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España

El ratiflautismo reflejo de la acomodada intelectualidad y el desteñido número del mono y la cabra

Fuentes: Rebelión

La fábula, ese entrañable género literario donde ingenio, ética y poesía, nos cedían un lugar como humildes admiradores de algún juicioso animal, perdura en nuestra nostalgia de un tiempo perdido, aquel en que nuestra piedad e ingenuo desconcierto eran conmovidos por la pobreza del sabio que recogía las hierbas desechadas por el otro sabio. Extraña […]

La fábula, ese entrañable género literario donde ingenio, ética y poesía, nos cedían un lugar como humildes admiradores de algún juicioso animal, perdura en nuestra nostalgia de un tiempo perdido, aquel en que nuestra piedad e ingenuo desconcierto eran conmovidos por la pobreza del sabio que recogía las hierbas desechadas por el otro sabio. Extraña mezcla de injusticia y dignidad en la lejana recitación de una escuela. Con suerte, a la salida, en alguna ocasión, nos encandiló la trompeta que convocaba al número del mono y la cabra. Ahora todo aquello parece demasiado lejano, pero nada resurge al simple azar, hay ideas fundamento igual que imágenes espejo ¿Quién era aquel niño, aquella niña?

Este comienzo no va dedicado a los sacamantecas, pues ni siquiera iban a aquellos colegios y su exquisito profesorado les mostraría en exclusiva aquellas matemáticas que siempre nos sustrajeron a los más humildes. Cuatro por cuatro= dos mil doscientos. Tal respuesta nos habría costado una paliza, ¡Y ellos, mira!

Los intelectuales del ratiflautismo ya apuntaban maneras, ninguno ha llegado a lo que es actualmente sin cambios significativos, pero ya tenían un ángel que les llamaba a ser el centro de atención y sin embargo, quizá por otras circunstancias, lo de las hierbas del sabio a ninguno pasó desapercibido.

Hemos vivido años en los que se suponía que intelectuales y artistas (siempre así, en una bolsa común) eran o debían trabajar por la conciencia de su sociedad, por el mantenimiento de los mejores valores y su extensión y no sólo por el progreso restringido del conocimiento, tan libres ellos para descubrir y decir las verdades, para ver un poco más allá y denunciar la injusticia social o la trampa que el político de turno quería tender. Compleja simultaneidad la de figura pública y objetor de conciencia. Pensándolo bien, intelectuales y artistas, una vez que ellos mismos y la sociedad tienen tan clara su función, lo tienen difícil para resistirse a ser parte de una oferta del Corte Inglés, o cualquier otra sociedad con mucho ánimo de lucro que necesite un bardo mediático para sus puestas en escena. No es de extrañar que en estos días en que las calles se han llenado de sensibilidad y dignidad, de la capacidad de señalar donde está lo que nos construye y dónde lo contrario, destacadas individualidades que consideraban esos cometidos como privilegio personal, ataquen en vez de sumarse y disfrutar del auténtico surgimiento de fértiles heterotopías.

No solo el señor Mastuerzo Sabater, tan gracioso él y tan importante que le nombramos ratifláuta portavoz. No le faltan servidores al reino que afinen sus plumas para emplumar a quienes proclaman lo que ellos siempre dijeron que eran sus principios. En estos días, post 15M en que se proclama un inconmensurable ¡Basta! les vemos corriendo de acá para allá, aclarando que donde dije digo, digo Diego. Que guerra no pero contra Libia sí. Que capitalismo salvaje no pero banca pública tampoco. Ser sabio también es saber a quien hay que servir y si en tiempos difíciles se agotan hasta las hierbas ser sabio es saber elegir mantel. ¡Bien! diría el sapo.

Los ratifláutas no quieren darse por enterados de que entre las primeras cosas que han caído en esta ejemplar insurrección están las burdas formas del engaño, además de las que pretenden ser sofisticadas y no difieren mucho de las primeras. Por ello, en esa persistencia en negar a los demás la inteligencia de la que se piensan únicos poseedores, se disponen, una vez más, y como si nada hubiera ocurrido, a presentarse ante las inminentes elecciones, como reservas espirituales de todos los valores que reclaman unos y otros.

La trompeta comienza a sonar, en esta ocasión podremos contemplar el más difícil todavía, las contorsiones más contra natura para sonreír al mismo tiempo con la boca y con el carmín pintado en su antagonista. Los ratifláutas están convencidos de que cientos de miles de indignad@s no representan más, en el fondo, que coyunturales mareas de puntos- como en aquella noria de «El tercer Hombre»- y otra vez se disponen a conducirnos, por guión imperativo, a donde los ventrílocuos superiores determinen. Bien podría ser que el cuento de Hamelín se cruzara con el asno y su flauta. La prepotencia de quienes siguen siendo los mimados de los medios no concibe una posibilidad diferente de que los asnos sean los otros.

Escuchar, escuchar, escuchar, podrían ser los fundamentos principales de una sosegada sabiduría, pero no los aplausos y las lisonjas sino bastante más allá de las voces que condecoran. El territorio no es el escenario. En estos días tórridos en que el verano mediante da a muchos la esperanza de que todo quede en un mal sueño, para muchísimos más es, precisamente, la extensión del tiempo de la escucha, el tiempo de dejar de lado muletillas, fórmulas gastadas, rangos en los escalafones del saber amo. El tiempo de la sabiduría siempre fue el tiempo de la humildad.

Marchar en comitiva desde todas las latitudes del país. No por el lugar de llegada, por el trayecto. Compartir y escuchar, escuchar por igual a quien tenga algo que decir, que reflexionar.No es un verano pensando en lo que querrán oír patrocinadores y posibles votantes, es otra cosa. Si de verdad alguna vez anidó en vosotros y vosotras la conciencia comprometida por un mundo mejor, no sólo para unos pocos, es el momento de acercaros, anónimos, y escuchar, sólo escuchar, sin prisas por decir. Recordamos demasiados monólogos autistas con vocación de doctrina. Quizá os parezcan obvios o aburridos algunos encuentros ¿Sería mucho pedir a fieles de la globalización un poco de visión global?

Os desconcierta el cambio porque la forma ha comenzado a ser el fondo.

¿Recordáis la canción, y el poema? Gabriel Celaya si sería feliz escuchando, participando anónimo. Son gritos en el cielo y en la tierra son actos.

Blog del autor: http://con-formarnos.blogspot.com

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.