Durante gran parte del siglo XX en Colombia se hicieron intentos de lograr (o forzar) un “Pacto Histórico”. Se intentó movilizar a las grandes mayorías para derrotar a la oligarquía dominante (colonial, capitalista y mafiosa). Fueron gestas políticas dirigidas a superar el régimen autoritario y excluyente que es soporte de la inequidad y la injusticia existente. Se trataba de develar y superar la dictadura criminal que aparenta y posa de ser la “democracia más antigua de América Latina”.
Esos intentos fueron encabezados por Jorge Eliécer Gaitán en los años 40s, quien logró mostrar la brecha entre el “país nacional” y el “país político”; en la década del 60 fue el sacerdote Camilo Torres quien se echó al hombro la construcción del “Frente Unido del Pueblo”; y Jaime Bateman Cayón en los años 80s propuso el “Sancocho Nacional” para presionar un Diálogo Nacional e iniciar un proceso de refundación de la Nación en democracia y en paz.
Todos esos intentos lograron momentos sublimes de participación y movilización popular, dejaron huella en la memoria de nuestro pueblo pero fueron abortados por la acción criminal de la oligarquía y el imperio. No obstante, desde el campo popular y de sus dirigentes también tuvimos falencias y cometimos errores que le facilitaron la tarea a la casta dominante.
El Pacto Histórico que se impulsa en la actualidad intenta retomar diferentes aspectos y propuestas de esas importantes experiencias políticas, que de una u otra manera han marcado nuestro devenir histórico y político. Sin embargo, es necesario profundizar en el conocimiento de esos hechos, ubicar su contexto, identificar aciertos y errores, y analizar su evolución para poder “re-crear” ese legado con claridad y creatividad.
Antes de avanzar en ese ejercicio es pertinente aclarar el concepto de “pacto”. El análisis de los procesos de cambio (“revoluciones políticas”) nos permiten concluir que después de llegar a los máximos niveles de tensión, confrontación y desenlace, se hace necesario un pacto social y político entre las clases y/o sectores sociales enfrentadas para avanzar con los cambios propuestos. Eso no significa que, como lo plantean algunos amigos de la “ortodoxia “marxista”, todo pacto lleva a la conciliación de clases o es una traición a los principios, sino que es el resultado de aceptar que no podemos desaparecer materialmente a los contrarios y que se puede y debe avanzar en democracia.
En algunas ocasiones, las fuerzas “triunfantes” han intentado hacerlo; han “decretado” la desaparición de las clases derrotadas o han anulado cualquier posibilidad de acción política de quienes se resisten a los cambios; pero lo que enseña la historia es que ese acto de negación lleva a instaurar regímenes autocráticos y dictatoriales, que tampoco resuelven el problema. La vida ha demostrado que frente a un triunfo de ese tipo, que de entrada se muestra débil y precario, las clases sociales hegemónicas en lo político-cultural terminan trepándose al Estado por la “puerta de atrás”, logrando sus propósitos a la sombra del nuevo “poder revolucionario”[1].
Por ello, se hace necesario re-pensar nuestras estrategias, re-tomar las enseñanzas del pasado, y re-crear nuestras ideas y formas de acción a fin de no tropezar con las mismas piedras u obstáculos. A continuación se hace un breve repaso crítico de esos anteriores intentos de “pacto histórico” (Gaitán, Camilo, Bateman), a fin de aprender de tales sucesos pasados. Como se observará, algunos de los problemas que sufre el actual proceso, ya tuvieron antecedentes en el pasado.
Gaitán y la estrategia electoral
Siendo senador liberal, Gaitán se hizo conocer a nivel nacional con el debate de la masacre de las Bananeras (1929). Luego, intentó construir un movimiento independiente de los partidos tradicionales (liberal y conservador) con la UNIR[2]. Pronto se dio cuenta que era imposible construir en esa coyuntura un movimiento independiente y regresó al partido liberal. Desarrolló una estrategia audaz e inteligente siendo ministro en los gobiernos de Alfonso López Pumarejo y Eduardo Santos, impulsando con autonomía e independencia sus propuestas sobre derecho laboral y educación pública.
Incómodos con el trabajo político de Gaitán ambos presidentes lo expulsaron de sus respectivos gobiernos y así logró construir su propio movimiento “gaitanista” que en la década de los años 40s se convirtió en la principal corriente dentro del partido liberal. Durante ese tiempo develó la falsedad de la “revolución en marcha” de López Pumarejo, que amagaba con un proceso de industrialización del país mientras no enfrentaba con seriedad y consecuencia las políticas contra el pueblo que imponía el imperio estadounidense y los grandes terratenientes.
Cuando Gaitán estaba a punto de convertirse en presidente de la república fue asesinado el 9 de abril de 1948 y el movimiento popular fue manipulado por la oligarquía para degenerar en violencias “vandálicas” durante el “Bogotazo” y promover un alzamiento armado que dio origen, primero, a las guerrillas liberales controladas por la dirigencia liberal oligárquica, y luego, a las guerrillas gaitanistas que poco a poco se convirtieron en las futuras Farc.
