El viernes 20 de julio del 2007, el abajo firmante convalecía del sofoco que le había causado la bochornosa ausencia de repulsa -e incluso de mención- que, dos días antes, había merecido a los medios de incomunicación el luctuoso 71º aniversario del golpe de Estado nacional-católico (18 julio 1936). Para acelerar mi recuperación, me disponía […]
El viernes 20 de julio del 2007, el abajo firmante convalecía del sofoco que le había causado la bochornosa ausencia de repulsa -e incluso de mención- que, dos días antes, había merecido a los medios de incomunicación el luctuoso 71º aniversario del golpe de Estado nacional-católico (18 julio 1936). Para acelerar mi recuperación, me disponía a comentar los acontecimientos realmente significativos del día («Otro yate ‘Bribón’ para el Rey», «Un policía tirotea a un indigente en el aeropuerto de Barajas» y «Apaleado en Madrid un joven por colarse en el metro») cuando la Casa Real de Borbón vino a incordiarme con otra de sus eminentísimas cuestiones de Estado. En este caso y como acostumbra, con un quítame-allá-esas-pajas.
Aunque, pensándolo bien, quizá no fuera la propia Casa Real sino sólo la Casita del Príncipe de Borbón-Grecia (si mis vastos conocimientos de numismática, genealogía y heráldica no me traicionan, antes Archambault-Glucksburg). Sea como fuere, el susodicho viernes la susodicha Casa Casita me sorprendió con su último empeño en cercenar la libertad de expresión; en otras palabras, con una trapisonda jurídica juramentada para encarcelar a los humoristas del semanario El Jueves. La revista que sale los miércoles so pretexto de una ya archifamosa portada de esa prestigiosa publicación (en adelante, ArchiPor) en la que, según el auto judiciesco de la ahora llamada Audiencia Nacional, se observa a los Príncipes de Asturias en «actitud claramente denigrante y objetivamente infamante». Para el vulgo: haciendo sexo en la archiconocida postura ‘del perrito’.
A nadie en su sano juicio democrático se le escapa que estamos ante un delito contra uno de los derechos fundamentales de la ciudadanía. Y es un delito grave porque la libertad de expresión es un derecho fundamental; es decir, que en él -y en pocos más- se funda la actual dizque democracia española. Su conquista nos ha costado a los españoles infinitamente más sangre-sudor-y-lágrimas que, si hemos de creer a Churchill que ya es creer, les costó a los ingleses su última pelea contra sus primos alemanes. Por todo ello, me veo compelido a responder. Pero, como el asunto es bastante complejo, responderé in extenso. Y, en cuanto al orden expositivo, escogeré el de ir de lo más concreto a lo más general.
I. MENUDENCIAS PROCESALES
La postura del perrito -o de la vaca-.
Entre los muchos y en su mayoría incognoscibles pretextos que hayan sido utilizados para este togado atentado contra la libertad de expresión, a todos nos cabe la sospecha de que uno de los principales haya sido el representar a los SSAARR los Príncipes en la posición sexual conocida como del perrito -«de la vaca», según el Kamasutra-. Como nos movemos en un campo de (criminal) extravagancia, podemos recelar que hubiera habido auto judiciesco si los susodichos hubieran aparecido en otras posturas más ortodoxas. ¿Ortodoxas he dicho?: pues he dicho muy mal porque, para la especie humana, esa postura es la verdaderamente ortodoxa; las heterodoxas son las otras -en especial, «la del misionero»-.
La explicación es harto sencilla: sólo desde tiempos anatómicamente muy recientes el Homo sapiens está erecto y practica el bipedalismo -me estoy contagiando de la procacidad judicial-. Como nos demuestran la Paleontología y la Primatología, hasta hace pocos miles de años, la conformación de las pelvis humanas, en especial de la femenina, no permitía otra forma de coyunda que la conocida en los seres de cuatro patas. Por lo tanto, la menos natural es la incompostura misionera y mucho dice de la perversión cultural que, sin embargo, sea ésta tenida como la ortodoxa.
