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Detrás de lo legal se oculta la otra mafia

El problema de la piratería

Fuentes: Rebelión

Para mucha gente sensata la producción y distribución de música y literatura en ediciones pirata, y en general de todo tipo de artículos, es una lacra social de estos tiempos; y con justa razón es condenable: es una deshonrosa apropiación del trabajo de otros. El Perú es uno de los países en que el problema […]

Para mucha gente sensata la producción y distribución de música y literatura en ediciones pirata, y en general de todo tipo de artículos, es una lacra social de estos tiempos; y con justa razón es condenable: es una deshonrosa apropiación del trabajo de otros. El Perú es uno de los países en que el problema de la piratería ha alcanzado dimensiones exorbitantes que hacen mella en las relaciones económicas y en la productividad industrial, incluso con consecuencias en la economía internacional. Este ensayículo pretende esbozar un panorama socioeconómico y cultural de este problema, contextualizado en la realidad peruana sin pretender olvidar que de él adolecen otros países subdesarrollados, y sin perder de vista que está íntimamente ligado al status quo globalizado.

Es de considerar la opinión de intelectuales como la del respetable periodista peruano César Hildebrandt, que más de una vez ha descargado acres invectivas contra este fenómeno que se perfila ya como realidad ineluctable. Merece ser dicho que discrepo del señor Hildebrandt en que a mi parecer él sólo ve un lado del problema… Por otra parte, para una sección muy respetable de la intelectualidad podría llegar a ser consecuencia de una realidad más compleja, o incluso verse como una necesidad de corte cultural. El escritor Oswaldo Reynoso, de quien José María Arguedas dijo que con su obra «Los Inocentes» muestra una mezcla la jerga juvenil con la alta poesía, recibió de buen talante la noticia de que había sido «bien pirateado» en la tierra de Cortázar, donde su cuento «Cara de ángel» fue publicado artesanalmente por los conocidos cartoneros, muchachos de escasos recursos que recogen residuos y cartones en la calle para ganar algunos centavos. A esto, el escritor responde orgulloso que no se siente pirateado porque su literatura está llegando a los lectores a los que a él le interesa llegar: a los pobres. Anécdota curiosa fue el comentario de Reynoso cuando supo que el director de esa informal empresa editora gaucha creía que él ya no estaba entre nosotros: «Tendré el privilegio de tener en mis manos una obra póstuma» indicó. Recientemente el escritor Eduardo González Viaña, ganador en 1999 del Premio Internacional Juan Rulfo, afirmó que «existen los piratas porque algunos editores son malos empresarios» y contó que en cierta ocasión compró un libro suyo a la séptima parte del precio que le había puesto la editorial con que trabajaba. «Me dio mucha alegría comprarlo -declaró-, porque con ese precio mi libro iba a llegar a donde quiero que mis libros lleguen».

… Y la verdad es que tanto la distribución de obras maestras cuanto la de basura cerebral, se ven sustancialmente tocadas por este fenómeno. Veamos entonces… ¿quiénes son los bandidos, mejor dicho: todos los bandidos que están sacando el mayor provecho con tal realidad observable? Hace no mucho se difundió un eslogan propagandístico contra la piratería, que rezaba: «Cuando consumes piratería formas parte de una mafia». Es cierto, y delinque el vendedor pirata, más aun: mayúsculo crimen perpetra cuando produce una copia mutilada o distorsionada de alguna obra maestra. Pero aquel eslogan peca de incompleto. Yo propondría: «Cuando consumes piratería formas parte de otra mafia».

Un hecho atendible es que, al parecer, en este país pauperizado, de no ser por la piratería, la cultura que actualmente está casi por los subsuelos se encontraría nadando en las corrientes de magma. Sin embargo, también es cierto que la mayor parte de la manufactura pirata contribuye a producir boñiga mental en cantidades industriales, casi tanto como las grandes corporaciones que producen el molde del material que la piratería vicia sirviéndose de la incuriosa propaganda consumista de aquéllas; sí, de las grandes corporaciones que, dado que para crear consumistas hay que crearles necesidades, deliberadamente y sin escrúpulo conducen a los consumidores hacia una chatura mental que les hace crédulos ante la publicidad masiva y les impide evaluar la forma y el contenido de los productos que les son ofrecidos; y de paso reducen los costos de producción porque la calidad ya no interesa. La televisión es el signo más ostensible de esta realidad. Y a decir verdades, hasta el desparpajo y la miseria moral de sus métodos son pirateables. No podría conceptuar, pues, a esta piratería más que como la hija espuria de la otra mafia, que vive de ese abyecto mercantilismo global, muy lícito y formal, que obliga embozadamente a consumir lo que no se necesita, amoldando subconscientes, en el marco de las libertades y la democracia.

