El movimiento 15-M ha empezado con buen pie. Y ello se ha debido fundamentalmente a su carácter pacífico y apartidista, que no apolítico. Pero esto no significa que la izquierda deba quedarse de brazos cruzados. En primer lugar, quisiera decir que a lo largo de este artículo entiendo por izquierda aquella que propugna cambios sociales […]
El movimiento 15-M ha empezado con buen pie. Y ello se ha debido fundamentalmente a su carácter pacífico y apartidista, que no apolítico. Pero esto no significa que la izquierda deba quedarse de brazos cruzados.
En primer lugar, quisiera decir que a lo largo de este artículo entiendo por izquierda aquella que propugna cambios sociales profundos, que aboga por superar el actual capitalismo, es decir, estoy hablando de la izquierda anticapitalista, revolucionaria, no de aquella «izquierda» que ya ni siquiera es fiel a sus postulados socialdemócratas. Esto no significa que la izquierda revolucionaria no pueda aliarse en determinadas cuestiones puntuales con los auténticos socialdemócratas que aún quedan. Asimismo, recuerdo, una vez más, que yo sólo hablo en mi nombre.
El movimiento iniciado el 15 de mayo de 2011 en España ha supuesto cierto éxito en cuanto a que, por primera vez en nuestro país en muchos años, decenas de miles de personas reclaman en las calles cambios sistémicos, miles de personas participan activamente en asambleas populares en las plazas, convertidas en las nuevas ágoras de nuestro siglo XXI donde se practica la democracia directa. Como mínimo, el movimiento 15-M ha logrado ya remover conciencias, el despertar de muchos ciudadanos. Lo cual en estos tiempos de desmovilización y apatía ya es mucho. Incluso los grandes medios de desinformación masiva no han tenido más remedio que hacerse eco de dicho movimiento, si bien lo han minimizado y tergiversado todo lo que han podido. Ese éxito, por supuesto, no es suficiente. No se trata ya sólo de concienciarnos, se trata, además, de lograr cambios sistémicos concretos y suficientes. Como explico en ¿Qué es la democracia real?, el objetivo que deberíamos marcarnos a corto/medio plazo es la regeneración democrática de nuestro país, la cual debe traducirse en hechos concretos. De lo que se trata, en primer lugar, es de iniciar un proceso constituyente en el cual participe lo máximo posible la ciudadanía. A este respecto, Islandia ha marcado las pautas a seguir en las posibles revoluciones democráticas que se avecinan en Europa. Sin suficientes, amplias y profundas, reformas democráticas, todo lo demás será inútil, será imposible. No tendremos gobiernos que gobiernen de acuerdo con el interés general, es decir, que beneficien a las clases populares, a la mayoría, si no logramos un sistema donde el poder resida en el pueblo. Lo primero de todo, pero no lo último, es alcanzar la democracia real, es lograr una democracia política suficiente que permita transformar radicalmente la sociedad. Dichas reformas democráticas serán revolucionarias si permiten el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Cuando el pueblo tenga el control será posible una sociedad más justa y libre.
Hasta que la democracia no alcance al núcleo de la sociedad, a la economía, verdaderamente no podremos hablar de democracia real. La sociedad no será plenamente democrática mientras la democracia, suficientemente desarrollada, no alcance a todos sus rincones. Pero la manera de alcanzar dicha democracia plena es desarrollando en primer lugar la democracia política. Una vez que las ideas puedan fluir libremente por la sociedad, que la opinión pública se libere del dominio ideológico burgués, que exista verdadera competencia libre (es decir, lo más igualitaria posible) entre los partidos políticos de todos los signos, entonces será posible que la auténtica izquierda alcance el poder político y pueda aplicar su programa. La democracia interesa al pueblo en general, a las clases populares, a la inmensa mayoría de la sociedad, y también a la izquierda real, que defiende los intereses de la mayoría, aunque ésta no lo sepa. La causa de la democracia puede servir no sólo para que la ciudadanía despierte, sino que también para la regeneración de la izquierda, nacional e internacional, tan necesaria en nuestros días. La causa democrática es la causa de la izquierda.
