Avanzar hacia un”capitalismo democrático” es la meta señalada para Colombia por Gustavo Petro, tanto como legislador, candidato y ahora Presidente.
Esa postura a su vez se superpone con otras que esgrime el gobierno, como las de un capitalismo descarbonizado o despetrolizado. Todas ellas son palabras potentes que, aunque no están definidas con precisión, alimentan ilusiones de cambio, lo que hace necesario analizarlas.
Al mismo tiempo, aunque no emplean el término “capitalismo democrático”, los mismos conceptos y expectativas están en juego en varios otros gobiernos latinoamericanos, desde Gabriel Boric en Chile a Lula da Silva en Brasil, al mantenerse dentro del capitalismo aunque esperando poder mejorarlo y democratizarlo. En este artículo se hurgan en algunas de las cuestiones en juego, sin buscar zanjar la cuestión, sino aportando ideas para profundizar las reflexiones sobre esos propósitos.
Un diagnóstico y una alternativa
Defender un capitalismo democrático implica tanto un diagnóstico como ideas de cambios. El discurso de Petro por un lado entiende que prevaleció un capitalismo que no era democrático al descansar en relaciones casi feudales y serviles, y que si bien contó con formalidades electorales y normativas, era autoritario y violento. Por otro lado, la alternativa debería enfocarse en una democratización, pero como ésta debe ser capitalista, eso exige que solo sea posible escoger a otro tipo de capitalismo.
La adhesión al capitalismo es muy clara en el actual gobierno. Petro, en su discurso de victoria electoral, afirmó “nosotros vamos a desarrollar el capitalismo en Colombia”. Aclaró que lo haría, no porque lo adorara, “sino porque tenemos, primero, que superar la premodernidad en Colombia, el feudalismo y los nuevos esclavismos” (1). No se encontrará una definición de ese tipo de capitalismo en las bases ni en el proyecto final del Plan Nacional de Desarrollo, y tampoco en el programa de gobierno “Colombia Potencia Mundial de la Vida”.
Petro concibe que es necesario “superar las mentalidades atávicas” propias de un mundo de siervos o esclavos, y para ello se tiene que construir una democracia que permita un “pluralismo” de ideas y de economías. El siguiente paso es apoyar una diversidad de relaciones económicas más allá de las convencionales que dependen de empresas, como por ejemplo el cooperativismo, pero siempre enmarcadas en un capitalismo que debería ser “productivo” y no “especulativo” (2).
Retomar la modernización
El capitalismo democrático responde, según Petro, a la necesidad de abandonar las relaciones de “producción premodernas, las formas de indignidad laboral, la depredación de la naturaleza y los seres humanos” para construir una “democracia pacífica y productiva”. Por lo tanto, ofrece un programa de modernización, para alcanzar economías modernas y plurales, en las que esa condición de pluralidad requiere de una democracia que albergue diferentes ideas y prácticas.
La retórica de un desarrollo para salir del atraso persiguiendo la modernización es muy similar a la que se escuchaba en Colombia y en el resto de América Latina, en las primeras décadas del siglo XX. En aquellos tiempos, distintos gobiernos denunciaban el atraso y se lanzaron a aventuras de modernización tales como mejorar los derechos políticos o laborales, alentar la educación pública, reformar los esquemas tributarios, o apoyar industrias e infraestructuras. Es como si el petrismo asumiera que el país quedó suspendido en aquella etapa, atrapado por la violencia y la subordinación, y entonces el gobierno retomara ahora una misión modernizadora pendiente.
El diagnóstico acierta en varios sentidos, ya que es evidente que el país transitó conflictos y violencias que llevaran a la política tan a la derecha, que se naturalizaron relaciones económicas o sociales que en varias naciones vecinas fueron superadas en el pasado. Esa misma condición explica que una intención modernizadora, que solo aspira a un capitalismo un poco más benévolo, resulta intolerable para los sectores conservadores. Pero al mismo tiempo, parece un simplismo asumir que los problemas actuales se resolverán con recetas de la modernización de hace un siglo atrás.
Reformas del capitalismo
La idea de un capitalismo democrático implica que hay diferentes tipos de capitalismo. En sus expresiones más comunes se denuncia, pongamos por caso, a los capitalismos neoliberales, y ante ellos, la alternativa es promover otro que fuese más democrático.
Aunque, como ya se adelantó, las ideas petristas no están elaboradas con precisión, parecería que de todos modos toma en consideración aportes recientes, como los de Joseph Stiligtz o Mariana Mazzucato, quienes son parte de un amplio conjunto de reformistas. En ese grupo se siguen distintos análisis que, de un modo u otro, advierten que los capitalismos conservadores, basados en mercados liberalizados y Estados mínimos, desembocarán en crisis económicas, políticas y ecológicas. Las reformas son necesarias para salvar al capitalismo de sí mismo.
La propuesta reformista más influyente es seguramente la del “reseteo” del capitalismo, promovida en el Foro Económico Mundial de Davos, el encuentro de la elite empresarial (3). Sus defensores entienden que existen tres tipos básicos de capitalismo: uno empresarial, culpable de los problemas actuales; otro estatal, que es ejemplificado con China, y por lo tanto autoritario; y finalmente una alternativa llamada de los stakeholders para referirse a la participación de grupos interesados. Sólo esta última es una opción viable ante las crisis.
