Dignidad y ética, además de tener un alto precio no es contagiosa, no lo fue en el Ayuntamiento de Gijón ni en las entrañas de la Federación Socialista de Asturias
A propósito de la dedicación de la avenida de El Llano a José Manuel Palacio, ex alcalde de Gijón, y ante las críticas de Jesús Morales, quien durante 20 años fuera concejal de urbanismo del Ayuntamiento de Gijón
Un personaje digno, digno ante todo. Este es seguramente el epitafio que mejor podría definir a José Manuel Palacio Álvarez. Porque también este es el recuerdo que su impronta dejó y que aún permanece en nuestro magín.
Cuando a la política se llega para trabajar, la tarea es abrumadora, especialmente y mucho más, si se trata de un ayuntamiento. Pero nuestro digno Alcalde no titubeó ni se amedrentó, emprendió la remodelación de Gijón como nadie hasta entonces lo había hecho, ni tampoco después.
No se fue a los grandes despachos ni a emprender magníficas obras que en todo caso lo serían más por sus millones que por su utilidad social, porque hablando de utilidad social José Manuel fue el campeón indiscutible: se dedicó, simplemente, a urbanizar y a equipar los barrios de la ciudad, cuando una buena parte de las calles eran un rosario de charcos y de barro.
Seguramente su gran «error» fue compartir los recursos y el poder de la alcaldía, no con los intereses del poder político ni con los del poder económico, sino con los ciudadanos, a los que representaba, y dedicar el presupuesto municipal a lo que la gente de la calle más necesitaba para su barrio. Generó así mucho empleo y gastó mucho dinero, todo el que pudo, pero eso no favoreció a los grandes poderes económicos y políticos, ni les proporcionó los beneficios debidos, como era habitual. Como lo es ahora cada vez más.
La dedicación prestada a la ciudad y a sus gentes, relegando otros intereses, no encajaba ni con el proyecto político de su partido ni tampoco con lo esperado por los magnates de los negocios. Alguien, que más bien semejaba ser un quijote político, tozudo e insobornable, era un estorbo que nunca podría encajar en una línea ideológica y política que, si entonces ya se veía venir, ahora ha colmado sobradamente la peor de las expectativas.
Aguantó la primera legislatura, sobrevivió en la segunda, pero no pudo llegar a la tercera. La dignidad y la ética -su inseparable par- no es una mercancía que dé beneficios ni ascensos. Con estas credenciales por el medio, no se pueden repartir cargos, ni prebendas y favores. Con esta apuesta José Manuel se echó enemigos dispuestos a todo, como así sucedió. Lo sabía, este era el precio de su apuesta.
El poder político y el económico van de la mano cuando los cargos elegidos, -los alcaldes- comparten mesa y mantel para repartir los manjares, como cuando unos y otros tienen intereses comunes. Enfrentarse a este modelo en el que no se diferencia la política de los intereses económicos, se hace tan difícil gobernar como intentar ir a contracorriente.
Pero la dignidad y la ética, además de tener un alto precio, no parece que sea contagiosa. Y, desde luego, no lo fue en el Ayuntamiento de Gijón, ni tampoco dentro de las entrañas de la Federación Socialista de Asturias y, en particular, de la Federación de Gijón.
En 1995 algo más de la mitad de los socialistas de Gijón derrotan a José Manuel Palacio en las elecciones locales para designar candidato a la alcaldía. Esto sólo fue posible gracias a la fraudulenta manipulación de las listas con las que se consumó el pucherazo electoral. Así es como Vicente Álvarez Areces sale elegido candidato con la interesada complicidad del voto fraudulento de quienes sabían que no tenían derecho a voto y votaron, con la venia también del resto que callaron y otorgaron.
Obviamente estos favores se pagaron en el momento, y también después, con la ascensión meteórica de oscuros militantes cómplices del golpe. Este es el inicio ignominioso de una carrera política que ahora cumple 24 años, los mismos que cumplen quienes entonces también pisaron el fango y ahora comparten la gloria de tantos años en el poder y de sus privilegios, al servicio propio, de los afines y de los amigos.
Dos años más tarde el juzgado confirmó la asonada. La sentencia tardó en llegar pero, si en su momento no hubo dignidad ni ética, tampoco iban a tenerla ni dos años más tarde ni tampoco ahora, casi cinco lustros después. La desvergüenza cicatriza, echa callo y, ahora, todo aquello se ha convertido en la moneda habitual.
Cuando la política se ha convertido en una carrera millonaria tanto para el gobierno como para la oposición en la que unos y otros no tiran de la manta para que nadie se destape, no sea que dejen al aire sus vergüenzas y sus trapicheos, resulta irrisorio recordar ahora a José Manuel Palacio como una persona honrada, desinteresada y austera, entre otras muchas cualidades.
Aquél pucherazo no fue algo accidental, no fue casual, José Manuel les estorbaba, era un escollo a eliminar como fuera. Necesitaban tener las manos libres para poner en marcha el modelo neoliberal que entonces se inició y ahora se consuma junto con una crisis institucional sin precedentes. Crisis económica, consecuencia inmediata del modelo de descarado gobierno plutocrático.
El talante de dignidad y de ética de José Manuel todavía flota en el aire de Gijón. Muchos todavía lo recordamos, aunque nunca hayamos votado a su partido.
Notas
– Este artículo es el epílogo del libro, publicado en 2011, titulado: José Manuel Palacio. Otra política es posible. Artículos de prensa (1979-2005).
– Artículo relacionado: Falsificar la historia. De cómo el ex alcalde José Manuel Palacio está en el inicio de la transformación de Gijón, aunque se lo niegue el PSOE.
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