La #SpanishRevolution ha empezado con una estrategia plenamente acertada en sus líneas generales, que es lo que ha hecho que haya podido nacer y que haya sido imitada en otros países. Dicha estrategia se caracteriza fundamentalmente por lo siguiente: pacifismo, horizontalidad, apartidismo (que no apoliticismo), participación ciudadana activa en asambleas populares. El hecho de desvincularse de toda ideología, de toda organización preexistente, junto con la metodología de la no violencia consciente, ha sido determinante, explica en gran parte el éxito del movimiento revolucionario, al menos potencialmente revolucionario. Mucha gente se ha sentido identificada con el movimiento de los «indignados». Al desvincularse de toda ideología, la burguesía no ha podido poner en juego eficazmente en la guerra ideológica su habitual estrategia de recurrir a los prejuicios que tanto se ha esforzado en impregnar en las mentes de los ciudadanos durante décadas. Lo ha intentado, por supuesto, pero no lo ha logrado, aunque aún sigue en ello, seguirá en ello, espera que los «indignados» cometan errores para explotarlos. Si ya son capaces los guardianes ideológicos burgueses de intentar vincular el movimiento 15-M a los radicales «anti-sistema» violentos (en verdad no hay nada más pro-sistema que practicar los mismos métodos que el sistema, es decir, la violencia), si contradiciendo las imágenes televisivas de las cargas policiales (que hablan por sí solas), algunos de dichos guardianes, disfrazados de «periodistas» o «analistas», son capaces de decir que los indignados son violentos, no es muy difícil imaginarnos qué ocurriría si el movimiento 15-M cometiera el error de responder con violencia (aunque sólo fuese en defensa propia) frente a la violencia, no es muy difícil imaginarnos qué ocurriría si aparecieran banderas rojas o tricolores, o cualesquiera símbolos relacionados con las ideologías conocidas. Es justo lo que desea fervientemente la burguesía. Dado que el movimiento de los «indignados» no ha usado ninguna bandera ideológica, ha podido defender las ideas sin usar las etiquetas tan demonizadas por la burguesía. Quien no tiene argumentos para combatir las ideas recurre a los prejuicios, a las descalificaciones. Quienes no pueden combatir la calidad del vino contenido en la botella recurren a juzgarlo, a que los demás lo juzguen, en base a las etiquetas que ellos ponen para evitar que la gente ni siquiera se moleste en probarlo.
Como explico brevemente en La estrategia de la #SpanishRevolution, y más detalladamente en Sin estrategia no hay revolución, el proceso revolucionario iniciado a raíz del movimiento 15-M debe seguir usando, a grandes rasgos, la misma estrategia, si bien mejorándola y concretándola. En ningún caso debe renunciarse al pacifismo, al horizontalismo (máximo posible), al asamblearismo y al apartidismo. Esto es lo que desea la burguesía que el movimiento 15-M haga: que abandone la estrategia empleada hasta ahora, que tantos éxitos (ideológicos) ha logrado hasta el momento. Ningún otro movimiento que cuestione el orden establecido ha tenido, hasta ahora, el éxito logrado a raíz del 15-M. Esto debe hacer reflexionar a la izquierda. Esto no ha sido así por pura casualidad, ni tan sólo por la actual crisis, que ya lleva unos cuantos años entre nosotros (aunque no cabe duda de que la duración de la crisis contribuye mucho). Las revoluciones, los estallidos sociales potencialmente revolucionarios, se producen por un cúmulo de factores, objetivos y subjetivos. Sin los factores objetivos no hay rebelión, la gente no protesta. Pero sin factores subjetivos la rebelión no se traduce en revolución. Lo acontecido a raíz del 15-M no es tan sólo una protesta social más contra tal o cual medida gubernamental, no es tan sólo la protesta contra el gobierno de turno, no es tan sólo la protesta contra la actual crisis, es una protesta contra el sistema, es la reivindicación de cambios (aunque inicialmente tímidos) en el propio sistema. Y por esto dicho movimiento es revolucionario, en cuanto a que desea cambiar el sistema. Desde la izquierda debemos trabajar ahora más que nunca para que sea realmente revolucionario, para que aspire a cambios suficientes, para que esos cambios propugnados, inicialmente tímidos, sean decididos, más radicales, entendiendo por radical aquello que tiene que ver con la raíz del sistema. ¡Debemos ponernos las pilas! ¡Ésta es la ocasión que llevamos esperando durante mucho tiempo! En mi opinión, sin ánimo de simplificar, no puede obviarse la estrategia empleada para explicar el éxito relativo (en cuanto a que sus demandas han llegado a la opinión pública, en cuanto al apoyo mostrado por ésta incluso en encuestas en los medios burgueses) de la llamada Spanish Revolution. Por primera vez en España en muchos años la gente conoce que miles de ciudadanos dicen que «lo llaman democracia y no lo es», que «no somos antisistema, el sistema es antinosotros». La cuestión democrática, la raíz del sistema político actual, ha entrado en la agenda política de la ciudadanía que, como mínimo, conoce que existe una reivindicación de una democracia real, que no es la actual. Queda, por supuesto, mucho trabajo por hacer, pero ya se ha logrado lo más difícil: que la chispa salte. ¡Pero la chispa puede apagarse! ¡La chispa debe realimentarse!
