El poeta mapuche Jaime Huenún (1967) editó en España La Memoria iluminada: poesía mapuche contemporánea (Colección Maremoto, Málaga; 2007) ya antes, en Santiago de Chile compiló: Epu mari ülkantufe ta fachantü/20 poetas mapuches contemporáneos (Editorial Lom, 2003). Ahora es responsable de la Carta abierta de los poetas, artistas e intelectuales mapuche: «Repudiamos enérgicamente este deleznable crimen -el asesinato de Matías Catrileo- y las sistemáticas y desproporcionadas acciones represivas del gobierno en contra de comunidades y personas mapuche movilizadas por justas y ancestrales reivindicaciones»
La solidaridad internacional no se ha hecho esperar, el primer poeta en adherir a la Carta abierta fue José Emilio Pacheco (México), después la escritora Laura Restrepo (Colombia), el crítico literario Julio Ortega (Perú), el poeta Jorge Boccanera (Argentina); el columnista de La Jornada y Clarín.cl Marcos Roitman (Chile); el Premio Nacional de Literatura Raúl Zurita (Chile); los escritores mexicanos Javier Sicilia y José Agustín; el poeta uruguayo Saúl Ibargoyen, el cineasta zapatista Francesco Taboada, la periodista Virginia Vidal y Paul Walder, de Punto Final. La lista supera las 100 rúbricas (23 son de creadores mapuche).
Jaime Huenún obtuvo la Beca Guggenheim (2005); la editorial ActionBooks publicó su libro Puerto Trakl en versión bilingüe preparada por el poeta y traductor norteamericano Daniel Burzotzky (EEUU, 2007). En 2008 saldrán sus poemas inéditos Reducciones, mientras dirige la revista Ulmapu arte y literatura indígena latinoamericana. En 2003 la Fundación Neruda en su afán de lavarle la imagen a su «presidente vitalicio» Juan Agustín Figueroa (ideólogo de la actualización y aplicación de la Ley Antiterrorista contra la comunidad mapuche) le otorgó el Premio Neruda a Jaime Huenún (antecedente de la versión 2004 del Premio Neruda entregado a mi queridísimo José Emilio Pacheco y en 2005 al imprescindible Juan Gelman; con el mismo fin de limpiar el buen nombre de Juan Agustín Figueroa). En exclusiva para El Clarín.cl Jaime Huenún rompe enérgicamente con la Fundación Neruda ante los últimos sucesos, el asesinato del universitario mapuche Matías Catrileo (1985-2008) -balística forense certificó que el policía disparó por la espalda- y la huelga de hambre de Patricia Troncoso y su inminente riesgo de muerte.
MC.- ¿Cuál es la raíz de tu poesía?
JH.- Provengo, por vía paterna, de una familia huilliche (huilliche: gente del sur, grupo mapuche de la décima región) despojada de sus tierras y desplazada a la ciudad de Osorno en 1933. Mi abuela Matilde Huenún Huenún, de 84 años, trabajó toda su vida como sirvienta en casas alemanas, pero con cierta frecuencia narraba a sus nietos la historia de su familia. Ella olvidó lo poco de lengua huilliche que sabía – la lengua llamada che dungún- y aprendió frases en alemán, pero siempre retuvo el significado de su apellido: «Huenún es caminar en el cielo, Huenún es aquel que anda en el cielo», decía cuando le preguntábamos al respecto. Durante años recibimos con regularidad las visitas de nuestros parientes campesinos y ellos hablaban de familiares fallecidos, de ríos verdes, luminosos y violentos, de animales y aves fantásticas, de trabajos y tragedias colectivas, de grandes fiestas ceremoniales en los campos y los montes del profundo sur. Escucharlos era como ver una interminable y fascinante película donde los personajes y los elementos de la naturaleza adquirían una viva nitidez y a la vez un poder implacable y sobrecogedor.
MC.- La edición de La memoria iluminada: poesía mapuche contemporánea. Al incluir autores chilenos y argentinos ¿arremetes contra el mito insular de Chile?
