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El Otro 92 en Extremadura: La revuelta de los agricultores

Fuentes: Rebelión

El año de oro, el momento mágico en el que España subió a primera división. Así lo recuerdan las crónicas de la época. Los Juegos Olímpicos de Barcelona, la Expo de Sevilla, el primer AVE, los fastos del V Centenario o los triunfos deportivos de Indurain y Fermín Cacho.

El año 92 evoca los días felices, los tiempos de prosperidad, “la hora de España”, como rezaba el eslogan en la Feria del Libro de Frankfurt. Si el año 78 fue durante décadas el gran emblema fundacional de la transición democrática, el 92 vendrá a representar el símbolo del progreso, de la definitiva homologación de nuestro país. Modernidad, reconocimiento internacional y bienestar: se cerraba así el círculo virtuoso del milagro español.

Pero hubo otro 92, aunque de su rastro apenas queden briznas en nuestra memoria. Tras el escaparate ostentoso de la red de autovías, del simpático príncipe abanderando la delegación olímpica y del cóctel cultural infinito, se oculta otro país de gente trabajadora resistiendo contra la reconversión industrial, de campesinos enfrentándose a la reforma de la Política Agrícola Común (PAC) o de valientes jóvenes abogando por la supresión del servicio militar obligatorio. “Es como si hubiera dos ciudades”, dice el antropólogo Manuel Delgado, recordando la política urbanística en Barcelona durante la década de los noventa. “Por una parte está la ciudad planificada; la ciudad de los diseñadores, de los políticos, de los arquitectos. Una ciudad que existe en la paz absoluta de los planos, de las maquetas. Y luego, al margen, de espaldas o contra esa ciudad, está la ciudad real: las prácticas, los acontecimientos, los imprevistos, los conflictos, las luchas, las miserias y alguna grandeza de vez en cuando”.

En el Otro 92, clandestinizado por la memoria oficial, se vive un intenso periodo de luchas obreras. En Madrid se producen durísimos conflictos laborales en el transporte urbano y en la recogida de basura. En Torrelavega, ante la amenaza de cierre en Sniace se registran enfrentamientos entre los trabajadores y la policía. Y el 28 de mayo en toda España se realiza una huelga general contra la drástica reducción del subsidio de desempleo aprobada por el gobierno de Felipe González. Pero el malestar y la protesta ciudadana desbordan el marco laboral: los 107 juicios por insumisión o las grandes manifestaciones contra el racismo a raíz del asesinato de Lucrecia Pérez en el barrio de Aravaca son solo dos de las astillas de la intensa conflictividad, presente durante todo el año.

Tres acontecimientos especialmente relevantes serán escamoteados en el relato canónico: la quema del Parlamento de Murcia, la dura represión con tres heridos de bala en una manifestación celebrada en Sevilla el día anterior a la inauguración de la Expo y la revuelta de los agricultores de Extremadura. Luis López Carrasco, director del documental El año del descubrimiento, que ha abierto con maestría toda una línea de revisión crítica de nuestra historia reciente, afirmaba refiriéndose al primero de los hechos que se trataba de “la cara B del 92”. Examinemos las huellas del pasado que nos han robado, quizás, como presentía Walter Benjamin, podamos encender en ellas la chispa de la esperanza y la rebeldía del presente.

18 de marzo de 1992, la rebelión extremeña contra la reconversión agraria

Desde primeras horas de la mañana han ocupado las calles de Mérida. Son más de 15.000 personas, según la Delegación del Gobierno, y cerca de 50.000 según las organizaciones convocantes. Sea como fuere se trata de una de las movilizaciones más numerosas de las últimas décadas. Han llegado desde todas las comarcas de Extremadura, del Campo Arañuelo, de Gata, de la Vera, de las Vegas Altas y Bajas del Guadiana. Son, sobre todo, los pequeños campesinos, los colonos del regadío, los cultivadores y productores del tomate, el tabaco, el maíz, la cereza, la aceituna, el vino o la leche. Pero cuentan con el apoyo masivo de la sociedad, del mundo rural y de las ciudades. A la manifestación unánime de las organizaciones agrarias se han adherido los sindicatos de clase y las fuerzas políticas en su conjunto, exceptuando el partido que gobierna en Extremadura y en España. Los comercios y establecimientos han cerrado en muchas localidades en solidaridad con los agricultores y en la universidad un gran número de estudiantes se ha puesto en huelga.