Las circunstancias prácticas ponen a prueba a las personas, a las ideas, a las organizaciones. Es en momentos históricos como los actuales donde quienes durante años y años llevan criticando tanto al capitalismo, quienes tanto proclaman la necesidad de la revolución, demuestran realmente de qué lado están. Es muy difícil que las masas se levanten y pasen a la acción denunciando al sistema actual y reivindicando otro sistema. Cuando esto ocurre, siendo este hecho tan excepcional en la historia, cualquier revolucionario auténtico no puede dejar pasar la oportunidad. Hacerlo, aun admitiendo sinceras intenciones revolucionarias, sería irresponsable. Quien tanto tiempo lleva proclamando sinceramente la necesidad de la revolución, esperándola, no puede desaprovechar el momento histórico, tan excepcional, insisto, en que las masas (no todas ellas pero sí una parte nada despreciable) han despertado. La chispa ha saltado. La chispa debe avivarse. El fuego debe extenderse. No importa ya tanto quién esté detrás de este movimiento. Por supuesto que no puede descartarse que haya organizaciones o personas que lo hayan impulsado. Esto siempre ocurre en cualquier movimiento de masas. Por supuesto que habrá ciertas minorías u organizaciones, empezando por las que defienden el orden establecido, disfrazadas de antisistema, que procurarán redirigir el movimiento hacia los lares que a ellas interesan, es decir, que intentarán que el movimiento 15-M sea inofensivo para el status quo de las minorías que controlan la sociedad. Esto siempre ocurre en todo movimiento de masas. En cualquier revolución las masas se levantan más o menos espontáneamente en determinado momento y ciertas organizaciones o minorías intentan canalizar dicho despertar. En toda revolución las masas pasan por una fase, ya sea al principio, o poco después, en que superan a toda organización, incluso a aquellas que pudieran haberlas despertado. En toda revolución a la fase más o menos espontánea sucede una nueva fase en que ciertas organizaciones intentan canalizar la energía de los ciudadanos. Esto es lógico que sea así, y tampoco es tan problemático. Todos deseamos que los acontecimientos deriven en lo que creemos que es mejor para nosotros. En la sociedad clasista hay intereses contrapuestos y la lucha de clases se agudiza en los momentos revolucionarios o pre-revolucionarios.
