No os fiéis de la blancura del turbante, tal vez el jabón fue tomado a crédito. (proverbio iraní) Lo que hoy todo el mundo llama «crisis» es una crisis económica, financiera, ecológica y humana originada por el capitalismo, no una crisis del capitalismo. Mucho menos ha sido provocado sólo por su «mal funcionamiento», simplemente ha […]
No os fiéis de la blancura del turbante,
tal vez el jabón fue tomado a crédito.
(proverbio iraní)
Lo que hoy todo el mundo llama «crisis» es una crisis económica, financiera, ecológica y humana originada por el capitalismo, no una crisis del capitalismo. Mucho menos ha sido provocado sólo por su «mal funcionamiento», simplemente ha llegado a uno de sus límites. Todas las soluciones que proponen los capitalistas insisten en la necesidad de mantener la posibilidad de un aumento exponencial del crecimiento económico para al menos algunos de ellos y cargar los costes sobre la ya hambrienta humanidad, además de sacrificar a una parte de los aspirantes a élite. Es imposible la humanización del capitalismo ni por terceras vías ni por el principio del derecho, la democracia, la fe … u otros valores varios que los capitalistas sólo defienden mientras les supongan un aumento de su competitividad – o la disminución de la del otro.
Sólo existe una forma de crecimiento o creación de riqueza: el trabajo de las personas1. Según datos de la ONU (2003), solamente crean riqueza por encima de su consumo de supervivencia (plusvalía) 2000 millones de las 3900 millones en edad de trabajar (entre 15 a 65 años). A esto hemos de añadir que gran parte de este trabajo y de los irrecuperables recursos naturales se despilfarran con el único objetivo de la «concentración de riquezas», que es lo que tramposamente llaman «crecimiento económico». Si hacemos bien las cuentas de la abuela el capitalismo se desenmascara como un sistema de crecimiento negativo, criminalmente ineficiente en lo que a creación de riqueza se refiere dado el sufrimiento generalizado que sí desarrolla masivamente.
La huella ecológica calcula la superficie de tierra necesaria en hectáreas para producir lo que consume un ciudadano medio de determinada comunidad, lo que se requiere para que sean reabsorbidos los residuos que produce, más la superficie de territorio que ocupa. Si aceptamos el principio de justicia con equidad universal, nos corresponderían a cada persona 2,4 hectáreas de tierra productiva por año2. Sin embargo, el planeta sólo dispone de 1,8 ha/persona. Sin considerar las asesinas diferencias entre unos y otros, diferencia que necesita la competencia capitalista para funcionar3, consumimos en promedio 0,6 ha/pers. más de las que disponemos. Estas las estamos robando irremediablemente a las futuras generaciones. Cuando esto ocurre en una de sus empresas lo critican como «descapitalización». Pero en el planeta nos lo llaman «progreso», «desarrollo» y «crecimiento económico».
La Comunidad Foral de Navarra (CFN) tiene una biocapacidad o superficie productiva disponible de 2,15 ha para cada habitante. Sin embargo, su consumo medio es de 3,20 ha/persona. En el caso de la Comunidad Autónoma Vasca (CAPV) la biocapacidad es de menos de 1,5 ha/pers, pero su consumo es de 4,66 ha/pers Esto supone un déficit de 1,05 ha/pers y de 3,16 ha/pers, respectivamente. Dicho con otras palabras, los y las navarras están consumiendo entre 50 y 60% más territorio productivo del que tienen, y se necesitarían entre 2 y 3 CAPVs además de la que hay para no robar a nadie. En Iparralde tendríamos diferencias similares entre Lapurdi y Zuberoa a las de la CAPV-Nafarroa.
Esto significa que para que todo el mundo viviera a nuestro nivel deberían existir otros tres planetas más como la tierra completamente despoblados para poder repartirnos sobre ellos. Para no ser responsables de empeorar la situación es imprescindible que nuestro consumo como vascos y vascas en la tierra se reduzca obligatoriamente a una cuarta parte. Para recuperar lo que hemos despilfarrado hasta ahora haría falta reducir nuestro consumo por debajo de lo necesario para vivir. Una alternativa sería construir un modelo eficiente con el que crear riqueza distribuyéndola equitativamente. Liquidar este sistema de crecimiento negativo es una cuestión de supervivencia.