Menos mal que la cultura, además de sus inevitables perversiones, también ha elaborado códigos de placer ajenos a muchas doxas. Y menos mal que aquellos tienen un respeto para los aprietos coyundales estudiados por la Anatomía y por la Geriatría. Pero quede constancia de que este siniestro incidente nos demuestra, una vez más, que los misioneros están en el Poder. Y, contra lo que ellos mismos pudieran creer, también están en contra de facilitar la procreación porque la del perrito es, sin duda, la posición que más favorece la fecundación.
En el fondo, paleontologías aparte, ¿qué puede tener de ortodoxa o de heterodoxa una postura u otra?, ¿es que vamos a judicializar el Kamasutra? Menos espalda con espalda -porte al que sólo pueden acceder los Pollicipes cornucopia, vulgo percebes-, todas las posturas son posibles y, por ende, deseables. Que los misioneros anti-kamasútricos se limiten (oficialmente) a una sola, sería motivo suficiente para obligarles a estudiar algún curso elemental de sexualidad. Pero, por mí, allá ellos: en el pecado llevan la penitencia.
«Claramente denigrante y objetivamente infamante»
Mentira parece que la escrupulosa cópula entre la Corona y la Judicatura me obligue a redactar las siguientes banalidades pero así son las santas alianzas… A estas alturas, hemos de subrayar que, en el sexo informada y libremente consentido entre personas adultas, no hay postura denigrante alguna -vamos, ni siquiera la hay en el autosexo-. Lo único claramente denigrante es el uso de la fuerza o del engaño, por lo demás algo que no es exclusivo de las prácticas sexuales sino común a toda relación humana.
Item más, según el señor juez de este caso, ¿quién es la persona denigrada? Evidentemente, el auto está muy mal redactado puesto que no aclara este importantísimo ‘detalle’. El verbo denigrar es claramente transitivo y presupone la acción de un agente contra un paciente. Por ello, si seguimos la más acendrada ranciedumbre nacional, ¿hemos de colegir que el Príncipe denigra a la Princesa? O, por el contrario, más acorde con los tiempos feministas que dicen que corren, ¿es Ella la que denigra a su partenaire obligándole a prácticas leguleyescamente anti natura? Mejor sin comentarios.
Claro está que nos queda una tercera posibilidad: que, en el colmo del masoquismo jurispérito (sic), en el auto de marras hubiéramos de entender que se denigran los dos. En una relación privada, gramaticalmente hablando esto es tan imposible como el «ridículo entre dos» pero ya sabemos que los rancios no sólo piensan mal sino que se explican peor. En resumen, ni siquiera el más furibundo robespierre suscribiría ni una sola de las tres magistradas fantasías.
En cuanto a lo de objetivamente infamante, aunque lo de ‘objetivamente’ sea una redundancia, hemos de reconocer que aquí el señor juez comienza a entrar en razón; dicho de otro modo, que empieza a olvidarse de esas relaciones privadas en las que nunca debió inmiscuirse para empezar a deducir de cuestiones públicas. Pues, en efecto, la infamia es asunto público. Ahora bien, difamar es desacreditar o menospreciar y, en este caso, ¿en qué se desacredita a los Príncipes?, ¿pierden crédito por gesticular en privado de una u otra manera?. O, entrando más en materias legales, ¿se les acusa, acaso, de practicar algún delito? Delito sería acusar sin pruebas a alguno de los dos -o a los dos- de que ha incurrido en el uso de la fuerza o del engaño. Lo cual, evidentemente, no es el caso.
Queda, por tanto, descartada la infamia aunque, mire usté por dónde, para quien suscribe lo único que constituiría una grotesca falta de civismo sería «acusar» a los Príncipes de que desconocen la postura del perrito. Y conste que ello tampoco sería delito sino solamente una maldad gratuita.
«Grave menoscabo del prestigio de la Corona» o del artículo 491 -ojo, del código ¡Penal!-
Curiosamente, el susodicho auto especifica que, de la ArchiPor, resulta que «la imagen y diálogos atribuidos a Sus Altezas provocan un grave menoscabo del prestigio de la Corona conforme al artículo 491 del Código Penal» (mis versalitas). Aquí está una de las madres del cordero: los diálogos. Olvidémonos de que no se trata de un diálogo sino de un monólogo y reproduzcamos lo que dice el Príncipe: «¿Te das cuenta? [Letizia] Si te quedas preñada… ¡Esto va a ser lo más parecido a trabajar que he hecho en mi vida!».
