José Antonio Llosa, psicólogo especializado en inseguridad laboral, precariedad y pobreza entre personas trabajadoras, analiza las circunstancias particulares que atañen a las personas jóvenes en el ámbito laboral y los efectos que esto tiene en la salud mental del colectivo.
José Antonio Llosa es doctor en Psicología por la Universidad de Oviedo y ejerce como docente en el Grado de Psicología de la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR) y como técnico en la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en Asturias, además de desarrollar su actividad investigadora en el equipo de investigación Workforall, que ha publicado diversas investigaciones sobre la inseguridad laboral enfocada en la juventud española. En un contexto en el que los datos relativos a la edad de emancipación, el paro juvenil o la temporalidad resuenan en redes, Llosa profundiza sobre las causas, particularidades, consecuencias y posibles soluciones en lo que respecta a la situación laboral de quienes se encuentran en la fase inicial de una incorporación a un mercado laboral que comúnmente les responde de manera hostil.
En una de vuestras investigaciones enfocadas en la situación laboral entre jóvenes hacéis referencia a que la incertidumbre es más alta cuando hay un contexto de crisis. Ese estudio es de 2018, ¿qué es previsible que pase ahora?
El momento actual es muy extraño, no solo por la pandemia sino porque venimos de una crisis económica muy reciente. Si se analizan los datos, se encuentra que esa recuperación económica de la que tanto se hablaba no es cierta; la anterior crisis derivó en un incremento de la desigualdad en la que, a partir del año 2015 —cuando se empezó a incrementar el PIB de todas las regiones— los niveles de renta se incrementaron en la parte de la población que ya tenía rentas altas. Y si miras cualquier tipo de estadística de empleo o de inserción laboral, te vas a encontrar que particularmente entre los jóvenes esa situación se reproduce, lo que lleva al fenómeno que ya conocemos y que es que la crisis económica la nota primero quienes están en una situación más vulnerable, que a la vez son los últimos en recuperarse de ella. Es decir, lo previsible será que los jóvenes se encuentren en el mismo estado que se vienen encontrando, lo cual es muy negativo.
Una encuesta de la UAB con Comisiones Obreras hacía alusión a que, durante la pandemia, fue entre los menores de 35 años el colectivo en el que más se incrementó el consumo de psicofármacos, y otras tantas investigaciones concluyeron que eran los jóvenes quienes más reportaban síntomas de ansiedad o depresión durante la pandemia, ¿por qué parece que ha golpeado más fuerte en este sector poblacional?
Como digo, el confinamiento y la parálisis de la actividad llega en un momento en el cual, en realidad, no nos habíamos recuperado, pero probablemente el estado de ánimo general sí que era distinto. Aunque estuvieras en una situación similar, daba la sensación de que el horizonte era más esperanzador que hace tres o cuatro años, si bien en un sentido objetivo el día a día de la gente era más o menos igual de deprimido que tres o cuatro años antes. Pero entonces vino la pandemia. La cuestión es que la crisis actual lo que ha hecho es visibilizar problemas que ya teníamos. A mí me llamaba la atención cuando salían en los medios de comunicación las colas del hambre, daba la impresión que anteriormente no se repartían alimentos, que era algo nuevo, y en realidad no es así, en España una de cada cuatro personas son pobres, quizás no tanto como para acudir a comedores sociales, pero esta realidad existe. Y por supuesto, la pobreza golpea también a los jóvenes.
De hecho, hace una escasa semana el Consejo de la Juventud de España (CJE) hacía públicos los últimos datos de su Observatorio de Emancipación Juvenil, destacando que “solo el 17,3% de las personas jóvenes viven emancipadas, el peor dato desde el año 2001” y señalando directamente a la pandemia.