Algunos intelectuales brillantes estudian y matizan durante toda su vida los fenómenos del capitalismo hasta sus más ínfimos detalles sin concluir que todos nos llevan al mismo resultado: con el desarrollo de unas pocas obras geniales de algunos humanos nos ocultan un mundo de despilfarro, miseria y muerte. Cabe destacar que la alienación más radical es aquella de los que por diversas razones (algunos precisamente por sus estudios y matizaciones del capitalismo) acaban convencidos de que los alienados son siempre los demás.
La fe ciega en el bingo de un puesto de trabajo que nos posibilita el acceso a una clase superior y la estupidez que esto es posible sin cometer un crimen produce una pócima alucinógena ideal. Las víctimas, convencidas de su libre voluntad y sentido crítico, son transformadas en fanáticas defensoras de su propio verdugo. Esto es el apogeo de la alienación. Ha ocurrido cuando los dueños de todo se adueñaron también de la idea del «desarrollo sostenible» y está a punto de suceder con el concepto de la «deconstrucción» de este modelo económico, financiero y de producción como solución a la crisis.
Uno de los aspectos que nos lleva hacia la consumación de un error estratégico en el tema de la «deconstrucción» es la asunción (aunque sólo sea por imperativo legal) del rechazo y condena de toda violencia, excepto la que está articulada desde la élite. Por otro lado, si verdaderamente sentimos el sufrimiento ajeno no hay tiempo para una «deconstrucción» sostenida y sostenible para todos. Por ética es imprescindible una «demolición rápida» para acortar al máximo el crecimiento del sufrimiento. La tercera cuestión es que cualquier desarrollo o demolición debe ser absolutamente insostenible para la élite del capital y sólo sostenible para la humanidad – que no es lo mismo. Finalmente, es vital no confundir el objeto de la «demolición» promoviendo un mal entendido «anti-consumismo» individual para que el gran capital se embolse lo ahorrado por nosotras/os.
Por ello, exhortamos un máximo desarrollo autóctono, democrático y local de la producción (no sólo de bienes materiales) a la par de la demolición de todas las estructuras que canalizan los beneficios hacia las manos de los más ricos. Es necesario desterrar de nuestras mentes la falsa teoría del «goteo» hacia las clases sociales más bajas de las riquezas que producen los ricos con su auto-asignada capacidad «única». Lo único que gotea de sus manos es sangre. No podemos dejarnos alienar hasta el extremo de responsabilizarnos de la deconstrucción de nuestro propio desarrollo, que es el que en esta época de crisis les sobra. Los capitalistas progres ya buscan cómo subvencionar nuestra «deconstrucción» y poco esperan para ilegalizar las iniciativas productivas alternativas mediante normativas prohibitivas.
¿Cómo acometer la tarea de la «demolición sostenible» de las estructuras capitalistas al mismo tiempo que el desarrollo y creación eficiente de riqueza? Para realizar esta revolución global se requiere el poder global y éste está en manos del gran capital que no tiene escrúpulos en eliminar por hambre o militarmente a cualquiera que lo intente. El punto de inicio es otro.
El capitalismo está obligado a globalizarse. Si no encuentra a dónde expandirse (las Américas, Marte … la nanotecnología, los ámbitos inmateriales …) desaparece frente a los que sí logran conquistar nuevos espacios de mercado reales, virtuales o futuros. Las leyes de su Estado, especialmente si este es pequeño, suponen para él una limitación de sus «libertades». Por eso combate a los nacionalismos como «anacrónicos impedimentos del progreso y del desarrollo de los ciudadanos del mundo». Sin embargo, en seguida colisiona con las libertades de los demás que suponen una grave limitación para él. Por lo tanto y al mismo tiempo, siempre será un nacionalista a ultranza contra los demás4.