Ante esta situación surgida a partir del 15 de mayo de 2011 en España, a la izquierda real sólo le quedan dos opciones: desvincularse de este movimiento y proclamar que ésta no es la auténtica revolución (como así hacen algunos supuestos revolucionarios) o bien, luchar para que las masas se apunten a las ideas defendidas por la izquierda desde hace mucho tiempo (como así hacen los auténticos revolucionarios), luchar para que esta revolución potencial sea real. Hay que denunciar los peligros inherentes a todo proceso revolucionario: que derive en un simple reformismo, o incluso que derive en cierta forma de fascismo. Pero frente a dichos peligros, los auténticos revolucionarios luchan, no se retiran del campo de batalla. Ser revolucionario es ante todo ser un luchador, en el frente de las ideas, pero también en la praxis. Si no intentamos orientar a las masas, humildemente, pues también podemos aprender de ellas además de enseñarlas, si no luchamos para que las ideas que consideramos correctas sean las que se «impongan» (democráticamente, mediante la fuerza de la razón y no la razón de la fuerza), entonces esos peligros potenciales de los que hablamos se convierten en reales, por lo menos no hacemos nada para impedirlo, contribuimos a los peligros que denunciamos. Esto no significa que las masas no sean capaces de pensar por sí mismas, pero quienes, para bien o para mal, estamos más concienciados, pues llevamos más años informándonos en la prensa alternativa, accediendo a otras ideas alternativas a las del pensamiento único capitalista, debemos contribuir a exportar dicha concienciación, enfrentándonos de igual a igual a nuestros enemigos ideológicos porque la verdad sólo se abre camino cuando todas las ideas pueden enfrentarse entre ellas en condiciones de igualdad. Si desde la izquierda sabemos, o al menos creemos, que defendemos la verdad y los intereses de la mayoría, debemos hacerlo públicamente, abiertamente, pero con habilidad. Lo que no podemos hacer, bajo ninguna circunstancia, es abandonar la lucha. Esto atentaría contra la esencia de quienes defendemos la revolución, los cambios sociales profundos.
A quienes, en nombre de la izquierda, se aferran a la idea de que ésta no es su revolución, les recuerdo lo que decían algunos de los padres del marxismo (en base al cual esos supuestos «marxistas» no sólo no hacen nada para que esta incipiente y potencial revolución lo sea de verdad, sino que además la combaten ardua y sospechosamente):
Aquellos que esperan ver una revolución social ‘pura’ no vivirán para verla. Esas personas prestan un flaco servicio a la revolución al no comprender qué es una revolución. Lenin.
Únicamente quien no hace nada no se equivoca. Lenin.
La clase obrera es más revolucionaria que el partido más revolucionario. Lenin.
La historia en general, y la de las revoluciones en particular, es siempre más rica de contenido, más variada de formas y aspectos, más viva y más ‘astuta’ de lo que imaginan los mejores partidos, las vanguardias más conscientes de las clases más avanzadas. Lenin.
Si no eres parte de la solución, eres parte del problema. Lenin.
La revolución socialista no es un acto único, ni una única batalla en un frente aislado, sino toda una época de agudos conflictos de clases, una larga serie de batallas en todos los frentes, es decir, batallas alrededor de todos los problemas de la economía y de la política, que sólo pueden culminar con la expropiación de la burguesía. Sería por completo erróneo pensar que la lucha por la democracia pueda distraer al proletariado de la revolución socialista, o relegarla, posponerla, etc. Por el contrario: así como es imposible un socialismo victorioso que no realice la democracia total, un proletariado que no libre una lucha revolucionaria general y consecuente por la democracia, no puede prepararse para la victoria sobre la burguesía. Lenin.
Para las masas, unos gramos de práctica valen más que una tonelada de teoría. Lenin.
La clase obrera tiende de modo espontáneo hacia el socialismo, pero la ideología burguesa, la más difundida (y constantemente resucitada en las formas más diversas), se impone, no obstante, espontáneamente más que nada al obrero. Lenin.
Uno de los más graves y peligrosos errores de los comunistas (como en general de los revolucionarios que hayan coronado con éxito la etapa inicial de una gran revolución) es el de imaginarse que la revolución puede llevarse a cabo por los revolucionarios solos. Por el contrario, para el éxito de todo trabajo revolucionario serio, es necesario comprender y saber aplicar en la práctica el concepto de que los revolucionarios sólo son capaces de desempeñar el papel de vanguardia de la clase verdaderamente vital y avanzada. La vanguardia cumple sus tareas como tal vanguardia sólo cuando sabe no aislarse de la masa que dirige, sino conducir realmente hacia adelante a toda la masa. Sin la unión con los no comunistas, en los más diversos terrenos de la actividad, no puede ni siquiera hablarse de ninguna construcción comunista eficaz. Lenin.
