Escribí hace unos días que la existencia del PP es un regalo para el PSOE. Algunos lectores me han reprochado lo que les pareció una exageración, casi una boutade. Pero no. Me limité a constatar una evidencia. El PP aporta grandes ventajas al PSOE. En primer lugar, unifica a las derechas, a todas las derechas, […]
Escribí hace unos días que la existencia del PP es un regalo para el PSOE. Algunos lectores me han reprochado lo que les pareció una exageración, casi una boutade. Pero no. Me limité a constatar una evidencia.
El PP aporta grandes ventajas al PSOE.
En primer lugar, unifica a las derechas, a todas las derechas, lo que facilita mucho la creación del espantajo: es la encarnación de la derecha, es decir, del mal malísimo cuyo advenimiento todo aquel que se considere de izquierda debe evitar, a costa de lo que sea, incluyendo el sacrificio de sus propias convicciones.
En segundo lugar, puesto que el PP es la derecha, el PSOE se transforma, por definición, en la izquierda. Si el PP monopoliza un extremo, a su oponente le toca ocupar el contrario. De tal guisa, Zapatero no tiene por qué demostrar con sus actos que es de izquierdas. Si la derecha se le opone, ¿qué otra cosa podría ser él?
En tercer lugar, si el PSOE sintetiza a la única izquierda con entidad para oponerse eficazmente a la derecha, ¿qué podrían pintar otras presuntas izquierdas, incapacitadas para derrotar a la derecha?
Felipe González se dio cuenta desde su primera investidura de lo bien que le venía institucionalizar a una derecha como la que representaba entonces AP, luego reconvertida en PP. Nombró a Manuel Fraga «jefe de la oposición», cargo que no sólo no estaba previsto -y sigue sin estarlo- en la Constitución Española, sino que se pega de patadas con nuestro régimen parlamentario, en el que hay tantas oposiciones, en principio, como partidos ajenos al Gobierno.
¿Cómo iba a ejercer Fraga de jefe de la oposición nacionalista vasca, o de la catalana, o incluso de la canaria? Mandaba sobre los suyos, y no siempre. Pero convirtiendo al carnicero de Montejurra en «jefe de la oposición», aplaudiendo su egolatría atropellada, petulante y toscamente provinciana, González sentó las bases del bipartidismo que ahora, ya con otros protagonistas, se expande a plena satisfacción de los unos y los otros.
Al PSOE le viene muy bien el PP. Jamás le criticará por lo que realmente merece ser criticado. Con enemigos así, uno no necesita amigos para nada.