JH.- En dicho libro aparece sólo la poeta Liliana Ancalao, mapuche de Comodoro Rivadavia. Me hubiera gustado incluir a otros autores, pero al parecer existen todavía muy pocos poetas de origen mapuche en Argentina. Al incluir a Liliana en esta antología lo que pretendí fue hacerle justicia a una valiosa poeta y a través de ese gesto reestablecer en parte los vínculos entre los sectores mapuches trasandinos y chilenos. Los mapuches de ambos lados de la cordillera siempre mantuvieron contacto. En Osorno, regularmente me llegaban noticias de familias huilliches que se iban a Neuquén, Bariloche, Cipoletti a trabajar en diferentes faenas. Los jefes de familia mapuches, cada vez que retornaban a las ciudades chilenas traían alguna «novedad»: una radio a transistores, un televisor o la ropa de última moda en Argentina. Las fronteras nunca han estado del todo cerradas; los mapuches han tenido la necesidad y la habilidad de abrirlas a través de un permanente flujo migratorio generado tanto por razones afectivas como económicas.
MC.- ¿No lo dudaste? tomando en cuenta el pensamiento eurocéntrico, ¿por qué publicar en España una antología bilingüe en mapuchezüngun?
JH.- Se presentó la oportunidad de realizar esta publicación gracias a las gestiones solidarias de la poeta española Concha García, quien me fue presentada en Neuquén por los poetas argentinos Raúl Mansilla y Sergio Di Matteo. Ella me expuso su interés en darle cauce editorial a la poesía mapuche en España, sin restricciones de ninguna especie, lo cual me pareció notable: el libro podía incluir a todos los autores que se quisiera y sin límites de páginas. El Centro Editor de la Diputación de Málaga mantiene una colección de poesía llamada MaRemoto en la que publican poesía escrita en lenguas minoritarias o de países poco considerados en los circuitos literarios de las metrópolis. Una labor realizada además con noble sentido estético. Esos elementos me convencieron de situar e irradiar desde tal centro editor nuestras escrituras. Ciertamente, La Memoria iluminada: poesía mapuche contemporánea debe recorrer un difícil camino entre los lectores de España, sobre todo considerando que allá, como en Latinoamérica, la poesía no es un género masivo. Por otra parte, estoy convencido que la poesía mapuche atraviesa un periodo de esplendor y en ese sentido es una poesía que merece, por su calidad estética, por su arraigo identitario y por sus exploraciones y hallazgos, situarse en todos los circuitos editoriales a los que sea convocada.
MC.- En tu ensayo, Mariposas huyendo de la niebla: Presencia femenina en la poesía mapuche, me llamó la atención cuando dices: «No se trata en este caso de escrituras contestatarias de estilo feminista» pero ¿Qué pasa con la doble exclusión de ser indígena y ser mujer?
JH.- Sin ánimo de caer en demagogias y discursos correctos y fáciles, puede decirse que la mujer indígena y mestiza de Chile ha sobrellevado por siglos sobre sus hombros y su matriz el peso más abominable de este país de «caballeros». Nuestras abuelas y nuestras madres trabajaron y trabajan aún sin conocer un reposo sustantivo. Sobre la mujer poblacional y campesina ha recaído la esclavitud laboral y muchas veces la opresión política y económica, sin derecho a ningún tipo de goce, salvo el de ver crecer con cierta normalidad a los hijos y las escasas flores del huerto. Dentro de este contexto – que aún está vigente en Chile, a pesar de las ínfulas modernizadoras que se da nuestra sociedad- han surgido mujeres mapuches que desde la poesía están dando cuenta de una historia íntima y colectiva con notoria fuerza y creciente vigor literario. Sin embargo, salvo en casos puntuales, no advierto en ellas un afán por emular una conducta feminista de choque. La poeta mapuche, a mi juicio, reivindica hasta ahora su vinculación telúrica, umbilical con un territorio físico y simbólico y con un modo de vida en franco y constante peligro. La poeta mapuche habla por su madre, su abuela y proyecta en su trabajo poético la potencia visionaria de una religiosidad y una ética donde lo femenino y lo masculino son elementos complementarios.
