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El tiempo es oro

Fuentes: Rebelión

Si no se comprende lo que voy a decir, es porque el intelecto occidental lleva un siglo infectado de dogma, de pensamiento único o de ambos…    Lejos de ser un principio de creatividad y de otros bienes sociales, aquel latiguillo anlosajón de principios del capitalismo industrial, «el tiempo es oro», es el comienzo de […]

Si no se comprende lo que voy a decir, es porque el intelecto occidental lleva un siglo infectado de dogma, de pensamiento único o de ambos…

 
 Lejos de ser un principio de creatividad y de otros bienes sociales, aquel latiguillo anlosajón de principios del capitalismo industrial, «el tiempo es oro», es el comienzo de la perdición del mundo. Medir la actividad humana por el número de horas ocupada una persona en una determinada actividad, es broma, torpeza, malicia o ignominia, pero en todo caso un peligro. Sea lo que sea, cualquiera de ellas ha favorecido y potenciado la inclinación atávica del ser humano al abuso de unos sobre otros; inclinación a la que, con otras fórmulas de organización socioeconómica en las que el tiempo sea lo de menos, hubiera ido cediendo poco a poco, como sucede ya en las sociedades integralmente desarrolladas del norte… 
 
 Fundamentar el progreso material en la competencia y competición del mercado, y éstas en el lucro y en el tiempo, en detrimento del progreso moral y social, que sería el que nos hace sentirnos todos iguales aunque aceptemos las diferencias naturales, es lo que enloquece a los dueños reales de estas sociedades que están arruinando a la humanidad y al planeta. 
 
 La idea de que ganar tiempo al tiempo era una solución «inteligente» ha retardado la evolución social y humanística, en favor de la producción masiva de artefactos contaminantes que si han traido distracción, atolondramiento y molicie, también han causado un ostensible desequilibrio en la naturaleza y en la sociabilidad bien entendida.
 
 Privilegiar el menor tiempo empleado en un quehacer, cuando las obras humanas verdaderamente valiosas siempre han sido la suma del esfuerzo y del paso de mucho tiempo, es una incitación al desbarajuste y, a la larga, al desmembramiento de la colectividad a la par que a la catástrofe a escala planetaria. Porque, ¿qué justifica el apremio de hacer algo en menos tiempo en lugar de hacer eso mismo esmeradamente en tiempo sin tasar, cuando lo que le sobra precisamente al humano es tiempo? Las sociedades económicamente más avanzadas gravitan en torno a conceptos, como «eficacia» y «productividad», ligados a «resultados» en el menor tiempo posible. Como si el tiempo no fuera eterno y no se pudiese medir cada cosa hecha por el hombre de otro modo… 
 
 Semejante urgencia, aunque por estar tan sumamente habituados a ella nos cueste comprenderlo, es una necedad. Ir a contratiempo, tratar de «vencer» al tiempo es lo que, por otra parte, propició la impaciencia por el rápido enriquecimiento de unos cuantos a costa de los más por vías distintas a las seguidas hasta comienzos del siglo XX. Cuando hubiera podido el hombre alumbrar y llevar a cabo otras ideas provechosas para todos, y al tiempo conseguir una sociedad idílica, occidente ha ido demoliendo poco a poco sin pausa la esperanza en un futuro desahogado y feliz para gran parte de las presentes y las próximas generaciones. Así, a través de la idea de que «el tiempo es oro», ha venido cavando su propia fosa esta civilización. Haber dado al tiempo un valor por encima de todo lo demás en los últimos cien años, ha causado tanto daño a la humanidad y a la naturaleza como la idea de «Dios» en el resto de la historia.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.