La desaprobación del capitalismo neoliberal es bastante extensa. El capitalismo neoliberal es ese capitalismo en el que las oligarquías recuperan las posiciones que históricamente perdieron durante la pujanza del movimiento obrero, en las primeras seis décadas del siglo XX. Es el capitalismo en el que el derecho laboral se desvanece, en el que la progresividad […]
La desaprobación del capitalismo neoliberal es bastante extensa. El capitalismo neoliberal es ese capitalismo en el que las oligarquías recuperan las posiciones que históricamente perdieron durante la pujanza del movimiento obrero, en las primeras seis décadas del siglo XX. Es el capitalismo en el que el derecho laboral se desvanece, en el que la progresividad fiscal se ahueca, en el que la producción de deslocaliza en una subasta a la baja de la cuota popular, en el que la deuda de los suburbios del centro global se convierte en un mecanismo de sumisión al centro nuclear, en el que la economía real está a la merced de la especulación. Este capitalismo neoliberal en sus cuarenta años de trayectoria a veces ha sido más sibilino (como en los años en los que el crecimiento basado en endeudamiento privado ocultaba la terrible trampa que se armaba) y otras veces es más descarado (como ahora).
El fortalecimiento del capital y el debilitamiento paralelo de su oposición han provocado un punto de correlación muy desequilibrado, cada vez de una forma más extrema y más evidente. En este histórico momento, las fuerzas opositoras se limitan (nos limitamos), como ya he manifestado en alguna ocasión, a dejar constancia del lamento producido por cada amputación de un derecho. No alcanzamos la capacidad ni siquiera para evitar el hurto de nuestros logros históricos. En esa inercia de extirpación y queja, casi nos olvidamos de pensar y soñar más allá del capitalismo no neoliberal, porque ya el capitalismo-horrible-anterior-
La izquierda tímidamente y cuando tiene oportunidad proclama su antineoliberalismo desde sus muchos foros políticos, sindicales o sociales, casi sin respiro para promulgar el anticapitalismo. Hay un llamamiento constante de todos para la comunión de las escasas fuerzas. Muchos son los llamados cada vez y pocos son los aparecidos cada vez, porque cada fuerza tiene su ensimismamiento y acude con propósito tenue a las convocatorias ajenas de hermanamiento. Unidos seríamos débiles y separados estamos abatidos.
El camino hacia aquí
Para llegar a esta situación de 2012, se ha jugado una larga partida histórica. El movimiento obrero fue capaz de crecer durante el final del siglo XIX y principios de XX en la clandestinidad, contra todo obstáculo. Parece que en los cuarenta las estrategias giraron. La confrontación contra un movimiento en constante crecimiento se convierte en un acceso al poder (contínuo o intermitente) y una alianza con el sistema del movimiento estabilizado en su dimensionamiento. La fusión del sistema y de su oposición moderó algunas contradicciones del sistema, pero aplacó las pretensiones transformadoras residente en la sociedad. En la siguiente fase, ya el modelo había integrado al movimiento en su interior y logró desactivar sus impulsos de progreso y también sus capacidades de conservación de los avances pretéritos.
En ese recorrido, el PSOE abandonó las dos almas (revolucionaria y reformista) de los treinta, para convertirse en ariete principal contra la progresividad fiscal, las empresas estratégicas públicas, el pacifismo antimperialista, los derechos de los trabajadores, el republicanismo, el laicismo… Los sindicatos mayoritarios se burocratizaron, abandonaron sus labores de concienciación, organizacción y lucha, se convirtieron en agentes de una concertación social a la baja. El PCE se englobó en una coalición de partidos con el objetivo de contribuir a la defensa del Estado del Bienestar, ocupando un territorio ideológico abandonado por el PSOE. Los dignos anarquistas son una especie en vías de extinción.
La propuesta de Julio Anguita
La dificultad para escapar de esta situación tan honda con apenas músculo es demasiado grande. El 15M en alguna de sus manifestaciones es un intento de organización paciente, aunque en otros espacios sólo sea una lamentación más, estructurada de otra forma. Por su parte, el llamamiento de Anguita está moralmente a la altura de su personalidad; es decir, muy alto.
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Sin embargo, políticamente es un nuevo esfuerzo voluntarista en medio de una realidad en la que esos afanes tienen escasa repercusión, por muy mediáticos que sean los lanzamientos. Escribo esto con gran aprecio hacia la persona de Julio Anguita y sé que él es más conciente que yo de la realidad que anula estos empeños. De hecho, él explica que una de las principales virtudes de este movimiento debe ser la paciencia histórica.
Es posible que el debilitamiento de la oposición a la reforma dinámica del capitalismo todavía no haya tocado fondo. Los intentos de armar movimientos de resistencia y antagonismo a veces nos pueden encandilar y podemos pensar que tenemos mayores fuerzas que las que verdaderamente están con nosotros. Pero la verdadera fuerza social está con las rutinas que ha asentado el sistema en las mayorías sociales: las banderas nacionales de la idiotización estos días pueblan las calles y las pocas banderas de las causas populares sólo salen los días de manifestación, como síntoma.
Aunque a las personas que habitamos en este hemisferio del pensamiento crítico el llamamiento del 15M o de Julio Anguita nos parezcan imprescindibles, las mayorías sociales no se dan por enteradas o lo pillan de una forma muy superficial («Julio Anguita quiere volver a presentarse»). Pero lo más duro no es que la mayor fuerza social está adherida al sistema. Lo peor es que entre las personas que ven la necesidad de construir un movimiento socio-político de resistencia y progreso por una senda histórica más inclusiva y justa, hay demasiada pasividad. Para las mayoría el aliento transformador está fuera de su cosmovisión y para grandes sectores de la minoría que asiente la propuesta de Anguita el compromiso sincero no alcanza más allá de aplaudir a Anguita en la conferencia en la que hace su anuncio. El mismo Anguita explica que hace falta una actitud combativa, de poco vale un aplauso que no tiene más eco en el espacio, en el tiempo y en las mentalidades de las personas.
¿Qué haré yo?
Cuando vi el discurso de Julio Anguita me cayó mal su formulación, ya que no entendí su «Asumo el compromiso de ser el referente de un movimiento…». Creo que se debe formular de otra forma más humilde: «Asumo el el compromiso de contribuir y esforzarme como el que más a crear un movimiento…». Supongo que fue un lapsus. Sin embargo, como otras muchas personas yo ya tenía el mismo desvelo que Julio Anguita ha defendido siempre y manifiesta también en ese vídeo. Creo que debemos comprometernos con darle a la política la importancia que la política debería tener. Me cae mal la actitud del «deberíamos hacer, pero no hago porque…». Demasiados «peros».
Para que no descubran una contradicción en lo que escribo (una defensa de la acción que promete poco), insisto en una de mis ideas recurrentes. Hay que actuar porque la moral lo dicta. Hay que actuar porque la incertidumbre siempre le deja un resquicio abierto a la posibilidad de que ocurra lo impensado. Hay que actuar porque la esperanza estará más cerca de realizarse cuantas más manos trabajen con compromiso en su realización. En la salud del movimiento y en su enfermedad indisolublemente debemos estar a su lado.
Yo seguiré a quien me invite a soñar. Compartir el sueño con otros soñadores es tan positivo como alcanzarlo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.