En una carta a su editor, el ínclito cuentista Julio Ramón Ribeyro expresaba a propósito del título de su cuentística reunida: ¿por qué «La Palabra del Mudo»?, porque en la mayoría de mis cuentos se expresan aquéllos que están privados de la palabra, los marginados, los olvidados, los condenados a una existencia sin sintonía y sin voz. Yo les he restituido este hálito negado y les he permitido modelar sus anhelos, sus arrebatos y sus angustias. Pues bien, ¿cuánto cuesta cada uno de los cuatro tomos de «La Palabra del Mudo» en su versión original completa?, cuarenta y cinco nuevos soles[1], monto que para el cincuenta y cuatro por ciento de los peruanos es injuntable sin sacrificar necesidades básicas[2]. El restituido hálito de los marginados es ahora inasequible para los marginados… ¿Acaso ha de quedarse inexorablemente en manos de la clase de los que marginan e ignoran a esos «mudos» que rescataba Ribeyro? ¡Cómo se hace actual y necesaria en la actitud, la voz del primer poeta peruano, César Vallejo, cuando con fe ecuménica versaba: Todo acto o voz genial viene del pueblo y va hacia él[3]! La extensa obra vallejiana se deberá quedar también entre quienes puedan pagar entre sesenta y ochenta soles por cada tomo de su obra completa.

Señores: ¡pagar sesenta soles por un libro significa dejar de comer durante un mes para cinco millones de peruanos![4] Lastimosamente la cultura se está afianzando como privilegio de la clase social alta. Es duro decirlo pero no podemos soslayar tan crítica realidad. (Sin embargo no queremos pecar de dogmáticos y saludamos la feliz iniciativa de algunos diarios en circulación y de otras instituciones, de publicar música y literatura a precios más cómodos; los alentamos a que los bajen aun más, claro que sin desmedro de la calidad.)

Las grandes editoriales y compañías disqueras que ponen precios exorbitantes a sus productos, que superan en varias veces el coste de producción, están excluyendo de la práctica de la cultura a los dos tercios de la raza humana, a más de doscientos millones de pobres sólo en América Latina… Condenamos este proceder innoble porque se ha usurpado el patrimonio más preciado de la humanidad amurallándolo tras el estandarte del libre mercado. Lo que pretendo explicar lucirá más claro en el verbo del gran ideólogo peruano Manuel González Prada: Las verdades adquiridas por el individuo no constituyen su patrimonio: forman parte del caudal humano. Nada nos pertenece, porque de nada somos creadores. Las ideas que más propias se nos figuran, nos vienen del medio intelectual en que respiramos o de la atmósfera artificial que nos formamos con la lectura. Lo que damos a unos, lo hemos tomado de otros: lo que nos parece una ofrenda no pasa de una restitución a los herederos legítimos.[5]

¡La cultura no puede ser propiedad privada, y menos ser tratada como mero objeto mercantil! No es nuestra intención santificar la piratería. Aquél que se ha quemado las pestañas en diligentes investigaciones y que con sumo esfuerzo ha hecho florecer el capullo de su talento, merece una justa retribución económica, como obrero intelectual que es[6]. Pero mientras haya quienes compren esos derechos intelectuales a quienes se los entregan por la necesidad de trascender (queremos evitar suspicacias aunque rocemos la candidez), poniendo la ciencia y la cultura en manos de una sola clase social; mientras tengamos que pagar ochenta soles por «Conversación en la Catedral», brillante novela de Mario Vargas Llosa, y setenta y cinco soles por cada tomo de la obra completa del maravilloso José María Arguedas; la piratería seguirá coleando a flor de tierra, incólume, por más operativos policiales que se hagan y por más leyes inesenciales que sean proclamadas.



[1] La moneda peruana es el Nuevo Sol, también llamada simplemente «sol». Un dólar equivale aproximadamente a tres soles y medio.

[2] La pobreza en el Perú golpea al cincuentra y cuatro por ciento de la población.

[3] De «España, aparta de mí este cáliz».

[4] De las estadísticas se puede sacar un aproximado de unos cinco millones de peruanos que viven con sesenta nuevos soles al mes. Doce millones de peruanos sobreviven con menos de un dólar al día. El pensador Aníbal Quijano, quien es profesor invitado de las universidades de Nueva York, dice que 56 de cada 100 peruanos no pueden conseguir un dólar al día para su sustento; y que 29 de cada 100, no obtienen medio dólar.

[5] De la conferencia «Librepensamiento en acción» que fue publicada en el libro «Horas de lucha».

[6] Parafraseando la definición que de sí mismo hiciera Vallejo en su crónica «César vallejo en viaje a Rusia», publicada en «Desde Europa».