Un capitalista puede defender el derecho universal, pero sólo para los demás. Él mismo se auto-excluye especialmente de las limitaciones. Esto se llama fascismo y el capitalismo es esto intrínsecamente, aunque se ponga el hábito de monje demócrata. Por ello, a la menor crisis todos los «libre-mercadistas» se metamorfosean kafkianamente en «proteccionistas» y exigen que el Estado les solucione masivamente su crisis de riqueza virtual con riqueza nada virtual producido con el sudor de frente ajena.
El capitalismo combate algunos nacionalismos y luchas por el derecho a la autodeterminación pero promueve otros según espurios intereses. A pesar de ello cualquier avance hacia la independencia de un pueblo oprimido es al mismo tiempo un adelanto para los demás porque disminuye la exigida complicidad con el imperialismo y aumenta la capacidad de apoyo solidario. Que luego se realice o no es otra cuestión.
Cualquier iniciativa de proyecto alternativo basado en la autodeterminación nacional obtiene por ello un plus de poder al facilitarse el trabajo común por establecerse en un ámbito colectivo natural que comparte un espacio común de conciencia, historia, cultura, conocimientos y lengua defendida como grupo. Ante este saber y actuar colectivo sienten terror y combaten cualquier iniciativa ilegalizándola como entorno del terrorismo. Por el contrario, iniciativas sin marco nacional son más fácilmente controlables. Contra estos utilizan el nacionalismo racista para dividirlos así. Los proyectos alternativos solidarios de colaboración entre los pueblos son viables cuando tienen el respaldo nacional de cada uno. Por ello es importante que nuestros proyectos de economía alternativa y demolición de estructuras capitalistas se asienten en un marco nacional vasco. Solamente deben sobrepasar las fronteras de Euskal Herria con los criterios del internacionalismo solidario. Aquellos proyectos «sin fronteras» o los trans- multi- anti- nacionalistas acaban siendo imperialistas aunque se vistan de seda.
Conseguir los recursos humanos y materiales, y la disposición política para cubrir dignamente las necesidades básicas de la sociedad (alimentación, techo, energía, salud, educación …) independientemente de los demás no es «albanizarse». Es comprender algo tan esencial como es el hecho de que cualquier interdependencia significa imposición imperialista si no está basada en la independencia y libre autodeterminación de cada cual. Los que más promueven la «soberanía alimentaria» son, precisamente, algunos de los pueblos más empobrecidos y sus gobiernos que más esfuerzo realizan para lograr la integración con sus vecinos (integración latinoamericana con el ALBA, UNASUR, MERCOSUR, ….).
En este mundo capitalista, sin soberanía alimentaria no puede haber nunca una relación de igual a igual y toda inter-relación acaba en chantaje con la vida ajena para hacer negocio. Es, pues, vital desarrollar la «RESISTENCIA ALIMENTARIA».
Los proyectos de resistencia de ámbito nacional tienen el problema de provocar terror en los y las capitalistas e incitarles a la lucha anti-terrorista. Si es necesario se inventan una «confabulación judeo-masónica», el «terrorismo islámico», «invasiones marcianas», o determinan cuál es el «mayor problema de los españoles» … y para producir suficiente carne de cañón utilizan a la «inocente sociedad civil» apolítica y alternativa como materia prima para la alienación, y la preparan para la defensa «nacionalista» y violenta del gran capital a cambio de un poco de droga (la más utilizada y barata es la endorfina inducida por el orgasmo consumista combinada con adrenalina producida por algún miedo y para los progres de izquierdas añaden unas gotas de acido Woodstock-Revolution-Revival).
Sin embargo, los proyectos nacionales de resistencia por derechos tan básicos como la alimentación tienen la ventaja de demostrar lo errado y falso de los cálculos económicos capitalistas. Nos obligan a aprender a sumar y restar correctamente. Desvelan los costes externos que no introducen los capitalistas en sus cuentas, pero que siempre deben pagar otros puntualmente. Recuperan valores como la independencia y soberanía para la democracia y la ética.
