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El sesgo castizo de la crisis española

Fuentes: Rebelión

En 1996, un partido dirigido por «grandes emprendedores» de reconocida raigambre franquista llegaba al poder en España. Nadie podía pensar en aquella fecha que aquel oscuro funcionario de Hacienda encargado de presidir el Gobierno alcanzaría, tras dejar el poder con las manos manchadas de rojo, los laureles que los dioses del mercado sólo reservan a […]


En 1996, un partido dirigido por «grandes emprendedores» de reconocida raigambre franquista llegaba al poder en España. Nadie podía pensar en aquella fecha que aquel oscuro funcionario de Hacienda encargado de presidir el Gobierno alcanzaría, tras dejar el poder con las manos manchadas de rojo, los laureles que los dioses del mercado sólo reservan a los más despiertos y avispados. Conferenciante en Georgetown, empleado de uno de los más grandes magnates de la prensa mundial, puesto que compatibilizó durante un tiempo con el de Consejero de Estado, trabajador en el paraíso fiscal de las islas Caimán, Doctor Honoris Causa por varias universidades muy católicas y, por último, catedrático en una privada de Monterrey.

Experto en finanzas, políglota, conocedor de la lista de los reyes godos, impulsor del padel, corredor de fondo sobre tierra y nieve, aficionado a la guerra preventiva, de pluma ágil, verbo divertido y mimético, este hombre, al igual que Reagan, Gerald Ford o Bush, ha demostrado como con trabajo y tesón cualquiera puede llegar a las más altas cimas de la nada. Y es que con democracia o sin ella, Dios ayuda a los buenos cuando son más que los malos. Y es que Aznar López no andaba sólo en sus transparentes propósitos. Un grupo de guerreros avezados estaban dispuestos a demostrar a todo el mundo lo que de verdad vale un patriota español cuando dice aquí estoy yo. Rodrigo Rato, hombre de negocios poco venturosos recompensado con la Presidencia del FMI, institución encargada de hacer más pobres a los países que ya lo son; Juan Villalonga, amigo de la infancia del hombre de Murdoch que jamás había podido demostrar su pericia mercantil hasta que fue elevado a la presidencia de Telefónica y se inventó aquello de las  «stock opcions» lo que le ha permitido vivir hasta la fecha, holgadamente, sin apreturas circunstanciales, en esa reserva de españolidad que es Miami; Miguel Ángel Rodríguez, que comparte nombre con el líder del grupo Mojinos Escocíos pero nada más. Periodista, tampoco tuvo ocasión de acreditar su habilidad en el mercado hasta su paso por el Gobierno de la nación, después parece que todo le va viento en popa asesorando a diversos gobiernos autonómicos del Partido Popular; Esperanza Aguirre, casada con Fernando Ramírez de Haro y Valdés, Conde de Murillo y Grande de España, terrateniente y ganadero agraciado durante el Gobierno de Aznar López con la estación de tren del AVE de Guadalajara, que no está en esa ciudad sino en Yebes, donde el noble posee grandes propiedades; Eduardo Zaplana, autor de Terra Mítica que confesó su pobreza y su vocación política dineraria en una grabaciones exóticas: después de ocupar diversos ministerios y altos cargos en su partido, la fortuna le ha sonreído: Hoy es propietario de muchas cosas y ocupa cargo en una multinacional que antes fue empresa estatal; Ruiz Gallardón, persona de talante jesuítico que ha enterrado cerca de un billón de pesetas en el subsuelo de Madrid, pretende entregar a la iglesia católica una parte de la ribera del Manzanares, mantiene una amistad entrañable con Florentino Pérez, conoce de sobra a una implicada en la «operación Malaya» de cuyo nombre no quiero acordarme y anda metido en supuestas reyertas con la presidenta de Madrid; Carlos Fabra, hijo, nieto, bisnieto, tataranieto y lo que sea de presidentes de la Diputación de Castellón, a quien ningún juez del Estado es capaz de juzgar pese a los presuntos y numerosos delitos de que se le acusa porque seguramente han salido de las mentes calenturientas y enfermizas de algunos periodistas malvados y envidiosos, y, por supuesto, Francisco Camps, presidente de la Generalitat valenciana, hombre honrado donde los haya, católico, apostólico y romano. A estos nombres destacados del pelotón habría que añadir un sin fin de subalternos que actúan por todo el «suelo y el subsuelo» patrio sin más afán que el engrandecimiento de España: Son los verdaderos patriotas, los que están dispuestos a darlo todo por la patria con la única condición de que la patria lo dé todo antes por ellos, son los que están dejando claro que una parte considerable de nuestros políticos, en este caso los del Partido Popular, están en política para servir a los ciudadanos, al pueblo soberano, siempre que éste haga lo que debe hacer, callar, no decir nada, permanecer en silencio mientras contempla como los chorizos de guante blanco no usan antifaz ni pasamontañas, sino que hacen su trabajo con el mayor desparpajo, con la mayor despreocupación, a la vista, sin complejos, como lo hace un español que se precie de tal. Con dos cojones.

Pues bien, cuando estos señores llegaron al poder se encontraron con el inicio de un ciclo económico alcista que en los años siguientes produjo incrementos de PIB de hasta un 5 por ciento. Lejos de aprovechar esa bonanza económica para aumentar el Estado del bienestar o invertir en I+D+i, los dirigentes populares terminaron de enajenar las empresas estatales más rentables poniendo en su dirección a hombres de su absoluta confianza como Martín Villa, Miguel Blesa, Manuel Pizarro o el mencionado Villalonga; iniciaron un proceso imparable de privatización de servicios públicos tan esenciales como la Educación o la Sanidad; rebajaron los impuestos directos a aquellos que más ganaban; incrementaron los impuestos indirectos y las tasas; redujeron las plantillas de funcionarios de todo tipo, incluidos médicos, enfermeros, inspectores de Hacienda, maestros, profesores, controladores laborales, oficiales de juzgados, policías y, sobre todo, en vez de cimentar su modelo en la economía productiva, hicieron todo lo posible para que la especulación se convirtiese en el motor de nuestro crecimiento. Leyes como la del suelo que permitían echar cemento sobre cualquier punto del país auspiciaron que en pocos años España fuese el país con más nuevos multimillonarios del mundo después de China, el país con más billetes de 500 euros de la Unión Europea, el país que más viviendas construía de todos los de su entorno sin que ello supusiese una bajada de su valor sino todo lo contrario. Aquí todo el mundo se podía hacer rico en un abrir y cerrar de ojos, sólo había que tirarse al río con la información y las «amistades» adecuadas. Luego, las hipotecas a cincuenta años y los intereses bajos terminaron de cerrar el círculo haciendo caer a millones de españoles en el «gran corralito», al comprar, principalmente viviendas, muy por encima de sus posibilidades, de modo que hoy, gracias a aquella fantástica política económica que propició la acumulación en pocas manos de enormes fortunas, nos encontramos de golpe inmersos en una crisis que afecta, como todas, de forma grave y exclusiva a las clases trabajadoras y a quienes han dejado de pertenecer a ellas contra su voluntad, sin que nadie sepa dónde están esas ingentes cantidades de dinero amasadas durante décadas por los que todo lo dieron por España. Así es el patriotismo de quienes creen que el Estado es un cortijo.