El juez ha entendido esta inmarcesible declaración como una burla de las hipotéticas condiciones laborales en las que se mueve el Príncipe. Y ahí le duele, más que en los dibujos o las posturas. Sin embargo, al contrario que ese obseso, quien suscribe ve en estas frases una exaltación del trabajo y, por ende, un enaltecimiento de la Corona. Un heredero acordándose del trabajo en pleno trance erótico, ¿acaso no es merecedor de un monumento? Ni los obreros estajanovistas soviéticos llegaron nunca a tanto sacrificio. Servidor comprende que el Heredero -hereu en la intimidad-, esté disgustado por la incomprensión que, ante sus trabajos y sus días, demuestra el pueblo llano. Servidor también vislumbra que el populacho no entienda que la economía gira abrumadoramente alrededor del sector servicios y que tampoco entienda que los servicios monárquicos son tan altos y su plusvalía tan inmensa que forzosamente han de rebosar en beneficio del común.
Servidor, siempre tan comprensivo, lamenta asimismo que el juez no haya reparado en que, en ArchiPor, el Príncipe está dando un ejemplo de sana economía doméstica. ¿Cuántos ricachones y cuántos pobretones manirrotos se fijan en el obsequio de 2.500 € que el Gobierno les ofrece en la hora del parto? Señor juez: en vez de empapelarlos, a los humoristas de El Jueves deberían ofrecerles alguna canonjía como, por ejemplo, la de asesores de imagen de la Casita del Príncipe. Han rendido un gran servicio al prestigio de la Corona y se lo merecen.
Injurias a la Corona -o del artículo 490.3-
Para los altísimos fiscales que han iniciado la acción judicial, la ArchiPor «no es de contenido político, sino que roza lo pornográfico y lo escatológico». De ahí que se hayan visto obligados a encender la pira inquisidora. Por la boca muere el pez, en este caso un besugo analfabeto que confunde lo anal/fecal con lo postrero -lo «escatológico»-. Por ende, ¿qué tiene de escatológica la principesca caricatura?, ¿por ventura representa el último tango en palacio? A no ser, claro está, que la Fiscalía haya voyeurizado un orgasmo…
Además, aunque parezca anecdótico y más de uno se haya olvidado, lo más sustancial será siempre todo aquello que repercuta directamente sobre las víctimas: los periodistas de El Jueves. En este sentido, ArchiPor, ¿roza solamente lo pornográfico? Pues si sólo lo roza, en buena lógica habría que aplicarla sólo una rozadura legal; por ejemplo, la que se aplica a los grandísimos evasores de impuestos -una reprimenda privada-. Item más, si ArchiPor no es de contenido político, ¿por qué se les castiga con una medida política?
Pero es que, yendo al grano, si ArchiPor es injuriosa, ¿es injuriosa gravemente o levemente?: la pregunta no es baladí puesto que las injurias a la Corona están penadas con dos años de cárcel si son graves y con multa y algunos meses si son leves. «Bueno -dirá el juez instructor-, eso lo decidirá el Tribunal competente». Es decir, la Audiencia Nacional (de niña, el hiperfranquista Tribunal de Orden Público), así que podemos despreocuparnos porque el proceso está en buenas manos.
Ahora bien, el martillo de herejes que se ha utilizado, exactamente el artículo 490.3 del Código Penal, reza que «el que calumniare o injuriare … al Príncipe heredero … en el ejercicio de sus funciones o con motivo u ocasión de éstas … será castigado», etc. Sobre este punto crucial, la mayoría de mis correligionarios ha manifestado que este artículo es inaplicable a este caso puesto que los Príncipes no están caricaturizados con motivo de alguna de sus innumerables actuaciones oficiales. Llegados aquí, respetuosamente DISCREPO de mis amigos: para quien suscribe, en efecto, los Príncipes están representados «en el ejercicio de sus funciones». Porque, vamos a ver, ¿qué otra función oficial tienen si no es la de reproducirse? En realidad, es su único trabajo puesto que, cual si de células cancerosas se tratara, las familias reales no tienen otra meta que la de perpetuarse a sí mismas.
