La privatización de los servicios sociales públicos como la sanidad y la educación se está ejecutando de una forma que colma los sueños más queridos de cualquier capitalista: financiación pública, clientela asegurada y beneficios privados. Y el negocio privado sólo es posible seleccionando a la persona usuaria, introduciendo pagos complementarios (que también es una medida […]
La privatización de los servicios sociales públicos como la sanidad y la educación se está ejecutando de una forma que colma los sueños más queridos de cualquier capitalista: financiación pública, clientela asegurada y beneficios privados.
Y el negocio privado sólo es posible seleccionando a la persona usuaria, introduciendo pagos complementarios (que también es una medida de selección económica), incrementando la explotación de los trabajadores y disminuyendo la calidad del servicio.
Así como en la sanidad la gestión por parte de empresas privadas de hospitales ha generado una cierta movilización, en la educación, ni los grandes sindicatos, ni los partidos políticos (ni los de la «casta», ni los nuevos) se atreven a llamar las cosas por su nombre: los conciertos educativos constituyen la principal forma de privatización de la enseñanza. Ninguna voz de entre ellos exige una sola red pública de calidad y la declaración de los conciertos como especie en extinción. En definitiva, que no se financie con dinero público la enseñanza privada.
Y no se trata de fundamentalismos ideológicos. Es incompatible el negocio privado con una educación universal y de calidad. Si el fracaso escolar se concentra en los hijos y las hijas de la clase obrera no es porque tengan menos inteligencia. En ellos y ellas se resume de forma condensada el drama del paro, de los desahucios, de tener unos padres angustiados por no poder llegar a fin de mes, de no tener sitio adecuado para estudiar, y en definitiva, lo que cada generación arrastra de ese expolio secular del acceso a la cultura y a la información al que el capitalismo condena a la clase obrera. Y muchísimo más a la clase obrera inmigrante.
Son esos niños y niñas los que entorpecen el negocio de los colegios privados, religiosos o laicos; de la misma forma que las personas mayores, las enfermas crónicas y las pobres en general son evitadas por los supuestos hospitales públicos de gestión privada y enviados a la sanidad pública.
Los copagos/repagos de los colegios concertados cumplen una doble función: excluyen a los niños y niñas de familias más pobres y engrosan con ellos sus cuentas de resultados.
La menor explotación del personal docente y una relación nº de alumnxs /profesor más favorable era, hasta hace poco, un factor diferencial de la calidad de la enseñanza pública con respecto a la privada. Al igual que en la sanidad la ausencia de lujos en la pública se asociaba con una mejor calidad en la asistencia, en la educación pública, la cualificación del profesorado, el menor número de alumnxs por aula, el personal de apoyo, los horarios razonables, aseguraban a la gente informada una calidad incomparablemente mayor en la escuela pública.
Los brutales recortes presupuestarios han causado drásticas caídas en la calidad de la enseñanza pública y el abandono escolar creciente de los niños y niñas de familias obreras con menos recursos.
Esos recortes se «justifican» por el pago de la enorme Deuda Pública, que se ha construido transfiriendo masivamente fondos públicos a la empresa privada.
Por eso, ahora que tenemos delante unas elecciones autonómicas, no son creíbles «apuestas decididas por la enseñanza pública», que no vayan acompañadas del compromiso de anteponer las necesidades sociales al pago de la Deuda y de acabar con la financiación pública de la enseñanza privada.
No pagar la Deuda es condición indispensable para construir una red pública de enseñanza de calidad y eliminar progresivamente los conciertos educativos, pero no es suficiente.
Una escuela democrática debe ser gestionada por las madres y padres, por personal educativo y por el alumnado.
Pero, aun eso, no es lo esencial.
El problema de fondo que una democracia de verdad debe plantearse es cómo el sistema educativo sirve para que todos los niños y niñas desarrollen todas sus capacidades y cómo construye en ellos y ellas una conciencia crítica, base auténtica de la Dignidad, que les haga reaccionar para impedir cualquier injusticia, sufrida por cualquier otra persona, en cualquier parte del mundo.
* Artículo escrito para la revista Pim Pam Pum, Red Roja Vallekas Journal. Nº 6
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