», término usado por los periodistas de Cuatro, es la nueva categorización del nacionalismo español. Un nacionalismo que se agrupa entorno a los planteamientos de la izquierda sistémica y no franquista y que se hace acompañar de los nuevos valores de la España democrática en contraposición a la España reaccionaria y neofranquista, revalorizando la bandera y símbolos como la monarquía como ejemplo de modernidad y de gran nación emergente.
Recuperando de nuevo a Carlos Taibo: Casi siempre que hablamos de nacionalismos pensamos en aquellos que contestan la realidad de los Estados existentes. No es eso lo que ocurre con los nacionalismos de Estado, cómodamente instalados en maquinarias oficiales que se hallan a su servicio. Aunque la presencia de estos últimos nacionalismos es ubicua y evidente -ahí están, para testimoniarlo, el sistema educativo, las instituciones políticas, las fuerzas armadas o los lugares de memoria-, resulta muy común que, dado que su efecto es a menudo inconsciente, se niegue su existencia. El discurso que emiten políticos y medios parece sobreentender que el nacionalismo, un fenómeno siempre retratado en clave negativa, tiene por fuerza que corresponder a los otros. Nosotros somos, en cambio, en el mejor de los casos, pulidos patriotas que defendemos la democracia y la pluralidad. No preciso agregar, creo, que eso es un cuento de hadas. **
El nacionalismo español pretende obtener ventaja sobre otros nacionalismos sometidos y subyugados por un marco constitucional que sólo acepta como sujeto de derecho politico al conjunto de los españoles y que no esta dispuesto a aceptar que los ciudadanos de cualquier nación (nacionalidad, como dice la Constitución española de 1978) pueda decidir democráticamente si quiere o no pertenecer a esa España nueva moderna y mergente que ellos defienden, pretendiendo que el suyo es el único nacionalismo legítimo y democrático, nada nuevo esto forma parte de la historia moderna y contemporánea de Europa y la solución de estos contenciosos complejos pero vivos puede temner muchas salidas y quizás no las esperadas por el nacionalismo hegemónico.
Respetar le derecho de cada ciudadano de las naciones existentes en el estado español a decidir que forma de relación quiere tener con el estado español no entra en los planteamientos del inexistente nacionalismo español, de momento, a pesar de que este respeto al derecho a decidir sería un ejerció de democracia impecable y lo más cruel sabiendo que como dicen las encuestas la mayoría de los ciudadanos de las naciones del estado español no optarían por la separación de España.
Pero ya se sabe, no hay peor ciego que el que no quiere ver o, lo que es peor, el que quiere mantenernos a todos y todas en la ceguera y en conflicto, en lugar de llevarnos a la democracia real y participativa y a la posible solución.