Una vez manifestados mis escrúpulos legalistas, debo añadir que no veo injuria alguna en que la ennoblecida reproducción se intente según las tácticas tradicionales. Conviene aclarar este punto porque, en estos tiempos de inseminaciones clónicas, lo que podría constituirse en delito hubiera sido acusar a los Príncipes -huelga añadir, sin pruebas- de estar utilizando para la fecundación células madre de esas que, saltándose la entonces vigente legislación, facturaron desde el ombligo de la infanta Leonor hasta un almacén de los EEUU -células ilegales, en suma-.
II. DESVALIMIENTOS Y MODERNECES
¿Quién protege a quién?
Si hemos de creer al señor juez, su actuación viene obligada por la necesaria protección de la Máxima Institución del Estado. Otros hablan de «blindaje informativo de la Casa Real». En cualquier caso y puesto que todos los españoles somos iguales ante la ley, ¿qué necesidad tienen los Príncipes españoles de corazas añadidas? Al ser mayores de edad y no estar inhabilitados para ningún acto público, si la excelsa Pareja se siente ofendida, puede recurrir a los aquilatados servicios de la justicia ordinaria. Pueden plantificar una demanda e incluso una querella contra el lucero del alba; con su precipitación paternalista, ¿no estará el dilecto juez protegiendo en exceso a dos ciudadanos? Si yo fuera de Borbón-Ortiz, le sugeriría al magistrado que no nos tomara por minusválidos psíquicos, que eso puede parecernos una ofensa.
Ahora bien, hasta la fecha y como todo buen súbdito, servidor suponía que la Monarkía nos protegía de nosotros mismos. Al parecer, si se nos deja solos, enseguida nos liamos a tiros. En esas estaba cuando me quedé perplejo al notar que todas las guerras civiles que han asolado España las ha comenzado la Casa Real -a veces, por simples reyertas entre sus primos, bastardos y validos-. Aunque es de reconocer que razón no la faltado porque, a fin de cuentas, Ella ha sido la única beneficiada de estas guerras…
Pero ahora resulta que los jueces han de proteger a la pobrecita y desvalida Monarkía. Cosas veredes.
La modernización de la política
Dicen que la ArchiPor había pasado desapercibida hasta que, la víspera del secuestro, un producto estrella de la televisión basura (el programa Aquí hay tomate, de Tele 5) se encargó de incrustarlo hasta la saciedad, suciedad y salacidad en los ojos de sus insaciables, sucios y salaces teleadictos. Como todavía deliramos con príncipes azules, se nos hace cuesta arriba creer que los palacios rigen su política por el vaivén de la hortericie reinante. Pero todo es posible, sobre todo si constatamos que, en su obsesión por hacerse perdonar su ascendencia franquista, por la vía de hacerse popular la Monarkía ha demostrado no dudar en volverse populachera -eso sí, maletines secretos aparte-.
Por lo tanto, es razonable suponer que, habiéndose convertido la Realeza en la más hortera de las familias españolas y, consecuentemente, en espejo y guía de la Ramplonería Nacional, en sus palacios se degusta con fruición el susodicho programa basura. Ergo, es posible que hayan contraído náuseas El Tomate y La Corona. De hecho, ésta su amigable concurrencia no sería la primera: todavía nos duelen las pupilas y hasta las pestañas de recordar los (digamos, es un decir) bailes televisados de su otra pariente morganática -ésta, mucho más siniestra-, la viuda del primo Alfonso de Dampierre Borbón y nieta de Su Excrecencia el Generalísimo, en el siglo «Carmencita Tout Court».
Ahora bien, Tele 5 es una cadena privada especializada en asuntos privados -por lo cual su audiencia debería ser cero-. En consecuencia, si por modernización política entendemos lo que entienden los mandamases -es decir, la privatización fraudulenta de lo construido por el común-, no puede sorprendernos que esa mutualidad de difamaciones privadas también conocida como El Tomate de Tele 5 haya mutado en motor de la política nacional. Postrémonos ante la apoteosis de la privatización. Y que vayan aprendiendo esos politicastros con alma de jefes de negociado, que se enteren de una vez: el Estado ha adelgazado en la misma medida que la nieta del Generalísimo. Todavía no seremos los EEUU con su mercantilización del delito y sus absoluciones previo pago pero no está nada mal para un país totalitario hasta ayer por la tarde, con sus monopolios estatales, su partido único y su heredero real único.
