Todo partido más pronto o más tarde acaba matando a su padre. La singularidad del Partido Popular consiste en no saber quién hace de progenitor porque se ha limitado siempre a aceptar al que manda. Y así pasaron de Manuel Fraga a Aznar, con el breve interregno de Hernández Mancha del que nadie se acuerda […]
Todo partido más pronto o más tarde acaba matando a su padre. La singularidad del Partido Popular consiste en no saber quién hace de progenitor porque se ha limitado siempre a aceptar al que manda. Y así pasaron de Manuel Fraga a Aznar, con el breve interregno de Hernández Mancha del que nadie se acuerda ni como primo lejano de la familia, y lo hicieron confiados en llegar al poder porque el enemigo estaba agotado y se le veían las costuras de tanto estirar el traje.
Si nos fijamos, llegaremos a la conclusión de que los partidos que gobiernan dejan de hacerlo no porque surja una alternativa que los desbanque sino porque se agotan de esquilmar el patrimonio público. Se suicidan de puro corruptos y su agonía se acompaña del hartazgo de verles hacerse ricos, o más ricos de lo que eran. Sucedió con el Partido Socialista, que pasó de la mayoría absoluta a los ejercicios de supervivencia, y ahora le tocó al Partido Popular. No son iguales, pero se parecían mucho.
El aznarismo marcó un estado de beatitud entre sus huestes que les hizo imaginar que lo suyo duraría siempre. Había pasado antes con Felipe González. Pero lo de Aznar, su desmoronamiento, es lo que hemos vivido con Rajoy. Tiene su toque de sarcasmo que sea él quien descubra ahora a los gentiles su desvergüenza, como si sus decisiones no hubieran sido casi siempre una inmensa metedura de pata, hasta el corvejón. Fue como un surfista que aprovechó la ola pero que cuando se propuso ir más allá del impulso demostró su tremenda incompetencia en su papel de padre y padrino del engendro.
Él hizo todo lo que ahora reprocha a sus seguidores, incluso más, porque se sumó como el paleto que paga las copas que han de beber los señores, a la intervención en Irak, de la que nunca asumió otra cosa que decir que se había creído lo de las armas de destrucción masiva. Una vez más se demostraba que los tipos con complejos carecen de sentido del ridículo. ¿Por qué nadie le recuerda que Rajoy no era para él mejor candidato que el delincuente Rato? De haber seguido sus consejos, incluidos los pactos de amor a primera vista con Jordi Pujol o el Partido Nacionalista Vasco, el PP hubiera adelantado su crisis terminal. Pero se quedó apalancado Mariano Rajoy, lo más parecido a un corcho que flota y flota por encima de borrascas y tormentas.
Fue la prueba de que el PP era un partido huérfano que no tenía padre al que matar mientras Aznar, haciendo de oráculo, se perfilaba como el hacedor de la verdad cínica. En un tiempo en que a la verdad le salen aditamentos muy finos que la desvalorizan, convendría dejarse de chorradas como la posverdad y afrontar la evidencia de una verdad cínica, que es aquella del que se niega a asumir que ha dedicado media vida para hacerse el gran fabricante de mentiras. Aznar callado es lo más parecido a un pariente arruinado y sablista, pero cuando habla le sale la arrogancia del jugador con suerte o del marido burlado que se niega a reconocerse en el espejo de los que apostaron por encima de sus posibilidades.
La alternativa que ahora le cabe al PP es que el adversario en el poder lo haga rematadamente mal, y así y todo no podrá quitarse el aliento en la nuca de Ciudadanos, para quien el mayor problema será recoger las mesnadas de populares en paro de beneficios. Porque el PP es contaminante y todo lo que toca lo impregna de obesidad mórbida de fondos. Me consta que hay gente honrada en el PP pero deberá callarse mucho y disimular otro tanto para seguir en el partido más corrupto de España, con el permiso de Convergència de Cataluña y su derecho de pernada local.
Unas primarias en el Partido Popular son lo más parecido que encuentro a una elección dentro de la Cosa Nostra siciliana. Tiene algo de contradicción en los términos –seleccionar al primero entre iguales, que en el caso hipotético e improbable de gobernar dispondría sobre vida y haciendas, los famosos patrimonios, de sus electores de la familia–. También dejará unas heridas que son difíciles de restañar, porque una sociedad limitada sin padre putativo está expuesta a la quiebra y al caos en los beneficios.
El PP arriesga convertirse en un partido de almas muertas. Ya va camino del cadalso y los hechos confirman que las sedes partidarias se transformarán muy pronto en parafarmacias donde se recete paracetamol para los dolores de cabeza de Sáenz de Santamaría y de su compadre Casado, el que lleva ya plomo en las alas por una titulación de traje a medida. Cero vibraciones.