La peor lucha es la que no se hace. Karl Marx.
Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo: de lo que se trata es de transformarlo. Karl Marx.
No es que por haber dicho «Santos» Marx o Lenin tales o cuales cosas éstas vayan a misa, pero es cuando menos curioso ver cómo algunos supuestos «marxistas» ortodoxos se niegan a hacer la revolución en nombre de ciertos dogmas que contradicen la propia esencia del marxismo, su razón de ser. ¡En nombre del propio marxismo incumplen sus principales postulados! ¿No son obvias sus contradicciones? ¿No es obvio el juego que hacen?
La estrategia revolucionaria debe adaptarse al espacio y al tiempo, al lugar y a la época. Este principio elemental que nos enseñaron los revolucionarios de finales del siglo XIX y principios del XX es sistemáticamente olvidado por ciertos «revolucionarios» del siglo XXI. No puede emplearse ahora la misma estrategia que en la época de Marx o Lenin. Ahora las palabras socialismo, marxismo, comunismo, anarquismo, han sido demonizadas por la ideología dominante burguesa, gracias al sofisticado y sutil (pero no perfecto) control que tiene de los medios de comunicación y gracias también al fracaso del llamado «socialismo real», que era muy poco real. Pero no sólo esto, mucha gente ya no cree en los partidos políticos, en los sindicatos, ni siquiera en la dicotomía izquierda vs. derecha. Esto es injusto, pues hay ciertas organizaciones y personas que llevan muchos años luchando honestamente contra el sistema. Pero, nos guste o no, es así. No podemos obviar esta cruda realidad. Para cambiar la realidad lo primero es tenerla en cuenta. ¿Cómo superar los prejuicios que tiene la mayor parte de la gente? ¿Cómo superar estos obstáculos ideológicos? ¿Cómo convencer a las masas de nuestros postulados cuando nuestras banderas o símbolos están demonizados? De esto no hablan los «revolucionarios» dogmáticos, ellos se limitan a decir que ésta no es «su» revolución. Y no sólo esto, nos intentan convencer a los demás de que tampoco debe ser la nuestra. Todo lo que no se esfuerzan en intentar reconducir la incipiente revolución se esfuerzan en convencernos de que no hagamos nada. Ellos sólo se movilizan para desmovilizar. No sólo no hacen nada para reconducir los acontecimientos, si es que es necesario reconducirlos, sino que se esfuerzan en que nosotros tampoco hagamos nada. ¿A quién beneficia su actitud? La respuesta a las preguntas anteriores, cómo superar los prejuicios en la guerra ideológica, es obvia: debemos defender las ideas por sí mismas. Lo verdaderamente importante son las ideas y no los símbolos o la envoltura lingüística que empleemos para defenderlas. Por esto, los auténticos revolucionarios, los izquierdistas de facto, y no sólo de palabra, están trabajando activamente para que las ideas que siempre han defendido, entre las cuales está la democracia real, sean conocidas y defendidas también por las masas, mayormente presas de prejuicios. La burguesía no tiene nada que hacer en la guerra ideológica si defendemos las ideas por sí mismas. ¡No caigamos en las trampas que nos ponen! ¡Aprendamos de nuestros errores! Los procesos revolucionarios son procesos de aprendizaje, como decía Domenico Losurdo, conocido marxista italiano.
El día que la ciudadanía esté completamente, por lo menos suficientemente, liberada del pensamiento único burgués, el día que la gente esté desintoxicada ideológicamente, el día que la burguesía ya no tenga el monopolio ideológico, entonces ya será posible defender las ideas empleando cualesquiera palabras o banderas. Pero debemos tener en cuenta las actuales circunstancias, en las cuales jugamos con mucha desventaja. Si superamos esa desventaja inicial, es decir, si prescindimos por ahora de etiquetas, de banderas, de siglas, si dejamos desnudas las ideas (que no sin contenido, sino sin continente), lograremos rápidamente superar esa desventaja inicial, como cualquiera puede comprobar acudiendo a las asambleas populares celebradas estos días en las ágoras de nuestras plazas. Por esto el movimiento 15-M está siendo tan exitoso: ha logrado superar dichos prejuicios en mucha gente. Muchos ciudadanos están siendo convencidos de ideas netamente izquierdistas, sin ellos saberlo. No importa. Lo verdaderamente importante es que conozcan y apoyen las ideas que defendemos. Lo importante es que la gente se vaya abriendo de mente, se vaya concienciando y vaya pasando a la acción, sabiendo hacia dónde dirigirnos y cómo hacerlo, que vaya descubriendo que otro sistema es posible, además de necesario. No importa cómo llamemos ese sistema, por ahora basta con defender la idea de la democracia real. La palabra democracia no ha sido demonizada. No puede serlo por la burguesía, ésta sólo puede vaciarla de contenido. Nosotros debemos darle contenido concreto y suficiente al concepto de democracia, debemos además llevarlo a la práctica de manera eficaz.
