Tiahuanaco (o Tiwanaku) yace en el altiplano boliviano, frente al lago Titicaca. En sus campos y en lo que queda de sus plazas, puertas monolíticas y acueductos, se refleja la importancia de esta civilización pre-incaica. Su desarticulación real no concluyó en misteriosas e indescifrables causas, tal se argumenta. Su desaparición continuó (y sigue) efectuándose aún muchos siglos después.
Es el hombre quien hace las ruinas, no el tiempo. Los centros ceremoniales de Tiahuanaco sobreviven desolados. Apenas permanece en ellos lo que nadie se pudo llevar. [1]
Joyas, vestimentas, instrumentos cotidianos, «momias», monolitos, lentamente y desde décadas indefinibles han sido extraídos para ser vendidos a coleccionistas de todo el mundo o para ser exhibidos tras vitrinas de espacios públicos. Piedras de todo tipo fueron extirpadas a los templos religiosos ancestrales, utilizadas para construir casas y la propia iglesia cristiana del actual poblado cercano al centro arqueológico, o destruidas en el tendido de las vías férreas hacia La Paz.
Desmembrado el espacio físico habitado por la cultura tiahuanakota se escindieron también los simbolismos inherentes a cada forma obrada. Pues cada una de sus producciones y su sentido original, insignificante para la mano saqueadora, respaldaba toda la inconmensurable e inextricable cosmogonía primigenia.
Salvo los descendientes milenarios, los verdaderos recreadores de aquella sangre y algunas otras pocas excepciones, todos han participado y aún hoy participan del saqueo de sus espacios ceremoniales y sus «vestigios». Es así como acontece la segunda y tal vez más fulminante muerte de la cultura tiahuanakota, una de las más antiguas y longevas en la historia de la humanidad [2] .
Se desconocen con precisión las causas de la «desaparición inicial» de esta civilización que llegó a desarrollar un importante poderío. El viento del tiempo dispersó sus saberes, reflejados en la alfarería, en la metalurgia, en la arquitectura.
En los alrededores del corazón espiritual y político las principales incursiones sistemáticas de investigación encontraron más de cuatro kilómetros cuadrados de utensilios domésticos. Para los parámetros de pensamiento europeocéntricos, todo un botín de piezas exóticas y de dudosa humanidad. «Restos», y no elementos vivos de una cultura viva en la memoria secreta.
La pretensión de occidentalización del «Nuevo Continente» se canalizó en el accionar de instituciones colonizadoras tales como el Estado moderno y la iglesia católica. La creación y/o reforzamiento de estructuras de dependencia y vasallaje fue simultánea a la negación de la historia nativa. Sin importar la cercanía o lejanía temporal de la trama identitaria vedada, todo lo no europeo debía desaprobarse por bárbaro o impuro -aunque no fuera contemporáneo, tal el caso de la cultura tiahuanakota que es pre-incáica-.
La cruz rechazó de plano, escandalizada, argumentando herejía.
El Estado, cuando no colaboró con su abandono u omisión en el reconocimiento de lo originario, desempeñó un rol activo en el despojo. Muchas veces a través de mecanismos sutiles y efectivos como el enclaustramiento y la descontextualización museográficos, y/o a partir de la reducción de la cultura a simple expresión folklórica-comercial. Cualquiera de estos métodos sirvió para despojar a la memoria de sus savias, minimizándola a formas y colores primitivos [3] .
Desde la colonia a estos días, ora con violencia arrolladora ora de manera casi imperceptible, todo este proceso de la cultura desnuda su dimensión política innegable de lucha, de poder, de dominantes y dominados, de la existencia de olvidos forzados y de reivindicaciones.
Quizá con impostada inocencia, o hasta con inconsciencia del grado de responsabilidad en el saqueo, en el museo estatal que en la ciudad de La Paz se ha montado para mostrar parte de lo hallado en Tiahuanaco (que ahora sí son «restos») se relata:
Se calcula que desde la llegada de los conquistadores, hasta el año 1650, más de 190 de toneladas en objetos arqueológicos en oro y 17.000 en plata fueron arrancadas del suelo americano y remitidos a España. En nuestro país [por la actual Bolivia], los objetos arqueológicos metálicos, en especial los trabajados en oro y plata, hasta hace poco tiempo eran fundidos por artesanos orfebres para convertirlos en anillos, pulseras, aretes y otros objetos suntuarios. Es posible que desconocieran que el valor arqueológico era mayor que el intrínseco.
El arrebato material se complementa con el de la historia y la memoria: los monolitos que se encuentran en los diferentes templos de Tiahuanaco llevan los nombres de sus «descubridores» (Bennett, Ponce).
La objetivación -la cosificación, la enajenación- de las representaciones de lo espiritual termina por destruir la esencia de toda producción, premeditadamente artística cuanto objeto de uso común. Vasos, sahumadores, tejidos, cerámica y metalúrgica en general eran aunados, siempre, a representaciones de animales, plantas u hombres. Los tiahuanakotas creían que así el objeto guardaba dentro de sí un espíritu propio. Ahora en estantes o adornando patios de acomodadas señoras paceñas, son pocos los espíritus que aún languidecen su vida, lejos de su verdadero hogar.
Sin embargo, sólo la historia occidental se escribe linealmente. La de los hombres que habitan los Andes milenarios, en cambio, circularmente.
Aquí la vida de los pueblos se recrea eternamente, ninguna energía desaparece:
No, ciudad de piedra y luz, no has muerto! …eres viviente piedra! Inmaterial luz danza en tu derredor. […] Eres escondido paraíso separado del antiguo esplendor cuando eras Patria feliz – Imperio completo. […] Todo fue devastado […] Pero el tiempo no puede silenciarte. Tu realidad de piedra se levanta […] Se desentierran tus sagrados muros, templos, palacios, fortalezas, escalinatas, poco a poco resucitan y reunifican al sol. […] A tus plazas y desiertas avenidas no llega el bullicio del mundo. Inaccesible a los nuevos conquistadores estercoleros, buscadores de reluciente oro. Indiferentes a las cámaras de turistas que no pueden atrapar tu misterio. […] Duermes ahora un largo sueño de piedra… […] Eres símbolo trascendente de lo etéreo, anticipo luminoso de la ciudad de siempre, preparación escondida a la vida nueva: un día acumulada la luz romperá tus muros y la puerta equinoccial se abrirá para reanudar el ciclo del tiempo. [4]
[1] Texto y fotos de Emiliano Bertoglio, marzo de 2010 (en base a notas e imágenes de enero 2009, Bolivia).
[2] Aunque sin certeza final, se sostiene que la cultura que floreció en Tiahuanaco comprende el período que va desde un período aldeano, datado en el año 1580 a.C., hasta el cese de su expansión imperial, en el 1200 d.C.
[3] Es claro que se habla de Estado en tanto una conformación socio-histórica particular, y no de gobiernos puntuales.
[4] Fragmentos de Tiwanaku (Piedra del Sacrificio), del poeta Marcelo Arduz Ruiz. En Intihuyphypacha (Sol de Invierno), libro impreso en la ciudad de Chuquiagu Marka, durante el solsticio de invierno del año MMMMMCDXCIX del calendario aymara (equivalente al año 1991 del calendario gregoriano). pp. 29 – 34.
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