III. DIVISIÓN DE OPINIONES
Los plebeyos aristocratizantes -antes, republicanos-
Las reacciones de los medios de incomunicación a los cuatro folios del auto judiciesco pueden agruparse en dos bandos: el de los feligreses fundamentalistas y el de los feligreses a secas. Empecemos por estos últimos: para los parroquianos ilustrados, muy pragmáticos ellos, estamos ante un Secuestro inútil (título del editorial de El País, 21.VII.07) pero, como la inutilidad del secuestro se achaca exclusivamente a razones técnicas -la proliferación de internet-, he de colegir que, si el secuestro hubiera sido anterior a la cibernética, hubiera sido oportuno. En otras palabras, de cómo justificar moderna y electrónicamente la volubilidad de la justicia.
Por lo demás, desde su egregia atalaya orteguiana, este bando insiste en la calidad técnico-artística de ArchiPor. Huelga añadir que no escatiman los adjetivos: para sus editorialistas, es «zafia y grosera … cae en el mal gusto, la exageración o la inconveniencia». Para alguno de sus trabajadores, constituye un «atentado a la inteligencia». ¿Y qué carajo tiene que ver la calidad humorística con el secuestro de marras? ¿Por qué algunos se creen obligados a emitir juicios estéticos cuando estamos en el campo ético? Está feo ponerme de ejemplo pero servidor lleva redactados no-sé-cuántos folios sin necesidad de recordar la soltura de la línea o la vivacidad de los colores de la ArchiPor. Ahora bien, si me pinchan, lo mismo les doy mi opinión sobre el (absolutamente insufrible) «Diario Regio» de Máximo, su adocenado dibujante orgánico.
En cuanto al futuro inmediato que es lo que preocupa a las víctimas -las directas, El Jueves; las indirectas, todos nosotros-, ¿qué dirá este bando mañana, cuando la guerra contra las libertades fundamentales cambie de horizonte? Pues cree servidor que mañana dirán ‘fuese y no hubo nada’… Sí, nada: «no era nada lo del ojo y lo llevaba en la mano», replicarán las víctimas.
Los plebeyos monárquicos -valga la contradicción-
Este grupúsculo comparte con el anterior una argumentación basada en el mezquino dicho de «mi libertad termina dónde empieza la del vecino». O sea, como si la sociedad fuera una corrala de vecinos hacinados. Pero, mientras que a los anteriores todavía les puede hacer pensar aquello de que, por el contrario, «la libertad del vecino extiende la mía al infinito», a estos idólatras de las coronas les resbalará toda reflexión humanista. Y, en otro orden, también se apuntan al carro de «la falta de talento de su autor», de la «pésima calidad del producto» y del «ínfimo nivel cultural y educativo» de los humoristas -deben referirse a ese que su relamido Mingote diariamente eleva hasta las nevadas cumbres del edelweiss fasciculado-.
Por lo que respecta al caso de la ArchiPor, estos adoradores del Tridente Satánico (ABC-La Razón-El Mundo) se enrocan en la manida propaganda que retrata a los Príncipes como «una familia normal», de esas que van juntas al super y a misa de doce, «de modo que [la alevosa alcaldada] no entraña privilegio alguno para la Corona, sino que se ha utilizado reiteradamente y en fechas recientes en defensa del honor de determinados personajes públicos» (ABC, 21. VII. 07) ¡Qué bonito y cuan democrático! Lástima que se les olviden unos pequeños detalles: que ha habido un secuestro y que se ha abierto un sumario por parte de la Fiscalía y la Audiencia nacionales. Es decir, no a instancia de parte -como, en efecto, ocurre todos los días- y no ex officio sino calificándolo como un delito público contra el mismísimo Estado. ¿En qué se parece este procedimiento al cotidiano de las denuncias y querellas bilaterales y privadas entre ciudadanos iguales?: obviamente, en nada.
¿Y qué dirán mañana?: pues mañana dirán que «la Corona salió del embrollo en la que imprudentemente quisieron meterla los políticos con la elegancia y el savoir-faire que la caracteriza». ¿Elegancia?, sí, como la demostrada por las dinastías parejas de los Borbón-Dampierre-Franco y sus primos, los Orejudos del Tampax.