Así pues, si el movimiento 15-M debe seguir siendo apartidista y estar al margen de ideologías, al menos oficialmente, ¿qué puede o debe hacer la izquierda? Muchas de las cosas que puede hacer ya las está haciendo, deberá seguir haciéndolas, cada vez más.
Primero debe estar presente, muy presente, en el movimiento 15-M. Debe luchar tenazmente para que en las asambleas populares sus ideas sean conocidas y aceptadas. Pero debe hacerlo con cuidado, pues los prejuicios no desaparecerán de la noche a la mañana. Debe convencer a las masas usando la argumentación, pero prescindiendo de ciertas palabras «prohibidas» que bloquean las mentes de muchas personas. Debe centrarse primero en construir la imprescindible infraestructura política. Si logramos una democracia real, y la burguesía no puede combatir la idea de la democracia pues se supone que ella está a favor de la democracia (nosotros sabemos que no es así, pero mucha gente no, ya lo irá descubriendo), entonces será posible superar los prejuicios de las masas, en cuanto la izquierda pueda defender sus ideas en igualdad de condiciones frente sus enemigos. No es de extrañar que en las asambleas populares del 15-M quienes defienden ideas tradicionalmente defendidas por la izquierda auténtica logren convencer a sus conciudadanos: en cuanto nos desprendemos de prejuicios, los postulados de la izquierda convencen rápido, pues representan los intereses de la mayoría y la verdad. Asimismo la izquierda, no como organizaciones sino como personas individuales (personas que pueden compaginar su militancia izquierdista con su participación a título individual en las asambleas populares al margen de los partidos), puede y debe asesorar al movimiento 15-M, colaborar activamente en él. Sólo así lograremos que las masas no se vean decisivamente, peligrosamente, influenciadas por falsos profetas, sólo así lograremos que aspiren a cambios verdaderos, suficientes, y no sólo mínimos o cosméticos. Debemos ir donde están las masas y no al revés. Esto es el ABC de cualquier revolucionario.
Segundo, la izquierda debe luchar para que las masas canalicen su energía hacia resultados concretos realistas, por etapas. Lo primero de todo es reivindicar un proceso constituyente para llevar a la práctica la regeneración democrática propugnada (aún insuficientemente, potencialmente, casi inconscientemente) por el movimiento 15-M, para lograr una democracia política real. La izquierda debe convencer, poco a poco, de la necesidad de un referéndum para que el pueblo elija entre República y Monarquía. Para aquellos «marxistas» dogmáticos que dicen que no hay democracia real sin democracia económica, pero que no nos dicen cómo lograr la democracia económica, que se olvidan de que el marxismo es ante todo materialismo dialéctico, que las causas y los efectos pueden intercambiarse, les recuerdo que para Marx el socialismo necesitaba primero una revolución política. Es imprescindible despojar a la burguesía del poder político. Ahora como entonces, como siempre así será. Pero la manera de hacerlo no siempre será la misma. ¿Cómo hacerlo ahora en los países «democráticos» del siglo XXI? Forzando a la burguesía a cambiar las reglas del juego de su «democracia», forzándola a desarrollar la democracia, a salir del inmovilismo, incluso involución, en que ha puesto a su «democracia» liberal. ¿Cómo hacerlo sino mediante la presión popular pacífica? Ahora es cuando las masas pueden pacíficamente hacerlo, estamos en el siglo XXI. Con esto no quiero decir que el Estado burgués no recurrirá a la represión, violenta si es posible, digo que ahora le cuesta más hacerlo (por lo menos en el llamado Primer Mundo), pues si lo hace el disfraz de «democracia» (sin el que no puede existir el capitalismo por mucho tiempo) se resiente todavía más. Esto ya lo hemos podido comprobar en los inicios de esta revolución: el Estado tiene miedo de reprimir violentamente. Lo ha intentado pero le ha salido el tiro por la culata. El Estado se defiende