Cuando medio centenar de trabajadores de Naval Gijón se encerraron en el astillero, en mayo de 2009, hace 16 meses, durante 23 larguísimos días, para reclamar una garantía fiable e irrevocable de las prejubilaciones prometidas, mientras, otros tantos trabajadores en las mismas condiciones, no sólo no se sumaron al encierro sino que criticaron y hasta […]
Cuando medio centenar de trabajadores de Naval Gijón se encerraron en el astillero, en mayo de 2009, hace 16 meses, durante 23 larguísimos días, para reclamar una garantía fiable e irrevocable de las prejubilaciones prometidas, mientras, otros tantos trabajadores en las mismas condiciones, no sólo no se sumaron al encierro sino que criticaron y hasta insultaron a los encerrados. Sin embargo, y a pesar de ello, disfrutan ahora de los frutos y de la victoria de una lucha que ellos mismos quisieron dinamitar.
Una una buena parte de los encerrados pertenecían a la CSI, al sindicato que los apoyaba, principalmente.
En cambio, no tuvieron tanta fortuna los que sin entrar el cupo de los prejubilados por tener menos de 52 años, adoptaron la misma acti tud. También descalificaron a los encerrados y se arrimaron, precisamente, a los que llevaban años intentando cerrar el astillero.
La cuestión era bien simple, fiados de las buenas palabras, de las promesas envenenadas, creyeron que a ellos no, a mi no, tengo amigos en CCOO o en UGT. Y así sucedió, la promesa de incorporarse a Juliana o a otras empresas pesó más que la necesaria solidaridad. Tampoco les pareció suficientemente sospechoso que el plan de recolocación viniera del Gobierno regional y del municipal, cuyos objetivos no eran otros que la recalificación de todo lo que pillaran. De éstos, sólo un puñado de trabajadores, unos pocos, no entraron al trapo y aunque no pudieron resolver su desempleo, les queda la conciencia de haberlo intentado y, desde luego, el mérito de la solidaridad con los prejubilados.
Unos y otros, con su insoliralidad, pusieron en peligro el objetivo del encierro. Todos los trabajadores juntos ya eran pocos, divididos, casi nada. Pero con las ideas claras y, también, con la necesidad de luchar nada menos que por garantizar las futuras prestaciones que entonces estaban en el aire, generaron la tenacidad suficiente para superar los duros días del encierro, el acoso policial y un sinnúmero de dificultades. Incluso hasta el último truco del Gobierno de pedir, exigir, que abandonaran el encierro porque el cheque y el aval ya estaba firmado. Pero no, hasta que los documentos no estuvieron formalmente extendidos, nadie abandonó el astillero y, entonces, con los documentos ya en la mano pudo comprobarse la falsedad de la promesa y el grave error que hubiera sido fiarse de la palabra de quien hasta entonces había demostrado no tenerla. La fecha de la firma coincidía con el día de la salida del encierro realizada unas horas después con los documentos en la mano, pero no con la de varios días antes cuando decían que todo estaba resuelto.
A una buena parte del medio centenar que no alcanzaba la prejubilación, a muchos de aquellos, los que creyeron ser más «listos», la prestación por desempleo se les ha terminado el 30 de septiembre y la recolocación asegurada sigue siendo la promesa de quien nunca ha cumplido ni una sola.
No es cuestión de celebrar los errores de nadie, aunque hayan sido por mezquindad, pero en el pecado sucede con alguna frecuencia que también va la penitencia. Ahora están en la calle, sin prestación alguna y «esperando» las promesas de la recolocación. A todos ellos les quedan los «beneficios» de la insolidaridad, el precio y el «premio» de la insolidaridad.
Sirva de epílogo, que los mismos que entonces gobernaban siguen todavía, pero nada han resuelto que no sea para peor. El PSOE y su socio IU en el Gobierno de Asturias y en el Ayuntamiento de Gijón, ni siquiera hablan ya de los que han dejado sin recolocar y que han enviado al paro. El Consejero de Industria, Graciano Torre, el Director General de Trabajo, Antonio González y la Alcaldesa de Gijón, Fernández Felgueroso, se perdieron en promesas de que colocarían a los trabajadores de Naval Gijón que no alcanzaban la edad de la prejubilación. Lo repitieron una y otra vez. Mintieron.
Tampoco se puede olvidar el destino de los Delegados Sindicales tanto de CCOO como de UGT que fueron cómplices necesarios del cierre del astillero y que tomaron decisiones que afectaban a todos los trabajadores, pero no a ellos. En su apuesta con el empleo ajeno, ninguno de estos Delegados Sindicales está en la calle, porque o bien están liberados por sus propios sindicatos o de alguna otra manera les han resuelto el problema. Ese fue el pago para unos y la ruina para otros.
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