El derecho a la privacidad
Casi todos los tratadistas, expertos, catedráticos, Tertulianos, Maquiavelos y profesionales del oropel que han opinado sobre El Tema, han sostenido que los personajes públicos han de pagar un peaje por su popularidad. «Desagradable pero inevitable y demagógico pero legal», vienen a lamentarse. No abundo en sus argumentos por ser suficientemente conocidos sino que DISCREPO.
«Para eso les pagamos … gajes del oficio … peor sería que recurrieran a la dinamita en lugar de chismorrear», suelen ser algunos de sus otros comentarios. Mal, muy mal. Servidor, que se ha declarado en los párrafos anteriores un virtuoso defensor de la igualdad ante la ley, no puede por menos de volver a sus orígenes doctrinales y, en consecuencia, oponerse a esta insidiosa teoría del peaje para los famosos. No señor. No hay peajes que valgan. Incluso los profesionales del exhibicionismo tienen derecho a vida privada, realezas y realezos incluidos.
Pero, por desgracia, me temo que ni siquiera los afectados comparten mi acendrado igualitarismo. Mucho me temo que conjeturan aquello de «si no nos cobran ese peaje, ¿de qué vamos a vivir?, en el peor de los casos, ¡tendríamos que trabajar!». Y no les faltaría razón porque eso de invertir los peajes es teoría resbaladiza e incluso propensa al descarrilamiento.
IV. TEORÍA DEL MALHUMOR
Un Estado malhumorado dentro de un Estado jovial
Aunque el secuestrado sea de papel, un secuestro es un asunto muy serio. Aunque sea judicial, secuestro es secuestro, como la misma palabra indica. Es azuzar a la colosal hidra del Estado contra un individuo, siempre minúsculo. Es amañar un duelo entre un caballero sin caballo, espada ni armadura y un batallón de elefantes acorazados. Y lo peor es que el caballero lucha sin un triste gallardete mientras que sus enemigos se arropan con todas las banderas de la Cristiandad.
Por ello, me irrita especialmente que la Monarkía haya utilizado a uno de los brazos del Estado para resolver un nimio problema doméstico -eso de que la Casa Real «se enteró del proceso por la prensa», además de ser un insulto a la inteligencia nacional, no se lo creen ni ellos jartos de cocacola-. Con esto llego al fondo de la cuestión que no es otro que la bicefalia del Poder. Este peregrino dislate jurídico pone de relieve que en España tenemos un problema gravísimo: no tenemos un Estado sino dos, uno dentro del otro -y no queremos saber si la relación entre ambos es simbiótica o parasitaria-. Tenemos una Casa Real y un Estado dizque democrático. ¿Quién es la Parte comprendida dentro del Todo?: aparentemente la Realeza, más pequeña en términos físicos -a saber si ocurre lo mismo en términos simbólicos-, es la parte y el Estado es el todo. Pero hechos como el que hoy nos ocupa ponen en solfa esta categorización.
La Monarkía española tiene leyes propias, una inmunidad que ya la quisieran los diputados y los diplomáticos, un territorio y un ejército pequeños pero sacralizados; por si ello fuera poco, aparece en el dinero pero no sabemos cuánto tiene ni cuánto le regalamos los contribuyentes ni en qué se lo gasta. ¡Docenas de micro-Estados disfrutan de menor soberanía! La Monarkía se ampara en un articulado propio disperso en casi todos los Títulos de la Constitución -¿una muestra de cuán chapuzas fueron los Padres de la Patria que la redactaron o fue adrede?-. Y, para colmo, nunca se ha promulgado una Ley Orgánica que ponga algún límite a la intencionadamente nebulosa inmunidad en la que se mueven los afortunados miembros de la familia borbónica. Una Casa Real que, para remate, sabemos dónde empieza pero no dónde termina -¿en las Infantas, en los primos, en los primos de sus cuñados?-.
Pues bien, ese absceso estatal que padece el Estado español, con su abusivo acoso a los humoristas de El Jueves ha demostrado que carece por completo de sentido del humor. Tampoco lo necesita, esa es la verdad, pero entonces, ¿por qué nuestros consentidos coronados están siempre tan sonrientes? ‘La verdad nos hará libres’: lo de los Borbones no es sonrisa, es rictus.