de mil maneras, nosotros debemos ponérselo difícil. La izquierda debe ayudar a las masas a poner en evidencia la hipocresía burguesa. Para ello hay que forzar al sistema a desarrollar la democracia, a que nos explique por qué no es posible o conveniente separar eficazmente todos los poderes (incluido el económico), la revocabilidad, el mandato imperativo, referendos frecuentes y vinculantes, por poner unos pocos ejemplos muy concretos. Si alguien cree tener alguna otra «fórmula» para lograr la democracia política, si alguien cree que es posible lograr directamente la democracia económica, ¿a qué espera para dar a conocer dicha «fórmula», para practicarla? Bienvenida es la crítica siempre, la cual es imprescindible, pero la crítica constructiva. Los manipuladores pueden ser desenmascarados si les pedimos que concreten, que aporten alternativas, que propongan además de criticar, que den ejemplo práctico.
Tercero, la izquierda debe recoger en su programa político las aspiraciones del movimiento 15-M por la democracia real. Así la ciudadanía podrá comprobar quiénes están de su lado y quiénes no. Mediante la combinación de un movimiento ciudadano apartidista y de un frente unido de izquierdas que influencie en dicho movimiento (pero no de manera oficial, sino haciendo que sus ideas vayan poco a poco convenciendo a los ciudadanos que participan en él) y a su vez sea influido por él, podrá lograrse que la gran mayoría de la ciudadanía supere sus prejuicios (aglutinándose alrededor de un movimiento apartidista, es decir, libre de prejuicios ideológicos), pero también que poco a poco, tal vez más rápido de lo que sospechamos, las aspiraciones de la ciudadanía conquisten las instituciones políticas (a través de organizaciones políticas que las canalicen). Ambos tipos de organizaciones, independientes entre sí, al menos oficialmente, son imprescindibles y se complementan. El movimiento ciudadano 15-M apartidista es imprescindible para que los ciudadanos, la mayor parte de ellos, se unan alrededor de una causa básica común, para liberarse de prejuicios, de sectarismos, de partidismos. Dicho movimiento debe mantenerse al margen de la lucha por la conquista del poder político, debe luchar para lograr un sistema político con una democracia real. No debe «ensuciarse» en la lucha política partidista. La cual estará viciada mientras el sistema lo esté. El movimiento ciudadano del 15-M no busca alcanzar el poder político, busca transformar el sistema político. Para lo cual no debe caer en la trampa, que ya le están poniendo, de formar un partido político para presentarse a elecciones. Esto restaría simpatías por parte de muchos ciudadanos y, lo que es más importante, restaría fuerza al movimiento, que al entrar en un juego viciado, no podrá obtener grandes resultados, no suficientes. El sistema está deseando que el movimiento 15-M caiga en esa trampa: que sea subsumido por el propio sistema. Al sistema no le preocupa demasiado, no aún, la lucha usando sus propias reglas del juego político, le preocupa que muchos ciudadanos pretendan cambiar dichas reglas mediante un juego político al margen del suyo. Por su lado, la izquierda es necesaria para intentar canalizar políticamente dichas aspiraciones, para intentar acceder al poder político, para luchar desde dentro del sistema, para contribuir desde dentro del sistema a su transformación, para «ensuciarse» ella en la lucha partidista. Así los inevitables fracasos de la izquierda, pues costará tiempo que la gente se desprenda de sus prejuicios, pues el sistema está diseñado para marginarla todo lo posible, no tendrán por que afectar al movimiento ciudadano del 15-M, quien, por otro lado, mostrará mayor coherencia al no participar en el paripé de democracia actual que denuncia. Dicho movimiento debería autodisolverse cuando se alcance la democracia real, pues en ella todo partido político ya sí, por fin, tendrá verdaderas posibilidades de jugar en el juego político, pues éste no estará viciado.
