¿Cuáles son las causas que impulsan a un país a tirar por la borda una de sus inversiones más enérgica y contundente? Este podría ser el comienzo de una buena novela del género negro, mas no se trata de ninguna ficción, si no de una realidad lacerante que acontece hoy día en nuestro país. Pertenezco […]
¿Cuáles son las causas que impulsan a un país a tirar por la borda una de sus inversiones más enérgica y contundente? Este podría ser el comienzo de una buena novela del género negro, mas no se trata de ninguna ficción, si no de una realidad lacerante que acontece hoy día en nuestro país.
Pertenezco a una generación que, a diferencia de las anteriores generaciones en España, ha podido disfrutar de una educación pública, accesible y, en mayor o menor medida, de calidad. Ahora que tan en boga se ha puesto el acoso y derribo del modelo educativo público, sus carencias y defectos y su utilidad y viabilidad, entiendo que debiéramos, como ciudadanos, reflexionar acerca de este mismo modelo que ha posibilitado la formación en muchos aspectos de millones de españoles en los últimos treinta años.
Actualmente, decenas de miles de jóvenes de este país tienen que hacer las maletas para buscar trabajo y futuro en el extranjero. Jóvenes que, en la inmensa mayoría de casos, deben acreditar una formación superior para poder optar a un puesto de trabajo y un porvenir que se les niegan en España, y que han sido formados de acuerdo a este modelo educativo tan públicamente ultrajado. Nuestros inmigrantes
-quién iba decir hasta hace poco que volveríamos a hacer las maletas- no son como aquellos del «vente pa’ Alemania Pepe»; pertenecen a eso que se llama mano de obra cualificada, habiendo sido formados al abrigo de un sistema educativo público y universal.
La inversión en materia educativa es cuestión obligada en cualquier país que pretenda desarrollarse en todos los ámbitos, desde el económico al social, pasando por cualquier otro intermedio. Y España, durante estos últimos treinta años hizo la suya, con todas las objeciones que se le puedan y deban poner. Mas es un hecho el señalado arriba. Exportamos esa mano de obra cualificada. No es una cuestión baladí hablar en estos términos, pues lo que a lo mejor descuidamos son los términos económicos en los que dicha inversión ha sido efectuada.
Según datos del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte (que tendrá que ver la velocidad con el tocino), el erario público invierte por alumno y curso escolar en la etapa de Infantil 4.826 euros, 7.045 euros en la de Secundaria, 7.716 euros en Ciclos Formativos y 10.020 euros en la etapa universitaria. No hay que ser un lince en Matemáticas para calcular que cuando un joven español acaba su formación en la universidad, como españoles y contribuyentes, hemos invertido en la educación y formación del mismo la nada despreciable cifra de más de 120.000 euros, mientras que si se trata de una formación en Ciclos, la inversión es de cerca de 90.000 euros. Como se señala arriba, todo este monto no es más que la inversión que como estado hemos hecho. Pero, ¿inversión para qué? o mejor dicho ¿para quiénes?
No existen datos oficiales al respecto, me imagino que con el fin de evitar la alarma y vergüenza patria, pero se calcula según Adecco y Fenac, que el número de jóvenes españoles que nos abandonó entre el 2008 y el 2011 fue de 300.000. Siguiendo con la aritmética, el formar toda esa masa de jóvenes huérfanos de futuro en su tierra nos ha costado, como estado, en términos actuales y haciendo una media del coste por universitario y el coste por graduado en ciclos, -pues sin uno u otro título no se puede ir actualmente ni al bar de la esquina y menos a Alemania, por poner un ejemplo y sin que parezca tendencioso- 31.500 millones de euros.
La cifra anterior no sólo debería levantar ampollas, pues como está el patio convendremos todos en que no es «pecata minuta». También debería hacernos reflexionar sobre cuál es la responsabilidad que nuestros gestores -la clase política dirigente española de los últimos años- tienen en este dislate, en esta dilapidación de recursos, talento, inversión, ilusión, etc. Al drama humano que supone la inmigración, hay que añadir el drama económico que ponen de manifiesto estas cifras. Y si a todo esto añadimos las reiteradas bajadas salariales y la pérdida de derechos laborales, que repercuten negativamente en la inversión hecha en formación, pues a peores salarios, menores cotizaciones y por tanto menores ingresos públicos en materia tributaria, las cuestiones que se desprenden son ¿en aras de qué o de quiénes se ha actuado con tal proceder para llegar a estos términos? ¿Qué o quiénes están detrás de tales desmanes? Realmente, ¿quiénes van a ver el rédito de esta inversión?
Parece claro a tenor de lo expuesto, que la inmensa mayoría de ciudadanos de nuestro bendito país no van a participar de los beneficios de tal inversión. Los unos han sufrido, están sufriendo o sufrirán (la canciller Angela Merkel ha anunciado la necesidad de cubrir 800.000 puestos de trabajo cualificados) el drama del exilio laboral; los otros, los que nos quedamos, sufriremos, invariablemente, el drama de este éxodo por ver como una generación perdida sale por la puerta de atrás del coladero nacional, y junto a ella y en el lugar en que nuestros compatriotas de antaño llevaban los chorizos y butifarras, nuestros ahorros e inversión de unos pocos de años, botín para unos cuantos de ahora.
Jorge Alcázar. Miembro del Colectivo Prometeo y del Frente Cívico
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