No es una simple manifestación, todo el mundo lo intuye. En la Barriada de las Sindicales, desde donde parte el cortejo, se respira un aire de indignación, un presentimiento de encrucijada. Un gran despliegue policial rodea la marcha y en el lenguaje de los cuerpos se barrunta el encontronazo inevitable. La movilización campesina es sostenida y crece desde hace más de un año. Los dirigentes de la Unión de Campesinos Extremeños (UCE), Emilio Guerrero y Juan Luis Aparicio, han sido procesados y absueltos en noviembre, tras ser acusados de “desórdenes públicos”, a raiz de cortes de carretera a finales de enero de 1991. “Es una maniobra política para acallar las voces reivindicativas que hay en Extremadura”, declara la UCE que es, sin duda, la punta de lanza del movimiento campesino. Cada detalle nuevo que se conoce de la reforma de la PAC que urde la Comunidad Europea adensa la incertidumbre de los agricultores. En noviembre, la Comisión Europea ha anunciado un recorte del 35% en los precios de los cereales y un 10% del precio garantizado de la leche. El 9 de febrero la periodista Manuela Martín escribe en el diario Hoy: “Los agricultores son más conscientes que nunca de que el sector está sometido a una reconversión tan feroz como hace 20 y 30 años, cuando millares de jornaleros y pequeños propietarios tuvieron que abandonar la región para buscarse un puesto de trabajo en otras regiones y países”. Y añade: “Por desgracia, las reivindicaciones de las comunidades o colectivos más alejados de los centros de información sólo se oyen cuando alguien corta una carretera, se encierra en una mina o, como ha ocurrido en Murcia, en un acto de barbarie le pega fuego al Parlamento regional”.

Una gigantesca reconversión agraria está en marcha. Francisco Amarillo, el ladino consejero de la Junta de Extremadura, no ha tenido empacho en reconocer que, en un breve plazo de tiempo, más de 25.000 agricultores extremeños tendrán que abandonar el sector. Alonso Rodríguez, conocido por todos como Pichurrín, uno de los dirigentes de la UCE y por entonces vicepresidente de ACOREX, lo recuerda con nitidez y amargura: “Amarillo decía que con menos de 20 hectáreas no pintábamos nada ninguno. Y para eso, que había que hacer, según él. Muy sencillo: que desaparecieran todos lo que tuvieran que desaparecer. Y, claro, en el tomate por ejemplo, mucha gente tenía tres y cuatro hectáreas. Y, al final, nosotros mismos nos hicimos la reconversión sin que a la Administración le costara un duro”.

La reforma de la PAC supondrá una profunda transformación de las bases que venía defendiendo la Comunidad Europea desde su inicio. Principios como la preferencia comunitaria o la solidaridad financiera se amoldarán ahora a los dictados de las grandes instituciones que dirigirán la globalización. “La pieza clave de las reformas de la PAC de 1992 y 1999 ha sido la reducción de los precios garantizados ya que estos estaban prohibidos por la Organización Mundial del Comercio (OMC)”, explica la economista Marta Soler. Estamos en la década prodigiosa del neoliberalismo y la agricultura se ha convertido en una mercancía más, integrada ya plenamente en la lógica del capitalismo financiarizado. “El capital no puede menos que privatizar, mercantilizar, monetizar y comercializar todos aquellos aspectos de la naturaleza a los que tiene acceso”, señala David Harvey. Monocultivo, agronegocio, mercados de futuro, deforestación, pérdida de biodiversidad, son algunas de las características que acompañan al nuevo modelo, al sistema agroindustrial en manos de un puñado cada vez más reducido de empresas. Nestlé, Unilever o Danone, son algunas de las empresas trasnacionales que controlarán la alimentación en las décadas sucesivas a la reforma de la PAC.

Clinton, Thatcher y González, el GATT y Maastricht, el dólar y el euro, todos bailan la misma música. La globalización capitalista atropellará a millones de personas, pero nos proveerá de progreso, dicen. Las pequeñas granjas y las explotaciones campesinas “serán desplazadas por la agricultura industrial a gran escala o por nuevas e impolutas fábricas”, como subraya Harvey, pero el libre comercio, al parecer, proporcionará acceso al consumo y bienestar para todos.