El problema de los jóvenes en España es un problema de orden estructural, y es un problema también de género. Lo que sucede aquí, que en otros países europeos es impensable, es que tenemos una manera de comprender la familia que está soportada fundamentalmente sobre las mujeres, es lo que se llama “modelo de familia mediterráneo”, y en él se asume que tú dispones de un sostén familiar prácticamente hasta que quieras, pero, ¿a costa de qué? Pues de que va a haber siempre alguna clase de cuidados que está vinculado a ese apoyo. En el modelo tradicional de familia, las madres y las abuelas son las que sostienen el cuidado del hogar. Ese modelo de familia condiciona el desarrollo de la mujer a lo largo de la historia reciente española y también el modelo de juventud. Porque no consideramos problemático el hecho de que la gente viva con sus padres hasta cumplidos los 30, porque el desarrollo laboral de la juventud hasta esas edades es fundamentalmente precario y discontinuo.
Eso iba a decir, que aunque la gente quiera salir de casa de sus padres hay veces que sencillamente no puede hacerlo, ya no hablo de vivir solo, sino de que ni siquiera puedas pagar un piso compartido porque no tienes ingresos.
Claro, y esto es una decisión política. El trabajo juvenil en España es eminentemente precario y discontinuo porque no interesa que sea de otra forma. Toda política y actitud de la reivindicación laboral española se centra en carreras de a partir de los 35-40 años. Eso es lo que llamamos la dualidad del trabajo: hay una diferencia muy grande entre las condiciones laborales de la gente que tiene mediana edad y de la gente joven, pero es una cuestión que no es coyuntural sino estructural: siempre ha sido así. Es como los restos o una suerte de herencia del modelo de los aprendices que había en los años 70, hoy día no se llaman aprendices porque suena mal, pero hay una diversidad enorme de contratos que se mantienen de una manera inalterada y que vienen a legitimar el hecho de que la gente joven pueda trabajar en unas condiciones que no permiten una vida independiente. Esto condiciona a la juventud, pero no solo, también condiciona al país. Yo vivo en Asturias y la pirámide invertida es un tema recurrente, pero es que cómo demonios la gente joven va a tener un proyecto vital que implique hijos si hay unas circunstancias imposibles de asumir para tener hijos. Eso genera otros problemas, como que no haya buenas políticas de conciliación.
Hace no mucho se hacía alusión al crecimiento de certificados expedidos a personal médico para trabajar en el extranjero, y ahora que se habla tanto de la vacuna estamos viendo entrevistas a investigadores españoles en universidades de todas partes del mundo… ¿Cómo afecta la obligada movilidad a los proyectos vitales que mencionas?
La vida móvil, efectivamente, es una situación recurrente entre la juventud: yo vivo y trabajo hoy aquí, pero no tengo ni idea de dónde viviré y trabajaré dentro de cinco años, puede ser que en otro país. Lo asumo como algo posible y más o menos rutinario, y eso es totalmente incompatible con los modelos familiares. Las cuestiones que comentas suceden porque no existe esa dualidad de mercado tan marcada, ahora se ve con los médicos: muchos que estaban de paro o cobraban poco se marcharon y se quedaron ahí, con las implicaciones que esto tiene.
Decías que esto es una decisión política.
Es que nunca ha interesado. Pese a que pueda parecer lo contrario, no existe la noción de que el desarrollo laboral de la gente joven sea un problema, en tanto que nunca se han tomado medidas firmes para tratar de atajarlo. La mayor parte de intervenciones, proyectos, programas, etcétera, que tienen que ver con la inserción laboral de la juventud en España son estéticos más que profundos. No existe una visión problemática sobre la situación de la juventud porque este modelo de familia que comentábamos antes, asimila absolutamente todo.
Aprovechando que estamos haciendo alusión a determinadas profesiones, ¿puedes profundizar en la relación de lo formativo con lo laboral? En una de vuestras investigaciones concluíais que la incertidumbre laboral se experimentaba de manera más intensa por los jóvenes con titulación universitaria.
