Kennedy, Fellini, Greta Garbo, Bellow, Tennessee Williams y Bush padre desfilan por la vida y obra del mayor ensayista vivo de EEUU
Después de sacarle todo el jugo posible al siglo XX, después de haber enterrado a dos amantes, a una pariente lejana (Jacqueline Kennedy) y a un largo elenco de ilustres amigos (Tennessee Williams, Greta Garbo, Federico Fellini, Susan Sontag, Saul Bellow), Gore Vidal se asoma a las colinas de Hollywood, como evocando las brumas de su añorada costa de Amalfi (Italia), y se encoge de hombros ante la pregunta obligada que él mismo se hace:v
– ¿Cuál es tu impresión de la vida hasta ahora?
– Podía haber sido peor…
Y sin embargo la vida, su azarosa vida, siempre al sol o la sombra de los grandes iconos de las últimas ocho décadas, queda diluida en esa neblina de la muerte que empapa las mejores páginas de Point to point navigation (Navegación de punto a punto), el libro que hace el número 46 de su fecunda lista y con el que cierra el baúl de sus memorias.
Gore Vidal, posiblemente el mayor ensayista norteamericano vivo (galardonado con el National Book Award por Estados Unidos 1952-92), ha querido renunciar al radar y a la brújula, como cuando navegaba por el estrecho de Bering en la Segunda Guerra Mundial, y ha decidido bucear a tientas en sus caudalosos 81 años, buscando en todo caso el norte incuestionable de Montaigne.
«El novelista menos autobiográfico que existe» (en palabras propias) o «el escritor que no llegó a alumbrar la gran novela americana con la que soñó» (según otros), coetáneo de Truman Capote y Norman Mailer (con los que llegó a las manos), se reconcilia con la crítica norteamericana gracias a estos recuerdos fragmentarios que cierran la ventana abierta por Memoria. El autor de La ciudad y el pilar de sal, aquella novela escrita con el ímpetu de los 23 años que rompió el tabú de la homosexualidad en la narrativa americana en 1948, admitió que la «turbina creativa» de su primera entrega fue el amor de su juventud, Jimmie Trimble, muerto en la batalla de Iwo Jima. Vidal, siempre huyendo del cliché de escritor gay, cede ahora el timón emocional a Howard Austen, con quien compartió medio siglo.
En el capítulo más descarnado de Point to point navigation, Vidal mira cara a cara a la muerte en los ojos de su compañero. Están en la habitación de un hospital de Los Angeles, con la televisión encendida. Austen, a cuestas con un enfisema y una neumonía, bebe de un vaso, emite una profunda exhalación y se queda inerte en el sillón… «Los ojos los tenía abiertos y muy claros (…) Los pulmones y el corazón se habían detenido, pero los nervios ópticos estaban todavía mandando mensajes al cerebro, y la gente que sabe de esto nos dijo que la mente no se cierra inmediatamente. Así que nos miramos fijamente el uno al otro al final (…) ‘¿Me puedes escuchar?’, le pregunté. ‘Sé que puedes verme'».
«Así que éste es el jodido trámite por el que pasamos todos», fue la última expresión, con el deje del Bronx, que Gore Vidal creyó leer en el rostro de su compañero. Desde entonces, el fantasma de Montaigne se le aparece entre líneas, y le susurra al oído cosas como éstas: «Imagina lo dolorosa que sería una vida que durara siempre». En la página 73, el escritor posa en un cementerio de Washington, junto a la estatua negra de la Pesadumbre, a unos cuantos pasos de donde yace enterrado Austen «y donde acabaré yo cuando haga un alto en mi ajetreada agenda».
Con la salud resquebrajada (pasó recientemente por una operación de cataratas), Gore Vidal sigue escribiendo a mano en su mesa de cerezo en su segunda casa de Hollywood Hills, ensombrecida siempre por la suntuosa villa de Ravello que vendió en el 2003, tras la muerte de Austen… «Según escribo esto, una tercera parte de mi vida está siendo empaquetada y me encuentro otra vez en tránsito, ni aquí ni allí. Estos ensayos de la muerte se llevan cada vez más de uno, hasta que al final, sospecho, no quede nada».
Pese a la gravedad de algunos momentos, Point to point navigation son en realidad unas memorias ligeras, escritas a vuelapluma y a la vera de su particular bestiario de gente famosa. Como la escena de Fellini -«me llamaba Gorino»- durante el rodaje de Roma, su primera y última incursión en el cine italiano, con frase para la posteridad: «¿Qué mejor lugar para observar el fin del mundo que la ciudad eterna?».
Su viejo amigo Tennessee Williams viene también a Roma, pero no para reunirse con Vidal, sino para obtener la bendición del Papa («esta historia puede parecer un poco loca, pero el Pájaro conseguía siempre efectos dramáticos»). Otro visitante de su casa en Largo Argentina fue su añorado Bellow, «casi siempre solo, aunque llegó a tener cinco esposas, tan parecidas que nunca les puse nombre en mi memoria».
A Orson Welles se lo encuentra «borracho y arruinado» interpretando en París ¿Arde París? -«considerando todo lo que bebía y comía, es asombroso que llegara hasta los 70»-. Nureyev le habla sobre la muerte y sobre el sida, Grace Kelly le confiesa cómo le aterrorizaba hacerse vieja ante las cámaras y Greta Garbo habla -y no deja de hablar- sobre sus películas del cine mudo.
El celuloide se cuela por todos los intersticios de sus memorias: Vidal reivindica su condición del «último escritor contratado por un gran estudio» por su papel en el guión de Ben Hur. Y la alta política: sus dos intentos fallidos de convertirse en congresista, el asesinato de Kennedy, la complacencia de su primo lejano Al Gore, la ignorancia de Bush…
Gore Vidal corre la cortina sobre algunas de sus 23 novelas (La edad de oro, Hollywood), pasa de puntillas por otras de su fase histórica (Washington, Lincoln, Burr) y reivindica finalmente Juliano, su biografía novelada del empeador romano, como su mejor obra de ficción.
La fama fugaz, la verdadera gloria» o la postrera irrelevancia son, según él, los tres destinos del escritor. Sólo queda esperar, pues.
«Escribe, aunque sea una nota suicida»
Maestro de la impostura, Gore Vidal es puro aforismo. Ejemplos:
– «La homosexualidad o la heterosexualidad no existen, sólo hay actos homosexuales o heterosexuales».
– «Nunca pierdo una oportunidad de fornicar o de aparecer en TV».
– «Cuando un amigo triunfa, algo se muere dentro de mí».
– «No basta con triunfar; otro debe fracasar».
– «Un narcisista es alguien más atractivo que tú».
– «La mitad de los americanos nunca lee un periódico. La mitad de los americanos nunca vota a un presidente. Espero que sea la misma mitad».
– «No hay ninguna diferencia entre votar a dos partidos que en el fondo son uno y representan tan sólo al 4% de los americanos».
– «Todo americano capaz de ser presidente debería quedar automáticamente descalificado para poder serlo».
– «El compromiso de EEUU con la democracia ha requerido el apoyo de regímenes que niegan la democracia».
– «Hoy, las figuras públicas no se escriben sus propios discursos ni son capaces de leerlos».
– «Ten nietos, pero nunca hijos».
– «Todos los hijos alarman a sus padres, porque están siempre temiendo encontrarse a sí mismos».
– «Escribe algo, aunque sólo sea una nota suicida».