El proyecto de recrecimiento del embalse de Yesa cumplirá el próximo mayo 22 años desde el inicio de las obras con un presupuesto cuatro veces mayor del estimado. La obra vuelve a aparecer en los nuevos planes hidrológicos aprobados por el Gobierno.
Son muchos los pueblos que desaparecieron bajo las aguas de un pantano, pero para los vecinos de Artieda, a los pies del Pirineo aragonés, la maldición ha sido doble: junto a la presa que obligó a marcharse a sus abuelos y bisabuelos hoy se está levantando otra, el doble de grande, que volvería a anegar su paisaje.
Para ellos, la crisis climática, la falta de agua, los compromisos legales para proteger los ríos y, especialmente, los interrogantes aún abiertos sobre la seguridad de esta obra, son razones suficientes para que el Gobierno ponga freno a un proyecto que vuelve a aparecer en los planes hidrológicos aprobados hace unos días, los documentos oficiales que marcarán la gestión del agua y los ecosistemas acuáticos hasta el año 2027.
El proyecto, el recrecimiento del pantano de Yesa, busca duplicar su capacidad y convertirlo en el mayor del Pirineo. El proyecto tendría que haber acabado en cinco años, pero en mayo se cumplirán 22 desde el inicio de las obras. En este tiempo han pasado muchas cosas allí. El presupuesto se ha multiplicado por cuatro, hasta acercarse a los 500 millones de euros. Una de las laderas que sujeta la presa comenzó a deslizarse, obligando a desalojar y derribar un centenar de casas. El proyecto, encargado por la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, y pilotado por un consorcio de ACS, FCC y Ferrovial, ha tenido que ser modificado cuatro veces por las dudas sobre la seguridad y la dificultad de estabilizar el terreno. El planeta siguió calentándose, dejando menos agua al río. Y, mientras tanto, los vecinos de Artieda han seguido peleando para que sus tierras no fueran expropiadas y anegadas.
Para Miguel Solana, nacido allí en 1957, lo más importante que han ganado en todos estos años ha sido tiempo. “El recrecimiento de Yesa hoy ni se plantearía. Un río no es un simple canal que lleva agua, es una cinta transportadora de sedimentos, de vida”, afirma este profesor de matemáticas jubilado, que recuerda que la idea de ampliar el pantano original–inaugurado por Franco en 1959– se remonta a los años 80. En aquel momento, su generación decidió plantarse, algo que en plena dictadura no habían podido hacer sus mayores.
“La capacidad de resistencia en aquella época se quedó en los corazones de la gente, en el sentimiento”, dice Miguel. Y le viene a la memoria su abuela, nacida en uno de los tres pueblos deshabitados por el pantano, que arrancó de sus casas a casi 1.500 personas. Ella hablaba de la inmensa tristeza de contemplar cómo las aguas subían poco a poco, borrando los paisajes de su infancia. “Heredamos ese dolor que ellos tenían, y dijimos que esto no podía volver a ocurrir”, relata el vecino, que preside la Asociación Río Aragón, nacida para hacer frente al proyecto.
Los 82 habitantes de Artieda disfrutan de una de las vistas más asombrosas del Pirineo. Encaramado a una colina en el valle del río Aragón, desde el pueblo se abre una panorámica que abarca 70 kilómetros de la cordillera. Bajo la colina empiezan los campos de cereal, y al fondo queda el río y la rica huerta, que sostenía históricamente a su gente.
“Que sea una lucha en defensa de la tierra, desde el propio territorio, hace que te vincules mucho más, porque es algo que estás sufriendo y estás viviendo día a día”, cuenta Víctor Iguácel, de 32 años. “Ves que están destrozando tu valle, cómo han expropiado tierras del pueblo, de tus vecinos, y es imposible desvincularse”.
Él es uno de los jóvenes de la generación del pueblo que se crio inmersa en la lucha frente a Yesa. Y tiene “clavados” recuerdos como ver a su padre llegar a casa con la espalda llena de porrazos por participar en un corte de carretera el día de 2001 que el entonces ministro de Medio Ambiente, Jaume Matas (PP), puso la primera piedra del recrecimiento: una de las obras clave incluidas en el Plan Hidrológico Nacional dentro de la cuenca del Ebro.
La parte central del proyecto es una nueva presa de materiales sueltos, un inmenso dique construido a base de capas de gravilla, aguas abajo de la presa de 1959: frente a la antigua presa de hormigón, de 76 metros de altura, la nueva, ya terminada, se levanta 108 metros. Según los datos recopilados por la Asociación Río Aragón, a partir de respuestas parlamentarias del Gobierno y del análisis de los últimos Presupuestos Generales del Estado, el presupuesto actual de las obras asciende ya a 489 millones (la obra se adjudicó por 113,5), con 371 millones gastados a fecha de 2022.