MC.- En México destaca el estudio filológico sobre la poesía indígena de Carlos Montemayor y Miguel León Portilla ¿Y al Sur? Además del profesor de la Universidad Harvard Luis E. Cármamo-Huechante ¿Qué otros académicos estudian la poesía mapuche?
JH.- De alguna manera, la poesía mapuche y la literatura indígena en general, llaman la atención en términos mediáticos por la carga exótica que se les atribuye. Pero sabemos que ensalzar el exotismo es otra forma de mantener en la subalternidad a un grupo de escritores que, a pesar de sus quince minutos de fama, siguen siendo percibidos como una especie de ghetto literario, una rareza cultural más en medio de la vorágine globalizadora. Ciertos grupos valoran esta poesía porque es políticamente correcto hacerlo y otros la ningunean o la malinterpretan o simplemente la omiten porque a su juicio carece de ese cosmopolitismo y esa tortuosidad intelectual tan apreciada por ciertos círculos. Volviendo a tu pregunta tengo la impresión que existen pocos críticos hoy en Chile que puedan aproximarse de manera desprejuiciada y con conocimientos pertinentes a la poesía de autores mapuches. Algunos especialistas que han abordado la creación literaria mapuche son Hugo Carrasco, Iván Carrasco, académicos sureños, Fernanda Moraga, Mabel García, Juan Manuel Fierro, Verónica Contreras. En Santiago yo diría que más bien los poetas chilenos son los quienes se han dedicado fraternalmente a reseñar y difundir libros mapuches. Raúl Zurita, Naín Nómez, Alejandro Zambra, Leonardo Sanhueza, Jaime Valdivieso, por ejemplo. Grínor Rojo, ensayista y académico de la U. de Chile escribió hace algunos meses un entusiasta comentario crítico al libro La Memoria Iluminada. Creo firmemente que hay autores mapuches que están construyendo una poesía valiosa que permanecerá como un referente ineludible en las letras nacionales. Y esas obras demandan estudios acuciosos que permitan revelar y articular las complejas particularidades de estas poéticas. Hace falta, a mi juicio, un trabajo generoso, pero serio e imparcial – dentro de lo posible- en esa línea y no necesariamente realizado por intelectuales mapuches, aunque ciertamente es fundamental que se incorporen críticos y estudiosos indígenas al proceso de análisis de estos textos poéticos. Para ello las universidades chilenas tienen que abrir sus puertas y empezar a considerar en serio que Chile sí es un país pluricultural y que los discursos, saberes y productos culturales indígenas deben tener espacios en ellas.
MC.- Azkintuwe y Ulmapu son dos publicaciones mapuche, la primera política y la que tú diriges de Literatura y Arte ¿Cuál es la problemática que enfrenta el pueblo mapuche para crear sus propios medios de comunicación impresos o digitales?