En sus contenidos es un capitalismo con un Estado presente en sectores como la salud pública y con canales de participación ciudadana, y que postula medidas como impuestos a los más ricos o despetrolizar las economías. Como puede verse hay similitudes con las ideas petristas, y en especial tras la intervención del presidente en el último foro en Davos donde defendió la idea de un capitalismo despetrolizado.
La cuestión clave es que todos esos reformismos aceptan como válido y necesario al capitalismo, y por ello defienden componentes básicos como la prosecución del crecimiento y la ganancia, la generación de distintos tipos de capital (financiero, social, natural), la propiedad o el papel del mercado. No reconocen que existan alternativas viables al capitalismo ni una democracia más allá de éste; no conciben opciones socialistas o de otro tipo.
El capitalismo democrático en crisis
En el campo del reformismo hay algunos actores destacados que usan esa misma etiqueta de capitalismo democrático. Pero lo impactante es que lo consideran agotado, sufriendo diversas crisis, y dudan si es una opción viable.
El testimonio más elocuente está en las muy recientes confesiones de uno de sus más conspicuos defensores, Martin Wolf, un economista que giró al keynesianismo, y es destacado columnista en el periódico Financial Times (4). Su capitalismo democrático sería una condición virtuosa y deseada, que implica articular a un capitalismo de mercado con una democracia como régimen político, que necesariamente debe ser liberal para ser considerada como tal.
Según Wolf, el capitalismo no puede sobrevivir sin una política democrática, y al mismo tiempo, la democracia carece de porvenir sin el capitalismo; aunque en cierto modo son opuestos, ambos se necesitan mutuamente. En la actualidad no se logran los resultados ideales de esa asociación. El componente capitalista lidia con varias dificultades que agravan, por ejemplo, la inequidad, deterioran las condiciones de vida en la clase media, o son incapaces de enfrentar el cambio climático. El componente de democracia liberal se retrae, como ocurre bajo la proliferación de noticas falsas o debilidad institucional, e incluso está bajo ataque, como sucedió con Donald Trump en Estados Unidos.
Las razones últimas de estos padecimientos están, según Wolf, en factores como la ignorancia y la irresponsabilidad. Culpa a la derecha política por ello pero también a un “progresismo” en el que incluye, por ejemplo, a quienes defienden diversidades culturales y raciales. Esa evaluación, así como otras consideraciones, tales como sostener que la racionalidad económica es lo que permite la cooperación entre las personas, expresan su adhesión a ideas típicas del liberalismo británico de hace un siglo. Desde esa mirada, Wolf concluye que el capitalismo democrático actual está languideciendo, acosado por la ignorancia y la nueva derecha.
Aplicar un capitalismo democrático al estilo de Wolf a una Colombia que lidia con problemas típicos del siglo XXI, genera múltiples tensiones y dudas. El riesgo está en que el petrismo utilice unas ideas que sus defensores más conspicuos reconocen que no están funcionando, y a la vez, si funcionaran, se basan en concepciones que ya tienen más de un siglo y pese a ello no rinden los resultados ofrecidos, están en crisis, son economicistas y eurocéntricas.
La restricción de las alternativas al capitalismo, sea siguiendo a los economistas heterodoxos, a los empresarios en Davos o a los periodistas como Wolf, es parte de la prevaleciente idea que el capitalismo triunfó y está solo. Ese extremo, tal como francamente expone Branko Milanovic, argumenta que no se dispone de otro modelo de producción e intercambio económico, y que cuente con instituciones e instrumentos aplicados desde hace largo tiempo (5).
Según esos análisis, esta situación responde a que las alternativas no capitalistas en la academia o en organizaciones ciudadanas, no han cristalizado en ensayos concretos a mayor escala, o que las experiencias que se dicen diferentes, en especial la que conduce el Partido Comunista de China, finalmente es un tipo de capitalismo.
Más allá de si esto es cierto o no, lo que es importante aquí es señalar que si bien Petro rechaza los extremos neoliberales, sólo está dispuesto a elegir a otro tipo de capitalismo. Es una postura que ha mantenido por años, y que ahora aclara advirtiendo que las “necesidades de la sociedad colombiana no son las de construir el socialismo, sino construir democracia y paz, punto” (6). Admite, con toda razón, que su programa no sería catalogado de izquierda en Europa, aunque, como se indicó antes, el contexto colombiano está tan recostado sobre la derecha que las elites locales lo acusan de ser un socialista o radical de izquierda.
La condicionalidad democrática
Si se aborda la cuestión del capitalismo democrático desde su otro componente, el referido a la democracia, asoman otras complejidades. Aún reconociendo la diversidad de conceptualizaciones referidas a la democracia, no cabe duda que existe una tensión inmediata entre un régimen realmente democrático y el capitalismo. Esa oposición se intenta disimular con discursos de la democracia liberal y prácticas formales, sobre todo electorales, porque al mismo tiempo el capitalismo limita la participación, se controla y disciplina a la sociedad, y se toleran todo tipo de violencias.
