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También los canarios emigraron clandestina e ilegalmente

El Telémaco, una memoria indispensable

Fuentes: Rebelión

Desde cuándo no se oye hablar del Telémaco, aquel insignificante barquillo que condensa la historia de la emigración clandestina de los canarios pobres y asustados por los caciques, el hambre y el franquismo hacia la esperanza de una vida mejor, hasta la acogedora Venezuela. Historias escalofriantes de personas que, elevadas a héroes populares por su […]

Desde cuándo no se oye hablar del Telémaco, aquel insignificante barquillo que condensa la historia de la emigración clandestina de los canarios pobres y asustados por los caciques, el hambre y el franquismo hacia la esperanza de una vida mejor, hasta la acogedora Venezuela. Historias escalofriantes de personas que, elevadas a héroes populares por su audacia y valor, han sido acalladas ante el temor de que su recuerdo se les vuelva en contra. Se ha satanizado tanto esta inmigración que nos llega desde lo más profundo de las injusticias generadas por el capitalismo globalizado -«que no vienen a trabajar sino a delinquir» (sic)- que los articulistas de El Día, sus editorialistas, los tertulianos de la Ser y de la Cope no dudan en condenar a las mazmorras del silencio a quienes se atrevan siquiera a equipararla con aquella -también sin papeles ni contrato de trabajo- odisea isleña. Por eso, «Las Décimas del Telémaco» en las que Manuel Navarro Rolo cuenta la descarnada historia de aquellos canarios adquieren hoy una vigencia impensable cuando las escribió.

Nos vemos en el Atlante
en un inmenso camino,
en un barco sin destino

sin piloto, ni sextante

Quizás así lleguemos a comprender cómo desde la llegada de la primera patera, allá por diciembre de 1994, las historias de los valerosos argonautas canarios y los no menos emblemáticos barcos – el Lloret llinares, el Doramas, el Estrella Polar o el Anita- no se han vuelto a mencionar siquiera.

Del motor el alimento
pronto se vio terminado,
quedando el barco parado
sólo a merced de los vientos;
ahí surgió el descontento,

cual rugir de un león bravo:
la botavara, los cabos
estaban indeseables,
nuestro estado miserable,
¡era una venta de esclavos!

Nunca se habló de aquellas mafias canarias y españolas que traficaron con la miseria isleña ni de los sacrificios que hicieron los desesperados canarios para conseguir un pasaje con derecho a la esperanza y a nada más, y eso a pesar de que la existencia de mafias extranjeras que comercian con seres humanos es el argumento habitual del tripartito canario para explicar, de la manera más simplista y malintencionada, una realidad tan compleja y global.

Un cuarto de litro fue
toda el agua que por día,
que en su garganta absorbía
un moribundo de sed

Ni se ha recordado nunca a aquellos canarios famélicos, ciento setenta hombres y una mujer que un día salieron hacia La Guaira en El Telémaco, un motovelero con capacidad para no más de veinticinco personas que podría decirse un «cayuco» atestado que arribó de milagro a la Martinica, tan parecidos a estos pobres africanos negros deshidratados que dando tumbos, desorientados, tiritando de frío y de miedo por fin llegan al puerto de Los Cristianos o de Arguineguín.

A los herederos de aquellos que expulsaron a miles de canarios en los años 50 no les conviene airear recuerdos de nuestro pasado reciente, a estos neoRic nada les detendrá ni les hará temblar el pulso a la hora de repeler a cañonazo limpio a cuanto pobre se le ponga por delante. Al final, José Manuel Soria lo consiguió. Sacaron las garras de la Armada y formaron una muralla con barcos, aviones y hasta con satélites, la «Noble Centinela» que los aísla de la miseria circundante como un nuevo muro de la vergüenza, como el que construyen los terroristas judíos contra sus víctimas palestinas, como el proyectado por al genocida Bush con más de 600 Km. de murallas anti inmigrante, previa militarización de su frontera sur. Como las rejas de Ceuta y Melilla o las cercas electrificadas de las urbanizaciones de ricos en Madrid o Marbella y que no tardaremos en ver por aquí.

Convencer a sus inseparables compañeros no costó mucho, un poco de mercadeo con el miedo -posible invasión-, una malévola gestión de las inseguridades y la ignorancia; aunque lo que acabó de persuadirlos fue la idea de que tanto negro no es bueno para los negocios. Dicho y hecho, el mascarón de proa del neoliberalismo canario, José Carlos Mauricio, no tardó en sacar de su chistera otro muro, el llamado plan integral, que retendrá la miseria al este de una imaginaria línea que una Tánger con Dakar. Para ello contará con la inestimable ayuda de las siempre «solidarias» cámaras de comercio de EE.UU. y de 42 empresarios canarios que, encima, podrán presumir de estar ayudando al tercer mundo. Un escenario propicio para próximas deslocalizaciones, quién sabe si finalmente Mauricio consigue el permiso de la UE para invertir los capitales RIC fuera de Canarias como respuesta única a la temida y mediática invasión. En las maniobras de despiste Ruano y Melchior en su papel, la culpa la tiene Madrid. «Que se los lleven pa la Moncloa», llegó a gritar el presidente del Cabildo de Tenerife. Y Pepe Segura, el redicho, en consonancia con las melifluas posiciones de su partido (PSOE) recogidas en el «Plan África», no encontró mejor salida que culpabilizar a los gobiernos africanos, brillante simpleza para definir el colonialismo imperial de la globalización.

Adán Martín y Paulino Rivero, qué perversos, denuncian derroches y gastos innecesarios en el Mediterráneo o en el quinto pino cuando aquí nos están invadiendo sin que se nos socorra. Qué pensar de su Auditorio, de su Red Transcanaria de Transporte, de sus megamuelles y de su maridaje con la corrupción: caso Eolo, Amorós y tanto otros. Treinta años en el poder, en el tripartito canario, inamovibles, imprescindibles, con una desidia canalla en materia social que ha impedido generar una mínima infraestructura humanitaria que responda a las demandas de un fenómeno que desde la mitad del siglo XX no ha hecho sino crecer. Un sistema asistencial que da cobertura a una invasión de 12 millones de turistas al año pero incapaz de asistir dignamente a 6000 desdichados inmigrantes sólo refleja una «miserofobia» militante. Treinta años promoviendo políticas de expolio en la región apostadas en un discurso xenófobo que está calando peligrosamente. Pero ellos estaban en otra cosa, en ese nepotismo que los ha enriquecido podridamente. Con ese falso discurso de que defienden la vida cuando, al trapichear con gobiernos corruptos, se han convertido en cómplices de las muertes que se están produciendo en el abrasador Sahara: los saharauis masacrados por Mohamed VI o los que, expulsados ilegítimamente de Canarias, son consumidos por el sol y la sed.

Cuánto tienen que aprender estos gobernantes blancos de aquellos solícitos negros antillanos que asilaron a los desgraciados del Telémaco. Por eso es tan importante su memoria.

Los blancos por más valor
muy poco se distinguieron,
más espléndidos lo fueron
los señores de color
demostraron con amor
más nobleza y dignidad;
la gratitud y lealtad,
lo que nunca olvidaremos,
a quien todos les debemos
humana hospitalidad.