JH.-Las dificultades económicas que tienen los medios de comunicación mapuches – y los de otros sectores sociales – son casi insolubles. En Chile existen concursos estatales que permiten optar a algunos fondos para proyectos comunicacionales, pero se trata de financiamientos precarios y de corta duración. Prácticamente ninguna empresa auspicia un medio de este tipo y el público interesado en adquirir ejemplares es mínimo. Eso ocasiona que un boletín, una revista o un periódico alternativo no alcance más de seis meses de vida. Pero quizás el problema más serio sea que estos medios, cuando existen y circulan, no alcanzan a llegar a sus destinatarios naturales, es decir, las comunidades mapuches urbanas y rurales no tienen acceso efectivo a ellos. Existen medios digitales que tienen un mayor alcance e impacto a nivel internacional y constituyen hoy una plataforma mediática virtual que permite difundir casi instantáneamente las problemáticas mapuches, pero tampoco llegan a los sectores indígenas del campo y la ciudad ya que estos carecen de acceso masivo y permanente a Internet. Por otra parte, ni en la televisión ni en la radiotelefonía comercial y oficial hay espacios para programas mapuches. La prensa escrita, dominada por Copesa y El Mercurio, sólo hace referencia a la realidad indígena cuando se generan conflictos más o menos notorios, los que son editados de manera tendenciosa y arbitraria, como ha ocurrido recientemente con el asesinato de Matías Catrileo. En el contexto de este hecho dramático específico, los diarios monopólicos capitalinos destacaban, más que el asesinato por la espalda de un muchacho, la «nueva escalada de violencia mapuche en la Araucanía», escalada que por cierto «pone en peligro» el estado de derecho y la propiedad privada en la zona. Existe, claro, «The Clinic», un semanario de gran tiraje que utiliza un humor grueso y anal como gancho para vender. Se editan todavía El Siglo, la revista Punto Final, entre otros medios de izquierda. Pero estas últimas publicaciones difícilmente llegan a vender 6.000 ejemplares en todo el país. Sospecho, la verdad, que en este ámbito el problema es más profundo: en Chile la mayor parte de la población popular no quiere pensar ni hacerse cargo de problemas ajenos. La sobrevivencia cotidiana es el único norte. «Chile quiere gozar» es el estribillo de fondo.
MC.- ¿Qué pensaste cuando en Cuba, Casa de las Américas entregó el Premio de poesía indígena a Lorenzo Aillapán?
JH.- Lo valoré como un reconocimiento significativo a la obra en ciernes de un poeta indígena dotado naturalmente para la actuación y el canto. Lorenzo a la fecha de ese premio sólo había publicado algunos poemas en revistas de escasa circulación y era más bien conocido como un artista mapuche que imitaba el canto de las aves nativas. Su poesía, de raigambre oral y comunitaria, representa ciertas tradiciones mapuches rurales, tradiciones que él recrea con humor y emotividad, sobre todo cuando declama y actúa sus creaciones. El premio otorgado a Lorenzo Aillapán fue también un momento relevante para la visibilización de las expresiones literarias indígenas de América, las que aparentemente no habían sido hasta entonces consideradas plenamente por el sistema literario y cultural cubano.
MC.- Una pregunta que siempre te he querido hacer, perdona pero el tema Fundación Neruda lo he investigado durante cuatro años. El mismo día que te entregan el Premio Neruda 2003, Figueroa encarcela bajo ley antiterrorista a los dos primeros lonkos (líderes comunitarios) de Traiguén, visto en lo que desembocó La Ley Antiterrorista de Juan Agustín Figueroa en 2008 ¿no hay arrepentimiento de tu parte por el Premio Neruda 2003? ¿Has seguido el Caso Fundación Neruda y su albacea el pinochetista Ricardo Claro?
JH.- Está claro que no fui yo, como poeta premiado por la Fundación Neruda ese año, el culpable de la condena judicial a personas mapuches, circunstancia que como otros escritores reprobé en su momento. Creo que en este punto se han planteado posiciones un tanto maniqueas y de cierta odiosidad personal que me hicieron quedar como un sujeto inconsecuente, obsecuente y sensible a las «dádivas» que supuestamente, a través del Premio Neruda, me otorgó Figueroa. Sin embargo ninguno de mis acusadores se dio el trabajo de revisar el discurso que leí ese día y que fue publicado por el escritor José Miguel Varas en la desaparecida revista Rocinante, un discurso crítico y nada complaciente con el Estado, la historia y las instituciones chilenas en su tortuosa relación con el pueblo mapuche. Yo soy un escritor proveniente de un sector marginal de provincia con una biografía