Siempre que tenemos la chaqueta rota Venís corriendo y decís: esto no puede seguir así ¡Hay que remediarlo por todos los medios! Y corréis llenos de celo a los patrones Mientras nosotros, helados, esperamos. Y luego volvéis, triunfantes Y nos mostráis lo que habéis logrado: Un pequeño parche. Muy bien, ahí está el parche […]
Venís corriendo y decís: esto no puede seguir así
¡Hay que remediarlo por todos los medios!
Y corréis llenos de celo a los patrones
Mientras nosotros, helados, esperamos.
Y luego volvéis, triunfantes
Y nos mostráis lo que habéis logrado:
Un pequeño parche.
Muy bien, ahí está el parche
¿Pero dónde se ha quedado la chaqueta?
Bertolt Brecht
La «fiesta» en Oslo fue por todo lo alto. Además de los actos protocolarios, abrazos y sonrisas, pomposos discursos y la entrega del premio Nobel, se realizó una entusiasta marcha de antorchas, diálogos bilaterales del mandatario colombiano con altos dignatarios noruegos y una gira «triunfal» por varios países europeos para socializar el nuevo acuerdo con diversos gobiernos a fin de ratificar los apoyos económicos prometidos para financiar el «posconflicto».
El escritor Héctor Abad Facio-Lince en su columna de El Espectador (http://bit.ly/2gsihqP), rebosante de entusiasmo escribió una inspirada pieza literaria en cuatro actos, hace una reseña del proceso de paz y resalta la habilidad, firmeza y valentía del «presidente de la paz». En su frenesí pacifista lo eleva a nivel de figura histórica. Al final, en el epílogo, para calmar conciencia y no ir a quedar mal con el futuro, le pide a Santos que deje de ser Santos para poder rematar su obra. Buen recurso para impedir que la sanción de la historia caiga sobre él o sobre su escrito.
Olvida el novelista que la «valentía» de Santos se apoya en las «donaciones para la paz» que ha ofrecido la «comunidad internacional» para garantizar las inversiones de los grandes emporios capitalistas que tienen puesta la mira en el petróleo de los Llanos del Yarí, las tierras de la Orinoquía, la biodiversidad de la Amazonía y del Chocó Biogeográfico, la riqueza de regiones con gran potencial turístico, y el apetecible mercado de 45 millones de personas. Para tal fin, ya se confeccionó la teoría de la «nueva economía», se ideó la política de la reforma tributaria estructural, se elaboraron los planes y se firmaron los convenios para hacer realidad la «bonanza de la paz». Con ese incentivo hasta el cobarde más temeroso se convierte en un osado combatiente.
Esa es la esencia de la «paz neoliberal». Los símbolos utilizados y los mensajes enviados en la entrega del Nobel así lo muestran. Otra evidencia es lo que se ocultó en esa ceremonia. Solo una pequeña mención a la voluntad de paz de los contrincantes; ninguna evocación a las víctimas del paramilitarismo; menos, alguna referencia a los crímenes de Estado. Lo «feo» y molesto debe esconderse debajo de la alfombra. Claro, es la derrota de las FARC. No con la pax romana como quería Uribe sino con la promesa de ríos de leche y miel que intentan borrar cualquier vestigio de rebeldía. Es el triunfo del gran capital sobre la ilusión justiciera. Y no podía ser de otra manera.
Por ello, cuando se habla de la «implementación de los acuerdos», lo fundamental es saber quién y con qué visión realizará esa tarea. La respuesta será la que determine que se consolide efectivamente lo avanzado. Si la «paz chiquita» -como la llama correctamente Gustavo Petro-, se transforma en paz grande y completa, podremos cantar victoria. De resto, todo será flor de un día. O damos el paso inmediato hacia la construcción de democracia o se incubará una nueva guerra que solo será la continuidad de la que hoy existe. Esa es la principal razón por la que la batalla política de 2018 es tan importante.
Soslayar la importancia de esa contienda electoral por visiones estratégicas de largo plazo, o porque lo que se pactó es una «paz neoliberal», o por otras razones que no se pueden hacer explícitas, no es la mejor actitud para el momento. Vana es la ilusión de quienes creen que esas inversiones extranjeras no son importantes. Quien quiera gobernar en los próximos 20 años y cumplir con lo acordado en La Habana, tendrá que lidiar con esa realidad. Lo que hay que garantizar es que el gran capital respete las normas ambientales existentes, contribuya con impuestos similares a los que pagan en otros países de la región y cumpla con los derechos laborales de los trabajadores. Nada más pero nada menos.
Y para que eso se pueda cumplir, a nivel interno tenemos que derrotar en las próximas elecciones a todas las «patotas corruptas» que giran alrededor del «santismo» y del «uribismo». Ellas no se enfrentan por visiones diferentes de país como lo quieren hacer creer con ideas sobre la paz o la patria que, ingenuamente corean muchos ilusos, despistados o interesados de menor nivel. Lo que en verdad se disputan con dientes, uñas y garras, son las coimas, los sobornos y las migajas que les entrega el gran capital. Ese es el núcleo de la polarización entre Santos y Uribe que ellos pintan y ocultan con frases demagógicas.
Y una vez saquemos del gobierno a las burocracias corruptas, paralelamente, poco a poco, con el margen que nos queda, con paciencia y visión estratégica, debemos organizar a los pequeños y medianos empresarios, a los productores del campo y de la ciudad, a los científicos y tecnólogos, a los trabajadores y comunidades de todos los niveles, para iniciar la recuperación del aparato productivo destruido, la re-creación de los lazos comunitarios devastados, la re-constitución de nuestras culturas lesionadas y el rescate de todo lo bueno que teníamos. La labor es recuperar todo lo que fue arrasado por más de 60 años de guerra pero, que ante todo, fue la tarea durante las últimas tres décadas y media de un capitalismo depredador y salvaje que con rostro de neoliberalismo criminal pasó por encima de nuestro país como una avalancha de destrucción y horror.
Héctor Abad Facio-Lince tiene razón en un aspecto. El final de toda obra es muy importante. Y por ello, el epílogo de la paz debemos escribirlo los pueblos. Santos ya hizo la parte que le correspondía. No puede ni podía hacer más. Y no es un problema personal. Su naturaleza de clase, su entorno politiquero y corrupto, la fragilidad y tensión política del momento y, sobre todo, la debilidad y falta de claridad de la dirigencia democrática (y de izquierda), contribuyeron a que su desempeño fuera no sólo gris y profesional sino que no tuviera ni un leve cariz de calor popular y menos de sentido social. Eso es lo que tenemos y somos.
El año 2017 nos espera para preparar esa trascendental batalla política. El 2 de octubre quedó atrás. No podemos repetirlo en 2018.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.