En determinados contextos, estar graduado cambia mucho la vida, pero existen algunas cuestiones a tener en cuenta. La primera es que cualquier tipo de titulación superior, en principio, conlleva más opciones de desarrollo laboral, para algunos puestos es un “a priori” obligado, pero el tener una titulación no garantiza el desarrollo de una vida profesional plena. Eso entrelaza con la segunda cuestión: hacerse la pregunta incómoda de si hay trabajo para todas las personas que lo demandan, y la respuesta es que no, por muchos motivos. Hasta ahora, nuestro sistema de vida, nuestro progreso social o la mínima capacidad de generar un proyecto de vida estaba totalmente vinculado al acceso laboral, de hecho nuestro sistema de cotización emerge de la nómina.
¿En qué se traduce esto?
En dos cosas: la primera, que el empleo ya no te garantiza la inclusión social o vivir en unas condiciones de vida como ciudadano pleno. Con esto me refiero a que en la medida en la que hay cada vez más personas que demanda empleo para un número limitado de puestos, como el empleo se rige por un mercado capitalista y una ley de oferta y demanda donde volvemos a la disciplina de la precariedad, el mercado se puede permitir constreñir los puestos tanto como quiera, y eso termina generando puestos de trabajo de un perfil cada vez más bajo, así que se genera un fenómeno que emerge en España con muchísima potencia que es el de los trabajadores pobres: personas que incluso trabajando no logran obtener los ingresos suficientes para estar por encima del umbral de la pobreza.
“Los jóvenes se ven a sí mismos como los responsables de acceder a un empleo, lo que lleva a un proceso de frustración”, es una frase de vuestra investigación a la que hacía alusión antes. Sin embargo, al inicio de la conversación has incidido en la importancia de los contextos.
Es que lo que sucede en el mundo actual, la piedra sobre lo que todo orbita, es el individualismo. Cuando yo pienso en el éxito o fracaso de mi carrera laboral o personal, en términos psicológicos el modo de análisis es interno, no externo. Cuando alguien tiene que explicar su vida laboral acude a sus propios actos y condiciones personales, y no a los contextos, siendo que los contextos condicionan por entero las condiciones de vida y trayectoria de todo el mundo. Yo mismo me pregunto “¿y si yo hubiera estudiado informática en vez de psicología?”.
Aquí entra en juego el término “empleabilidad”, que es un término muy ideológico. La empleabilidad es la explicación científico-técnica de por qué el devenir laboral es individual y no colectivo. Por cada persona que tiene un problema laboral, tiene que buscar en su interior qué ha hecho mal. Así cada uno nos llevamos el mundo a nuestras espaldas: nos sentimos tan absolutamente responsables de todo lo que sucede a nuestro alrededor que resultamos nuestros principales censores. Esa autorresponsabilidad supone una autoobservación obsesiva difícil de superar. Así que alguien a quien su padre y su madre le dijeron “ve a la universidad, porque cuando salgas de ahí vas a tener un trabajo que te permitirá tener una casa y criar unos hijos preciosos”, de repente se encuentra que nada de eso se cumple. Y si tú has hecho todo eso que estaba pautado pero nada de lo que te prometieron se está cumpliendo, ¿de quién va a ser culpa más que tuya? Esa forma de pensar, que es generalizada, es muy perversa.
¿Qué tendemos a hacer cuando llegamos a esa conclusión y en qué problemas deriva?
Lo más común es que no paremos de formarnos. Cada vez estamos más formados cuando probablemente jamás vayamos a acceder a un puesto de trabajo para cuyo desempeño tenga sentido toda nuestra formación. Por otro lado, psicológicamente te sientes mal en términos generales. Hay varios niveles, pero algo que afecta a una parte importante de la población española es que ante la nula imposibilidad de desarrollo vital, se genera un marco de desafección.
Al hablar de empleabilidad me ha venido a la cabeza el concepto del emprendimiento, bastante criticado por un sector de la sociedad en un contexto de falta de oportunidades en que a veces “emprender”, si se puede llamar así, se aborda más como una obligación que como una opción.