No podemos quitarnos el sombrero ni dar como una verdad universal el hecho de que haya que llegar a una agricultura, con el tres, el cuatro o el cinco por ciento de la población activa empleada, eso es la ruina para nuestra agricultura, la ruina para nuestra región”. Es Manuel Parejo, dirigente de IU en Extremadura, quien pronuncia esas palabras en el parlamento autonómico, el 27 de febrero de 1992, apenas un mes antes de la gran revuelta. Pero el desparpajo de Amarillo, su entusiasmo neoliberal es casi tan grande como su cinismo. Estas son sus palabras en esa sesión: “Está claro que con mayor o menor celeridad va a haber un acercamiento de precios del interior de la comunidad a los precios internacionales. En segundo lugar (…) se va a acelerar el proceso de disminución de la población activa agraria, propiciándose a la vez de manera directa o indirecta un rejuvenecimiento del sector agrario”. Esto es lo que hay, lo que viene, y hay que adaptarse a ello y serán “el tamaño de la explotación y los flujos financieros”, los dos factores clave en el futuro, afirma el consejero de la Junta.

Acabáramos. Los dirigentes del PSOE, el mismo partido al que pertenecieron un gran número de los yunteros que protagonizaron la revolución campesina del 25 de Marzo en 1936, muchos de los cuales pagaron con su vida la osadía de soñar la Reforma Agraria, enaltecían ahora los nuevos latifundios en trance. La Reforma Agraria era algo del siglo XIX, decían, y la propuesta de crear un banco de tierras, que representaba la posibilidad de ampliar las parcelas para los pequeños campesinos, era según Amarillo, “una barbaridad”. Grandes explotaciones y flujos financieros, esa era la nueva fórmula del socialismo extremeño. La gran propiedad y el dogal de los bancos, la distopía agraria del social-liberalismo. La profecía de John Berger en Puerca tierra, escrita en 1979, se abría camino con fuerza: “La agricultura no requiere necesariamente de la existencia de campesinos (…) La familia campesina deja de ser una unidad productiva y en su lugar pasa a depender de los intereses que le financian y le compran la producción”. Pichurrín, toda una vida de trabajo en el campo, lo expresaba con claridad, desde su experiencia personal: “Antes, con las tres o cuatro hectáreas tenías un año malo y lo superabas. Ahora tienes un año malo y no lo recuperas ya nunca, estarás atado al banco de por vida”.

Pero volvamos a Mérida, a la manifestación del 18 de marzo. Los campesinos lo tienen claro. Por mucho que los poderosos vistan la agresión con jerga tecnocrática y con bonitas palabras como Medio Ambiente y Desarrollo Rural, el objetivo es quitarse de enmedio a miles de agricultores y de hacerlo además a bajo coste, sin tener que pagar una factura similar a la de la reconversión industrial. La fábrica de las mentiras, del entretenimiento y la propaganda ideológica funcionarán a pleno rendimiento. Son los tiempos de la “beautiful people”, de la gente guapa, de Solchaga, Mariano Rubio y sus amigos de Ibercorp. Y los turiferarios del poder escriben el relato de las viejas y nuevas élites. Lucio Poves, director de informativos en la Cadena Ser-Extremadura durante mucho tiempo, firma semanalmente un artículo en el diario Hoy bajo el título de Crónicas Mundanas. Es una fábula que cuenta las andanzas de la jet realmente existente y de los aspirantes a formar parte de ella. El 2 de febrero de 1992, apenas unas semanas antes de la revuelta campesina, escribe Poves, glosando el fin de los actos del dia de Extremadura en FITUR, en relación a la consejera de Industria y Turismo: “Maria Emilia Manzano estaba, como en ella es habitual, elegantísima; vestía un traje en tono amarillo fuerte con ribetes negros de terciopelo”. El poder y sus terminales mediáticas también lo tienen claro. Hace falta mucha narcótico, mucho enclave 92, mucho ángel trompetero y mucho europeismo de salón, para que la gente trague con el desmantelamiento de la agricultura y de la industria, de sus modos tradicionales de vida. Pero si no llega con la dosis ya se encargarán de ello los antidisturbios y los tribunales.