De culminarse el proyecto, el pantano duplicaría su capacidad, y podría almacenar hasta 1.079 hectómetros cúbicos de agua, inundando un máximo 3.584 hectáreas (hoy son 2.089). Entre ellas, 260 hectáreas de las tierras más fértiles de la huerta de Artieda, junto al río, que fueron expropiadas por la Confederación pese a la resistencia del pueblo.
A diferencia del resto de pueblos de la zona, Artieda no está perdiendo población. Varios de los jóvenes de su generación decidieron volver al pueblo tras estudiar y vivir fuera, y otros han llegado a establecerse pese a no tener raíces allí. Para el vecino Víctor Iguácel, el esfuerzo colectivo contra el recrecimiento, transmitido entre generaciones, ha tenido mucho que ver con esa voluntad de quedarse y forjar un futuro en Artieda. En muchas de sus casas se leen pancartas con el lema ‘Aquí hay vida’.
“Hay una disminución sistemática de los caudales del río Aragón, y los que vivimos aquí lo vemos. El pantano actual ya es capaz de sacarle al río el agua que razonablemente se le puede sacar. ¿Cómo lo van a llenar?”, se pregunta Miguel Solana. Las predicciones científicas al respecto son muy claras: investigadores del Instituto Pirenaico de Ecología del CSIC estimaron ya en 2014 que el caudal del río que entra en Yesa será un 29,6% menor en 2050 respecto a 2021. La confederación defiende que el proyecto servirá para garantizar el agua de riego en los cultivos de las Bardenas y el abastecimiento urbano a Zaragoza, aunque estudios independientes de la Fundación Nueva Cultura del Agua argumentan que existen alternativas con menor impacto.
La seguridad en el punto de mira
Más allá de la resistencia de estos vecinos, si las obras no tienen aún una fecha clara de finalización tras 22 años, es por un motivo fundamental: la inestabilidad del terreno y los fuertes deslizamientos de laderas provocados por la construcción de la nueva presa, en 2006 y en 2013, cuando según los informes oficiales llegaron a registrarse movimientos de hasta cuatro centímetros en una semana. Tras aquel episodio, un centenar de casas de dos urbanizaciones situadas sobre la presa tuvieron que ser expropiadas y demolidas, y para quitarle peso a la ladera derecha se arrancó media montaña: 1,5 millones de metros cúbicos de tierra fueron removidos en unas obras de emergencia que costaron 25 millones de euros.
Aquella crisis no pilló por sorpresa a los críticos con la obra. Dos profesores de Geología de la Universidad de Zaragoza ya habían advertido del peligro que acarreaba el recrecimiento por la inestabilidad del terreno en la zona donde se asienta la presa. Y ya en 1983, en una entrevista con el diario Navarra Hoy, el ingeniero jefe de la obra original, René Petit, lanzó un mensaje que los críticos recuerdan como una profecía: “La ampliación de Yesa me daría mucho miedo”.
La duda es cómo se comportarían las laderas al sumarles la presión adicional que supondría culminar el llenado de Yesa, con el riesgo de un deslizamiento que podría provocar una riada veloz y devastadora aguas abajo. Nadie sabe con certeza si eso pasaría alguna vez, pero es un temor con el que muchos no quieren vivir en el pueblo navarro situado justo bajo el embalse, Sangüesa, que quedaría arrasado en menos de 30 minutos.
En 2020, el pleno de su ayuntamiento pidió que se renunciara al recrecimiento: “Todos los ciudadanos que vivimos aguas abajo de las presas tenemos derecho a vivir en unas condiciones de seguridad y tranquilidad que no se dan en la situación actual del embalse de Yesa y su llenado no haría sino incrementar los riesgos para la población”.
La Confederación Hidrográfica del Ebro siempre ha afirmado, no obstante, que las obras de Yesa son totalmente seguras y que quienes viven aguas abajo pueden estar tranquilos. En su último informe oficial de seguimiento, publicado en febrero de 2022, afirmó que la ladera derecha “no tiene un movimiento significativo” y que “todas las laderas se mueven, nunca se puede registrar un movimiento 0”.
“La ladera de Yesa está rota para siempre y eso ya no hay quien lo pare, y tienen que reconocer que hay incertidumbres gravísimas sobre su estabilidad”, defiende Miguel Solana, que pide “responsabilidad” al Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico: “Esta solución no vale, y hace falta una decisión política que diga que esta obra se tiene que paralizar. Yesa hay que replanteárselo totalmente y renunciar a su llenado.”