Si utilizamos los sistemas de cálculo capitalistas ninguno de estos proyectos sería rentable. Contabilizando los costes externos e introduciendo parámetros como la garantía de supervivencia de nuestros hijos e hijas y como pueblo y cultura con todos sus valores, la demolición de las estructuras y canales de concentración de riquezas, restando el despilfarro de esta concentración, renovando y reponiendo lo despilfarrado … una canasta de alimentos producidos por el agricultor vecino parece más cara respecto a la comprada en una gran superficie. Sin embargo, garantiza la supervivencia digna de mi vecino, el cual garantiza la supervivencia digna y saludable a mí y a las futuras generaciones. Si mi vecino fuera un empresario acabaría por hacerse con mi negocio o yo con el suyo para ser el único empresario del barrio o deslocalizaría su empresa y me dejaría morir de hambre. Las consecuencias están a la vista de cualquiera que no esté cegado por una sobredosis de alienación.
Traer espárragos desde el Perú para envasarlos en Lodosa es «rentable» cuando no se contabiliza el trabajo de un peruano porque no se le paga para dar de comer a sus hijos. Tampoco se incluye en los gastos nuestros impuestos dedicados al aparato militar (hasta 25%) necesario para matar a iraquíes para robar su petróleo a precio ridículo. Sólo así le salen las cuentas a la empresa transnacional que compró la envasadora de espárragos de Lodosa.
Por todo ello los Estados pequeños ofrecen un marco nacional idóneo para superar la crisis global y construir alternativas que confluyan en una alternativa global para todos los pueblos. Gratis no nos va a salir este cambio y es injusto pero nos lo tenemos merecido por fiarnos de las mentiras del capitalismo. Ahora a construir, desarrollar y desmontar.
Notas:
1 El trabajo de cualquier máquina se reduce siempre al trabajo humano de su invención, la extracción de los materiales para su construcción, su construcción, la extracción de la energía que la hace funcionar aparte del trabajo del técnico que la conduce.
2 Considerando que en última instancia todos nuestros recursos provienen de los recursos naturales, podemos utilizar el PIB para calcular lo que nos corresponde en euros. Si dividimos el PIB mundial (datos 2001-2003) entre el número total de personas, nos da una media de 3870 € por persona/año. Esto supone que estas 2,4ha, están produciendo para cada habitante del Planeta un sueldo de 276 euros al mes en 14 pagas al año. Si consideramos sólo a la población en edad activa (3.900.millones), le corresponderían 3,8 ha/activo lo que supondría un sueldo de 438 € mes en 14 pagas. Claro que el Estado o la administración tendría que seguir cobrando impuestos para ofrecer los servicios correspondientes de su competencia.
3 En EE.UU. se consumen 9,6 ha/pers. Así, países «desarrollados» como Estados Unidos, Europa, India, Japón y China juntos, utilizan del orden del 75% de la biocapacidad de la Tierra. Incluso países considerados «en vías de desarrollo» (como, por ejemplo, Colombia, con 2,4ha/pers.) consumen más de lo que les corresponde. Unos pocos, como Etiopía (0,7ha) o Bangla Desh (0,6ha), consumen menos de lo que corresponde. En la actualidad ningún país desarrollado es capaz de mantenerse con sus propios recursos. De ahí la enorme deuda, ambiental, social y económica, que tenemos con aquellos a los que supuestamente queremos ayudar imponiéndoles nuestra ayuda al desarrollo y enseñándoles a pescar.
4 Lo que los capitalistas llegan a entender bajo el término «nacionalismo» queda reflejado en la respuesta de un importante directivo de la Nestlé cuando se le preguntó si Nestlé seguía siendo suiza: «Hoy Nestlé es una nación». De hecho, su Producto Interno Bruto es mayor que el de muchos estados soberanos.
Fuente: Este artículo ha sido publicado en el Nº 221 de la revista Herria 2000 Eliza