Cuarto, la izquierda institucional debe tomar ya la iniciativa para complementar la lucha en la calle con la lucha en las propias instituciones. Por ejemplo, mediante iniciativas parlamentarias para desarrollar la democracia, propugnando referendos, la reforma de la ley electoral (insistiendo una vez más, cuantas veces sean necesarias), un proceso constituyente, incitando a que los trabajadores se unan al movimiento, promoviendo huelgas, etc. Al sistema hay que acosarlo por todos los frentes posibles simultáneamente. La izquierda puede dar un importante impulso al movimiento 15-M, convenciendo a los trabajadores para que lo apoyen activamente. Si la clase trabajadora se une a la #SpanishRevolution, la revolución potencial tendrá muchas posibilidades de convertirse en real, daremos un salto cualitativo primordial. ¿A qué esperamos? ¿A que la chispa se apague? La izquierda institucional que se autoproclama como anticapitalista, como republicana, debe demostrarlo ahora con hechos. Si quiere ganar en fuerza, si desea recoger los frutos en forma de votos, ahora tiene una ocasión perfecta de intentar canalizar a grandes masas izquierdistas, conscientes o no, que no han confiado en ella. Éste es el momento para intentar luchar por no ser expulsada de las instituciones democráticas burguesas, por no ser al menos marginadas, por recuperar el terreno perdido. Si dicha izquierda se hace fuerte, y esto sólo será posible si es capaz de recoger las aspiraciones de muchos ciudadanos de este país desencantados con el sistema político y económico, la lucha para cambiar el sistema puede hacerse más fuerte, pues no sólo estaría en la calle, sino en las mismas instituciones del sistema que se desea cambiar. Si luchamos desde fuera y desde dentro (manteniendo la independencia, al menos oficial, formal, entre el movimiento 15-M y el frente de izquierdas) para cambiar el sistema, las probabilidades de cambiarlo aumentan notablemente. Recordemos que Lenin, posiblemente uno de los mejores estrategas políticos de la historia, propugnaba la lucha legal y alegal, desde dentro y desde fuera del sistema. Lenin cometió sus errores, algunos de ellos muy graves, los cuales no pueden ser analizados en este artículo, pero también posibilitó, contribuyó enormemente al triunfo de la revolución rusa. No podemos despreciar algunas de sus enseñanzas fundamentales. Pero tampoco podemos despreciar las actuales circunstancias. En nuestra época las ideas que defendía Lenin, las ideas defendidas por la izquierda revolucionaria, están mucho más demonizadas.
Como vemos, la izquierda tiene un importante, un crucial, papel que desempeñar, siempre respetando el carácter apartidista del movimiento 15-M. Lejos de lo proclamado por algunos «izquierdistas puros» (que, en verdad, en mi modesta opinión, no tienen nada de izquierdistas, son simplemente quintas columnas burguesas que buscan confundir, desunir, desmovilizar), la izquierda tiene una ocasión única para recuperar la comunicación con las masas. Ocasión que no debe desperdiciar. Y, no lo olvidemos, lo más importante son las propias ideas. Si logramos que la ciudadanía luche por la democracia auténtica, si logramos establecer una democracia política que merezca tal nombre, no nos costará mucho convencer a los ciudadanos de la necesidad de establecer también una democracia real en el ámbito de la economía. Si la propia ciudadanía se convence de la necesidad y posibilidad de desarrollar la democracia allá donde haya convivencia humana, ¿por qué no se convencerá de usar la democracia en el ámbito laboral, en las empresas, donde mucha gente pasa gran parte de su tiempo? ¿La democracia real, en el ámbito político, en el ámbito ideológico, no nos abre las puertas a la democracia económica real? El socialismo, el auténtico, será democrático o no será. La lucha por la democracia es la lucha por el socialismo.
Blog del autor: http://joselopezsanchez.wordpress.com/
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.