La manifestación termina, pero los asistentes son conscientes del momento crucial que están viviendo. Reclaman que Ibarra les reciba, pero él contesta que “yo no recibo a nadie bajo presión y chantaje, en perjuicio de otros ciudadanos que no protestan”. Lo de siempre. Parece que con los directivos de Iberdrola o con los promotores de Valdecañas no tuvo tantos reparos en recibirles. A 150 metros de la residencia oficial de Ibarra se inicia la batalla campal entre los manifestantes y la policía antidisturbios. Durante nueve horas Mérida es un escenario de enfrentamientos. 28 personas tienen que ser atendidas en los servicios de urgencia en el hospital de Mérida y 5 manifestantes -3 de Arroyo de San Serván y 2 de Talayuela- son acusados de agresión a la fuerza pública. Comisiones Obreras, Acorex y otras organizaciones se solidarizan con los campesinos, rechazan la actuación policial y responsabilizan de los incidentes a Ibarra y a Ángel Olivares, el delegado del Gobierno. Pero serán justamente estos quienes, lejos de habilitar los espacios de negociación, se encarguen de perseguir durante años a los dirigentes de las organizaciones agrarias y muy especialmente a la UCE. A la UCE se le multa con 250.000 pesetas y a la UPA y ASAJA, que eran convocantes en la misma medida sólo con 55.000. Pero, además, a pesar de haber abierto 11 expedientes, al único dirigente que se enjuicia por la vía penal es a Emilio Guerrero, secretario regional de la Unión de Campesinos, para el que se piden cuatro meses de arresto mayor y 200.000 pesetas de multa. Dos años después de los hechos, el 1 de marzo de 1994 se zanja el juicio, que queda en falta leve y multa de 5000 pesetas.

Los poderes políticos y económicos, en lo fundamental, ganarán la batalla. La Junta, que ha destinado 26.000 millones de pesetas para celebrar el V Centenario y 4586 millones a la empresa Siderúrgica Balboa, sin embargo regateará los fondos a los agricultores. Y la PAC irá rematando la reconversión agraria prevista. “Sin la subvención hoy ya no se mantiene la agricultura. Los pequeños agricultores estamos rodeados de tierra que no produce. El 80% de las subvenciones va a los grandes terratenientes, que cobran el dinero por el simple hecho de ser propietarios de la tierra. Corrompieron el movimiento y a partir de ahí perdimos la fuerza”, reflexiona Paulino Luna, otro de los grandes y honrados luchadores campesinos, al que los nuevos caciques han perseguido también con saña. El pulso continuará, pero la combinación de clientelismo, represión y política neoliberal irá socavando el potente movimiento campesino forjado en dos décadas de siembra.

Impulsarse con la memoria de la honradez y el ejemplo del 18 de Marzo

¿Cómo es posible que un acontecimiento y un movimiento tan importantes como los que vivió Extremadura en 1992 se hayan olvidado, que nadie los recuerde o reivindique? ¿Cuál es el proceso que arrastra al ostracismo algo tan destacado como la quema del Parlamento de Murcia o esta gran revuelta de los agricultores extremeños? ¿Qué cantan o escriben los historiadores extremeños de ahora?

Quizás una parte de la explicación tenga que ver con lo que apunta el historiador Juan Andrade cuando, refiriéndose a la transición en Extremadura, analiza las posibles causas de que la historiografía haya conocido en nuestra tierra un desarrollo menor que en otras regiones. Andrade reflexiona sobre las dificultades de “escribir la historia de personas no solo vivas, sino activas en la vida pública” y señala que “quienes escriban esa historia con rigor y sentido crítico (…) se encontrarán a ciencia cierta con los obstáculos, el silencio o el silenciamiento de aquellas personas de la época que, disfrutando hoy de alguna posición de poder político, mediático o académico, se sientan cuestionadas en el relato”.

Los vencedores de aquel proceso, de aquella desastrosa reconversión agraria que ha contribuido a seguir desangrando a nuestra tierra disfrutan, como es evidente, de sólidas posiciones de poder político, mediático y académico en Extremadura. Y, además, en este caso, también económico. Los primeros beneficiarios de la orientación de la PAC y del conjunto de la política neoliberal han sido, claro está, las grandes empresas multinacionales que controlan la cadena alimentaria y junto a ellas las grandes explotaciones agrarias, perceptoras de la mayor parte de las subvenciones. Pero además habría que añadir en el bloque de los beneficiarios al poder político que, al amparo de este modelo agrario, ha tejido una sólida red clientelar bien engrasada con muñidores y mediadores de todo pelaje.

Una de las razones que explica que Extremadura siga perdiendo población a chorros -41.000 personas menos en los últimos 10 años- o que ahora se le esté preparando un futuro de extractivismo y tierra de sacrificio, está en relación precisamente con el control del mundo campesino al que, de modo tan sistemático, se ha dedicado el poder político. El dominio clientelar y la consiguiente desarticulación de los dos sujetos que emergieron con fuerza en la transición democrática (jornaleros y pequeño campesinado) ha sido una de las grandes derrotas estratégicas que aún estamos pagando. Con el PER desmontaron el sindicalismo jornalero y con la PAC han conseguido deshacer la fortaleza labrada por los pequeños agricultores. De la mano de ambos actores retornaba en la transición el temido fantasma de la Reforma Agraria y la revolución de los claveles en Portugal estaba muy cercana. Al final no tuvieron más remedio que incluir la referencia a la Reforma Agraria en el Estatuto de Autonomía, en 1983. Pero en 2011, en la única legislatura con solo dos fuerzas políticas en el parlamento regional, quitaron la simple mención y respiraron todavía más tranquilos. Casi nadie llamó entonces la atención sobre aquella supresión con tanta carga simbólica en una tierra como Extremadura.