La reflexión sobre esa problemática no ha estado ausente en América Latina, y en tanto estamos aquí analizando el caso colombiano es provechoso recuperar las advertencias de uno de sus destacados analistas, Antonio García, el activista y economista que en el siglo pasado promovía una alternativa socialista. En su libro, “Dialéctica de la democracia”, publicado en 1971, afirmaba que “el capitalismo ha dejado de ser un sistema económico favorable a la democracia”, particularmente en los países del sur. Esa sentencia mantiene toda su validez, y los países latinoamericanos lo saben muy bien porque lo han padecido desde siempre (7).
En el discurso petrista se echa de menos un reconocimiento explícito de las incompatibilidades entre una democracia sustantiva con el capitalismo. En cambio, García exigía distinguir entre la democracia “como forma política dentro del capitalismo” y aquella que se asume como “principio, como sistema de vida” que al desplegarse esté “articulado al proceso de creación de una nueva sociedad sin explotación colonial ni clases opresoras”.
Mirada pragmática
Finalmente, estarán aquellos que sostengan que la llamada a un capitalismo democrático debe ser tomada como un propósito genérico, más cerca de un recurso para comunicarse que de una elaboración política o económica. Expresaría una intención del gobierno para dar los primeros pasos en una gestión muy distinta a las de inspiración uribista, lo que no debe minimizarse. Se explica que esos cambios iniciales deben hacerse con precaución y paciencia, reconociendo las enormes fuerzas conservadoras que se les oponen.
Bajo ese pragmatismo, el capitalismo democrático como slogan sería útil para reducir los temores de los capitalistas al decirles que el gobierno persistirá en ese tipo de régimen, mientras que al decirse democrático se mantiene viva la intensión de pacificar y democratizar el país. Los cambios más profundos vendrían después, bajo otros gobiernos, y para poder lograrlos es necesario asegurar la estabilidad de la actual administración.
Muchos elementos en esos razonamientos son compartibles, pero lo que debe señalarse es que para que esto sea efectivo se requiere de organizaciones políticas estructuradas y formalizadas. Ya debería estar en marcha una reflexión sobre cuáles serían las siguientes etapas, cuáles sus contenidos conceptuales y sus instrumentos de aplicación, y en especial, cuáles son las salvaguardas que evitarán que el capitalismo se devore a la democracia. Si estos son los primeros pasos, una organización política es también indispensable para asegurar su continuidad en el tiempo más allá de este gobierno y de este presidente.
Este no es un tema menor, y la experiencia de los progresismos en los países vecinos sirve de alerta. En todos ellos existieron distintos slogans que se utilizaron en las fases iniciales de los gobiernos, tales como revolución ciudadana a socialismo del siglo XXI, pero todos enfrentaron dificultades en persistir en una agenda de cambios. Contribuyó a ello la debilidad o ausencia de estructuras político partidarias u otras formas de organización política estables y participativas, y la dependencia de líderes carismáticos pero personalistas y caudillistas, que entorpecían o anulaban sus propias sucesiones.
Un balance muy provisorio
La presentación de las ideas de un capitalismo democrático tiene aspectos positivos que deben reconocerse ya que pueden cobijar reformas para romper con políticas profundamente regresivas, y a la vez allanar senderos para nuevos cambios. Pero es también limitado, porque su horizonte de cambio apenas aspira a un capitalismo que sea un poco más benévolo, un poco más democrático, sin asumir que en su propia condición erosiona y limita esas posibilidades.
Es también una posición riesgosa, seguramente insuficiente ante un futuro inmediato. Circunscribe las alternativas al espacio capitalista, anulando las capacidades para pensar y ensayar opciones no capitalistas, sea asumiendo elementos válidos de la tradición socialista, rescatando otros de la experiencia latinoamericana, como puede ser los de la democracia popular, y sumándole novedades, como las del Buen Vivir.
Notas
1 “Vamos a desarrollar el capitalismo en Colombia”: Gustavo Petro en su discurso de victoria, Semana, Bogotá, 19 junio 2002.
2 Distintas referencias a las declaraciones de G. Petro también en Capitalismo democrático: ¿en qué consiste el modelo que Petro quiere para Colombia?, D. Salazar Castellanos, Bloomberg, 29 junio 2022.
3 The great narrative for a better future, K. Schwab y T. Malleret, SBVV, Zurich, 2021.
4 The crisis of democratic capitalism, M. Wolf, Penguin, New York, 2023.
5 Capitalism, alone. The future of the system that rules the world, B. Milanovic, Belknap, Cambridge, 2021.
6 Gustavo Petro: “Colombia no necesita socialismo, necesita democracia y paz”, J. Martínez Ahrens e I. Santaeulalia, El País, Madrid, 19 setiembre 2021.
7 Dialéctica de la democracia, A. García, Plaza & Janes, Bogotá, 1987.
La primera versión de este texto fue publicada en el periódico Desde Abajo (Bogotá) No 300, marzo 2023.
Eduardo Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES). Seguimiento en redes @EGudynas ; blog www.accionyreaccion.com
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