La diferencia entre rictus y sonrisa delata la diferencia entre el Estado borbónico y el Estado español. No es mucha pero sí notoria y se fundamenta en el mero paso del tiempo: los Borbones (de niños, Archambault), llevan once siglos en el Poder, primero en la Auvernia natal y de allí hasta el París de la Francia y sus aledaños. Es decir, que llevan once siglos sonriendo; por ello es natural que sus músculos faciales se hayan adaptado a sus quijadas al igual que los de ese otro animal carcajeante -la hiena-.
Por su parte, los funcionarios del Estado sólo están unos años en el candelabro y tienen la obligación de aparentar jovialidad -es su oficio, ir de jóvenes sabios por la vida-. Así pues, sus facies están todavía verdes por lo que, si duran poco en la poltrona, aun pueden parecer risueñas. Por lo demás, a medida que se enquistan en el Poder, les cambia proporcionalmente el semblante; de ahí que las sonrisas de algunos mandamases se asemejen al rictus borbónico.
¿Se acabó el recreo?
El derecho es, simplemente, una de las manifestaciones de la relación de las fuerzas sociales en perpetuo conflicto. Hasta ahora, esa relación era favorable a que los ciudadanos criticaran a la Monarkía -hasta cierto punto-. Hasta la fecha, El Jueves y muchos otros colectivos nos habíamos mostrado circunspectos hasta la inanidad y tolerantes hasta la pasividad. Todo se quedaba en infantiles cuchufletas sobre las artistas de circo rubias de frasco, las motos de gran cilindrada y los osos borrachines -¡Mitrofán, siempre te recordaremos!-. En ningún momento hemos aludido siquiera a los verdaderas (digamos) incongruencias de la Casa Real. Hasta nos habíamos olvidado, por ejemplo, de la literalmente familiaridad entre las familias del genocida Franco y del Rey; del «desgraciado accidente» en el que Juan Carlos Primero mató de un tiro a su hermano Alfonso (Estoril, 29 III 1956, Jueves Santo); de su amistad con Zourab Tchkotua, príncipe de las tinieblas; de porqué el Príncipe celebró su 35º cumpleaños (30 I 2003) precisamente en Bétera, base militar de la OTAN, precisamente en vísperas de la invasión de Irak (un guiño a sus colegas, los sátrapas árabes)… y nos dejamos en el tintero el golpe del 23-F, los dineros y las políticas. Nada más y nada menos.
¿Y qué decir de los jueces? Hasta que la judicatura se ha abismado en el precipicio del ataque a las libertades fundamentales lo más atrevido que hemos dicho fue aquello de que «la justicia es un cachondeo». Pero ahora, en defensa propia y análogamente al despertar de los recuerdos dormidos sobre la realeza, podemos empezar a preguntarnos por los recuerdos del Poder Judicial. Por ejemplo: ¿quién se puede creer que es independiente de los demás poderes, pre-requisito de toda democracia?, ¿acaso no son funcionarios y, por tanto, dependientes de un Ministerio del Poder Ejecutivo? Otrosí, ¿quién ha elegido a estos jueces? Y tantas otras preguntas que nos dispersarían del Tema de hoy para recordarnos que cada palo aguanta su vela y que no hay vela humana que sea inmaculada.
Pero, volviendo a lo nuestro, el ataque a la Constitución que representa esta intentona picapleitera puede ser un capricho palaciego en cuyo caso hay que recordarles a los habitantes de Los Palacios que son meros inquilinos de este país, no sus propietarios; y que, si de verdad son adultos, han de guardarse los caprichos para después del Valium. Pero este desafuero también puede ser un globo sonda… o algo peor. En todos los casos, una alcaldada intolerable. Y, como pontificaba Séneca, que por eso dicen que era cordobés, lo que es intolerable no se pué aguantá. Por todo ello y por lo mucho que no digo, finalicemos advirtiendo que, de seguir la Corona por la senda de la inconstitucionalidad, marcharemos muchos y yo el primero por otras sendas -pero auténticamente legales, eh?-. El que avisa no es traidor. He dicho.
22 Julio 2007 (1.612 aniversario de la enorme matanza de paganos griegos perpetrada por las hordas de los primeros cristianos)