El emprendimiento orbita también en torno a la lógica de la responsabilidad. El construccionismo nos enseña que el mundo lo construimos en torno al discurso, así que, ¿qué otro motivo que no fuera construir un discurso iba a haber para que, en el momento más crítico de la crisis más feroz de la historia del capitalismo, el mensaje que se estuviera lanzando a toda la población, independientemente de sus condiciones, fuera que era necesario emprender? En el peor momento para emprender un negocio autónomo, el mensaje más claro era “emprende”. De ese discurso se pueden extraer varias la lecturas. Una, el “a mí no me cuentes tus problemas, que tienes muchas oportunidades”, y la otra “quién si no tú tiene la culpa de que lo estés pasando mal, qué te impide ser un triunfador”. Y mientras, yo en mi calle veía constantemente abrir y cerrar negocios. Con las implicaciones que tiene en las vidas de las personas inculcar el “yo soy yo y mis circunstancias”, o el “tú eres lo que cargas en tu mochila”.
Y el discurso es que lo que hay en esa mochila lo has metido tú.
Eso es. Aunque tengas una responsabilidad muy moderada, no eres capaz de analizarlo así. Eso es devastador. Si te han echado de tus cinco trabajos, o has emprendido y te ha salido mal, te lo llevas todo encima. Soportar eso no es fácil, y ahí enlazamos con la salud mental.
¿Cuál es el tratamiento para esos problemas de salud mental?
Repensar el mundo. ¿De qué me sirve que yo como psicólogo abra una clínica y te haga una terapia a ti si tú tienes muchos problemas, que son operativos, pero no tienes una patología en el sentido estricto? Esto es la psicologización: convertir en problemas clínicos lo que no lo son. Si a ti en tu trabajo te amargan la vida porque te ponen unos horarios infames, porque tu jefe es un borde o tus compañeros están irritables por su carga de trabajo… Eso son condicionantes que te están pasando factura. Has convertido en un problema tuyo porque no eres capaz de enfrentarte al mundo que te rodea un problema que en realidad es del mundo. Ese ejemplo, si lo magnificamos, nos va a ayudar a entender muchas cuestiones. Cada sistema tiene sus formas de funcionar, el nuestro se estabiliza a través de aplacar la moral de las personas.
Ahora que tenemos bastantes definido el problema, ¿puedes profundizar en las soluciones?
En mi opinión, resulta un tanto molesto que los debates giren en torno al empleo o desempleo, no tanto en torno a la calidad o no calidad de los puestos de trabajo, pero es que en cualquier caso hay que ir un paso más allá. Buscar nuevas fórmulas que permitan mantener unos niveles de vida dignos sin necesidad de pasar inexorablemente por el acceso a un puesto de trabajo. Si pensamos en modelos transformadores, bajo mi punto de vista la Renta Básica Universal (RBU) es la herramienta más certera, porque algo que tiene el mundo neoliberal es su capacidad camaleónica, sobrevive a todas las crisis, y la RBU puede adaptarse a ese mundo tan flexible.
Pero más allá de medidas concretas o muy ambiciosas, como sería esta, creo que si la piedra sobre la que orbita nuestro mundo es la individualidad, la solución pasa por la colectividad. Pienso que todo proyecto que avance en la colectividad es un proyecto que, independientemente de sus fines, está haciendo un favor al mundo. Algo que está emergiendo mucho en la actualidad, sobre todo en barrios, son los proyectos comunitarios. El motivo por el cual vuelve esta forma de comprender un proyecto social es por su capacidad de adaptarse al mundo actual: si yo me voy a vivir a otra ciudad, no voy a tener lazos, pero esta misma situación le sucede a tanta gente que los extraños tienden a juntarse. Todos esos desconocidos encuentran en el proyecto comunitario una base en la cual unirse, una forma de arroparse ante un entorno muy hostil. Todo lo que camine en esa dirección para mí es la salida.