La emergencia de la Unión de Campesinos Extremeños, a mediados de los años setenta, en las Vegas del Guadiana y en otras comarcas de la región, su combatividad y su capacidad para librar batallas como las guerras del tomate, el pimiento o la leche, infundió un enorme temor a los dueños cortijeros de Extremadura. Más tarde, en la década siguiente, la laboriosa puesta en marcha de un gran movimiento cooperativo, nacido de las entrañas de la UCE y con una implicación muy relevante de cristianos de base y comunistas, poco amigos del pasteleo con el gran capital, de nuevo sembró la inquietud en los salones del poder. Las grandes empresas y la Junta se aplicaron a refrenar y a subordinar a ACOREX y a la Caja Rural. Y a fe que lo consiguieron. Alonso Rodríguez recuerda la amenaza de Ibarra, justo en el gran momento del pulso, en 1992: “Tu cooperativa está pendiente de recibir subvenciones. Si seguís con las movilizaciones voy a ir a decirle a los socios que no las reciben por culpa tuya”. El estilo inconfundible de la casa. En 2002 la Caja Rural probaría la misma medicina y además la Junta, -ahora a través del Consejero de Economía, Manuel Amigo-no tendrá empacho en hacerlo público a través de la prensa, el 20 de febrero de 2002. O sustituís al director general de la entidad o “Caja Rural no podrá tramitar ayudas de la PAC o pagar nóminas de la Junta”. Todo controlado y jibarizado a mayor gloria de las grandes empresas amigas.

Y, a pesar de todo, del desmantelamiento del tejido cooperativo, del clientelismo cernido, de la compra y dulcificación de la mayor parte del movimiento asociativo agrario, retorna la resistencia de los más pequeños. Porque el poder económico es insaciable y le sobran todos los agricultores, porque para su utopía de digitalización y uberización de la economía no necesitan campesinos, sino servidores endeudados y autoexplotados que compitan a muerte entre ellos.

Marzo es tiempo de siembra. Y en Extremadura aún más. El 25 de Marzo de 1936 se fundó la promesa de la Reforma Agraria y se forjó la identidad extremeña. Y el 18 de Marzo de 1992 se renovó la apuesta, se volvió a soñar otra vez con una tierra solidaria, sin caciques y sin amos, ni viejos ni nuevos.

Ahora, cuando se habla tanto de la España vaciada e incluso lo hacen muchos de los que antes repetían como papagayos la cantinela de que reducir la población activa agraria era por sí mismo un indicador de modernidad, hay que recordar aquel movimiento que luchó contra la reconversión agraria con una contundencia inédita. Ahora, cuando son cada vez más evidentes los límites de la globalización y cuando la irracionalidad social y ecológica de este modelo productivo genera incertidumbres incluso sobre el abastecimiento de alimentos y producciones básicas como el aceite de girasol, hay que recordar a los hombres y mujeres que defendieron la función social de la tierra y la dignidad de Extremadura.

Fue también en 1992 cuando Rafael Chirbes escribió su novela La buena letra. Chirbes vivía por entonces en Extremadura, en Valverde de Burguillos. Años después lo recordaba así: “Yo vivía por entonces en un pequeño pueblo de Extremadura donde la pervivencia de las viejas costumbres en la vida cotidiana e incluso la propia arquitectura de la casa en que residía me traían muchas noches […] recuerdos de la infancia: oía corretear las ratas por el tejado […]. El país había emprendido otros rumbos y era como si lo que yo había vivido en mi primera infancia y me había ayudado a ser quien era, no hubiese existido nunca. Me dolía pensar que el tremendo aporte de sufrimiento de aquella gente había resultado inútil”. Ahí, en la memoria de sus padres y sus vecinos, de quienes habían luchado por un mundo mejor, nació la hermosa novela. Rescatar el 18 de marzo del olvido, también ahí puede alimentarse nuestra esperanza en la otra Extremadura que tanto necesitamos.

En memoria de Isidoro Moreno, Pepe el Negro y José Luis Molina, militantes del movimiento campesino, y en reconocimiento de todas las personas que participaron en las luchas olvidadas del pueblo extremeño.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.