Hemos podido ver repetidamente el puñetazo propinado por un joven de 17 años a Mariano Rajoy. Todos los medios de comunicación lo tienen como la noticia principal de actualidad. En el único programa que vi ese mismo día por la televisión, El Intermedio de La Sexta, cambiaron buena parte de su contenido y se dedicaron […]
Hemos podido ver repetidamente el puñetazo propinado por un joven de 17 años a Mariano Rajoy. Todos los medios de comunicación lo tienen como la noticia principal de actualidad. En el único programa que vi ese mismo día por la televisión, El Intermedio de La Sexta, cambiaron buena parte de su contenido y se dedicaron en la primera mitad a hacer entrevistas telefónicas a los líderes de cada partido (por cierto, no a cuatro, como en el debate). Mientras hablaban las imágenes de la agresión se repetían una y otra vez.
Se está hablando del carácter violento del muchacho. Se está diciendo que es un seguidor del Pontevedra de fútbol, que pertenece a un grupo ultra del mismo y que en las redes sociales tiende a mostrar actitudes violentas. En Público se han publicado unas palabras suyas donde no muestra arrepentimiento por lo ocurrido: «estoy muy contento de haberlo hecho». En el mismo diario digital David Bollero ha escrito un artículo, «Un chaval conflictivo y violento», que me ha resultado muy interesante y recomiendo leerlo. Hace un repaso del perfil de una persona ficticia que podría haberle agredido por ser víctima del sistema. Ya se sabe, estar en paro o en precario, haber sufrido una estafa por una entidad bancaria, haber sufrido un desahucio, haber recibido algún golpe en una manifestación, haber sufrido tortura…
Lo que ha hecho el muchacho es un acto violento. No cabe duda. Sé que mucha gente se ha alegrado o, al menos, ha sonreído, teniendo en cuenta quién ha recibido el puñetazo: el jefe de gobierno, responsable del cúmulo de agresiones que viene cometiendo desde que gobierna y antes, con recortes presupuestarios, pérdida de derechos sociales, corrupción… Violencia, sí, pero lo que Galdung cataloga como violencia directa. La visible, la reconocible, la que da motivos para el escándalo, cuando rechazas el acto, o es motivo de sonrisas o loas, cuando lo rechazas. Todo acto de violencia directa no se explica en sí mismo, porque supone la expresión de algo más profundo. Es lo que aflora a la superficie a modo de la punta de un iceberg o de lo que sostiene un subsuelo y alimentan unas raíces. Esto es, la violencia cultural y la violencia estructural.
Quedarse en el acto del muchacho de 17 años es no querer reconocer que hay problemas de fondo más graves. No querer ir a las raíces y al subsuelo donde encuentra el ecosistema social que lo genera. Rajoy es uno de los responsables de tanta violencia estructural que está llevando a que tanta gente viva precarizada y hasta empobrecida, que tanta gente vislumbre un futuro tan negro, que se hayan perdido tantos derechos, sufrido tantos recortes en educación, sanidad y dependencia… Y que, por el contrario, quienes han provocado la crisis estén sacando más provecho de ella, se siga protegiendo a quienes defraudan a hacienda y se corrompen, haya, en fin, más diferencia entre quienes tienen más y tienen menos. Violencia cultural que emana desde ámbitos, como buena parte de los medios de comunicación, que magnifican hasta la extenuación lo ocurrido ayer, por ejemplo, pero justifican los desahucios («que no se hubieran hipotecado»), la liberalización económica («hay que buscar la eficiencia»), la violencia policial («estaban provocando desórdenes»), los despidos, demonizando a quienes están en paro («será porque no sirven»), la participación en ataques militares a otros países…
El puñetazo. Una vía violenta, la del muchacho, que lleva a poco. O a nada. Peor aún, mucho peor, es la violencia que tiene a Mariano Rajoy como su expresión: la estructural, el origen de todas las violencias.
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