que en parte ha estado instalada en la sensibilidad sociopolítica de la izquierda extraparlamentaria chilena. A los 15 años ingresé a las Juventudes Comunistas y pertenezco a esa generación que durante gran parte de los ochenta salió a la calle y a la noche a contrariar la dictadura, sin heroísmos pomposos y fundamentalistas, sino más bien cabreada y acicateada por tanta miseria y asfixia material y política reinantes. Durante años he trabajado en silencio y muchas veces sin recursos junto a jóvenes poetas y comunidades indígenas publicando libros y revistas y organizando eventos literarios. Siempre me he mantenido a distancia de los políticos de la Concertación y de la derecha y sólo he optado en ocasiones a los fondos que el estado pone a disposición de todos los escritores del país mediante concursos. Dicho lo anterior, acepté el premio porque un jurado competente y externo me lo otorgó y no el presidente de la Fundación, un jurado compuesto por un premio nacional de literatura, una poeta representante de la Academia Chilena de la Lengua y un escritor representante de la Sociedad de Escritores de Chile. Acepté además el premio, consistente en una medalla, un diploma y 3.000 dólares – una bicoca al lado de las grandes ganancias que genera la obra y la figura de Neruda- porque precisamente ese es uno de los pocos aportes que la Fundación hace a la cultura del país en acuerdo a los deseos expresos del poeta. Todos en Chile sabemos que los dineros de tales premios no salen de los bolsillos de Juan Agustín Figueroa, sino del legado económico nerudiano. Difícilmente este señor, a quien traté de «terrateniente obcecado» en la ceremonia de premiación, pondría sus propios recursos a disposición de los poetas. Por otro lado, y esto también es bueno que se sepa, el 2003 venía yo saliendo de un cáncer generalizado que un par de años antes me había tenido al borde de la muerte, enfermedad que además diezmó mi ya precaria economía doméstica, siendo como soy una persona sin empleo estable y por lo tanto sin previsión social. Fui en ese periodo, un indigente que debía juntar, en compañía de mi esposa, peso tras peso para pagar los costos de mi sobrevivencia. El Premio Pablo Neruda, que yo no busqué ni pedí, sirvió para financiar exámenes, fármacos y honorarios médicos. Ese fue mi deslavado honor y esa fue toda mi raquítica gloria de poeta laureado. En relación a Juan Agustín Figueroa y la administración de la Fundación, creo que él y sus amigos han privatizado a Neruda y lo han privatizado muy bien, en consonancia con la economía neoliberal que rige al país. La Fundación Neruda es hoy una empresa magníficamente aceitada y genera ganancias entiendo que millonarias. ¿Qué se hace con ese dinero? No lo sé exactamente. Lo cierto es que no se usa para realizar ediciones masivas y populares de los libros de Neruda, ni se financian con él talleres literarios para niños y jóvenes pobladores o bibliotecas en sectores marginales y rurales, ni mucho menos se promueve y publica de manera seria y sistemática la poesía chilena. Lo único que puedo decir al respecto es que todo este proceso de privatización de Neruda tiene orígenes engorrosos y una consolidación espectacular en los 17 años de gobiernos Concertacionistas. Justo es señalar también que este proceso no ha sido impugnado por los poetas y escritores chilenos, salvo escasas excepciones motivadas más bien por situaciones específicas. Los escritores, especialmente los residentes en Santiago, no se han manifestado en términos gremiales ni asociados contra la Fundación y su jerarca. Hay poetas que trabajan para esta institución y varios más que se asocian eventualmente con ella para sacar adelante sus iniciativas, cosa que a mi modo de ver no tiene nada de malo, pero a ellos poco y nada se les pregunta respecto de las implicancias y consecuencias de las acciones que la Fundación lleva a cabo en nombre de la obra y la figura de Neruda. Se trata, por otra parte, de una Fundación privada a la que sólo se le puede criticar desde el punto de vista ético, pues no hay delitos a la vista. En cualquier caso, gran parte de los poetas ha decidido pasar de largo de esta Fundación, dedicándose a desarrollar sus obras lejos de una entidad que desde hace varios años poco tiene que ver con la poesía chilena y su desarrollo, abocada como está al marketing cultural y turístico y a difundir el lado más frívolo y baladí del Premio Nóbel, asunto que por lo demás está en sintonía con lo que es Chile hoy: un país atravesado por la farándula, el humor y la banalización de casi todos los niveles de su realidad.
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