El lunes día 5 por la noche nos manifestamos para defender el Patio Maravillas y terminamos abriendo un espacio público que llevaba 10 años abandonado. Los antidisturbios vinieron con sus escopetas, sus cascos, sus mazas, sus «a mí me da igual» y se nos echó diciendo que ese sitio cerrado debía seguir cerrado. Ahí sigue, […]
El lunes día 5 por la noche nos manifestamos para defender el Patio Maravillas y terminamos abriendo un espacio público que llevaba 10 años abandonado. Los antidisturbios vinieron con sus escopetas, sus cascos, sus mazas, sus «a mí me da igual» y se nos echó diciendo que ese sitio cerrado debía seguir cerrado. Ahí sigue, cerrado.
No es nada extraordinario. Pasan cosas (se abren espacios sociales, se paran desahucios, se hacen huelgas, se encierran personas enfermas, se escriben cosas, se vive) y hay quién intenta por todos los medios que dichas cosas no sucedan o al menos taparlas cuando ya han sucedido. Es como ponerle perfume a una ciudad que apesta pero al revés: tirarle alquitrán a los oasis, asfixiar a los pájaros, soplarle a los castillos de naipes. Todo eso.
Lo extraordinario son las miles de personas que nos acompañaron. Lo extraordinario son los 21.000 tuits que se escribieron sobre el tema en apenas unas horas. Lo extraordinario es la cantidad de personalidades, organizaciones, colectivos, formaciones políticas y sociales que se solidarización con El Patio. Todo eso es extraordinario porque es el tejido de eso que se ha llamado «revolución democrática». Es extraordinario que tales cosas sucedan porque no sucedían antes, al menos no así, y porque cada vez que intentan hacer invisible lo que sucede parece que el poder político y económico se hace más viejo, más cargado de rencor y de impotencia mientras todo lo que tiene a su alrededor rejuvenece.
Para formar parte de una revolución democrática hemos tenido que callarnos primero, escuchar después, dejarnos cambiar y sólo entonces volver a tomar la palabra.
Mayo de 2011, dos formas de vida se expresan en nuestra fachada. En la puerta (esa puerta que quemaron este verano a ver si nos sacaban de ahí) hay un cartel que dice «Cerrado por revolución, disculpen las molestias». Estábamos en la Puerta del Sol escuchando y aprendiendo. Al lado, en un cristal un agujero de un ladrillazo que nos cayó a pocos días del 15-M. La ventana resiste años después, pero el agujero aún se ve. No dijimos nada. Decidimos callarnos. Nuestro aniversario de ese año fue casi anecdótico. La fiesta estaba en otro lugar.
Meses antes se reúnen en el Patio unas personas de Madrid acompañadas de unas personas de Barcelona de una cosa que se llama Plataforma de Afectados por las Hipotecas. Nos dan mala espina. Son como estafados que «sólo quieren recuperar sus casas». Sólo eso ¿sabes? No siempre acertamos en el Patio. Esas personas se organizaron en la PAH y apenas un año después tuvimos que reconocer que la nueva política eran ellas y no nosotros y nosotras. Volvimos a callarnos. Volvimos a escuchar.
Esos aprendizajes y esas escuchas van cambiando el Patio. Nos van cambiando. El Patio se vuelve una infraestructura para eso que sucede en la ciudad. Un pequeño espacio al servicio de algo más grande. Nos volvemos humildes (los okupas, en general, somos de ir con la soberbia tirando a alta) y escuchamos el rumor de lo que pasa a nuestro alrededor. Aprendemos a hablar de nuevo. Salimos a las redes sociales y empezamos a usar palabras que nos eran ajenas en un principio.
Defender el Patio ya no es una cuestión particular. No se trata ya de tener nuestro pequeño fragmento de libertad y cooperación en medio de las ruinas. El Patio puede ser una parte de una ciudad nueva para un país nuevo. El Patio ya no es nuestro. El Patio es de cualquiera que lo sienta como suyo. Defenderlo ya no tiene sólo que ver con el Patio. Tiene que ver con un concejal de centro implicado en la operación Púnica. Tiene que ver con unas élites políticas sordas, ciegas y sin más proyecto que el expolio.
Por eso hoy, cuando decimos que vamos a abrir un diálogo con el Ayuntamiento para arrancar un espacio entendemos que lo hacemos para defender la revolución democrática que nos rodea y de la que somos parte. Entendemos que sentarse a hablar con una experiencia cómo la nuestra es una obligación política, no una excepción. Son derechos. Y como son derechos creemos que tiene sentido decir que el Patio va a seguir. Nos parece una cuestión de responsabilidad que no depende de la voluntad particular de un gobierno. Nos debemos más bien a la gente que nos usa, nos construye y nos defiende y al modelo de ciudad que parece dibujarse con sus gestos. Por eso garantizamos que si el Ayuntamiento no quiere dialogar con el Patio, tendremos que volver a abrir espacios. La pelota está más bien en su tejado. Y su tiempo se agota más rápido que el nuestro.
Hemos aprendido en estos años. Queremos seguir aprendiendo. Hemos estado mucho tiempo a la escucha. Toca empezar a hablar.
Al fin y al cabo va a haber una verdadera fiesta democrática y no nos la queremos perder.
Guillermo Zapata es participante en el Patio Maravillas