Diversas e importantes lecciones quedaron de ese proceso. La división en el campo popular jugó su papel porque impidió que otros sectores (entre ellos los comunistas) pudieran crear una fuerte organización de base. Aunque Gaitán la proponía -como hace ahora Petro- nunca se impulsó con suficiente decisión y visión estratégica. Todo giraba alrededor del caudillo, él diseñaba las propuestas, las tácticas electorales y las alianzas, sin que existiera una estructura organizada que le ayudara a prever el comportamiento de sus contradictores (algo muy similar ocurre ahora).
El movimiento gaitanista fue eminentemente electoral pero -teniendo en cuenta el contexto de la época- superaba ese escenario dado que era una verdadera experiencia revolucionaria alimentada por las propuestas anti-oligárquicas de Gaitán, que en los hechos abría y fortalecía la participación y movilización popular en la lucha política. Aunque ese proceso partía de su militancia liberal poco a poco permeaba a importantes sectores populares del conservatismo y de otros sectores no politizados, y por ello, rompía en la práctica con el estrecho marco electoral.
Esa situación era todo lo contrario de lo que sucede ahora. En la actualidad la dinámica electoral de los partidos, grupos y movimientos sociales y políticos que hacen parte del Pacto Histórico está “aprisionada” por un ambiente electoral desgastado, dominado por candidaturas personalistas, sectoriales (étnicas, víctimas), grupismos y divisiones de todo tipo, que es rechazado por las grandes mayorías que se expresaron en el reciente estallido social. Ese aspecto pareciera ser el gran obstáculo para que ese proyecto represente -en sí mismo- un efectivo movimiento transformador.
En ese terreno se debe ser muy claro y diferenciar a quienes son los protagonistas del “movimiento” y quienes pueden ser aliados. Es la dinámica misma, las “formas” como se construye el proceso, lo que aclara ese asunto. Y por ello se deben impulsar prácticas diferentes de apoyo al Pacto Histórico, enfrentando de hecho y no solo de palabra, la politiquería y el clientelismo de nuevo tipo que – de una u otra manera- hace carrera dentro de los partidos y grupos llamados “alternativos”. Hay que organizar la “gran carpa” del Pacto Histórico, más allá de aspiraciones y candidaturas individuales o de grupo, y en las regiones unificar -de verdad- a los diversos sectores sociales que necesitan cambios estructurales en lo político, económico y social.
No tener clara esa situación nos conduce a relajar los principios éticos y la disciplina de quienes impulsan verdaderas transformaciones. Si ello ocurre, fácil e imperceptiblemente se cae en prácticas grupistas y personalistas, se entra en la rebatiña por las listas y el orden de las mismas, aparece la división y la dispersión, y ello debilita el mismo ejercicio electoral. Además, allí está el germen del grave problema que han sufrido todos los movimientos progresistas y partidos de izquierda cuando llegan a los gobiernos como ha ocurrido en Venezuela, Brasil, Ecuador, Argentina y Bolivia (y parcialmente en España y Grecia). Toda clase de arribistas y trepadores se cuelan en las filas de los partidos y movimientos, generan graves distorsiones y protagonizan perjudiciales actos de corrupción, lo que debilita los procesos de cambio y provocan “auto-derrotas”, como lo hemos apreciado y comprobado.
Claro, el verdadero antídoto está en la autoorganización de base, en que paralelamente y como tarea central, se impulsen procesos de “autogobierno” dentro de las organizaciones sociales. Francia Márquez, una extraordinaria dirigente caucana, de las comunidades negras (afro) y de las víctimas del conflicto armado, en su discurso y práctica impulsa esa estrategia pero todavía no se diferencia en las “formas electorales mismas” y su discurso puede ser “cooptado” por las prácticas electoreras. En ese sentido, se requieren formas de control popular -con autonomía e independencia- sin plegarse al electorerismo personalista.
La propuesta es que debemos apropiarnos del Pacto Histórico con iniciativas de base y no solo ir detrás de las prácticas tradicionales o a la cola de los candidatos. Lo más importante es que la “mecha” prenda en la gente, el mayor logro es que cualquier persona “por sí misma” haga cosas, se organice, comparta y genere procesos. Si lo logramos, Gaitán, Camilo y Jaime estarán felices allá donde estén.
Nota: En el siguiente
artículo continuaremos con el análisis comparativo abordando la experiencia del
Frente Unido de Camilo Torres y el “Sancocho Nacional” de Jaime Bateman. Abordaremos
el problema de la “unidad de la izquierda” y de la “unidad del pueblo”, de la “extremada
confianza” que nuestros dirigentes han tenido en la oligarquía criminal lo que les
ha facilitado la tarea de asesinarlos o desaparecerlos, del electorerismo y el “cretinismo
parlamentario”, y otros temas relacionados con nuestras luchas.
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[1] Es lo que finalmente ha sucedido en todos las experiencias socialistas del siglo XX. Se desarrolló el capitalismo y se renovaron los “nacionalismos de gran nación” al calor de las luchas proletarias y populares, y luchan anticoloniales.
[2] UNIR: Unión Nacionalista Independiente y Revolucionaria, fue un partido político colombiano fundado en 1933, por Jorge Eliécer Gaitán y otros liberales de izquierda, en defensa de los sectores populares y separados del Partido Liberal.